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En 1994, Ken Loach filmó Ladybird Ladybird, la historia de una madre soltera que entabló una virulenta lucha contra el estado conservador por la posesión de sus hijos. Basada en un caso real y con una descomunal actuación de la actriz Crissy Rock en el papel protagónico, la película -inédita en la Argentina, el martes se la podrá ver en el marco de una retrospectiva dedicada al realizador- es uno de los mayores logros del realizador de Riff Raff y Como caídos del cielo.
Antes de algunas películas y muchos telefilms suele aparecer un cartel. Basada en un caso real, se lee allí. En Hollywood se lo usa como modo de legitimación: Si es real, es más serio que una mera ficción. Tratándose de una película de Ken Loach -el cineasta inglés que supo hacer del realismo no una fórmula sino una manera de ver las cosas y la gente-, el cartel puede parecer redundante. Salta a la vista que la gente que aparece en las películas de Loach está basada en gente real. Y que las cosas que les ocurren -trabajar en negro en una obra en construcción, soportar el atropello de los empleadores, transpirar la camiseta para poder comprarle un vestido de comunión a la nena- les pueden ocurrir a cualquiera.
Sin embargo, Ladybird Ladybird, que Ken Loach filmó en 1994 (justo después de Riff Raff y Como caídos del cielo; poco antes de Tierra y libertad y La canción de Carla) empieza con el consabido cartelito. ¿Acaso Loach se puso redundante? No, ocurre que es tal la sucesión de desgracias que llueven sobre la protagonista de Ladybird Ladybird que, si el cartel no apareciera de entrada, más de uno podría pensar que al realizador más sobrio del cine contemporáneo le dio un definitivo y terminal ataque de melodrama. Luego de haber sido testigo de los salvajes castigos que su padre alcohólico propinaba a su madre, luego de haber sufrido abuso infantil, a la protagonista de Ladybird Ladybird le toca, de adulta, repetir la misma suerte. Tras un episodio de violencia familiar que la lleva a pedir refugio en un centro asistencial, Maggie comete un grave error: deja a sus cuatro hijos solos y bajo llave. Lo pagará trágicamente. A partir de ese momento, el Estado la pone en la mira acusada de que es incapaz de cuidar a sus hijos. Maggie no afloja y el Estado conservador tampoco. Así, Ladybird Ladybird se convierte en el registro de las hostilidades crecientes, de la violencia incluso, entre una dama de hierro y el orden de cosas que otra Dama de Hierro dejó como herencia.
Ladybird Ladybird ganó el Oso de Plata en el Festival de Berlín y su protagonista, la actriz Crissy Rock, se llevó otro premio de allí. Sin embargo, la película permanecía inédita en la Argentina. Hasta ahora. El martes próximo habrá ocasión de subsanar esa falta cuando el film se exhiba en el British Art Centre en el marco del exhaustivo ciclo dedicado a Ken Loach que viene teniendo lugar desde comienzos de mes. Como parecería que ninguna felicidad puede ser del todo completa -y como a Ladybird Ladybird no le sienta mal alguna pequeña desgracia- la película se exhibirá sin subtítulos. Colapso menor, teniendo en cuenta que las poderosas imágenes de la película hablan mil veces más claro que el cerrado acento liverpoolense de su protagonista.
LOS HECHOS Y LAS COSAS Maggie tiene hijos, el Estado se los saca. Maggie se deshace en lágrimas. Grita, patalea, amenaza, putea, la emprende a golpes contra los impasibles burócratas. Sólo una cosa impide que Ladybird Ladybird sea un folletín excesivo y lacrimógeno. Ya se dijo: está dirigida por Ken Loach. Como en Riff Raff o cualquiera de las otras (con excepción de la formulaica La canción de Carla) la impresión de realidad, de cosa auténtica que produce el film es absoluta. Maggie y todos los demás no parecen personajes de película sino apenas gente a la que la mirada del realizador dignifica.
