
Parque de vacaciones en Mosney (Irlanda).

Supermercado Gateways, en Nailsea (Inglaterra).

Turtistas infantiles en Venecia (Italia).

Brighton, último bastión de veraneo (Inglaterra).

En el McDonalds, de Moscú (Rusia).
| Empezó sacando fotos en blanco y negro a principios de los 70. Pero se desilusionó muy rápido de la pretensión que caracteriza al género documental: no veía manera de ser objetivo y neutral a la hora de registrar la sociedad de consumo y sus consecuencias tal como las veía. Necesitaba color. Mucho color, para registrar como quería las escenas de la vida cotidiana que llamaban su atención en lugares tan estridentes como supermercados, parques de diversiones, negocios de comida rápida, puntos de atracción turística.
No sólo en Gran Bretaña, también en el extranjero. Para Martin Parr, algo estaba pasando a principios de los 80. Y la expresión clase media ya no servía para definir las hordas y hordas de personas que veía a su alrededor, persiguiendo ciegamente el placer. Así nacieron sucesivamente Brighton el último bastión para veranear (1986) y El costo de la vida (1989), verdaderas visitas guiadas por el caótico mundo de las clases medias en perpetuo movimiento.
A fines de siglo pasado, Mathew Arnold encontró un término perfecto para describir la clase media victoriana en Inglaterra: filistinos los llamó. Si hubiera que elegir un término igualmente elocuente para retratar la clase media en británica de la posguerra en cuyo seno nació Martin Parr, sería claustrofóbico. Hacer lo correcto era un método perfecto para destruir toda espontaneidad en el aspirante a ciudadano. Sin embargo, algo parece haber cambiado durante los últimos veinte años en ex imperio donde nunca se ponía el sol. Según encuestas recientes en Inglaterra, una de cada cuatro personas de la clase baja accederá a lo largo de su vida a la clase media. ¿La clase media británica ya no es lo que era? Buena noticia, en una nación cuya estructura social parecía una de las manifestaciones más perfectas de la artritis. Sólo que la palabra media para describir a ese sector social en Inglaterra no puede ser más engañosa, históricamente hablando. Los ejemplos sobran. Para citar sólo uno: un plomero o un mecánico en Estados Unidos gana cuatro veces más que su colega británico. Si el mecánico norteamericano es clase media, ¿el británico qué vendría a ser?
Martin Parr prefiere otro término: habla de la clase confortable. Y ve en el consumo el signo más evidente de cambio en esa burguesía cada vez más populosa. La clase confortable persigue el placer tan ciegamente como la clase media de otrora perseguía el ascenso social. ¿Son más felices? ¿Dónde está el angst que en otros tiempos llevaba a la clase media a mantener tan hipócritamente las apariencias? ¿Qué será de la educación si la principal fuente de nutrición intelectual es el televisor? De eso tratan las magníficas fotos de Parr que se exhiben en la Fotogalería del San Martín, con el auspicio del Britsh Arts Centre, hasta el 5 de julio. En ellas no hay estereotipos ni caricaturas. Tampoco se aprecia la menor nostalgia por tiempos idos ni el menor asomo de crítica o análisis de nuevas tendencias sociológicas.
Para algunos, Parr es un manipulador que usa la estética de la estridencia publicitaria para enviar un cáustico mensaje de trazo grueso. Para otros es casi un ángel bobo, que retrata la vida como quien ve televisión. Congela su movimiento subjetivamente, y detiene en el mismo instante su comentario sociológico. La complicidad con el espectador es casi ensordecedoramente naïf. Lo lleva a preguntarse, por ejemplo, cuál es el verdadero costo de la vida en estos tiempos. O en busca de qué vamos al extranjero exactamente.
Mientras en Inglaterra han bajado las ventas de libros en la misma proporción que subieron las ventas de BMWs (sí, en la misma proporción exactamente), y la nueva burguesía parece haber perfeccionado el arte de ignorar que hay otras formas de vida, además de la suya, Martin Parr viene y va con su cámara. Sabe que esas maravillosas explosiones de color que son sus imágenes ya funcionan como el equivalente fotográfico de los filmes de Mike Leigh. Diseccionando con cándida gentileza las estridentes vulgaridades de la existencia contemporánea, tarde o temprano se purificará el dialecto de la tribu, como decía T.S. Eliot. Mientras tanto, a todos aquellos que cuestionan sus fotos, Martin Parr les relata su anécdota favorita: un ardiente liberal defensor de la escuela pública cuenta en una fiesta que envió a sus hijos a academias privadas. Cuando sus interlocutores lo contemplan con la boca abierta, él agrega: Todo salió bien. Las dos terminaron rebelándose contra todos los valores que les inculcaron allí. |