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Vale decir


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threshold of love
(LEO SOBRE TELA,
115 X 150 CENTIMETROS, 1955)

l’arc obscur des heures 4 AM
(AGUAFUERTE Y AGUATINTA,
48 X 68,5 CENTMETROS, 1975)

lOGOS MEN
(LEO SOBRE TELA,
127 X 165 CENTMETROS, 1983)

Mi vida con Matta
Por ERNESTO MONTEQUIN

“La primera vez que vi un cuadro de Matta fue El vértigo de Eros, en el MOMA de Nueva York. Tuve una sensación extraña y fascinante, como si me hubiera perdido dentro de mí mismo. Después de terminar la universidad abrí una galería de arte, pero lo único que quería era trabajar con Matta”, explica Thomas Monahan, curador de la retrospectiva itinerante del gran artista chileno. Matta: tras las huellas de un gigante fue exhibida originalmente en el Museo Haggerty de Chicago, y desde entonces recorre el resto del continente.

Además de ser el curador de esta muestra usted tiene una relación personal con Matta. ¿Cómo se conocieron?
-Un amigo en común nos presentó en París, a fines de los años setenta. Desde el comienzo, Matta y Germana, su esposa, fueron muy amables conmigo. Me llevaban de un lado a otro y me presentaron a todos los artistas que yo quería conocer, como si yo fuera el rey de Francia. A partir de ese momento (esto fue hace veinte años) comenzamos a trabajar juntos y la obra de Matta se convirtió en mi especialidad como galerista.
¿Cómo surgió la idea de hacer una retrospectiva itinerante?
-En un momento me di cuenta de que no se había hecho ninguna retrospectiva importante de Matta en Estados Unidos ni en Latinoamérica. Hubo algunos intentos pero nadie parece haber tenido ni la energía ni el tiempo necesarios para hacerlo. Y la posibilidad de organizar esta muestra surgió naturalmente de mi trabajo con su obra. A lo largo de estos años formé mi propia colección y más de doscientos dibujos, pinturas y esculturas de Matta pasaron por mis manos. Además, como tengo un archivo donde figura la ubicación actual de todas esas obras, no fue difícil rastrearlas. La idea fue hacer una muestra que cambiara todo el tiempo, como la obra de Matta, incorporando nuevas obras en cada uno de los lugares donde se exhibe.
¿Por qué hay una obra titulada Un día en la vida de Matta y de Thomas Monahan?
-Por algo que nos ocurrió en Italia. Una noche, mientras estaba durmiendo, alguien entró a la habitación del hotel y me robó todo lo que tenía. A la mañana siguiente llamé a Matta para contarle lo que me había pasado. Pero cuando me atendió, me dijo No vas a poder creer lo que me pasó a mí. Esa misma noche un piromaníaco había prendido fuego un montón de leña apilada junto a la pared de La Bandita, el antiguo monasterio en Tarquinia donde vive Matta. Ese día (el 12 de agosto de 1987) era mi cumpleaños. Cuando me encontré con Matta, me mostró el dibujo que había hecho, en el que aparecen escenas de esa noche desastrosa para ambos, y me lo dio como regalo de cumpleaños. Además, como si eso fuera poco, me prestó el dinero para que pudiera seguir mi viaje.

A los 87 años, Matta comparte un doble privilegio con el aristocrático Balthus: los dos ocupan un lugar único entre los grandes artistas del siglo y al mismo tiempo están a punto de ingresar sigilosamente en el tercer milenio como maestros en el arte de la supervivencia. Pero a diferencia de Balthus, genio reticente y misterioso que a lo largo de su vida no pintó más de 300 obras, Matta lleva seis décadas inmerso en un flujo de actividad frenética, sólo comparable a la satiriasis creativa de Picasso, y que por ahora amenaza no detenerse. Thomas Monahan, curador de la muestra retrospectiva dedicada a Matta que acaba de inaugurarse en el Centro Cultural Borges (Viamonte y San Martín), estima que desde su enrolamiento en las filas del surrealismo, en 1937, el pintor chileno ha realizado aproximadamente 5000 obras: un desmesurado corpus pictórico que dificulta enormemente la organización de una muestra canónica y definitiva. Monahan, con la colaboración de un curador chileno, Manuel Basoalto, parece haber eludido hábilmente este escollo al seleccionar un total de 65 óleos y 50 grabados realizados entre la década del 40 y mediados de los 80. Esta selección rigurosa y atenta de cuarenta años de trabajo es un itinerario por los períodos más representativos de la producción de un artista obsesionado con la posibilidad de hacer visible la trama secreta del espacio y el movimiento perpetuo de la materia.

