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“Hacer ‘El Show de Alguien’ es muy fácil: te buscás dos o tres tipos más ineptos que vos y listo. Así como las vedettes se rodean de minas más feas que ellas”.
HORACIO FONTOVA


“A la televisión uno viene con un cuchillo en la mano y un sorete en la espalda”, dice Horacio Fontova. Parece que el arte de hacer reír tiene sus riesgos, especialmente en la TV. No hay nada más triste que ese momento silencioso que debería ser llenado por risas que nunca llegan. A veces ese silencio es reemplazado por risas grabadas, como recurso último de contagio. Pero es obvio que hacer reír televisivamente es una de las profesiones más ingratas del mundo: no hay manera de saber a ciencia cierta si lo que se hace provoca el efecto deseado. Las cosas se hacen pensando en el Más Allá Catódico, que tiene la desagradable costumbre de ser imprevisible.

Un programa cómico de televisión es algo así como un aceitado laboratorio, en donde misteriosos personajes analizan las mentes de los espectadores en busca de mecanismos perpetuos que detonen el misterioso y elusivo momento en que las funciones corporales se descontrolan. En el que la risa se transforma en carcajada. Una larga carcajada de esas que hacen doler. Esas que son un fin en sí mismas.

ESCENA 1: LA FORMA DE LA RISA
“Delicatessen” está cerca de lograrlas. Lo raro es que se trata de un programa de humor sin chistes, donde la risa pareciera surgir primero de quienes lo hacen, antes de contaminar a los demás. Los actores se tientan, se ríen, improvisan -mucho y muy seguido- y eso va al aire. Salvo que el tema se descontrole demasiado, la misma risa de sus protagonistas es la mejor manera de decir que hay que mantener cierta inocencia en lo que a mecanismos humorísticos refiere. Horacio Fontova, José Luis Oliver, Damián Dreizik (ex Los Melli), Luis Ziembrowski (miembro de la Pista 4), Fabio Alberti y Diego Capusotto (dos ex ChaChaCha) saben lo que hacen. Y, si a los telespectadores les gusta, mejor. Según Fontova: “La única idea que teníamos es hacer algo en equipo. Nos dicen seguido que copiamos a los “Kids in the Hall”, pero en realidad lo que tomamos de ellos es la noción de grupo, que también tiene sus orígenes en un funcionamiento análogo al de “Los Cinco Grandes del Buen Humor” o “Los Tres Chiflados”. Creo que una característica clásica del humor argentino es la insistencia con la realidad. Esto provoca que las cosas se vuelvan muy tediosas y encerradas. Nosotros no queremos excluirla -porque eso sería maniático- sino fomentar la imaginación. Tratamos de hacer humor utilizando cosas imaginarias y atemporales, sin ser demasiado crípticos. Ese es el trabajo que estamos haciendo ahora: abrir un poco el panorama. Y especialmente no hacer personajes demasiado arquetípicos, porque lo gracioso deben ser las situaciones, no los personajes”. Agrega Oliver: “El absurdo está en la realidad, hoy en la Argentina. Y del grotesco ni hablemos”.

