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Nota de Tapa
OTRA MAÑANA
EN EL ABASTO |
La naturaleza fugitiva del tiempo parece fraguar en los alrededores de la estación de subte Carlos Gardel, de la línea B. Algún dios doméstico demora a su manera la posmodernización que apremia al Abasto, y esa licencia divina permite que de tanto en tanto irrumpa en la superficie un influjo de emociones y vivencias inmunes al calendario. Al andar por estas calles lo primero que se me cruza es Luca. Cuando entré a este bar (Corrientes y Sánchez de Bustamante), me pregunté: ¿Habrá andado por acá? Quizás se haya sentado en esa silla. Quizás haya algo de él todavía en esa silla, dice Ricardo Mollo, cantante y guitarrista de Divididos, en un leve ejercicio de nostalgia. A su lado, un Diego Arnedo más allá del bien y del mal agrega sin culpa: Nosotros no curtimos la del Abasto. Cuando el pelado se vino a vivir acá, seguimos haciendo la misma vida que habíamos hecho juntos, pero él acá y nosotros allá en el oeste, en Hurlingham.
Casi veinte años después de la revolución musical que significó Sumo, Arnedo y Mollo caminan la geografía que sobrevivió al mito de Prodan. Luca decía que conocía Buenos Aires mejor que nosotros, y en ese momento tenía razón, admite Mollo. Y parece quedarse pensando en los tiempos de Luca. Aquí están de vuelta, ahora. Y comprueban lo que les han dicho muchas veces: que es un lugar de peregrinación espontánea. Los mozos de los bares cuentan que casi todos los días llegan chicos que preguntan por Luca, y piden detalles y anécdotas sobre su vida. Mollo lo grafica así: Los pibes vienen a buscar a José Luis y su novia. Se refiere al verso incluido en la canción Mañana en el Abasto, paradigma de la porteñización de Prodan y, para muchos, lo más parecido a un tango fin de siglo que dio el rock nacional.
Rara paradoja, en estos tiempos de leyendas cuidadosamente elaboradas por estudios de marketing: Divididos no necesita desenterrar ningún mito para tener entidad. Y tampoco para posicionarse en el mercado. La banda del oeste bonaerense tiene mucho más éxito del que alcanzó Sumo en vida de Luca, y acaba de editar un disco, Gol de mujer, que por peso propio desdeña las migajas que podría prestarle la nostalgia. Por eso se le cree a Divididos. Cuando confiesan, por ejemplo, que alguna vez estuvieron hasta las manos y que hoy están bien, con ganas de tocar, frase simplista que para ellos tiene un valor especial. Es que, después del hipervendedor La era de la boludez, Divididos vivió un período de introspección rayano en la paranoia. Llegaron a odiar su éxito. O, más bien, la sobreexposición que trajo aparejado su éxito (que, cuando parecía haberse acabado, revivió con la incorporación del tema Qué ves en la película Comodines de Suar el año pasado). En 1996 grabaron Otro Letravaladna (andá a lavarte el orto, al revés), un álbum pretendidamente hermético. La gente esperaba otro Qué ves. Y, según Mollo: Nosotros hicimos otra cosa. Y me alegro mucho de eso. Pero ya no nos cansa más nuestra música, y no tenemos que pedir disculpas a nadie.
A principios de este año, Arnedo sufrió una pancreatitis aguda, que dejó sus huellas, además de retrasar la grabación del disco: Ni una botella, todas tazas, confirma cáusticamente el bajista, con una frase que podría figurar en alguna futura canción. Se refiere a la mesa del bar donde transcurre la entrevista con Radar: ninguno ha pedido un trago. Hicimos limpieza agrega Mollo. Más allá de las inhibiciones alcohólicas, está hablando también de la salud interna de la banda: Ahora le ponemos más energía a la banda que a otras cosas, y no hay mucho que agregar. A diez años de su debut, Divididos parece haberle perdido el miedo a su propia música. Y en Gol de mujer se animó a incluir un tema que se llama simplemente Luca, mitad homenaje, mitad liberación de fantasmas que se negaban a dar la cara. |
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De qué hablamos
cuando hablamos
de público
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Por M.E.
Dentro la separación esquemática del rock nacional en los noventa (rock barrial versus rock/pop alternativo), Divididos es una rareza. Escapa a los extremos ideológicos. Su gente canta, en los shows Que se muera Cerati, a pesar de que Mollo los reta (acá eso no, yo no quiero que se muera nadie en mi casa). Y sin embargo, sus letras no comparten los lugares comunes de las bandas callejeras. Ejemplos sobran. La Renga canta: Ahí donde brinda la vida / en la esquina de mi barrio. Los Caballeros de la Quema necesitan: Un amigo nuevo / que la venda buena y barata. Los Piojos dicen que Diego Maradona lleva una revancha redonda en su pie / todo el país con él corriendo va. Attaque 77, le canta a la chica que siempre está sola en la cancha, mirando el partido: Dale bo / ponga huevos que acá no pasa nada.
