Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
Volver 




Vale decir


Volver

Gary Oldman

CINE
Una contradicción llamada Gary Oldman





EL VILLANO
ESPACIAL

Irrumpió en los 80 como la respuesta británica a Pacino y De Niro. Hollywood lo hizo hacer de villano hasta convertirlo en una caricatura de sí mismo. Hoy, mientras apela a sus mejores tics en Perdidos en el espacio, se prepara a debutar como director y afirma que los efectos especiales están sustituyendo a la actuación en el cine actual.

No importa cuán buena sea su reputación como actor, a estas alturas Gary Oldman se ha convertido en el villano favorito de Hollywood. Es tan bueno haciendo de malo que en los últimos años sólo le ofrecen papeles como el que interpreta en Perdidos en el espacio. Con cierta flema británica, Oldman justifica esta fijación en su versatilidad como actor y en ese acento inglés que, a los ojos de Hollywood, lo convierten en el perfecto villano. “Siempre nos han visto así. Cuando necesitan un personaje retorcido le ponen acento británico. Incluso con los terroristas, porque no les importan las diferencias entre el acento irlandés y el nuestro. Hay que tener presente que el único día que Hollywood está de vacaciones, el 4 de julio, es para celebrar que se libraron de nosotros”. El buen humor de Oldman no esconde sus ironías contra los encargados de reparto de los grandes estudios, incapaces de ver otros aspectos de su persona. “De mis 22 películas, sólo en seis hice de villano. En mi carrera he hecho teatro, he bailado y cantado, pero nadie se acuerda ni me llama para hacerlo de nuevo. Por ejemplo, me gustaría hacer una comedia, pero para eso haría falta un grado de imaginación inesperado por parte de esa industria”, afirma resignado.

Si bien es cierto que la carrera de este británico de 40 años es efectivamente muy versátil, su filmografía está llena de sádicos, asesinos, suicidas, vampiros y músicos torturados, algunos de lo más conspicuos: fue Joe Orton en Susurros en tus oídos, Sid Vicious en Sid & Nancy, Lee Harvey Oswald en JFK, Beethoven en Amada inmortal y el conde Drácula para Coppola. Por esas actuaciones se ganó el mote de camaleón para la industria hollywoodense: un gran actor, tan capaz de ofrecer interpretaciones únicas como de malgastar su tiempo aceptando cualquier cosa que esté bien paga. “Hay un número muy limitado de papeles en el cine actual. Se están olvidando de lo que es la actuación en favor de los efectos especiales. Y yo he perdido el interés que tenía a los 17 años”, confiesa. A esa edad Oldman vivía entre delincuentes y toxicómanos en uno de los barrios más pobres de Londres, cuando entró en un cine y quedó fascinado por el trabajo de Malcolm McDowell en If.... “Quise ser actor por películas como Contacto en Francia, Tarde de perros, Sérpico, La conversación o Taxi Driver. El problema fue que, cuando conseguí al fin formar parte de ese selecto club de actores, todos los grandes papeles se habían acabado. Lo único que había eran esas horrorosas películas de acción”, recuerda.

Su vida personal también refleja los efectos de su intensa relación con la actuación. Casado en dos ocasiones (la primera con Lesly Manville, con quien tuvo un hijo, y la segunda con Uma Thurman), estuvo a punto de reincidir con Isabella Rosellini antes de entrar en el remanso de su actual matrimonio con la modelo Donya Fiorentino. Antes, Oldman ingresó voluntariamente en una clínica de desintoxicación a principio de los 90 y hoy se considera un miembro activo de Alcohólicos Anónimos, aunque su fama le haya robado anonimato a su recuperación. Así como en los 80 decidió abandonar el teatro, en 1994 anunció que se retiraba del cine. “Ser meramente un actor es aburrido”, confesó en alguna oportunidad. ¿Qué hacer, entonces? Dedicarse a dirigir, por supuesto. El primer largometraje de Oldman, Nil by Mouth (algo así como “En boca cerrada no entran moscas”), puede llegar a ser el principio de otra gran carrera, gracias al interés que despertó en el Festival de Cannes la crudeza autobiográfica de sus imágenes.


Matt LeBlanc, Heather Graham, Mimi Rogers, los pequeños Lacy Chabert y Jack Johnson, William Hurt y el villano Oldman en Perdidos en el espacio


“La actuación estaba afectando mi vida personal. He hecho demasiados papeles, de bueno y de malo, y creo que ya iba siendo hora de pasar al siguiente nivel”, afirma, mientras prepara su segundo film del cual sólo sabe una cosa: sólo ocupará la silla de director. “No sé si querría o estoy preparado para hacer las dos cosas a la vez. Y, como actor, sospecho que soy demasiado problemático. No me gustaría lidiar como director conmigo mismo”. Vivir en Estados Unidos desde hace 10 años, estar nominado a muchos premios y perder invariablemente ha provocado en Oldman el desarrollo de una filosofía sumamente profesional sobre las reglas del juego: “Ya no persigo el Oscar. Tengo una vida fuera de las películas. Hago esos papeles porque así puedo permitirme otro Nil by Mouth. Y para eso necesito algo que pague las cuentas y alcance para dar de comer a mi familia. Porque, a diferencia de ciertas estrellas, yo no gano precisamente 15 millones de dólares por película”, concede. Quizá por eso Oldman decidió interpretar al doctor Zachary Smith en la versión cinematográfica de Perdidos en el espacio. “Nunca había hecho una película que mi hijo pudiera ver. Eso es lo que me gusta: por fin puedo explicarle lo que hago”.

Seguidor de la serie durante su infancia, el actor tiene una coartada -débil, pero coartada al fin- para los que lo acusan de haberse limitado a parodiarse a sí mismo, en la misma veta (monetaria y actoral) de El quinto elemento, de Luc Besson: “Decidí seguir lo más posible las pautas de Jonathan Harris (el actor original de la serie), porque tenía una perfecta modulación”. Y a continuación arremete contra la cantidad de efectos especiales vertidos en este film (750 para ser exactos, un nuevo record): “Me preocupa la influencia de la tecnología en el cine. Parece que escriben cada escena en torno de un determinado efecto”. Pero para desmentir todas sus justificaciones, el actor británico confiesa que le hubiera gustado jugar con los aspectos cómicos de su personaje. El director Stephen Hopkins prefirió, sin embargo, el lado más tortuoso -y obvio- del doctor Smith: “En Hollywood, las cosas siempre son o blanco o negro. No conciben nada en el medio”. Quizás es por eso que Gary Oldman nunca ganó un Oscar.