De trovador folk a profeta electrico. Dylan o el fino arte de arrojar la primera piedra. el concierto de 1966 registra ese momento decisivo en que un artista decide, digan lo que digan, hacer las cosas a su manera.
Nunca me preocupó el mito. Porque yo no puedo trabajar bajo la presión del mito. El mito no puede escribir las canciones. Es la sangre detrás del mito lo que genera el arte. Así, el mito no existe para mí del mismo modo en que existe para los otros. Yo prefiero seguir de largo, moverme por encima del mito.
Yo y los 60, por ejemplo. Ni siquiera considero la existencia de algo conocido como los 60. La gente que vivió esos años en serio ... a ellos nunca se les ocurre pensar en los 60. Demasiada gente se ha subido últimamente a ese vagón, gente que no tiene la menor idea de lo que está hablando. Hasta donde yo sé, ésos son los que más hablan del tema. Gente a la que le gusta pensar en ellos mismos como personas importantes que escriben sobre cosas importantes. Pero para la gente que estuvo activa entonces, bueno, nada le preocupa menos. Podrían haber sido los 20. La verdad es que nadie se dio cuenta de nada en cuanto a los 60 hasta los últimos años de esa década. Los 60 fueron como un OVNI: todos dicen que vieron uno pero en realidad ... muy pocos. Eso fueron los 60.
Ahora el rocknroll se ha convertido en un inmensa y extravagante empresa. Remeras y libros, luces, cambios de vestuario, brillo y glamour ... Un gran show, un gran circo sin elefantes. Nada verdaderamente excepcional salvo Luz y Sonido, Luz y Sonido y más Luz y Sonido. En eso se ha transformado el rock. Es como los tipos aquellos que contemplaron la detonación de la bomba H en el atolón de Bikini y se miraron entre ellos y dijeron: Hermoso, viejo, increíblemente hermoso. En eso se ha convertido el asunto. La gente habla todo el tiempo de energía esto y energía aquello. Los más grandes elogios son del tipo wow, cuánta energía. Absurdo. Cuanto más grande y más ruidoso, más energía. Algo así como pégame fuerte, arrójame contra la pared, patéame el cerebro, golpéame hasta que me duela, eso es lo que la gente supone que es la energía.
En realidad, visto en perspectiva, no es más que la industria tomando por asalto a la música. Como los fabricantes de armas que le venden municiones a los dos bandos durante una guerra. Nada que ver con lo que yo hacía en el 65 o el 66. Eso era un trabajo mucho más exigente. La gente no tenía la menor idea de lo que podía llegar a ocurrir. Y cuando la gente no sabe de qué se trata algo, bueno, ya se sabe, es entonces cuando se empieza a poner rara y agresiva. A la defensiva. Nada es predecible y tú siempre estás en el borde. Cualquier cosa podía ocurrir en esos días y en esas noches. Pero yo tenía aquellas canciones y estaba seguro de que todo iba a terminar bien. Y la situación no ha cambiado para mí. Todavía no tengo claro qué es lo que voy a hacer la semana que viene. Escribo canciones y grabo discos y salgo de gira. Así era entonces, así es ahora, así voy a seguir. No tengo ningún plan y nunca me sentí un cantante pop, lo que ayuda bastante.
La cultura pop, ¿qué es eso? IBM, Calvin Klein, General Motors, Mickey Mouse y todo ese carnaval. Conformarse con lo que está de moda. Con las opiniones de los opinadores. Conformarse frente al espejo. Muchos cantantes que ni siquiera pueden pararse en un escenario utilizando música pregrabada y otros trucos ... Van Gogh no vendió más que unas pocas pinturas durante su vida. Increíble. Un fracasado. Y ni se me ocurre pensar por un segundo que él se está riendo último y mejor, porque no se trata de eso. Los verdaderos artistas deben recordar esto: hay mucha hipocresía en nuestro oficio.
