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Vale decir


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Las películas de box suelen ser películas de tesis. No sostienen muchas tesis, sino solamente una: el box es una carnicería legalizada, los boxeadores son seres desdichados en manos de rufianes siniestros, el público exhibe morbo y bajeza y un deporte así debe ser prohibido. Esta nota podría terminar aquí, ya que ha revelado la motivación final (en las novelas policiales clásicas, se sabe, las arduas cuestiones de la vida suelen reducirse a un asesinato y al develamiento de dos claves: móvil y oportunidad) de los films de box. Ocurre, sin embargo, que esa tesis -la prohibición del boxeo- ha sido colocada al servicio de notables films que han sido tramados a partir de ella.


Ocurre, además, que es una tesis poderosa, que se opone al desarrollo de uno de los más redituables negocios de este mundo y a una de sus grandes pasiones: ver a dos tipos rompiéndose la cara sobre un cuadrilátero.
PRIMER ROUND Creo que los dos mejores films de box se filmaron uno en los cuarenta y otro en los ochenta. Los dos son contemporáneos de nosotros. Ya no hay films que no sean contemporáneos. Me refiero a esto: casi todos están a la mano. Cuando yo era pibe no había visto El luchador (The Set-Up, Robert Wise, 1949). Y nunca pude verla. No había cómo. No existían videoclubes especializados en clásicos. Hoy, El luchador está a la mano de cualquiera. De cualquiera que se tome el trabajo de buscarlo. La historia del cine está a la mano si uno la estira, tantea, busca. Terminará encontrando. Hay films de los 40, de los 50, 60 o 70 y todos pueden ser vistos hoy. Quiero decir: ninguno de los films que mencionaré en esta nota es arqueológico. El que los quiera ver (como natural prolongación y complemento de la lectura) habrá, seguramente, de encontrarlo.
En 1949 se filmaron dos grandes películas de box. Es inusual que esto ocurra. Creo que jamás volvió a ocurrir. Además, antes de estas dos películas no se habían hecho producciones recordables. Sólo una, hasta donde yo sé: El campeón, con Wallace Beery y Jackie Cooper, que dirigió King Vidor (y que sufrió, en los 70, una de las más lamentables remakes de la historia: la que dirigió Franco Zeffirelli, con Jon Voight y el niño Ricky Schroeder). Hay un motivo por el que no vi El luchador. La peli se estrenó -aquí, en la Argentina- en 1950 y los que éramos niños en 1950 veíamos otra peli de piñas más exitosa, la que veían todos: El triunfador (Champion, Mark Robson, 1949). Fue la consagración desmesurada de Kirk Douglas. Algunos norteamericanos dieron en considerar a Kirk el arquetipo de la masculinidad. Pero no es El triunfador la primera de mis dos grandes pelis de box. Es El luchador, la que vieron pocos, la que vi de grande. Y la otra es Toro salvaje (Raging Bull, 1980, Martin Scorsese). Es decir, la otra no podía ser otra.
EL TRIUNFADOR Kirk Douglas es Midge Kelly. Midge no es un buen tipo. Esto no es usual en los films de box. En casi todos el protagonista es bueno y víctima de villanos que lo explotan y lo engañan. Acá no: Midge Kelly es una basura. O es muy azaroso que a uno pueda resultarle simpático. Más aún si lo hace Douglas, con esa exasperación de la petulancia y el machismo. Quiere trepar y no se detiene ante nada. Enamora a dos mujeres que en los cincuenta devastaban algunos corazones. Una rubia y otra morocha. La rubia era Marilyn Maxwell, que fue arrasada por la otra Marilyn, que no era la otra sino la única Marilyn, y por Jayne Mansfield. La Maxwell era torpe y algo desarticulada. Hoy, cualquier travesti la supera en femineidad y encanto. Y la morocha era Ruth Roman, que acompañó a Gary Cooper en una de cowboys, que filmó bajo Hitchcock en Extraños en un tren (Hitch y Truffaut hablan pestes de la pobrecita en sus conversaciones) y que tenía lindos hombros. (Soy muy sensible a las mujeres con lindos hombros, tal vez por eso aún recuerdo a Ruth Roman.) Ambas, de todos modos, estaban al servicio de las ruindades de Kirk. Sólo eso. Kirk se las volteaba (cosa que no se veía, porque esas cosas no se veían en esos años), se las volteaba a las dos y luego las olvidaba porque sólo se amaba a sí mismo y quería ser campeón y romperle la cara a todo el mundo. Midge Kelly (Kirk) tiene un hermano lisiado. Se llama Connie Kelly y el actor que lo hace es uno de los más grandes que dio Hollywood, nominado