ESCENA 2: LA RISA NACIONAL
En un momento de distensión, mientras la vestuarista persigue a Oliver con un tailleur para el personaje de Eloísa -y el actor niega con la cabeza diciendo “No me va a entrar, nada me entra”-, Fontova y la desdichada víctima de la moda geriátrica accedieron a compartir algunas de sus respuestas para dilemas existenciales.
A) ¿Existe una Escuela de Cómicos Argentinos?
Oliver: Pará, pará, si querés hablar de teatro hablo yo. El teatro c’est moi, después de todo. (Entra Ziembrowski.) ¡Contestá vos la pregunta, querés!
Ziembrowski: ¡Si no sé de qué están hablando! (Oliver lo informa del tema.) Ah, no. No es verdad que no haya escuelas para cómicos. Hay escuelas humorísticas, como la de Norman Briski. Puedo dar dirección y todo...
Fontova: Y no nos olvidemos de Mario Sapag...
B) ¿Qué fue de Mario Sapag?
Oliver: Está enojado con el programa de Rodríguez, el de Tinelli. Hace diez años que no hace nada, pero igual dice que Rodríguez lo copia.
C) ¿Los capos cómicos tienen la culpa de todo? Fontova: Con “Delicatessen” intentamos precisamente lo contrario a ese tipo de humor. El capo cómico es el grupo. No es “El Show de Alguien”, porque eso es muy fácil: te buscás dos o tres tipos más ineptos que vos, así como las vedettes se rodean de minas más feas que ellas. (Ziembrowski es retirado amistosamente de los pelos por un asistente, al son del mantra de “Te toca grabar, te toca”.)
D) ¿Pasa seguido?
Ziembrowski: (mientras se lo llevan a la rastra.) Hacé zapping y te vas a dar cuenta.
Fontova: La idea de “Delicatessen” es no caer en el yo, yo, yo o en la necesidad del robo de cámara, porque así ninguno tendría lugar para demostrar lo que hace.
Oliver: No es porque lo tenga acá enfrente, pero el Negro es un tipo muy generoso. Fontova: Seguí, Oliver, no te detengas...
E) ¿Se puede hacer reír cuando los libretos no son graciosos?
Fontova: Si necesitás el mango, lo único que se puede hacer es tratar de adaptarlo todo lo posible a tu forma de hacer reír. Y apelar al oficio.
Oliver: Pero es cierto que el humor es terrible cuando se empiezan a dar cuenta de que un actor de reparto está más gracioso que el jefe. Y entonces le piden al autor que le dé menos letra, muchos menos bocadillos y nada de remates, a ese actor. Me acuerdo de que el primer día de laburo, salí y me mandé una de las mías, es decir cualquier cosa, y el chabón pedía el corte como desesperado, diciendo que la cosa no era así. Claro, porque tenía que pensar cómo seguirla, y no le convenía.
Fontova: Además, seamos sinceros, ser capo cómico es muy fatigoso.
Oliver: Si, en cambio, estás trabajando con cinco personas que son buenas, trabajás mejor, porque te meten en un lugar del que hay que tener reflejos para salir. Si no, agarrá cuatro o cinco giles y así seguro que sobresalís.
Fontova: Si mirás una película de “Los 5 Grandes del Buen Humor” te das cuenta de que son los “Kids in the Hall” hace cuarenta años. O los “Hiperhumor”, que eran miles, uruguayos y todos geniales.
Oliver: Ahora se viene la comicidad con los cero seiscientos, nos estamos yendo al carajo...
Fontova: Garbellano es lo que fue Samantha. Pasan cosas tremendas que no nos acordamos al día siguiente...
Oliver: Como la gente mirando el Mundial y tejiendo bufandas en el Obelisco. ¡Qué buen título para una película: Tejiendo bufandas en el Obelisco!
Fontova: Hay que cagarse de risa, es la única manera.
Amén.


“Lo que yo no entiendo es por qué no nos dedicamos a lo que sabemos y nos dejamos de joder. O acaso los Monty Python dijeron alguna vez ¿Por qué no hacemos a Florencio Sánchez?”
JOSE LUIS OLIVER


ESCENA TRES: LA RISA IMPORTADA
Cuando la fiebre Sony llegó para quedarse en el cable, a mediados del año pasado, la televisión argentina enfrentó un momento cumbre. Copiar o no copiar, ésa era la cuestión. El fantasma sit-com sobrevolaba varios intentos fallidos de telecomedias nacionales sin mayores resultados, pero sigue siendo verosímil imaginar una reunión entre gerente de programación y joven escritor, tal como el delicatesseniano sketch “Gerentes de TV”, con el desdichado empleado Bostiguerra. El pitch del escritor:
“¿Cómo le suena un ‘Seinfeld’ argentino con la palabra pelotudo en el título?” Sonrisa del gerente 1 y consulta a gerente 2: “¿Cuántos puntos de rating da pelotudo?” Respuesta de gerente 2: “Como mínimo diez”. Luz verde. Corte.
A pesar de estos arrebatos de creatividad retratados por los “Delicatessen”, la pregunta sigue siendo la misma: ¿Por qué la gente se ríe con los sitcoms y de los refritos argentinos? ¿No hay autores argentinos que puedan hacer humor así? ¿Serán los subtítulos? ¿Serán los actores? ¿Será que no son argentinas? Responde Fontova: “‘Delicatessen’ es un proyecto en el que estamos metidos hasta el caracú. Y, si vamos a hablar de las comedias americanas, lo que habría que incentivar es la escuela de guionistas, porque no se lavan suficientes dólares en la cultura. No te voy a decir que admiro a los norteamericanos, porque estuve en manifestaciones del tipo yanquis go home, pero estos tipos tienen algo que envidio: los guiones de una típica comedia americana pasan por diez escritores. Unos tiran la idea; otros hacen los diálogos y otros que meten los chistes”. Opina José Luis Oliver: “Rodolfo Ledo trató de hacer comedias de media hora y no lo dejaron, más allá de que lo pudiera hacer o no. Sin embargo, lo que me parece increíble es la idea de copiar. Lo sufrí en el verano, trabajando en un programa en que el autor estaba convencido de que escribía The Nanny. Por supuesto que era una basura total. No entiendo por qué no nos dedicamos a lo que sabemos y nos dejamos de joder. O acaso los ‘Monty Python’ dijeron alguna vez ¿Por qué no hacemos a Florencio Sánchez?”

