Tocó con Miles Davis. Hizo free jazz, jazz-rock, jazz-flamenco, jazz de cámara y jazz comercial. A pesar de eso, tiene uno de los estilos pianísticos más reconocibles. Chick Corea llega ahora a Buenos Aires con su nuevo grupo, Origin.
La historia de Chick Corea, como la de su antiguo patrón, el trompetista Miles Davis, guarda una notable coincidencia con la del jazz. La lista de los nombres de quienes tocaron con él se parece demasiado a la que aparecería en cualquier enciclopedia que hablara sobre el jazz de los últimos años. Desde los que eran grandes cuando él empezó, empezando por el propio Miles, hasta los desconocidos sus descubrimientos que después se convirtieron en figuras importantes (de Al Di Meola a John Patitucci, pasando por Frank Gambale, Carlos Benavent y Dave Weckl y llegando hasta los integrantes de su nuevo grupo, Origin).
Además, está su carrera como pianista solitario, sus dúos con Herbie Hancock, con el flautista Steve Kujala o con el vibrafonista Gary Burton, sus grabaciones clásicas con Friedrich Gulda o con Bobby McFerrin devenido director de orquesta y sus obras como el Septeto o la Suite Lírica para piano, vibráfono y cuarteto de cuerdas. Fundó el jazz-rock con Return To Forever y fue uno de los músicos emblemáticos del free jazz atonal, con el saxofonista Anthony Braxton y en su trío con Dave Holland y Barry Altschul. Tocó el jazz más comercial y concesivo que se pueda imaginar en discos verdaderamente olvidables, como Tap Step, abrió para el jazz las puertas del flamenco con Spanish Heart y releyó desde la posposmodernidad a figuras fundantes como Bud Powell y Thelonious Monk. Estuvo ocho veces en Buenos Aires, con casi todas sus formaciones. Vino solo, con su grupo eléctrico de fines de los 70, con las reencarnaciones de Return To Forever llamadas Elektric Band I y II, con Gary Burton y para rendir homenaje a Astor Piazzolla. Esta vez, después de un concierto el próximo miércoles 13 en Montevideo, llegará para tocar en el Gran Rex el jueves 14. Su grupo se llama Origin, un buen nombre para una banda con la que vuelve a las viejas raíces del hard bop, con una conformación que, casi, lo dice todo: dos saxos (o flautas o clarinetes, según el caso), trombón, piano, bajo y batería.
Los nombres de los integrantes de esta nueva banda, con la que aún no editó ningún disco y que empezó a presentarse en sociedad en las funciones de año nuevo del club Blue Note de Nueva York, son, como los de quienes integraron sus grupos anteriores, virtualmente desconocidos fuera del ámbito de los especialistas. Como en las ocasiones anteriores, puede presumirse que esta vez también será sólo por ahora. Steve Wilson, uno de los encargados de los instrumentos de viento (saxo alto y soprano, clarinete y flauta) integra el notable quinteto con que el contrabajista inglés Dave Holland (ex compañero de Corea desde los dos temas de Filles de Kilimanjaro, de Davis, en que aparecen reemplazando a Carter y Hancock) acaba de grabar su último disco para el sello ECM. Wilson toca, también, en la impactante Mingus Big Band que actúa todos los jueves en el Time Café del Village neoyorquino, donde se juntan los mejores músicos de esa ciudad. Bob Sheppard (saxo soprano y tenor, clarinete bajo y flauta) es uno de los sesionistas más solicitados del ambiente pero, además, formó parte de los grupos de popes del género como Horace Silver y de la big band de Toshiko Akiyoshi y Lew Tabackin. El trombonista, Steve Davis, miembro de los legendarios Jazz Messengers de Art Blakey cuando tenía apenas 22 años, fue integrante del sexteto de Jackie McLean entre 1992 y 1998. Avishai Cohen, nacido en Israel, fue bajista de Joshua Redman, Roy Hargrove y Leon Parker y grabó Panamonk junto al pianista panameño Danilo Pérez. El baterista y percusionista, un latino nacido en Nueva York en 1970 y llamado Adam Cruz, empezó a trabajar a los 20 años con las orquestas de Willie Colón y de Charlie Sepúlveda y, además de numerosos grupos de jazz latino o casi latino como las de Herbie Mann, Mongo Santamaría, David Sánchez, Paquito D¹Rivera y Eddie Palmieri, estuvo con el pianista McCoy Tyner y con la Mingus Big Band.
³Siempre se trata de probar sonidos diferentes, orquestaciones distintas, nuevos músicos, otras formas², dice Chick Corea, un músico en el que habita la curiosa paradoja de tener uno de los estilos más reconocibles dentro del jazz de los últimos treinta años y, al mismo tiempo, haber recorrido todos los lenguajes posibles dentro de ese género y de sus fronteras con otras músicas (de las populares y de las clásicas). La gran pregunta es qué es lo que hace que Corea sea siempre Corea, cuando tocaba un sintetizador dentro de un formato de jazz-rock ultra elaborado, en el Return To Forever del disco Romantic Warrior como cuando se junta con amigos para homenajear a Bud Powell, cuando tocaba free y se aventuraba dentro del encordado del piano en Circle (con Anthony Braxton, Dave Holland y Barry Altschul) o en algunos momentos del genial Inner Space, cuando entraba en el modelo Costa Oeste en Friends o cuando revisitaba el hard bop en el imprescindible Three Quartets (con Michael Brecker, Eddie Gomez y Steve Gadd).
La respuesta de Corea es, en todo caso, una de las posibles: ³Las cosas son siempre las mismas: ese cuadro, una puerta, los acordes de una canción. Lo que cambia es la forma en que cada artista lo ve. No necesariamente ese artista crea nuevos acordes tampoco creo que sea posible crearlos a esta altura del partido o utiliza una rítmica novedosa, pero siempre estará su manera especial de hablar con ese lenguaje. Y esa manera de hablar, además, cambia con las épocas; a veces, hasta con los momentos. Y uno no siempre necesita el mismo formato para decir lo que piensa y no siempre tiene ganas de hablar de lo mismo. A mí me gusta oír mucha música distinta y, también, me gusta hacerla².
Una versión menos subjetiva podría, en cambio, hablar de una especie de romanticismo concentrado, que se articula en un discurso fragmentado, entrecortado, que resiste los gestos amplios y sin embargo guarda una poderosa cuota de lirismo. También, de un impecable sentido percusivo, donde notas y acordes funcionan, muchas veces, más como golpes, como señales rítmicas, que como pasos en alguna secuencia melódica o armónica. En cualquier caso, y aunque la costumbre de sus discos y actuaciones haya convertido a Chick Corea en un vecino (y ya se sabe, los vecinos nunca pueden ser geniales, por algo viven al lado de uno), conviene escucharlo, de nuevo, como la primera vez. Y no perder de vista que se trata de uno de los mejores pianistas de la historia del jazz.
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