cinco veces al Oscar y jamás triunfador. No era un triunfador. Era Arthur Kennedy (no George: Arthur Kennedy). Connie es rematadamente bueno y tolera todas las maldades de su hermano Midge. Además, tiene un entrenador de lujo: lo entrena el mayordomo de Charles Foster Kane. Supongo que todos recordarán al mayordomo de Charles Foster Kane, el que narra el tramo final de El ciudadano. Se llama Paul Stewart y en El triunfador interpreta a Tommy Haley, el tipo que entrena a Midge. Sería difícil elucidar qué es más denigrante: servir a Charles Foster Kane o entrenar a Midge Kelly. A Paul Stewart ninguno de los dos trabajos le valió mucho. Inmerecidamente (era un estupendo actor) no llegó a casi nada. Hizo un buen papel en Bésame mortalmente (Kiss Me Deadly, Robert Aldrich, 1955), la gran peli de Aldrich sobre Mike Hammer, ese Mike Hammer que revivió Ralph Meeker mejor que nadie en la historia del cine. (Confieso que a mí también me gustaba el que hizo Armand Assante en una bizarra versión de Yo, el jurado, con la estupenda Barbara Carrera.) Pero regresemos a Paul Stewart: es el entrenador de Midge Kelly. Le tiene bastante paciencia y lo entrena para su pelea-espectáculo sobre el título mundial. ¡Hay que ver lo que hace Kirk Douglas en esta pelea! Cae casi liquidado a la lona (tiene la jeta estropeada hasta el extremo de lo posible), todo indica que no se levanta, que está out. Pero no: Kirk escucha la voz de un relator: “Midge Kelly no se levantará”. Kirk se enfurece. Y se transforma.
Hay dos grandes momentos en la carrera de Kirk: éste y cuando se corta la oreja en Sed de vivir. En los dos pone una cara tan fiera que uno se asusta. Parece Jekyll transformándose en Hyde, pero sin necesidad de maquillaje. Maquillar a Kirk era el exceso del exceso. Bien, se levanta de la lona y noquea a su rival. Gana la pelea. Se mete en su camarín y empieza a desvariar: que esto y lo otro y -como suele decirse- lo de más allá. De pronto le da una piña a la puerta y... se muere. Heridas internas, paro cardíaco o algo así. Se lo merecía. Era un mal tipo. Vienen los periodistas y preguntan qué pasa con el campeón. Aparece el bueno de Connie, siempre lisiado y dice: “Era un campeón”. Por el tiempo verbal todos entienden que pasó a mejor vida. La dirigió Mark Robson, que luego dirigiría Más dura será la caída. Tuvo un éxito impresionante, todas las minas se metejoneaban con los músculos de Kirk y todos los pibes queríamos dar piñas. Pero no a las puertas.
EL LUCHADOR Película triste, pequeña, crepuscular. Narra la última pelea, no de un triunfador, sino de un perdedor. Dura setenta y dos minutos y cuenta setenta y dos minutos en la vida de alguien. En la vida de Bill “Stoker” Thompson. Siempre me sorprendió que el apodo de Bill sea el apellido del autor de Drácula. Nadie más alejado del suntuoso, temible, romántico conde de Transilvania que Bill Thompson. Es eso que Ulises Barrera suele llamar “un trabajador del ring”. Un tipo que recibe muchas piñas y consigue pegar algunas. Está en un hotel. Su mujer, Julie (Audrey Totter), no quiere que pelee. Y tan poco lo quiere, que lo abandona. (Julie quiere que Bill no pelee nunca más, no sólo esa noche.) Bill “Stoker” va al estadio. Ahí está su manager. Es un grandísimo canalla que arregló con la mafia que Bill no va a pasar del cuarto round. Y no se lo dice a Bill por dos motivos: 1) porque Bill no aceptaría ir a menos; 2) porque el manager sabe que Bill no va a pasar del cuarto round. No tiene posibilidad alguna.
Pero Bill pasa del cuarto round. Es más: Bill “Stoker” gana la pelea. (Una de las peleas, valga la aclaración, mejor filmadas del cine de boxeadores. Sólo superada -o igualada- por Toro salvaje.) Y regresa al camarín. Y el manager no está. (Ya le dijo a la mafia que Bill no desobedeció, que todo es su culpa.) Y Bill “Stoker” mete sus ropas arrugadas en un pequeño bolso y sale a la calle. Y sabe que lo van a castigar. Sabe que está en peligro. Y empiezan a perseguirlo. Son varios hombres. Entre ellos, el furioso y joven boxeador que ha derrotado esa noche. Lo alcanzan. Le dan una paliza fenomenal. Le quiebran la mano derecha. Bill queda solo. Sale del callejón. Sabe que jamás podrá volver a pelear. Camina tambaleante. Entonces aparece Julie y Bill se derrumba en sus brazos. “Me rompieron la mano”, le dice. “Pero gané”. Ella dice: “Los dos ganamos”. Gran película y una de las más grandes interpretaciones de Robert Ryan.
