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MUSICA El nuevo disco de Beck

BECK

El niño terrible que fusionó el rock con el hip-hop y los ritmos bailables está cansado de la parafernalia tecnológica. Después de cuatro años sin componer, se encerró en un estudio con un grupo de músicos y, dos semanas después, terminó de grabar Mutations, su nuevo disco, orgullosamente libre de samplers y repleto de canciones a la manera “clásica”.

Por Rafa Cervera, de El País de Madrid

La última vez que supimos de Beck fue cuando Odelay, su segundo álbum, se erigió como una de las grandes sorpresas pop de la década. Salvo Primal Scream, ningún grupo o solista procedente del rock se había atrevido a darle a sus canciones tanta propulsión rítmica con ritmo de hip-hop y samplers, sin perder una gota de su espíritu rockero. Tradición e innovación se dieron la mano (Beck viene del blues y del folk, y ha utilizado tantos elementos de esas dos vertientes musicales como del funk o el hip-hop), y dicha unión fue bendecida por galardones de todo tipo, respetables cifras de venta y exitosas giras.

BECK

Dos años después de que Odelay instaurase un nuevo discurso acerca de la fusión y el mestizaje, aparece el tercer disco de Beck, titulado Mutations. Advertencia: este álbum no es la continuación de Odelay. Pero aquellos que estén pensando en la desnudez de Mellow Gold, o One Foot in the Grave y Stereopathetic Soulmanure (esos pasatiempos folk con sus amigos del círculo indie), se llevarán una sorpresa. Mutations no está tan lejano a su antecesor. Carece del latido que hacía bailable a Odelay, pero no está hecho de sobras ni retazos, sino con material de primera que nada tiene que envidiar a sus mejores canciones. Beck está de buen humor: se lo oye simpático a través de la conexión telefónica y se muestra locuaz y sanamente irónico. “Estoy haciéndome una sopa de pollo mientras hablo, porque soy ambidiestro, ¿sabes?”. Y aunque uno termina descubriendo que, por obra y gracia del inalámbrico, Beck no sólo cocina mientras habla: parece encantado de dar explicaciones acerca de Mutations. “No son más que canciones, pero todas están orquestadas con un colorido distinto. Yo diría que el disco es más clásico que tradicional, sin que resulte conservador. Está hecho con instrumentos y técnicas de grabación antiguas: no hay samplers, ni cajas de ritmos, ni otros trucos que utilicé en Odelay”.

¿Por eso se anuncia el disco como un paréntesis en su carrera?
-La verdad es que no me preocupa cómo se lo considere, pero que nadie espere ninguna explosión de hip-hop. Es un disco muy tranquilo y sosegado... Me gustaría que la gente descubriera por sí misma lo que es. Si se lo ve como una suerte de continuación de Mellow Gold, no estaría mal. En Europa y Latinoamérica se les da más importancia a los álbumes, mientras que en Estados Unidos el mercado está muy basado en los singles, y yo sigo siendo el que cantaba “Loser”. En mi país suelen reducir la obra entera de alguien a un par de canciones. Y Mutations es un álbum sin hits. Es la clase de disco para escuchar en casa, cuando vuelves del trabajo y te sientas a descansar. Hasta hace unos meses no tenía ni idea de qué clase de disco quería hacer.
¿Y qué lo hizo optar por esa línea en especial?
-Quería hacer algo que fuese melódico, y tan agradable como un viejo amigo. ¿Podría enumerar alguno de los discos que lo inspiraron? -Son muchos. El primer disco del gran Antonio Carlos Jobim, ahora no me acuerdo cómo se llama, pero es el que tiene Girl from Ipanema. Y After the Gold Rush, de Neil Young. Y Blue, de Joni Mitchell. Y Village Green Preservation Society, de los Kinks. En Mutations hay una especie de bossa-nova llamado “Tropicalia”... -Siempre me atrajo la música brasileña; que su influencia se dejara notar en mi música era cuestión de tiempo. Confieso que lo había intentado anteriormente, pero no me convencían los resultados. “Tropicalia” es menos un homenaje que una reivindicación de la música brasileña. No me gustaría pasar por uno de esos que exprime culturas ajenas para colgarse medallas. La letra habla de eso, de los que se dedican al pillaje cultural en países periféricos: a los norteamericanos (a los blancos en especial) les encanta sacar conclusiones acerca de lo que pasa en otros lugares, y de paso se apropian de algo.
¿Qué incidencia tuvo en Mutations el productor del disco, Nigel Godrich?
-Entramos en el estudio sin ninguna expectativa, y no pensábamos salir de allí con un disco. Pero en dos semanas teníamos el álbum entero. Ocurrió tan rápido que no lo podíamos creer. ¿La ausencia de cajas de ritmo y samplers fue para que se apreciaran más las canciones?
-Me niego a quedar atrapado en una etiqueta del estilo El Chico Que Mezcla Estilos Diferentes A Puro Ritmo. Estaba un poco saturado de ritmos y siempre me ha encantado hacer música como ésta, tranquila, sincera... La dualidad está bien.
Su contrato con Geffen le permite grabar discos para otros sellos. Y, de hecho, Mutations iba a ser editado por el independiente Bongload. ¿Por qué salió en Geffen, finalmente?
-Se suponía que este álbum iba a ser algo raro, pero terminó siendo algo que no está en la línea de los sellos independientes. Y cuando lo escucharon en Geffen les encantó y decidieron sacarlo ellos. Lo que no habrá es un gran despliegue promocional. Espero que el boca a boca funcione y atraiga a la gente porque es distinto a lo que hay ahora en el mercado.
¿Su condición de artista prolífico se ha convertido en un problema?
-Estuve casi tres años sin componer. Excepto temas como “Tropicalia” o “Nobody’s Fault”, que son más recientes, las canciones de Mutations tienen cerca de cuatro años. Han estado macerándose mucho tiempo. Pero componer sigue siendo un hábito, un hobby, una obsesión. El problema es que, si las cosas se aceleran, no me sale nada. Demasiada estimulación.
¿Por qué un título como Mutations?
-La tecnología, la cultura, todo cambia y evoluciona a mucha velocidad. Y la música no es una excepción. Este es un disco muy ligado al proceso artesanal de la creación de canciones, así que me gusta verlo como mi pequeña gota en el océano de la música actual. Aunque suene pretencioso, es la mejor metáfora que se me ocurre.
¿Está cansado de que se lo considere un innovador, o el Prince blanco?
-Cuando hice Mellow gold, hace cuatro años, a nadie se le ocurría mezclar música folk con ritmos de hip-hop y sonaba como algo totalmente nuevo. Ahora lo hace cualquiera, y cuando pasa algo así es que se está abusando de una idea y ésta pierde todo su interés. Por eso quería olvidarme de la tecnología, meter a los músicos en un cuarto y grabar lo que ocurre cuando tocamos todos juntos. Eso es lo que hoy me resulta más innovador. Y ahí radica una de las razones por las cuales hice el disco. Pero cuando digo que hay mucha música reciente que suena como Odelay no quiero parecer snob; sólo quiero que se den cuenta de que pueden explorarse muchas más posibilidades. Mientras tanto, yo me mantendré discretamente apartado de esa tendencia.