ESCENA CUATRO: LA RISA EN VIVO
Mediodía en Martínez. Los extras continúan su largo y sinuoso camino al estrellato. Diego Capusotto observa las elongaciones paródicas de Luis Ziembrowski y Horacio Fontova. Mira hacia el infinito y sentencia: “Clases de teatro con Raúl Aubel”. Treinta segundos después, Fontova ensaya un gag: “¿Por qué no hacemos esto: dejáme gritar ¡Dr. Nelson! aunque vos estés acá al ladito”. Ziembrowski (alias Dr. Nelson) mira a Capusotto. “Ese sí que es un chiste malo”, sentencia Capusotto. Suficiente: con que a uno de los seis no le guste, basta para dejar de lado un gag. Y a veces, aunque la iluminación llegue de manera involuntaria, si no pueden seguir el sketch tampoco sirve. Como cuando, minutos después, Fontova proclama en medio de una escena: “¿No sabe que está prohibido ingresar con bebida de alcohólico?”. Carcajadas generales. Corte. Va de nuevo. La siguiente escena, nuevamente con el psicótico psicoterapeuta Dr. Nelson requiere un movimiento alocado de silla por parte de Ziembrowski, quien intenta apaciguar el odio ancestral del barrabrava Capusotto (recién adoptado como mascota por la familia Rossi) hacia el mortífero artillero Salaberri (Damián Dreizik), de larga trayectoria en los clubes Aldosivi y Kimberley de Mar del Plata. Los asistentes técnicos duermen plácidamente en los sillones y los extras de la Federal -impecablemente caracterizados salvo por unas botas tejanas- se impacientan detrás de cámaras: es que luego de la quinta toma que fracasa por las risas de los actores, Ziembrowski clama: “¿Podemos pasar a otra escena?”. Y después (a Capusotto): “Sabés que a la gente que hace drama le pasa lo mismo, ¿no? Llora durante media hora, después de una escena emotiva. Pensándolo bien, ésta es una situación de mierda. No sé de qué nos reíamos”.
Cerca de la hora del té se graba ‘Eloísa y Felipe’, el sketch más ingenioso del programa: dos viejitos que descubren el amor mientras doblan películas condicionadas bajo las órdenes de un pornógrafo vasco con peluca. La gracia reside en el hecho de que las películas dobladas no son porno, sino Casablanca o La guerra de las galaxias. Pero el verdadero gag es que los actores están mirando películas porno mientras graban el sketch. Y el ambiente se pone interesante: el asistente encargado de proveer el material es acosado con preguntas del estilo “Y decíme... ¿hasta cuándo las tenés?” o falsos doblajes irreproducibles, seguidos de obvias observaciones sociológicas acerca de los cambios en la humanidad desde que aparecieron las películas porno. A la tercera toma fallida, Pablo del Pozo, el director, amenaza desde el talk-back con mandar a Fontova a las duchas. Acto seguido, va por Eloísa: “Oliver, ¡concentración!”. “No puedo señor, estoy en llamas, como García”, contesta La Dama.

ESCENA CINCO: LA RISA VUELVE
La falta de programas humorísticos en la televisión actual es, más que evidente, flagrante. Con el viraje de la programación hacia la no-ficción de los talk-shows y de la gente que busca gente, “Delicatessen” es una zona franca, que ignora con entusiasmo las arduas reglas del realismo, muchas veces hija autista de la realidad. Se sabe que los límites son el mayor enemigo del humor, y el programa de Pedro Saborido adhiere firmemente a esta corriente. Con menos de un mes en el aire, sketches como el del galán de telenovela que enseña formas prácticas de perder la memoria (y su consiguiente repercusión en la trama), o los descabellados episodios criminales que deben resolver Los federales, tienen algo genial: la falta de pretensiones de genialidad. Los invitados semanales funcionan en el mismo sentido: Luis Ziembrowski despertándose como Adrián Suar en película de Wes Craven, Julián Weich cantando “una que sepamos todos” con soldados de fogón, Pablo Echarri enseñando a ser gracioso en una telenovela o Federico Luppi como ícono último de los “yuppies de la calle”. Todo es lo que parece: seis cómicos en busca de la gran carcajada perdida desde hace tiempo.
Lo más probable es que este programa sea un movimiento que se agote en sí mismo, que no provoque la llegada de una nueva ola del humor argentino, que todo siga como antes. O peor. Pero aun si fuera así, “Delicatessen” ya es un Gran Momento Televisivo. Desde que empieza cada programa hasta la escena final, la carcajada estalla o está a punto de estallar, quizás porque seis cabezas piensan más que una. O mejor. Que es lo que importa.