LA REVELACION
Hijo de madre francesa y padre español, Roberto Matta Echaurren nació en Santiago de Chile en 1911, y fue educado en un colegio de jesuitas. Durante algún tiempo estudió arquitectura en la Universidad Católica de Santiago y dibujo en la Academia de Bellas Artes, pero muy pronto asumió su vocación cosmopolita y, en 1934, emigró a París, donde trabajó junto a Le Corbusier durante tres años. En 1937, una revelación súbita interrumpió para siempre su promisoria carrera de arquitecto: en las páginas de una revista se topó con una reproducción de un cuadro de Duchamp, Le passage de la vierge a la marieé, pintado en 1912. “Enseguida me di cuenta que con esta pintura, Duchamp había abordado y resuelto un problema totalmente nuevo en el arte: pintar un instante de cambio. Los cubistas se habían preocupado por los objetos en el espacio, los futuristas por los objetos en movimiento, pero Le passage... era algo totalmente nuevo. Este hombre con nombre de peluquero había logrado pintar el cambio en sí, y no hay nada más complejo que el cambio porque carecemos de un punto de referencia para medirlo”, declaró años más tarde. Poco tiempo después de ese descubrimiento, Matta logró conocer a Duchamp, quien para ese entonces ya había abandonado la pintura y sólo se ocupaba de darle forma de obra de arte a su tiempo libre, pero esto no le impidió apadrinar a este joven sudamericano que hablaba el francés y el inglés con fluidez simétrica, y cuyas primeras telas, pintadas sin vacilación ni esfuerzo, inauguraban una nueva dimensión pictórica.

NEW YORK, NEW YORK
Simultáneamente a su descubrimiento de Duchamp, Matta había sido descubierto por Dalí, quien lo introdujo en el círculo vicioso (y para ese entonces viciado) del surrealismo, donde fue recibido por André Breton como un talento precoz que aseguraba la continuidad del movimiento. Con el preanuncio de la Segunda Guerra, la situación en Europa se hacía cada vez más difícil, y la mayoría de los surrealistas estaban organizando un éxodo veloz hacia Estados Unidos. Matta había firmado demasiados manifiestos en contra de Hitler y de Stalin como para creer que su condición de extranjero le iba a asegurar algún tipo de inmunidad. En 1939 abandonó París rumbo a Nueva York junto al pintor Yves Tanguy. A diferencia de sus cofrades surrealistas, en Nueva York Matta no se refugió bajo el ala negra de Breton sino que buscó contactarse con pintores norteamericanos de su generación. Así fue como conoció a Arshile Gorky, Robert Motherwell, Jackson Pollock, De Kooning, entre otros, para quienes se transformó rápidamente en una suerte de enviado divino que les revelaría el camino hacia el expresionismo abstracto. En una serie de reuniones en su estudio de Manhattan, Matta les reveló los secretos del automatismo y la necesidad de crear una abstracción que tuviera una relación especular con los hallazgos científicos de la época. Según la crítica Sabine Eckmann, Matta buscaba “establecer una morfología total del cosmos (...) mediante un arte que revelara, de una manera análoga a la ciencia, las formas existenciales y cambiantes de un objeto o un fenómeno determinado, retratando el proceso del cambio mismo”. En términos pictóricos esto se traduce en sus mejores pinturas: aquellas que registran la trayectoria incandescente de un puñado de partículas dispersas en un espacio hecho de capas tornasoladas, superpuestas hasta el infinito y que provocan un vértigo concéntrico porque obligan a asomarse a lo inmenso y a lo mínimo inconmensurable.

