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Vale decir



 
Matrimonio por conveniencia
Festival de Cannes
  Por DOLORES GRAÑA

La relación entre el Festival de Cannes y Hollywood ha sido desde siempre bastante conflictiva. Una suerte de batalla entre el bien y el mal en donde el cine-arte y el cine-entretenimiento tratan de llevarse la mayor tajada de los premios y la subsiguiente exposición por la prensa. En estos tiempos de paneuropeísmo, uno de los tópicos que impulsaba el Ministerio de Cultura francés era una suerte de cupos, restricciones y todo tipo de medidas que tenían, como objetivo, el proteccionismo contra la omnipresente máquina estadounidense. Pero, así como los sentimientos encontrados fluyen a lo largo del año, en el mes de mayo se produce una extraña tregua. La alianza Cannes-Hollywood es, en algún punto, un matrimonio por conveniencia. Y el glamour es otro tema importante. Y probablemente Cannes tenga lo que tanta falta le hace a Hollywood: elegancia y buenas maneras. En Cannes se da el fenómeno más particular: las stars llegan, el público grita; los actores europeos llegan, el público grita un poco menos, y todos felices. La gran cofradía de las estrellas. Pertenecer tiene sus privilegios.

ELDOGMA Cannes es, quizás, el último bastión del cine como forma de expresión artística (lo que provoca a veces cierta tirria al momento de la entrega de galardones, como sucedió el año pasado), pero siempre hay lugar para un poco de kermese: sirva como botón de muestra la bikini de Pamela Anderson o los señoritos de la compañía Troma, creadores de películas que escapan a la calificación de clase Z, y que son presencia habitual en las calles promocionando la nueva de Kabukiman (una suerte de M. Butterfly con tendencias homicidas) y reinterpretaciones de éxitos de taquilla como Tromeo and Juliet. (Cómo olvidar la aparición estelar de las infatigables Spice Girls y su película en la edición anterior del Festival.) En esta edición, la número 51, se puede comprobar este axioma: la apertura y cierre del festival están a cargo de dos películas decididamente mainstream. La primera es Colores primarios, de Mike Nichols, adaptación de la novela de Joe Klein a cargo de Elaine May, que narra el ascenso a la presidencia de un sujeto demasiado parecido a Bill Clinton, con las actuaciones de John Travolta, Emma Thompson, Billy Bob Thornton y Kathy Bates. Si se le quiere buscar la vuelta a la elección, logros cinematográficos de Nichols aparte, es fácil: probablemente sea la idea norteamericana de lo que es el cine artístico, léase, cuestionar a sus gobernantes. Ahora, encontrarle sentido al cierre del festival con Godzilla, de Roland Emmerich, es un esfuerzo que puede llevar a la lobotomía. La historia es conocida: una enorme criatura prehistórica despierta de su sueño de millones de años gracias a una explosión nuclear, asolando la ciudad de Tokio con los involuntarios efectos cómicos que la convirtieron en un clásico en su versión televisiva. En la película, los aterrorizados habitantes de Tokio son reemplazados por igualmente melindrosos ciudadanos neoyorkinos que aprenderán, por las malas, que manejar un auto puede llegar a convertirse en una amenaza para su integridad física. Pero, claro, se acerca el verano en el Norte y, junto a Navidad es una de las fechas fuertes en materia de taquilla. ¿Alguien más huele dinero?

En la sección fuera de competencia se presentan además Blues Brothers 2000, la continuación de Los hermanos caradura (como rezó la genial traducción local) ya sin John Belushi; la psychoindustrial Dark City, de Alex Proyas, y Goodbye Lover, de Roland Joffé, quien, luego del fiasco de La letra escarlata, pretende regresar a aguas seguras, o sea, dramas suaves, plenos de miradas furtivas y ese no sé qué anodino que tienen sus películas.

