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| "Cuando nació el último hermano de Copi y su madre volvió del sanatorio con el bebé, llegaron para arrestar al padre -los metieron a todos en un cuarto, Copi incluido-, y fue él quien envolvió un mensaje en un cenicero y lo tiró por el pozo de luz al portero, para que éste le avisara al padre que no subiera. Ahí uno se da cuenta de la fidelidad de Copi; es un poco como el Tamborcito de Tacuarí." |  |
| "Copi tuvo que hacer un doble trabajo de incorporarse y luego ser aceptado por una cultura diferente de la nuestra. Su trabajo no era fácil de seguir para una mentalidad francesa, por eso fue aceptado primero por los disidentes, gracias a que Le Nouvel Observateur empezó a publicar La mujer sentada y a que siempre ofreció una percepción muy fuerte de su realidad, catárticamente y a borbotones." |  |  | "Copi no era una persona que tuviese problemas reivindicatorios ni morales, o que necesitara defender lo gay. Al contrario, rechazaba todas esas cosas que ghetificaban. No se planteaba ninguna explicación acerca de por qué su deseo era homosexual. Por supuesto que cuando había que validar una protesta o una situación injusta, estaba ahí, pero no se enrolaba en ninguna organización homosexual. Copi estaría revolcándose por el piso en estos tiempos. No entraba en esa ideología." | | "Cuando estábamos ensayando La mujer sentada él aparecía cada dos por tres, y se divertía como loco. Le gustaba hablar con quien actuaba en sus obras. Y en este caso creo que se sorprendió de que Alfredo Arias tomase todo aquel material y lo transformara en una obra. Sobre todo porque no se acordaba demasiado de las historias que había parido en la tira. Estaba contentísimo de que se hubiese rescatado algo que él consideraba perdido. Y, además, nunca pensó que La mujer sentada pudiese hacerse en el teatro." |  |
"Cuando Copi vivía en Montmartre iba seguido a un boulevard donde había una de esas ferias de atracciones. Había comprado baratísimo un pañuelo muy lindo, con unos amarillos, rosas y celestes, que le quedaba fantástico; era muy elegante en el vestir. Yo le dije: ¡Qué lindo pañuelo, Copi!. Y él me contestó: ¿Te gusta? Te lo regalo. Y me lo puso al cuello, con un cariño... Todavía guardo ese pañuelo; era algo que no estaba elegido en una boutique de lujo. Copi tenía ese poder de privilegiar ciertas cosas, de rodearlas de una gran poesía."

"Creo que me sería imposible tener una aproximación intelectual a Copi. No puedo separarlo a él de sus obras: el material con que trabajaba venía directamente de sus experiencias en la realidad, deformadas por su ironía y su delirio. Por eso la estructura dramática de sus obras es caótica: como si construyera pasos de vaudeville o escenas de music hall. Verlo actuar era una experiencia casi de laboratorio. Y, al mismo tiempo, resultaba enternecedor, porque era muy chiquitito, flaquísimo, y narigón como un Patoruzú disecado... En las puestas en que actuaba él, estaba rodeado de gente que se bancaba su delirio y encauzaba su desorden, para que eso se transformara en una obra teatral que se pudiera repetir todas las noches." |
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