Mientras tanto, los himnos de Divididos disparan consignas como sapo explota en San Martín / los domingos a las diez / sable recto en la estación / berretín de mayor (en la canción Paisano de Hurlingham). Una complejidad que recuerda a bandas más elegantes. O a ciertas complejidades más relacionadas con la literatura (Oliverio Girondo, Néstor Perlongher, por ejemplo). Y sin embargo, la bandera más grande la hinchada de Newells de Rosario lleva una foto de Arnedo, la misma que ilustró la tapa de La era de la boludez. Es que Divididos es síntesis. Por eso, quizá, no pertenecen a ninguna parte. Ellos, sin embargo, están cómodos en el lugar que los puso la gente. Y les sorprende que no sea fácil para la prensa incluir a Divididos en el compartimiento del rock barrial, con bandas como La Renga o Los Piojos o Attaque 77.
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Cuando se le dice a Arnedo que ni él ni Mollo escriben acerca de la mística del fútbol, la cerveza y la esquina del barrio, contesta: ¿Lo decís por cómo escribimos? ¿Por el estilo, literalmente? ¡Pero si todo eso está puesto, toda esa mística está! Son códigos barriales. Siempre anduvimos por ahí y andaremos por ahí. Yo soy muy futbolero. Quería ser jugador. Ahora, que hago vida sana, me voy a ir a probar a Atlanta, a las inferiores. Con los pibes. Y cuenta que, antes de su famosa pancreatitis y su tenebrosa visita a terapia intensiva, jugó un partido con chicos de once años: Fue vergonzoso. Me dieron un baile mortal.
Ricardo Mollo explica: Las letras hablan todo el tiempo de lugares adonde van los pibes que juegan al fútbol. Nuestro lenguaje es totalmente popular. Alma de budín es una canción acerca de un pibe de la calle que se sube al techo de los trenes porque es el lugar donde se siente libre: Parado de pecho / en el techo del tren / va la bala humana / cromado / como copa de campeón / de pingpong / razzias y atropellos en Sáenz Peña / noches de colado al volver / solo y salpicao / sin gabán, atontao / el campeón de pingpong. Como la escena de Titanic, pero de verdad. A mí me da ternura pensar que el tipo que se anima a eso tiene alma de budín.
Les gustan las bengalas y los cantitos en los shows (a veces los pibes son más creativos que nosotros, pelan unos cantos que no se pueden creer) y no le temen a la futbolización del rock. Es como todo: los pibes necesitan agruparse, necesitan identificarse con algo para largar la angustia. No tiene por qué ser malo. Mientras no sea una cosa de bailar sin escuchar, como decimos en 40 dibujos... Esa cosa de bailar como loco, ir a un lugar sólo por la descarga, sin saber quién toca. Cuando se les dice que eso pasa porque los recitales se van pareciendo más y más a una suerte de ritual para los chicos, ellos contestan: Por suerte, en nuestros shows no se da. Siempre es una fiesta. Lo que nos gustaría es que tengan respeto por ellos mismos: que no elijan ir a ver a una banda sólo por liberarse. Que la elijan porque les mueve algo la música. Que les importe.
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¿Por qué dedicarle ahora una canción a Prodan?
Mollo: Hay un montón de cosas que aparecen en este momento. Sin querer presentamos el disco el mismo día que hicimos nuestro primer show (10 de junio de 1988), en Rouge. Casualidades no hay. Por algo es que las cosas se toman su tiempo... Me acuerdo que aquella noche había mucha gente en el show, porque era el primero después del fin de Sumo. En el segundo no había nadie. Y salimos igual. Yo tenía fiebre ese día: volvía a cantar después de muchos años; era una presión demasiado fuerte y me mandó a la cama. En realidad, los 200 tipos querían verlo a Luca, y Luca no fue. El que sí estaba era Fito Páez. Le avisamos que tocábamos y apareció.
Luca no fue, pero durante toda una década su fantasma estuvo siempre presente. ¿Lograron por fin exorcizarlo?
Mollo: El fantasma de Luca.... Uff. Sí, lo exorcizamos. Es algo muy querido que por momentos se convirtió en una sombra. Y en una pesadilla. Ahora es como que estamos en paz. En 40 Dibujos... (primer disco de la banda) hay un tema dedicado a Luca. Pero no lo nombra expresamente. No sé si me voy a bancar escuchar a los pibes cantando Luca.... La verdad es que es un Luca desgarrador.