LOS INFIELES El resucitado cine norteamericano alternativo tiene varias películas en competencia, aunque el panorama no llega a igualar al del año pasado. Cannes 98 seleccionó a tres películas de directores norteamericanos más que interesantes, aunque con pocas cosas en común más allá de la decisión de cortarse solos.

Fear and loathing in Las Vegas (“Miedo y asco en Las Vegas”), de Terry Gilliam, adaptación de la novela de Hunter Thompson, con Johnny Depp como el desaforado periodista Raoul Duke, Benicio del Toro (como su compañero Dr. Gonzo) y la siempre genial Ellen Barkin como la camarera de la cafetería North Star. Los protagonistas, a bordo del Red Shark, su convertible cargado con toda suerte de placeres, emprenden un viaje -en todos los sentidos del término- por la ruta del exceso a Las Vegas, léase el palacio de la sabiduría, american way.

También se proyectará el nuevo film de Hal Hartley luego de La verdad increíble, Confía en mí y Hombres simples (que tuvo gran éxito en la edición 1992 del Festival). Henry Fool es la historia de cómo un tipo puede ser, al mismo tiempo, un megalómano, un tránsfuga y una suerte de invitado mefistofélico a una familia tipo. Pero la mejor obra del protagonista Henry Fool es Simon Grim, un joven artista que bajo la tutela de este extraño personaje alcanza la fama. Como en todas las películas de Hartley, las cosas no son tan sencillas, y por esta historia desfila la cuestión capital de la amistad, es decir, cómo pueden devolverse los favores que presta un amigo.

Todd Haynes, cineasta casi desconocido en la Argentina (aunque pueden conseguirse copias de la muy interesante The Karen Carpenter Story de 1987 y de Safe, su anterior película) presenta Velvet Goldmine (algo así como “Tesoro de terciopelo”), un film sobre el mundo del glam y su mayor estrella, Brian Slade. Luego de unos años, Slade decide que ser icono es un trabajo insalubre, por lo que decide fingir su asesinato. Las cosas salen mal, el chanchullo se descubre y sobreviene el escarnio. Trece años después, Arthur recibe el encargo de escribir un artículo sobre el crimen impostado. Lo que complica las cosas es que, en su adolescencia, Arthur fue algo más que un simple adorador de Slade. Sus investigaciones lo llevan a la extraña relación entre la esposa de Slade y su mentor norteamericano, Curt Wild. Ewan McGregor retoma el papel que lo hizo famoso interpretando a Wild, Jonathan Rhys-Meyer es Slade, Toni Colette (El casamiento de Muriel, de PJ Hogan) es Mandy Slade y Christian Bale (Laurie en Mujercitas, de Gillian Armstrong) es Arthur. En la muestra paralela “Una cierta mirada”, se estrena Lulu on the bridge, de Paul Auster, que narra la historia de Izzy (Harvey Keitel), un músico de jazz que se enamora de Celia, una actriz que se encuentra filmando una remake de La caja de Pandora, de G. W. Pabst. Las cosas se tornan metafísicas cuando Celia (Mira Sorvino) comienza a confundir la realidad con la ficción. A través del film dentro del film y del puente al que alude el título, vínculo entre el mundo real y el de technicolor, Auster decide contar cómo las cosas se complican cuando Mira se convierte en esa suerte de Pandora moderna. Paul Auster no fue el primero en la lista para dirigirla: Wim Wenders fue convocado para hacerlo, pero pasó gracias a su mala experiencia con The end of violence (presentada en la edición anterior del Festival) que lidiaba con el mismo tema desde un ángulo casi opuesto, y resultó descalificada por los espectadores.

EL PARAISO Ganar la Palma de Oro es muy importante. Pero para los realizadores norteamericanos esto se convierte en una cuestión de vida o muerte, la única manera de ser artista entre comerciantes. Es que no hay vuelta que darle, el arte cinematográfico bien entendido (y el buen dinero) empieza por Cannes. Y los cerebritos hollywoodenses lo saben desde hace rato.