LA EXPULSION DEL PARAISO
Según Robert Motherwell, uno de los cerebros teóricos del expresionismo abstracto, la presencia de Matta tuvo un “efecto cataclísmico” en el ulterior desarrollo del movimiento, pero la comunicación con los pintores norteamericanos parecía estar condenada al fracaso. Matta era un causeur voluble y eléctrico (Paul Bowles decía que hablaba como un loro excitado), acostumbrado a un despliegue verbal que, como quería Wilde, tocaba todos los puntos sin detenerse en ninguno, pero la impavidez de los pintores americanos, cultores del monosílabo gutural y la muletilla infaltable, hacía que la comunicación tendiera a volverse unilateral: “Hablar con ellos era como tratar de leerle los labios a un mudo”, confesó Matta alguna vez.
El efecto devastador de la guerra llevó a Matta a introducir, en 1945 y por primera vez, una figura humana en uno de sus cuadros. Esto fue visto como una traición por los pintores norteamericanos que propugnaban una abstracción pura. A partir de ese momento, la situación se volvió cada vez más tensa y las charlas en el taller de Matta comenzaron a poblarse de deserciones: las instituciones norteamericanas -incluida la CIA- habían comenzado a patrocinar a los expresionistas abstractos con la esperanza de que ese “arte nuevo” les permitiera trasladar la capital mundial del arte de la derruida París a la dinámica New York, que no había sido tocada por los desastres de la Segunda Guerra, y construir un mercado del arte tal como lo conocemos hoy en día. Naturalmente, Matta quedó en un fuego cruzado: por un lado, a pesar de su participación en todas las actividades surrealistas organizadas por su sumo sacerdote, su contacto con los futuros expresionistas abstractos había provocado el recelo fulminante de Breton, y por el otro, para éstos nunca había dejado de ser un extranjero desconcertante y sospechoso, cuya genialidad podría llegar algún día a opacar el talento norteamericano. La perfidia del destino encontró la resolución perfecta: en 1948, Arshile Gorky fue hallado ahorcado en su casa de Connecticut, y enseguida se elevó entre los rascacielos un rumor estruendoso según el cual su suicidio se debía a que su esposa lo había dejado por Matta. Independientemente de la endeble fidelidad de su esposa (puesta en duda por todos los cronistas de la época), el suicidio se debía a una serie de incidentes calamitosos y concretos (un cáncer, el incendio de su taller, una dolencia producida por un accidente automovilístico). Cuando la noticia llegó a los oídos de Breton, y a pesar de la defensa encarnizada de Duchamp, Matta fue expulsado oficialmente del movimiento surrealista por cometer “una bajeza moral”, una falta extraña a los principios del amour fou propiciado por el surrealismo.

PINTAR EL AZAR
Luego de abandonar Nueva York en 1949, Matta recorrió Latinoamérica y Europa, donde vive y trabaja actualmente, pintando con una energía caudalosa y creando innumerables procedimientos en su intento por radiografiar la arquitectura azarosa del espacio. Paul Bowles, otro virtuoso del nomadismo y la supervivencia, relata en su autobiografía (Without Stopping) un encuentro en México donde le fue permitido contemplar a Matta en acción: “Con la ayuda de Pajarito (sic), su esposa, Matta me mostró una técnica que había bautizado con el nombre de peinture métaphysique, porque el modo en que comenzaba a pintar la tela era altamente aleatorio. Pajarito le vendaba los ojos, le daba un pincel, y lo dejaba mojarlo en un color elegido por él mismo. Luego lo guiaba hasta una tela en blanco en la que él se limitaba a poner una pequeña mancha de color. Esta acción se repetía con tantos pinceles y colores como él quisiera. Después se quitaba la venda de los ojos y, partiendo de esos puntos de color distribuidos al azar y cuyos colores habían sido elegidos arbitrariamente, comenzaba a trazar dibujos que conectaban cada uno de esos puntos. Una vez terminadas, las pinturas eran misteriosas y de una vaguedad incandescente”.

MOLECULAS Y MANZANAS
Vista en su conjunto, como es el caso de esta retrospectiva, la obra de Matta posee una multiplicidad fractal que la carga de extrañeza aun cuando el parentesco de facetas y estilos conspiran para provocar un efecto de repetición agobiante. Un recorrido por esta muestra, persuade, sin distraer, de lo contrario. Esto sucede después de ver, en un mismo espacio, obras paradigmáticas de Matta, como The Unthinkable (una maquinaria disgregada y obtusa que bien puede ser una representación metafórica del pensamiento capturado en el acto de pensarse a sí mismo), y obras atípicas, como la monumental Death in The Afternoon, en la cual, partiendo de una masa contorsionada y amorfa de colores fluctuantes, se puede reconstruir la forma de un auto y sus ocupantes luego de un choque (irónicamente, esta obra fue traída para esta exhibición desde Chile, donde estaba colgada en el hall de una próspera compañía de seguros). Entre estos dos obras existe un campo de fuerza donde gravitan grabados, dibujos y telas de diversos formatos y épocas. Pero tal vez el centro de la muestra sea una manzana amarilla que flota en el vacío rodeada de estructuras moleculares, dentro de una obra pintada en 1954. Quizá sea un homenaje de Matta a esa manzana que Cèzanne pintó casi con un escalpelo a comienzos de siglo, señalando el sinuoso camino que iba a transitar la pintura hasta que un día alguien volviera a reconstruir esa manzana primigenia sólo para demostrar que un enjambre de moléculas luminosas son, al mismo tiempo, el universo, la pintura y la manzana.