No me interesa lo que se supone debe ser un héroe para las masas. Yo pienso en un héroe como en alguien que comprende el grado de responsabilidad que implica ser libre. Alguien sin miedo a saltar frente al paso de un tren de carga para salvarle la vida al ser amado. Congregar a una multitud con mi guitarra es lo más heroico que me ha sido dado ser. Cantar para poner de buen humor a un rey, no todos tienen la oportunidad de que les toque algo así en sus vidas. Porque hay ciertas cosas que a los reyes les gusta oír. Y, si no oyen eso, uno termina en las mazmorras. De vez en cuando uno se siente como un boxeador que se baja de un micro en el medio de ninguna parte: no hay vítores, ni admiración, nada más que diez rounds para hacer feliz a su público y después acabar vomitando a solas en los camarines, recoger un cheque y subirse a otro micro con destino a otra ninguna parte. Otras veces uno se siente como un trovador del medioevo cantando por la cena y vagando por ahí o tocando su laúd para esa doncella en la ventana. Ya sabes, la que se peina su larga cabellera a la luz de las velas y, quién sabe, tal vez te invite a que subas. Tal vez te diga: Cántame otra canción, dulce. Canta ésa del gato y del violín, del caballero y del largo viaje por mar.
O tal vez no. La clave reside en estar capacitado para sentir tu sueño antes de que los otros lo sepan. Aprender a morder la bala como Tom Mix, crecer a los golpes, como dice la canción. O como dijo Charles Aznavour: Hay que saber levantarse de la mesa cuando ya no te sirven amor; pero es algo difícil de hacer. Uno debe ser fuerte y permanecer concentrado en aquello que originó todo, en la inspiración detrás de la inspiración, en ese hombre que fuiste y al que a la gente no le importaba pasarle por encima.
A la hora de la verdad, he aprendido a no tomarme demasiado en serio o a no tomarme demasiado en serio lo que la gente piensa de mí. Eso puede ser tu perdición. Una forma de debilidad. Ya sé que he hecho algunas cosas importantes pero no sé en qué contexto considerarlas importantes y para quién. Es difícil relacionarse con los fans. Es decir, yo me relaciono con la gente como gente, pero no estoy seguro del modo en que se relacionan los fans conmigo. No nos olvidemos que John Lennon fue asesinado por uno de sus fans. Yo no pienso en mí como en un fan de alguien. Yo me considero más un admirador. Y me paso la vida escuchando: Dylan tendría que hacer esto o tendría que hacer aquello. ¿Qué saben ellos? Yo podría grabar un nuevo Blonde on Blonde mañana y los mismos que me lo piden dirían que está pasado de moda; así son ellos. Otra vez, los 60 no fueron gran cosa. El tiempo sigue su marcha. A lo que me refiero es a que, de haber tenido la oportunidad de elegir, preferiría haber vivido en los tiempos del rey David, cuando él era rey de Israel. Me encantaría cabalgar con él y escondernos en cuevas, cuando era un fuera de la ley al que todos perseguían. O la época de Jesús y María Magdalena; muy interesante, uh ... poner tus nervios a prueba ... o los días de los apóstoles, cuando estaban dando vuelta la conciencia del mundo.
¿Qué pasó en los 60? ¿Discos piratas? ¿Qué tiene eso de revolucionario? Ya se sabe: hubo un tiempo en que todos pensaban que el mundo era plano y que las mujeres no tenían alma ... Uno puede maravillarse hoy de lo ridículo que era pensar así, pero la gente creía que era verdad lo mismo que ahora cree en verdades que el tiempo se encargará de convertir en falsedades. Los 60 ... Yo empecé entonces. La verdad que me asombra haber estado en esto tantos años, jamás pensé que iba a ocurrir de ese modo. He tratado de aprender de los sabios y de los que no son sabios, sin prestarle atención a nadie en particular, hacer lo que se me dio la gana. No puedo negar que más de una vez he hecho el idiota como pocos. Pero nunca hubo un secreto. Estuve en el sitio correcto a la hora indicada. Todos diseccionan mis canciones como si se trataran de conejos pero nadie las entiende de verdad. Sí, a veces pienso que estuve haciendo esto demasiado tiempo. Y puedo entender que Rimbaud haya dejado de escribir a los diecinueve años ... ¿Cómo cambiaría mi vida? A veces pienso que me las arreglaría perfectamente bien con el 50 por ciento de lo que me tocó, menos incluso. Supongo que me gustaría cambiar eso. Es todo lo que puedo pensar en estos días.
Traducción y edición de R.F.
en base a declaraciones de Bob Dylan a
Cameron Crowe -director y guionista de las películas Vida de
solteros y Jerry Maguire- para el cuadernillo
que acompaña la antología Biograph.
