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TELEVISION Pescando con John Lurie

Morder el anzuelo

El mítico músico John Lurie tuvo una idea para un programa de televisión. Lo dirigió, lo protagonizó y lo musicalizó. El próximo jueves se podrá ver el resultado: los desopilantes cinco capítulos de Pescando con John, por el que desfilan Jim Jarmusch, Tom Waits, Dennis Hopper, Willem Dafoe y Matt Dillon para parodiar los documentales acerca de la vida al natural y terminar revelando que pescar puede ser mucho más que conseguir un pez.

Por DIEGO FISCHERMAN

 

Los dedos cierran el nudo alrededor del anzuelo. El pescador juega con el hilo, lo retuerce, lo estira. Frente a él, otro pescador se pregunta “¿Qué hago yo acá?”. El director de cine Jim Jarmusch volverá a preguntarse varias veces lo mismo. Y la respuesta tal vez sea desconocida incluso para su anfitrión, el músico John Lurie. Los dos, en un bote en la costa sur de Nueva York, intentarán pescar un tiburón. La voz de un relator se encargará de aclarar que “estos son sucesos reales, que le pasan a personas reales”. Antes, cuando manejaba un auto rumbo a la costa con Jarmusch sentado a su lado, Lurie acotaba: “Esta es la mirada fría, siempre alerta, del pescador”. De la misma manera el invitado preguntará si Lurie suele pescar a menudo y si conoce algo acerca de la pesca. Obviamente, éste responderá que no. Nada grave, si no se tratara de un programa de pesca. O de algo así.

UN PROGRAMA SOBRE NADA La musiquita del comienzo, con la muletilla “Fishing with John” (“Pescando con John”) cantada como una letanía desganada, identificará, a partir del próximo jueves 12 de noviembre, a las 21, por el canal Films & Arts, a uno de los programas más delirantes que puedan imaginarse. Pescando con John, ideado, dirigido y musicalizado por John Lurie, propone excursiones junto a algunos de sus amigos. Excursiones, claro está, de pesca. Aunque los amigos no pesquen nada de nada. Aunque Tom Waits, exultante mientras canta un negro spiritual apócrifo acerca del “hombre del río”, se arrepienta apenas subido al barco y hable sobre las desventajas del vómito. Aunque Matt Dillon se vea envuelto, junto con Lurie, en una inútil danza “para pedir suerte en la pesca y perdón a los peces” y comente, ante la comprobación del escaso éxito del baile propiciatorio, que “era mucho lo que se nos pedía y no había manera de saber si lo estábamos haciendo bien”. Aunque en el final, ante un Dillon más cansado que atónito y que termina acompañándolo sin convicción en sus saltos, Lurie repita, en el medio de la calle y de manera aún más alocada que antes, la danza que el guía había intentado enseñarle. Con todo eso, el programa, cinco unitarios de media hora cuyos restantes invitados son Dennis Hopper y Willem Dafoe, funciona claramente como una suerte de parodia exquisita sobre esos documentales acerca de la vida al natural en general y de la pesca en particular.

LA GRACIA DE PESCAR Parte de la gracia pasa por el relato en off. Ejemplo: Lurie cuenta a un baqueano costarricense y a su invitado sobre la pesca de un improbable pez-gallo “que tiene aletas en la frente y saca la lengua con gran velocidad”. Y el relator dice: “Todos los pescadores tienen sus cuentos”. Un relator que, al hablar sobre los tiburones, no teme contradecir a Cousteau para aseverar que “el ser humano forma parte de su dieta habitual y es uno de sus bocadillos predilectos”. Sin embargo, los programas no son una sátira explícita. Eso sería demasiado sencillo. En Pescando con John se ve a los protagonistas empeñados en pescar seriamente, algo que, a veces, consiguen. Los paisajes (Montauk, Jamaica, Costa Rica, Maine y Tailandia) son verdaderos y la pesca -una pesca que, como en la realidad, no siempre está hecha por expertos y no siempre da buenos resultados- también. Independientemente de los absurdos comentarios seudocientíficos y de la impericia de los pescadores, de lo que se trata es de la celebración de la vieja y buena amistad. Los chistes, las canciones, los recuerdos de otras excursiones de pesca -verdaderas o imaginarias-, el agua golpeando el casco del bote, los hilos de las cañas tensos, el sonido de la chicharra del reel, los silencios, forman parte, ni más ni menos, de aquello que hace felices a los pescadores. Incluso es posible prescindir totalmente de los peces. Porque, como en El viejo y el mar de Ernest Hemingway y, sobre todo, en Moby Dick de Herman Melville, pescar es mucho más que conseguir un pez.

EL PESCADOR PESCADO Nombre inevitable de la vanguardia del downtown de Nueva York, fundador del grupo Lounge Lizards e incluso participante y colaborador, vaya a saberse por qué, de un festival de jazz argentino realizado por el consulado de esa ciudad, Lurie aquí se da el gusto de jugar al juego del hombre renacentista. Sólo que en versión neoyorquina. A lo Woody Allen o a lo Paul Auster, aquí están sus amigos -que en algunos casos son los mismos de Auster y de Allen-, los diálogos privados convertidos en públicos y la fantasía de ser actor, guionista, músico y director de un film. Y Lurie no lo hace nada mal. Las esperas interminables, los momentos en que los personajes no tienen nada que decirse y la belleza de los paisajes (estos sí de documental canónico) están en tensión permanente con la épica del relato de aventuras. A diferencia de los programas outdoors (léase: sobre vida sana al aire libre) que produce la televisión norteamericana, acá no se trata de mostrar el mejor lugar para pescar trucha o merlín y cómo utilizar los mejores señuelos para cada caso. Se trata de “ir en busca del tiburón, asesino de seres humanos”, de “asediar al calamar gigante”, o de encontrar el “mítico pez gigante del Amazonas”. En el medio: mareos, hastíos, esfuerzos infructuosos, un tiburón que efectivamente pica y con el que los pescadores no saben muy bien qué hacer y lugares comunes como la historia de los delfines que descubren el cáncer de mama de la bañista, golpeándola una y otra vez con sus hocicos en el mismo lugar del pecho (“lo increíble no es que se dieran cuenta de que tenía cáncer sino que supieran que ella no sabía”, acota Jarmusch). Comentarios inexpertos o simplemente desatinados, falsas precisiones ictiológicas y discusiones sobre la ética de la pesca, el hipotético sufrimiento de los peces y la crueldad de los pescadores, matizan estas cinco excursiones de amigos a las cuales, afortunadamente, los televidentes argentinos están invitados.