MAS DURA SERA LA CAIDA Fue la última película de Humphrey Bogart. Es un dato que no se maneja mucho. Pero pocos actores se despidieron tan dignamente. Más dura será la caída (The Harder They Fall, 1956, Mark Robson) es un notable film. Su fuerza proviene de la novela original de Budd Schulberg, quien, dos años antes, había delineado otro boxeador en una peli que no era de box sino de estibadores: Nido de ratas (On The Waterfront, Elia Kazan, 1954). Nido de ratas -célebre y multilaureado film- narra la historia de Terry Malloy (Marlon Brando), un ex boxeador que trabaja en una zona portuaria dominada por mafiosos. Terry tiene los ojos hinchados, habla con alguna dificultad y se enfrenta a la mafia que comanda Lee J. Cobb. (En este film hay dos grandes sobreactuadores: Lee J. Cobb y Rod Steiger, que hace de Charley Malloy, el hermano de Terry. Siempre creí que, en tanto Steiger sobreactuaba mal, Cobb sobreactuaba bien. Además, Cobb fue el inolvidable Willy Loman de la primera puesta de La muerte de un viajante y esto lo torna inimpugnable. De todos modos, Steiger logra, en Nido de ratas, la gran escena en el taxi junto a Brando. Notarán, al verla, que el taxi tiene ventanilla de varillas. Ocurrió que el muy tacaño de Sam Spiegel, el productor, no quiso gastar en un backprojecting. Cosas del cine y la avaricia. La escena pasó a la historia. Alguien dirá: si fue así, Spiegel tenía razón, no hacía falta projecting.)
Curioso film Nido de ratas. Es, a la vez, una gran película y una apología de la delación. Muchos se encolerizan cuando se dice esto. Pero si, en medio de la furia macartista y sus apelaciones a la delación patriótica, unos cineastas colaboracionistas -como eran Kazan y, sobre todo, Schulberg- hacen un film en que la conducta más heroica del protagonista (Terry Malloy) es delatar... no deberían encolerizarse (como siempre lo hicieron) si algunos críticos les señalan que el film servía a los intereses, a la mecánica del macartismo.
En Más dura será la caída (que tiene libreto de Phillip Yordan, el genial guionista de Mujer de Temple, de Nicholas Ray: “Dime una mentira, dime que me amas”, ¿recuerdan?, es lo que dobla el personaje de Almodóvar en Mujeres al borde de un ataque de nervios) el patético boxeador es argentino y se llama Toro Moreno. La historia es simple y contundente: a Toro lo traen porque es inmenso y exótico. Nick Benko (Rod Steiger, en un festival de tics), inescrupuloso hombre de los negocios del mundo de las trompadas, decide que hay que hacer de Toro un campeón, aunque descubre que no sirve para mucho, o para nada. Para promocionarlo llama a un periodista corrupto: Eddie Willis (Humphrey Bogart, inolvidable). Willis escribe sobre Toro y dice que es invencible. Le hacen ganar una pelea tras otra. Pero las cosas se complican: Toro empieza a perder y, en una pelea atroz, le masacran la cara. Benko se enfurece y decide desprenderse de él. Con piedad verdadera, Willis (que cobra veinticinco mil dólares por sus servicios) pregunta cuánto le toca a Toro. Benko dice que nada y su contador lo demuestra inapelablemente. Willis busca a Toro y lo acompaña al aeropuerto. Toro (en otra gran escena de interior taxi-día) pregunta a Willis cuánto dinero podrá llevar a su casa, a sus padres. Willis vacila. “Cuánto”, insiste Toro. Willis dice: “Veinticinco mil dólares” y le entrega el sobre con su dinero. Feliz, Toro dice: “Eso es mucho dinero en mi país”. Willis sonríe con tristeza y responde: “Eso es mucho dinero en cualquier parte”.
De este modo, se despidió Bogart del cine: la escena es increíblemente similar al final de ‘Casablanca’. Bogart acompaña a Toro al aeropuerto (como acompañó a Lisa Lund) y, desprendido, infinitamente generoso, le entrega sus veinticinco mil dólares como en Casablanca le entrega a Victor Laszlo la mujer que ama.