Arnedo: Pero creo que va a ser liberador. Cada uno de los pibes va a usar ese grito para liberar la parte fea de la muerte, de lo desaparecido.
Sumo era rock, pero podía ser de cualquier parte. El sello distintivo de Divididos, en cambio, es que hacen rock nacional. ¿La diferencia sólo pasa por la ausencia de Luca?
Mollo: No, es otro grupo, hasta por el número de integrantes. Con Luca había una fusión muy fuerte. Aprendimos muchísimo de él, y también Luca fue absorbiendo cosas argentinas. Lo nuestro es otra historia: el de Divididos es rock de acá.
¿Es necesario que el rock suene a argentino?
Araujo: Yo no sólo no tengo claro qué es hacer rock argentino. Ni siquiera entiendo eso del ser rockero. Hay tipos como Charlie Parker, que tenían actitudes super pesadas, hay montones de tipos que no tienen nada que ver con el rock y parecen representar como nadie el espíritu rockero. Y hay tipos del rock que a mí me interesan poco y nada. No tiene nada que ver con el estilo. Nunca me interesó qué estilo hacía Sumo.
Mollo: Nadie lo sabe, sólo los críticos de rock.
PAISANOS DE HURLINGHAM
Postal de un show de Divididos: año 1993, el Chango Spasiuk está por subir al escenario, invitado por la banda más exitosa de la temporada. Pero tiene miedo a la reacción que pueda generar cuando arremeta con su acordeón chamamecero. Ensaya una versión de El Toro (clásico de los clásicos del chamamé) y provoca un pogo que destruye prejuicios propios y ajenos. La aproximación de Divididos al folklore excede largamente esa anécdota. En dosis graduales, desde Haciendo cola para nacer (el tema que cerraba Acariciando lo áspero) fueron incorporando en sus discos elementos telúricos. Propios o prestados. El guiño se ha vuelto más ostensible en Gol de mujer. El padre de Arnedo es Mario Arnedo Gallo, un prócer entre los compositores folklóricos. En cuanto a Mollo, el origen de la afinidad es menos conocido: Mi hermano mayor, Omar, era una estrella del folklore en Pergamino. Los recuerdos que tengo de Pergamino son de asados interminables, de guitarras, de zapateos.
Da la sensación de que, en Divididos, el folklore se expresa a través de dos vertientes: una graciosa (como en Clavador de querubín) y otra supuestamente seria (como Vientito de Tucumán).
Mollo: Es que el folklore es así: música de campo, la gente se divierte, se pone a llorar, y todo lo expresa a través de la música. Cuando hacés una letra con humor piensan que te tomás el folkore en joda. Y no es así.
Arnedo: Igualmente hay una poderosa vertiente en el folkore que toma lo picaresco, eso de la viveza criolla. Nosotros lo agarramos por ese lado, y a nuestra manera.
Cuando hacen una baguala surge enseguida la asociación con el blues...
Arnedo: Son lamentos, uno y otro. No sé a quién le preguntaron alguna vez qué era el blues y dijo gente buena sintiéndose mal. La baguala también tiene algo de eso.
Soledad parece todo lo contrario.
Mollo: Qué sé yo. Todo bien con ella. ¿Te acordás cuando salió Marcelito Marcote?
Arnedo: Habrá que ver cuánto le da al folkore y cuánto al mundo del espectáculo.
Mollo: Acá en Buenos Aires hay una cosa de vergüenza hacia el folklore. Pero nosotros somos un grupo creíble, y hacemos rock. Y si intentamos hacer otra cosa también nos van a creer. Cuando los pibes vieron al Chango tocando El toro, una cosa supertradicional, a todos les salió el sapucay de adentro. ¿Quién no compra un chamamé a 400 watts? Nosotros fusionábamos Roadhouse blues de The Doors con un chamamé, y era lo mismo. Los pibes gritaban Argentina, Argentina y terminaban cantando en inglés.
YO QUIERO A MI BANDERA
En los shows de Divididos conviven banderas argentinas y del Che Guevara, un nacionalismo naïf mixturado con la reivindicación del guerrillero como icono (casi) rockero. Un cóctel antes impensable para el rock nacional. Producto, según Mollo, de un ejercicio liberador que se manifiesta recién en esta generación: En nuestra época ni siquiera existía eso de poder gritar en los conciertos. Se va yendo el miedo y la gente se manifiesta. Por ahí algunos percibieron allí un nacionalismo raro con el tema de las banderas. Yo entiendo ese prejuicio, porque un sentimiento sano corre el riesgo de convertirse en eso mismo que odiás. Ejemplo: cuando en los shows de Divididos el público canta el que no salta es un inglés, la banda arranca con Light my fire. Dice Mollo: Como para decir déjense de joder, si musicalmente todos venimos de ahí... Creo que, en el caso de los pibes, la cosa pasa por generar un antagonismo. Una necesidad de reafirmar algún nacionalismo que no tienen claro. Lo tienen que gritar para poder creérselo.