Si Ken Loach (Warwickshire, 1936) fuera el dogmático panfletarista que algunos suponen que es, el asunto en el que se basa Ladybird Ladybird (y que la guionista Rona Munro le acercó en algún momento de 1994) le hubiera venido como anillo al dedo para convertirlo en caso testigo de la insensibilidad social de las políticas conservadoras. Madre soltera de clase baja, a Maggie no se le ocurre nada mejor que juntarse con Jorge, refugiado político paraguayo sin papeles en regla (advertencia: el actor que hace de paraguayo es chileno, lo que puede dar lugar a alguna ligera disonancia). Maggie parece la víctima propiciatoria perfecta para que el Estado conservador se arroje sobre ella intentando apropiarse de sus cuatro niños sin padre; pero Loach -que jamás vio a sus personajes como meras representaciones sociales- observa a la protagonista en su individualidad, registra cada uno de sus gestos y matices, la singularidad de su conducta. Se ve ayudado, sin duda, por la descomunal actuación de la regordeta Crissy Rock a quien su total inexperiencia como actriz le permite comportarse frente a la cámara como un nervio desnudo, un órgano indomable. Como si no hubiera cámara ni actriz.
Hay una cámara, claro; y Loach la usa de la mejor manera, observando todo desde una distancia pudorosa, como si esa lente no fuera más que un convidado de piedra. Si en algo consiste el tantas veces mentado realismo de Ken Loach es justamente en eso: sus instrumentos de registro parecen sentir un respeto reverencial por los hechos y las cosas. A diferencia de la mayoría de sus colegas, Loach no invade lo real; se acerca a ello con pudor, casi con timidez. Pero yendo al grano: como buen inglés, el realizador de Riff Raff es sobre todo pragmático. Traté de transmitir experiencias muy poderosas, emociones sumamente elementales, declaró a la revista inglesa Sight and Sound en noviembre de 1994. Intenté hacerlo de la manera más directa que fuera posible.
EL HORROR, EL HORROR Hay una cámara, y hay también una dirección de actores. Que no se note, que el propio realizador aspire a que toda técnica pase inadvertida, no quiere decir que no la aplique. La dirección de actores según Loach pasa por instigar la espontaneidad, y es posible que su trabajo con Crissy Rock en Ladybird Ladybird sea su logro más acabado en este terreno. La técnica de Loach es semejante a la de su compatriota Mike Leigh, el de Secretos y mentiras: ocultarle al actor partes del guión. Obviamente, Crissy no sabía todo el tiempo qué iba a ocurrir, explica Loach. A veces, ella reaccionaba visceralmente. Le hacía conocer el guión de a poco, de tal manera que la mayor parte del tiempo ella sintiera que era improvisado. Pero estaba todo en el guión.
Allí están los picos dramáticos de Ladybird Ladybird para mostrar el resultado de esta técnica, con Crissy Rock corriendo desesperada al enterarse de que se produjo un incendio en el lugar en el que habían encerrado sus hijos. O desatando una batalla campal en la increíble escena en que los asistentes sociales llegan hasta el pie de su lecho en la maternidad, para llevarse el hijo que acaba de dar a luz. Sabiamente, Loach registra esa locura en vivo, sin cortes de montaje, dándole al caos el mismo perfume que tendría en la realidad. Pero sin agregarle el menor énfasis: Traté de no aumentar artificialmente la violencia, de no cargarla con música. Nada que pudiera hacerla distinta de lo que es de por sí. La filmé como si yo también fuera un observador horrorizado por lo que estaba pasando.
El resultado es Ladybird Ladybird. Una experiencia en crudo, sin aditamentos ni florituras: aquello que la realidad alguna vez supo ser antes de volverse virtual.
Ladybird Ladybird
se exhibirá en el British Art Centre
Suipacha 1333 el martes 30 a las 17, 19 y 21 horas.
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