REQUIEM PARA UN LUCHADOR Otra peli destinada a demostrar la esencial inhumanidad del boxeo. Basada en un guión de Rod Serling (el de Dimensión desconocida), narra la historia de Mountain Rivera (Anthony Quinn, aceptable). Empieza con una descomunal paliza que un joven e increíblemente veloz Cassius Clay (no aún Muhammad Alí) le propina a Rivera. El manager de Rivera (un glorioso Jackie Gleasson) había apostado en su contra. Como vemos, los managers no suelen ser buenas personas en las pelis de box. (Salvo Burgess Meredith en Rocky.) Rivera no podrá volver al ring por orden médica. Ahí empieza su peregrinaje. Todo será inútil. Todo cuanto intente habrá de frustrarlo el codicioso manager, quien, ahora, desea meterlo en el negocio de la lucha. Lo consigue. El film termina con una memorable escena en que Rivera corre (disfrazado de gran jefe indio) por un ring gritando a lo piel roja, entregado al fracaso, a la burla, a la humillación. ROCCO Y ROCKY De la Sicilia natal a la populosa Milán se traslada la familia Parondi. Rocco y sus hermanos, uno de los más grandes films de la historia del cine, no es un film de box, pero su protagonista, Rocco Parondi (Alain Delon, que, en manos de Visconti, era un actor) practica el arte de las trompadas. Rocco... es la versión italiana de Los hermanos Karamazov. Y, en esta traslación Rocco Parondi es Aliosha Karamazov, el más puro de los hermanos. Rocco no ama el boxeo, pero acaba entregándole su vida luego de sus trágicos avatares con su hermano Simone (Renato Salvatori) y la prostituta Nadia (Annie Girardot). Por primera vez, el tema de la homosexualidad aparece en el ámbito de hombres rudos que supone el box. Lo encarna Morini (Roger Hanin), el manager de Rocco. Gran película. Gloriosa música de Nino Rota, con un tema que mezcla Sicilia con Tchaikovsky.
Creo que ya dije que, en 1979, otro italiano aborda la temática del box: Franco Zeffirelli. Pero así como no alcanza con tener hemorroides para ser Dostoievski, no alcanza con ser homosexual para ser Visconti. La remake de Zeffirelli del film que protagonizara en 1931 Wallace Beery es la peor de las películas de box jamás filmadas. Es lacrimógena, lenta, blanda. John Voight parece un profesor de Harvard más que un profesional de las piñas. Fay Dunaway (excelente actriz) nunca hizo algo peor, ni remotamente. Y el dulce niñito del que poco se supo durante los años que siguieron -Ricky Schroeder, hoy puede vérselo cada tanto en algún telefilme, invariablemente horrible- se dedica a llorar durante todo el film. Y mucho más -claro- cuando muere Voight.
Tres años antes del bodrio de Zeffirelli se filma Rocky. Que, en ese momento, no era Rocky I, porque recién iniciaba la serie. Rocky es la peli del sueño americano y del sueño stalloniano. Aquí, el boxeo no es cuestionado. La cosa es así: Apollo Credd (Carl Weathers), campeón de todos los pesos estilo Muhammad Alí -fanfarrón, bocón, talentoso-, decide darle una oportunidad a algún ignoto para combatir por el título. Ese ignoto es Rocky Balboa, quien le hace una pelea espectacular. Tanto, que Apollo apenas logra derrotarlo por escasísimo margen. Dicen los norteamericanos que el guión de Stallone se inspiró en la pelea que le hizo a Muhammad Alí un boxeador de club de nombre Chuck Wepner, a quien Alí sólo logró derrotar en el 15-o round por KO técnico. No creo que sea así. O no solamente así.
La pelea entre Apollo Credd y Rocky Balboa es la pelea entre Muhammad Alí y Oscar Ringo Bonavena. Ali, luego de burlarse durante seis rounds de Bonavena, salió decidido a noquearlo en el noveno y allí el hombre de los pies planos le dio unos buenos golpes -incluso le hizo volar el protector bucal de un mamporro- logrando llegar airoso hasta el último asalto, en el que Alí lo tiró tres veces a la lona y lo derrotó por KO técnico. Qué joder, uno de los grandes hitos de la argentinidad. Reclamémoslo.
TORO SALVAJE Tal vez el más grande film de box de todos los tiempos. Sólo El luchador se le acerca (El luchador es un film menos ambicioso que Toro salvaje). Scorsese en la cumbre de su talento; De Niro también. La diferencia apenas radicó en que De Niro consiguió su Oscar y Scorsese todavía lo espera, o quizá ya no lo necesita.