“Ziembrowski es un actor de izquierda: siempre se fija en la izquierda del libreto. Alberti es fascista: se fija siempre en el otro lado. Fontova votó a Martínez Raymonda. Capusotto es inexplicable: de raíces peronchas al Frente Grande. Dreizik es del Partido Intransigente y ahí se quedó. Yo no voto desde el ‘89, cuando lo voté a Menem y tomé conciencia de que no podía seguir cagándole la vida a la gente”.
JOSE LUIS OLIVER


LOS SOSPECHOSOS DE SIEMPRE

Aunque los integrantes de Delicatessen dudaron antes de encarar la tarea, Radar los persuadió de lo imposible: que hablen sobre ellos mismos. El boceto de impresiones que se reproduce a continuación puede que sea la pura verdad. O no. Y quizás por eso Horacio Fontova y Damián Dreizik prefirieron declinar el honor en favor de los miembros restantes, dedicando sus esfuerzos al fútbol y su temible incidencia en la audiencia del programa y a amenizar la sesión fotográfica con cancioncillas melódico-operáticas a capella. Esta es -palabras más, comentarios soeces menos- la opinión que les merecen sus respectivas individualidades.

Alberti: Voy a hablar de...¿cómo se llama?...Pablo José Oliver...¿Leíste la crítica de La Nación? Desde ahora te llamás Pablo José Oliver....
Oliver: ¿En serio? Menos mal que me dijiste, porque en La Maga soy Carlos Olivieri.
Alberti: ¿Puedo hablar del jefecito Guebel?
Oliver: Eso, hablemos todos de Guebel, total es como nuestro George Martin. Aunque, mmm... mejor no.
Alberti: Entonces me gustaría hablar de Saborido, que en realidad es como el quinto beatle, pero no quiere dar notas ni hablar porque está loco. Y tiene cólicos por nuestra culpa.
(Pedro Saborido alegó que estaba atrasado en la escritura del guión del programa y eso le impedía revelar la verdadera historia sobre su salud mental y digestiva, aunque se mostró reacio a compartir cualquier afirmación de Alberti).
Alberti: No puedo definir a ninguno de los chicos, es como jugar al diccionario...
Oliver es gordo. Así, en tres palabras. Yo sabía que no me iba a salir, por eso quise ser el primero. Así, después, los demás lo arreglan. ¿Tipo ping-pong querés? Lo que más me gusta de Luis (Ziembrowski) es su pelo. Nada más.
Ziembrowski: Por qué no le preguntás a Fontova... me comprometés delante de los otros. No, no me estoy haciendo el difícil, pero lo que pasa es que tengo que hablar de mis compañeros y es un tema que pone de mal humor. A mí me gustaría hablar de Capusotto, porque admiro profundamente la capacidad que tiene para transformarse en La Pantera Rosa. Siempre quise hacerlo cuando era chico, paseé en El tren de la alegría y todo, pero nunca me dieron la oportunidad. Y a él sí. Me provoca mucha envidia. Y odio.
Alberti: ¡Vení, Capusotto, que están hablando mal de vos!
Ziembrowski: No quiero hablar más, me cohíbe la situación.
Capusotto (entra al camarín vestido de Pantera Rosa): ¡Negro (a Ziembrowski), no sabés lo que pasó! Me acaban de decir en un reportaje que la pareja del año éramos nosotros dos. ¿Te das cuenta? Era en el coso de Cabak y Castello.
Ziembrowski: ¿Y?
Capusotto: ¿Cómo “y”? Que nos van a hacer mierda.
Ziembrowski (saliendo de camarines): No voy a hablar más porque esto está enrolado dentro del movimiento progresista.
Oliver: Dejalo, se enoja porque es trotskista. Son todos muy buenas personas. Pero eso sí, todos invendibles e irrecuperables.
Alberti: Mirá, demostrá un poco de respeto, porque yo trabajé en el piloto de Seximanías, ¿entendés? ¿Se puede saber de quién estás hablando, José Luis?
Oliver: En general, en general. Y dije que son todos buenas personas. Decime alguien, Alberti, y yo hablo. (Alberti lo ignora.) Rapo es como un pan dulce, pero es de la producción. Ziembrowski, un actor de izquierda: siempre se fija en la izquierda del libreto. Alberti es netamente fascista: siempre se fija en el otro lado. Fontova votó a Martínez Raymonda en una época. Capusotto es inexplicable: de raíces peronchas al Frente Grande, depende lo que diga la Fernández Meijide, porque le presta mucha atención. Dreizik es del Partido Intransigente y ahí se quedó. Yo no voto desde el ‘89, cuando lo voté a Menem, y ahí tomé conciencia de que tenía que estar inhabilitado. Hice de todo: voté en blanco, voté una feta de salame, distintas cosas. Pero no puedo seguir cagándole la vida al pueblo.
Alberti: ¡Me cagaste, hijo de puta! Por fin descubrí al culpable. ¡Fuiste vos!