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LAS INVASIONES FRANCESAS Los aniversarios en números redondos suelen cachetear a la memoria periodística. Memoria que, a su vez, hace todo lo posible por reflejar, de nuevo, los hechos ocurridos hace una cantidad redonda de años para que el eventual receptor recuerde de qué se trataba aquello que pasó hace diez años, por ejemplo. En realidad, el comienzo de esta nota es cien por ciento tramposo. En 1988, hace diez años, aparecía en Francia y el resto de Europa el primer disco de Mano Negra, titulado Patchanka. Un aluvión incandescente de ritmos revueltos en sí mismos que salían de Africa, volaban hacia América, pasaban por toda Europa y caían como exiliados en la Francia pluricultural de la última década del siglo. Breve enumeración genérica: ska, salsa, reggae, hardcore, rockabilly, flamenco y rock and roll hecho por tipos a los que el punk -el punk de hacerlo todo ya, de subite al escenario si querés, tocá desafinado pero tocá, cantá desafinado pero gritá- les significaba algo. Algo más que un jean roto, cadenitas de pasear perros, alfileres de gancho y cresta jabonosa.

LOS PADRES FUNDADORES Con esa actitud, Mano Negra golpeó fuerte en el mercado francés, al punto de llamar la atención a la multinacional Virgin, que los fichó inmediatamente. Después vendrían Puta’s Fever, King of Bongo, la recopilación Amerika Perdida, Casa Babylon (que incluía “Santa Maradona” y “Señor Matanza”) y el increíble registro en vivo -en vivo en la ciudad de Kawasaki, Japón, no es chiste- In the Hell of Patchinko. Una turbulenta historia plena de quijotescas intenciones, desaforados conciertos y una vida on the road al palo que, disuelta la banda en 1994, sigue hoy todavía en los tribunales en un pleito por la posesión del nombre. De todo aquello perdura en la memoria colectiva rockera el rostro curtido y sonriente de Manu Chao, el cantante francés hijo de un periodista español que estuvo hace un par de meses en Buenos Aires, en una pintoresca gira promocional de su primer intento solista, el soberbio disco de canciones errantes llamado Clandestino. Pero, volviendo a la trampa inicial: hace diez años salía el primero de Mano Negra; ése es el aniversario en números redondos. Ahí empezó a saberse en Argentina que había rock -o lo que se entiende por ello- en Francia, además de Johnny Halliday, Jean-Michel Jarré y alguno más. A tal punto es significativo el dato, en términos históricos, que la casa discográfica de Mano Negra -tan atenta como los medios a esta clase de cumpleaños- acaba de editar en Europa un esperable Grandes éxitos, cuya llegada a Buenos Aires está prevista recién para marzo de 1999.

EL GENESIS En realidad, el verdadero aniversario recién será en el 2002. Eso debería tenerse en cuenta para empezar a entender verdaderamente cómo es esto del rock francés en Argentina. Fue en 1992 que Mano Negra llegó casi de casualidad a Buenos Aires, como parte de un loco proyecto cultural francés que intentaba ¿celebrar? los 500 años del descubrimiento de América. Cargo ‘92 se llamó aquella expedición marítima que recorrió el continente llevando en un barco (el “Melkiades”) una troupe de artistas callejeros, compañías teatrales y una banda de rock llamada Mano Negra. Algunos porteños con algo de memoria recordarán un insólito pero atractivo desfile callejero por la 9 de Julio -un sábado a la tarde- con unos tipos que representaban la historia de su país, desde el Rey Sol hasta el Mayo 68, pasando por la Revolución Francesa, Napoleón, las Guerras Mundiales y la ocupación nazi. En ese desfile, los Mano Negra iban arriba de un camión remolque. Pero se hicieron bastante más famosos por -oh casualidad- un hecho plenamente mediático. Pergolini tenía el pelo largo y a Pipo Cipollati como humorista estrella en “La TV ataca” la noche en que parte de Mano Negra, en plano estrictamente promocional, llegó a los estudios de canal 9. A la pregunta ¿Qué es Mano Negra?, uno de los iracundos franceses tomó el monitor utilizado como señal de retorno en el piso y lo estrelló contra el suelo. Una escena memorable que duró unos 45 segundos. Y fueron al corte, claro. “Fue un accidente. Bajamos del avión aquí y alguien nos dijo de ir a la tele. Fuimos de despistados que somos y salió lo que sale cuando se te suben los huevos a la cabeza, tío. Lo mejor hubiera sido no ir, porque después se montó todo el rollo habitual: que tienen que pagar el monitor, que nos quisieron expulsar y mandar de regreso a Francia... Tres días después terminaron pidiéndonos que volviéramos al programa”, contaba Manu Chao en el suplemento No del jueves 16 de julio del ‘92.