Toro... es un film complejo, tan complejo como la torturada conciencia de su protagonista, Jake LaMotta, un fajador del ring. Jake tiene -como todos los boxeadores del celuloide- un manager. Es su hermano y lo hace Joe Pesci. El Jake de De Niro es caótico, excesivo, brutal. Se divorcia de su mujer y se casa con una jovencita (Cathy Moriarty, injustamente valorada por Hollywood luego de esta sensacional interpretación). Y lo devoran unos celos patológicos, paranoicos. Jake pelea brutalmente y se relaciona brutalmente con su hermano y con su mujer. Hasta que los pierde. Pierde, también, cinco de sus seis peleas con Sugar Ray Robinson y, finalmente, gordo, socarrón, autodestructivo, instala un bar en el que cuenta chistes malos desde el escenario y recuerda tiempos que, oscuramente, cree que fueron buenos.
Las peleas de Toro... revelan la crueldad, la brutalidad extrema del box. Fueron inspiradoras, por decirlo así, de las que filmó Leonardo Favio para Gatica, el mono. Sólo que Scorsese no ponía música de salsa ni mostraba a sus luchadores como grotescos bailarines. Gatica, el mono responde a un esquema muy simple que refleja, a su vez, la visión simple, silvestre que su director tiene del peronismo. Es así: Gatica, el boxeador, expresa al llamado pueblo peronista. Mientras gobierna el peronismo, Gatica, como el pueblo, es feliz y triunfa, todo le sonríe. Cuando cae el peronismo, Gatica, como el pueblo, entra en desgracia y es perseguido. Por fin, muere en la pobreza y la soledad. El film aporta a la temática del box un matiz, claramente político. El box es una metáfora de la política. Esta mixtura entre box y política nos conduce, finalmente, a la peli que motivó la escritura de esta nota.
GOLPE A LA VIDA Si Daniel Day-Lewis puede hacer tan eficientemente de aristócrata neoyorquino en La edad de la inocencia y de boxeador irlandés en Golpe a la vida (The Boxer), nadie se atreverá a decir que no es un actor dúctil, talentoso, dotado. Lo es. Jim Sheridan, por su parte, es un director con buenos antecedentes (En el nombre del padre). Y Emily Watson casi se lleva un Oscar el año pasado (por su debut en Contra viento y marea, de Lars von Trier). ¿Qué es lo que falla aquí? No hay nada que falle estrepitosamente. Todo está bien. La violencia política se traslada al cuadrilátero. Hay explosiones. Irracionalidad. Y una buena pelea final entre Danny Flynn (Day-Lewis) y un rival al que se niega a matar sobre el ring. La pelea final es buena y del final no se puede decir nada sin arruinarle la película a todo el mundo. Salvo que Maggie (Emily Watson) y Danny Flynn intentan ser felices en medio de tanta violencia, del IRA, de la policía inglesa y de todos los sinsentidos de esta vida. Lo mejor de Golpe a la vida (lo que incorpora a la temática de los films de box) es... otro manager. Se llama Ike Weir y es un gran trabajo de Ken Stott. Un tipo al que Day-Lewis encuentra en el abismo y que emerge por medio del box hasta que lo asesinan y lo dejan tirado en una calle mojada para que su pupilo lo llore adecuadamente. ULTIMO ROUND Eddie Willis (Bogart), en el final de Más dura será la caída, recupera su dignidad al sentarse frente a su máquina y teclear: “Hay que prohibir el boxeo en los Estados Unidos, aunque para ello sea necesaria una ley del Congreso”. Si pensamos que eso fue en 1956 y que, hoy, Don King se ve tan próspero como nunca y planea la revancha Holyfield-Tyson, no será inadecuado concluir que Eddie Willis no tuvo mucho éxito. El boxeo siguió. Y seguirá. En parte porque mueve millones de dólares. En parte porque nos gusta. Se podrá decir que sublimamos nuestra violencia. Pero decir algo así es una obviedad tan desaforada que mejor callarlo. Seguirá todo. Pese a los crueles mafiosos. Pese a los canallescos managers. Pese a las desgarradoras películas.
Y dejo para el final el mejor film de box de todos los tiempos: el documental When We Where Kings. La pelea que Muhammad Alí le ganó a George Foreman en Kinshasa, Zaire, en 1974. ¿Por qué es mejor que El luchador y Toro salvaje? Porque el protagonista es Alí. Y si a uno le gusta el box, lo mejor es ver box. Y lo mejor que dio el box es Alí, el mejor de todos los tiempos. Uno de esos increíbles seres en que lo absoluto -muy raramente- suele encarnarse. A él, a su carisma, a su inteligencia, a su genio, está dedicada esta nota.

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