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Esas paradojas y esos límites recorren la vida de Horacio Zabala tanto como su obra. Nacido en 1943, estudió arquitectura, se especializó en diseño urbano y, como artista plástico, integró el Grupo de los 13 nucleados alrededor del CAyC (Centro de Artes y Comunicación) a comienzos de la década del 70. Algunos años antes, en 1968, había realizado su primera muestra. En 1976 la dictadura militar lo obligó a exiliarse y fue a vivir a Roma. En 1992 se mudó a Ginebra. En 1994, como arquitecto de una misión humanitaria de las Naciones Unidas, partió a Africa con el objetivo de construir varios campos de refugiados, y allí presenció el tercer genocidio del siglo XX: la masacre entre tribus ancestralmente enemigas, en Ruanda. El impacto que le causó esa experiencia fue profundo: además de los campos de refugiados, se vio obligado a construir también numerosos cementerios. |
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Con motivo de un trabajo de restauración edilicia que lo trajo a vivir temporariamente en Buenos Aires, Zabala pudo estar presente para la inauguración que le dedica el Museo de Arte Moderno de esta ciudad (San Juan 350) a una muestra antológica de sus trabajos, que estará en exposición hasta el 5 de julio. En ella se pone en evidencia que el punto de partida de cada imagen de Zabala es siempre un elemento legible y reconocible como tal. De allí que el artista haya utilizado, a lo largo de su obra, las convenciones de la arquitectura y de la cartografía, la imagen de los diarios, así como varios elementos de la vida cotidiana.
Zabala dice que no quiere encriptar su trabajo como artista. Sobre la base de algo conocido y fácilmente legible para el espectador, aplica ciertas modificaciones a las obras. El trabajo del artista consistiría en sumar un plus poético y reflexivo a la vida diaria, sostiene. Zabala busca ese plus a través de transformaciones formales, estilísticas y conceptuales de la cotidianidad. Como artista, debo conocer mis restricciones, incluso las que me autoimpongo. En mi caso, los límites no vinieron de afuera sino que los puse yo mismo. Es una especie de moral del artista.
En su obra, la palabra tiene un rol decisivo.
-A mí siempre me interesó la palabra tanto como la imagen. Muchos de mis trabajos se componen de objetos, imágenes y palabras, porque para míla imagen se relaciona más con cuestiones emotivas y la palabra con una situación de reflexión y de crítica.
Sin embargo, en su serie de diarios, donde la palabra podría ser el centro de la obra, pierde nitidez y desaparece.
-También allí uso un objeto standard como punto de partida: algo masivo y reconocible. Tomo un diario cualquiera (siempre alguno con el que me una alguna relación de afinidad, aunque sea circunstancial), de la Argentina, Italia, Francia, Alemania o Estados Unidos y copio la estructura de una página. Luego convierto en imagen algo que normalmente leemos. Y, si por una parte imposibilito la lectura convencional del diario, por la otra habilito otras lecturas netamente visuales. El tema me interesa por la dosis de comunicación e incomunicación simultánea que tiene todo diario, así como por la idea de ficción y no ficción.
¿De ahí la idea de la copia de una copia para producir un objeto original?
-Algo así. Y, al mismo tiempo, un juego lingüístico. Yo copio y modifico el diario en un gesto de apropiación similar al que hace cualquier lector, que siempre construye su propio diario y hace su propio recorte: con las partes que lee y las partes que decide no leer, de uno y otro diario. A partir de este trabajo, que comencé hace doce años, se me fue ocurriendo la idea de ir más allá, y empecé a proyectar diarios a futuro. Por ejemplo tomo las medidas de un ejemplar de Página/12 y diseño la distribución de los títulos y la foto de tapa de acuerdo con un criterio propio. Y le pongo una fecha futura. Pero, en vez de vaticinar los contenidos (algo que uno estaría tentado de hacer), yo me adelanto a la distribución de los elementos en la página. También he hecho páginas de diario canceladas o censuradas. Y, en algún caso, he transformado el diario en un objeto inalcanzable, al enmarcarlo y colgarlo en un estante a más de dos metros y medio de altura.
A propósito de la censura, también aparece como tema en otras obras suyas.
-Sí, es el caso de un par de libros de arte y literatura censurados por mí: uno de Romero Brest y otro de Edgar Bayley, el poeta. Quería mostrar la ceguera de la censura que se ensaña con cualquier cosa, lo ignorante e inculta que es. Traté de ubicarme en el lugar del poder que censura: si ese poder hubiera sido culto, debería haber censurado tanto el libro de Romero Brest como el de Bayley.
La muestra del Museo termina cronológicamente con un trabajo en marcha que usted comenzó hace un año en Ginebra.
-Se trata de una obra que se muestra por Internet (en el site www.ciudad.com.ar), pensada por mí pero producida por el Centro para la Imagen Contemporánea de Ginebra. Por eso está en francés. Es una obra colectiva, por lo tanto trata la problemática relación que se establece entre el artista y la obra. La propia Internet constituye de hecho un cuestionamiento a la propiedad intelectual y el derecho de autor. Esta obra exige la participación del usuario: se trata de una página de la Web que se abre con diez preguntas en torno del arte. Investigué hasta donde pude todos los libros que, sin límites de época, dieran respuesta a estas preguntas. Cada respuesta se convirtió en una cita. En total completé mil citas de 560 autores. Paralelamente, cada usuario puede intentar una respuesta a cada pregunta y, automáticamente, su respuesta firmada pasa a formar parte de la colección de citas ordenada alfabéticamente. Es una especie de democratización del saber a partir de la interactividad.
¿Tiene alguna relación con el libro suyo que va a publicarle en breve la Universidad de Rosario?
-En cierto sentido. El libro es un texto teórico que va a llamarse El arte o el mundo por segunda vez, y resume los temas que siempre me han interesado. Se apoya en una estructura triangular: la obra de arte, el artista y la sociedad. En ese triángulo hay muchas interrelaciones, definiciones, funciones, cuestionamientos, etc. En el medio surgen preguntas sobre la naturaleza del arte, las instituciones mediadoras, la globalización, la tecnología, el proceso creativo, la pérdida de la nociónde contemplación de la obra de arte, la aceleración del tiempo y mi pasión por la lentitud y la desaceleración. Sería interesante, ahora que lo pienso, cruzar las preguntas que plantea el libro con las de la página de Internet.
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