A buena parte de la generación de músicos a la que ustedes pertenecen la bandera argentina le ha provocado siempre cierto rechazo...
Mollo: Sí, pero ves la camiseta de la selección y no te rayás, porque está asociada a la pasión. Pasa que la bandera argentina está asociada a la mierda, con ese sol con cara de orto... Los pibes no tienen esa carga. Pero yo sí: cuando veo una, me acuerdo de la base de El Palomar. Era ver salir esa bandera y preguntarse: ¿Hay guerra, qué pasa?. Una paranoia total. Los milicos se apropiaron del símbolo.
¿Por qué se producen hechos de violencia en los shows de los Redondos y no en los de Divididos o La Renga, aun cuando comparten gran parte de público?
Mollo: No creo que los Redondos tengan la culpa de nada. Están atravesando un momento de mierda. Es jodido que un grupo no pueda tocar porque se arma quilombo. Pero creo que se ensañaron con los Redondos, porque vas a una cancha y también hay despelote.
Arnedo: Yo siento que los están boicoteando, porque no pasa con otros grupos. Nosotros tocamos en Buenos Aires Vivo para cien mil personas y no pasó nada. Y era gratis. Creo también que pasa un poco por esa historia de sentirte el dueño de la hinchada. Eso es algo que viene del fútbol y es peligroso. Los que hacen el aguante, pero después solamente se lo hacen a ellos mismos y terminan cagándote.
¿Fue casualidad que en el festival de las Madres de Plaza de Mayo en Ferro se juntaran las bandas que se juntaron (Los Piojos, La Renga, Los Caballeros de la Quema, A.N.I.M.A.L., Attaque 77, Rata Blanca, León Gieco, Actitud María Marta y Divididos) y no otras?
Mollo: Quizá llamaron a determinados grupos y dejaron afuera a otros para evitar quilombo. Lo que no es muy bueno, porque habla de la poca confianza que tienen los organizadores en la madurez de la gente. Tal vez sea difícil la convivencia, porque siempre salta un boludo a decir: Qué hacés acá, si vos sos concheto.
Hay quienes critican la intromisión del rock en la política, argumentando que lo artístico no debe mezclarse con lo ideológico...
Mollo: Si vamos a juzgar por el festival de las Madres, pienso que hubo un error en el discurso de Hebe a los chicos. Estábamos ahí arriba y nos miramos entre nosotros, porque no estábamos para nada de acuerdo con eso de instar a los chicos a la lucha armada. Cuidado, pará un poco, porque era la palabra de una madre a un hijo. No deja de ser un mandato. Nos preguntamos en qué estábamos participando. A ellas les mataron los hijos, pero no hay que hacer que mueran más personas. No sé cuál es el método para deshacerse de esta política que somete cada vez más a la gente, pero las armas no son el camino. No apoyo la violencia de ningún tipo.
¿Y qué opción política les parece viable?
Arnedo: A los políticos no les creo nada.
Mollo: La mano masificación no me interesa. Para que haya una salida, tendría que desaparecer primero la clase política. Es jodido decir: Este tipo me va a salvar. No quiero más paternalismos. |
Hay una poderosa vertiente en el folkore que toma lo picaresco, eso de la viveza criolla. Nosotros lo agarramos por ese lado, y a nuestra manera. Y con la baguala... No sé a quién le preguntaron alguna vez qué era el blues y contestó: Gente buena sintiéndose mal. La baguala también tiene algo de eso.
DIEGO ARNEDO |
Todavía me acuerdo de aquel primer show hace diez años. Yo tenía fiebre: volvía a cantar después de muchos años; era una presión demasiado fuerte y me mandó a la cama. Había mucha gente, porque era el primero después del fin de Sumo. En realidad, los tipos querían verlo a Luca, y Luca no fue. Al segundo show no vino nadie. Pero nosotros salimos igual.
RICARDO MOLLO |
Yo no tengo claro qué es hacer rock argentino. Así como no entiendo eso del ser rockero. Hay tipos como Charlie Parker, hay montones de tipos que no tienen nada que ver con el rock y parecen representar como nadie el espíritu rockero. Y hay tipos del rock que a mí me interesan poco y nada.
JORGE ARAUJO
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