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Lo que McDonalds se llevó
En los muros exteriores de la Universidad de la Sorbona no hay una sola proclama, ni reivindicación, ni protesta, ni siquiera el anuncio de un concierto de rock. El legendario cuadrado de las barricadas situado entre el Jardín de Luxemburgo y la Sorbona, donde la noche del 10 al 11 de mayo de 1968 se produjo uno de los mayores enfrentamientos entre los estudiantes y la policía, está limpio como el patio de una iglesia. Los adoquines fueron reemplazados por el asfalto, las librerías y los bares célebres por boutiques o casas de video. La zona es hoy el imperio de los promotores inmobiliarios y de las grandes multinacionales de la apariencia (Benneton, Celio, Levis) o de la comida rápida norteamericana: las dos mejores esquinas, frente a una de las entradas del Jardín de Luxemburgo (que las fotos del 68 muestran en plena efervescencia) son hoy la sede de un McDonalds y un Burger King. Allí van a comer los estudiantes de la Sorbona, muchos de ellos hijos de los que levantaron los adoquines de la Rue Guy Lussac hace 30 años.
El mejor retrato del París de hoy cabe en una frase publicada por Libération en una encuesta de hace doce años acerca del Mayo Francés: El 86 es el 68 al revés. Con algunas acrobacias gráficas, al 98 le va el mismo concepto. La fábrica de autos Renault en la periferia de París, aquella vasta isla de Boulogne Billancourt, escenario de la imagen de Sartre parado encima de un tanque hablándoles a los obreros y sede del encuentro entre el mundo estudiantil y los obreros, espera hoy un destino más acorde con el liberalismo. De la fábrica, ni señales. De los bares anarquistas y marginales sólo queda el recuerdo. El café allí vale lo mismo que en el centro de París y lo que antaño era barato fue tragado por la especulación inmobiliaria. Los únicos bares con precios discretos son cadenas nacionales -ÇA IRA- decorados al mejor estilo de Los Angeles o Nueva York. París dejó en el tiempo su revolución callejera. A los clochards se los llama ahora SDF (Sin Domicilio Fijo); no son ni rebeldes y rara vez están borrachos: se quedaron fuera del sistema, sin trabajo y sin casa.
En las fotos blanco y negro del Mayo Francés, París tiene una pátina romántica, pero el Quartier Latin modelo 98 es una muestra en pequeño del gran Primer Mundo: apenas queda, en el ángulo del Boulevard Saint Germain y Saint Michel, el inmortal Cluny. Uno de sus viejos dueños se acuerda y admite: Si cierro los ojos y pienso en esta misma esquina hace 30 años, cuando los abro no puedo creer que esto sea París.
La sede simbólica del Mayo Francés, la Universidad de Nanterre, es apenas un vestigio con jirones de recuerdos. En los interminables corredores que unen los edificios A y E algunas pintadas testimonian aún algo de la efervescencia de esos años, pero los enfrentamientos ideológicos se reducen ahora a proclamas llamando a los estudiantes a votar en las próximas elecciones universitarias o a unirse al movimiento de los desempleados y de los inmigrados sin papeles. André Legrand, el nuevo presidente de París X (así fue bautizada Nanterre), reconoce que a la Universidad le quedó pegada la etiqueta de un establecimiento de izquierda y contestatario. La ex Nanterre está en crisis: 35.000 estudiantes para una capacidad de 20 mil (El monstruo es ingobernable, comenta Alain, miembro de la Asociación Estudiantil). Nanterre la roja enterró hace mucho su pasado revolucionario: el 48% de los estudiantes provienen de los barrios ricos o muy ricos de París y sus alrededores.
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