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Desde las butacas se puede imaginar fácilmente el frío y la pobreza de aquella tierra lejana en el tiempo y el espacio. A Singer le gustaba presenciar ensayos, ver a los actores caminando por el escenario, hablando en voz baja, aún inmersos en sus identidades reales, memorizando el texto y preparándose para encarnar a demonios y pecadoras. Ya lo decía en su memorable cuento The lecture: Ningún director escénico podría haber hecho un mejor trabajo o reproducir tan bien esa clase de momentos de miseria del viejo país.
Kado Kostzer conoció a Bashevis Singer personalmente en una de las cafeterías de las que el escritor era devoto, en la Nueva York de los años 70. Pasaron un par de años antes de que lo leyera por primera vez -y no pudiera parar, como todos- e hicieron falta otros veintiocho para que finalmente trasladara al castellano esta obra que triunfó en Broadway y en Italia. La trama es Singer puro: Yoel simula ser un demonio para poseer a Taibele, y la mujer virtuosa se enamora perdidamente del falso demonio, justamente por lo que tiene de diabólico. Cuando Kostzer le mencionó a Singer la palabra Argentina, el escritor se agarró la cabeza en un típico oy, oy, oy de desmanes y desgracias. Pero lo cierto es que Bashevis le ha dedicado a la Argentina más de un cuento -como muestra, allí está La colonia, en el libro El amigo de Kafka- y al menos una novela, Escoria.
Rubén Stella está tomando por la cintura a Victoria Carreras y Oscar Ferrigno hijo se ha retirado de la escena. Mientras tanto, Kostzer señala qué partes del cuento de Bashevis ha respetado al transformarlo en teatro. El libro al que pertenece el cuento, Una boda en Bronswille, tiene cinco relatos -llenos de sangre, pasión y misterio- perfectamente adaptables a producciones cinematográficas con escenario en el campo argentino. Pero Kostzer ya no puede imaginar libremente como un despreocupado lector: tiene en sus manos un cuento adaptado por el propio autor, desde 1984 viene releyendo la Cábala y la Biblia para potenciar las aristas metafóricas del relato, y ahora debe poner en escena los entramados pasionales que Bashevis teje como nadie: la piedad por los lujuriosos, la debilidad del engañador, el placer del engañado, la oculta superstición judía, el poder erótico de los demonios, las debilidades físicas y la gloria mágica del amante sexual, y la pesada mirada de Dios sobre sus desconcertadas criaturas.
La obra de Singer suele visitar lo sobrenatural. Pero en este cuento, los demonios están todo el tiempo convocados, sin que aparezcan nunca.
-La obra me gusta precisamente por eso: porque trabaja el mundo de la ilusión. Taibele es un personaje que muere por una ilusión. A diferencia del cuento, donde el que muere es Yoel, aquí Taibele sigue insistiendo hasta el final con que ella amó a un demonio. Y no hay nada que la haga cambiar de idea. Ella sigue ilusionada, a pesar del engaño de él. Como dice el rabino: El engañado y el engañador son socios. Al menos en este caso.
En el cine y la TV aquellos que mentan lo sobrenatural suelen ser castigados. Pero, cuando Singer lo hace, uno no puede parar de leer...
-Creo que tiene que ver con la gran calidad, con su precisión en el lenguaje. Hay que entender que sus textos resisten la traducción del idish al inglés; y nuevamente del inglés a la traducción al español, a veces pésima. Es esa calidad la que convierte a cualquier tema en un tema mayor. A mí me interesa mucho lo visual; pero con Singer me pasa que la potencia del texto es tal que lo visual pasa a un segundo plano. Me quedo escuchando el texto. Y los actores están igual de fascinados. Cada vez que debemos sacar una palabra, porque nos obliga la dinámica de la obra, es una ceremonia de duelo.
En su puesta hay un par de escenas con una chica cantando, acompañada por un violinista.
-Son dos personajes de Chagall que puse en escena. Lo mismo pasa al final, con esa imagen del cementerio, que también es de Chagall. La idea era usar las escenas de la chica cantando y el violinista como nexo entre el primero y el segundo acto.
¿El fin del siglo XX permite tramas tan intensas como ésta?
-Yo creo que en nuestros tiempos banalizaron estas historias. Por otra parte, esta historia está tan pegada a su aldea, a esa época, que me resulta imposible pensarla en cualquier otro lugar u otro tiempo.
La obra también trabaja sobre el bagaje de superstición que había entre los judíos de entonces...
-Sí. Esa superstición tal vez quedaba oculta por lo que el judaísmo tiene de religión evolucionada, monoteísta. Pero ahí están los exorcismos, los demonios. Pero lo que me lleva con mayor fuerza hacia Singer es su compromiso con la narración. No podría dirigir una obra que no cuente una historia. Y Singer contaba contra viento y marea: contra los progresistas de la época que le exigían compromiso social, o contra los tradicionalistas que lo criticaban por meterse con la lujuria. Yo acentué lo narrativo y lo erótico de la obra.
Singer se enojó mucho con Barbra Streisand por lo que le hizo cuando adaptó Yentl al cine. ¿Qué piensa que diría sobre esta puesta?
-No tengo la menor idea. Pero he tenido la suerte de que la mayoría de los autores con los que he trabajado quedaran muy conformes. Soy muy respetuoso del espíritu de una pieza. Me pongo a su servicio. No acepto a los directores que dicen: Voy a hacer Romeo y Julieta sin romanticismo. ¿Por qué no hacen otra cosa? Nunca trataría de contradecir la historia que el autor me está contando.
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