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Por RODRIGO FRESAN
Los discos piratas, dijo Bob Dylan, son algo ofensivo. Lo que quiero decir es que los tipos sacan a la venta hasta lo que cantás adentro de una cabina telefónica. No hay nadie ahí. Y lo graban. Y lo venden. Si estás solo en un motel con una guitarra y pensás que no hay nadie, ya sabes ... Es como si te pincharan el teléfono y después todo eso apareciera en un disco pirata. Con una tapa con una foto tuya tomada desde abajo de una cama y tipografía y títulos que uno asocia más a un acto de strip tease que a otra cosa y los venden a treinta dólares. Asombroso. Y después se preguntan por qué los artistas somos tan paranoicos.
Hay algo de justificado en la actitud de Dylan. Para empezar, Dylan fue -y sigue siendo- el artista de rock más pirateado en la historia del asunto. Para seguir, la mayoría de los discos piratas de Dylan suenan como cantados adentro de una cabina telefónica. Una de esas cabinas donde, para colmo, el teléfono no funciona. Para terminar, Dylan era -hasta ahora- el protagonista involuntario del disco pirata más famoso en la historia de las grabaciones corsarias. El disco pirata en cuestión podía llamarse Bob Dylan and The Hawks Play Fucking Loud!, o Guitars Kissing and the Contemporary Fix, o A Week in the Life y siguen los títulos. Existen -con mejor o peor sonido- infinitas versiones del monstruo contando la misma historia. Ya no. Its all over now, baby blue: desde ahora y para siempre va a llamarse Bob Dylan Live 1966: The Royal Albert Hall Concert - The Bootleg Series Vol. 4. Un flamante CD doble (su primera parte acústica, la segunda eléctrica y esa voz, acompañada de un esclarecedor librito de más de cincuenta páginas con fotos inéditas) que recupera la histórica y decisiva noche del 17 de mayo de 1966 en Manchester, Inglaterra -no en el Royal Albert Hall, de ahí el irónico encomillado en el nombre de un malentendido de años-, dentro del marco de una gira tumultuosa e irrepetible, alentada a fuerza de anfetaminas y ansia de revancha. Cuando Dylan postuló aquello de no mires atrás o para vivir fuera de la ley tienes que ser honesto sabía perfectamente a lo que se refería. Y aquí -a lo largo de quince tracks hipnóticos e himnóticos- lo dice cantando con dicción de navaja y furia de profeta bíblico.
Robbie Robertson -entonces guitarrista de The Hawks, banda soporte de Dylan que no demoraría en convertirse en la legendaria The Band- recuerda sin ira pero con escalofríos: Ese tour fue un proceso muy extraño. Podía oírse la violencia, y las dinámicas en la música. Ibamos de pueblo en pueblo, de país en país, y era como un trabajo. Enchufábamos nuestros equipos, hacíamos lo nuestro, nos abucheaban y nos tiraban cosas. Entonces llegábamos al siguiente pueblo, tocábamos, nos gritaban, nos tiraban cosas y volvíamos a partir. Recuerdo haber pensado que era una manera bastante extraña de ganarse la vida.
Esa extrañeza se hizo más evidente que nunca la Noche D. La noche en que, casi al final del concierto en Manchester, alguien le gritó ¡Judas! a Dylan -por haber traicionado la sacra acústica del folk de protesta para pasarse a la lisergia amplificada y los trajes de Carnaby Street- y Dylan respondió. Primero respondió con un No puedo creerlo, después con un Eres un mentiroso y, enseguida, con la venganza hecha electricidad de una canción llamada Like a Rolling Stone, precedida por una orden al resto de la banda que no dejaba el menor margen para la retirada: Play fuckin loud!. Y eso fue todo y nada volvió a ser lo mismo.
Meses más tarde Bob Dylan tendría un accidente de moto, desaparecería de los escenarios para volver a aparecer casi dos años después, cambiado, diferente y siempre fiel a sí mismo a la hora de hacer lo que siempre me dio la gana. Ahora, por suerte, se le dio la gana de autorizar la edición de un concierto al que él nunca le dio demasiada importancia pero, para cualquiera, es lo más parecido a una fiesta inolvidable. Sólo que esta vez Dylan -puedes llamarlo Bobby, o Zimmy, o Lefty- se va a llevar su buena tajada de la torta. Y el tipo ese que gritó ¡Judas! no va a ver un centavo de royalties.
Sí, Dylan se ríe poco. Pero siempre ríe último.
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