ANTES Y DESPUES Al show de Mano Negra en Obras concurrieron unas mil personas (tres mil exageró el cronista del diario Clarín en una nota aparecida el domingo 19 de julio de ese año), la mayoría de los cuales no pagaron entrada. Hoy, domingo 15 de noviembre de 1998, se registra el testimonio de unas 50.000 personas (o más) que dicen haber asistido a aquel caótico e inolvidable concierto. Casi como todos los que vieron el debut de un pibe que se llamaba Diego Maradona contra Talleres de Córdoba, en la vieja cancha de Juan A. García y Boyacá. Más allá de la anécdota de la multitud virtual, lo cierto es que ahí empezó todo. O, si se prefiere, aquel des-concierto dejó en claro que Mano Negra se trataría de una bisagra en la relación. Que no es tanta tampoco, pero que ha sucedido y dejado su marca, a partir de las tres ediciones del festival de intercambio denominado Francofolies (“locura francesa”). Y desemboca en la concreción del primer festival organizado y auspiciado por la revista Los Inrockuptibles, con tres bandas francesas -FFF, Dolly y Autour de Lucie- y algunos anfitriones de peso como Gustavo Cerati e Illya Kuryaki a los que se agregan Carca, El Otro Yo y Los Látigos. No es casual una concatenación de hechos: de Mano Negra a las Francofolies y de ahí a la edición de una revista de rock francesa en versión castellana. El resultado, podría aventurarse más allá de los números, es bien positivo. Y venturoso.

EL DIAGNOSTICO Aunque, se sabe, siempre se deben tener en cuenta las famosas reglas del mercado. “No es un problema de rock francés. Es básicamente un problema de difusión. Si no hay compañías interesadas en editar este material y difundirlo...”, razona Juan Di Natale, la cara mediática del evento, editor musical de la revista y principal seleccionador del cartel francés para el festival que empezará el jueves en el Centro Cultural Recoleta (y que también tiene una versión reducida en Lima, Perú, este fin de semana y finalizará en Santiago de Chile el miércoles 25 con la vuelta a un escenario de los míticos Prisioneros, reformados después de algunos años, junto con Dolly y la FFF). La segunda trampa de esta nota es revelada por el propio Di Natale: “Una pequeña aclaración. La idea del festival es salir a despegarse un poco del intercambio franco-argentino. Todos esperamos que ésta sea la primera edición de una larga serie, que a partir del año que viene también se complete con bandas no-francesas. Esto no es Francofolies, aunque se le parezca. Y por eso tratamos de que no haya una banda argentina por cada banda francesa”. O sea, rock francés en Argentina (también en el interior: Dolly tocó en Rosario y Córdoba) pero no para siempre así. El punto de conexión es, sin dudas, el otro productor-organizador-mentor del festival: Philippe Bouler (abogado que no ejerce, 41 años), responsable de aquel Cargo ‘92 y desde ese momento imparable gestor de eventos, desde una posición que alguna vez bien se definió como de “agitador cultural”.

LAS INVASIONES FRANCESAS EL FRANCES LOCO Bouler llevó músicos argentinos a Francia (Fito Páez y Charly García los más notorios), trajo los franceses aquí en cada edición de Francofolies, impulsó la fundación de la Inrockuptibles argentina (es el director general) y reparte su vida entre los dos países, a razón de seis meses por continente. Su última locura consistió en coordinar y producir todo lo que rodeó el rodar de la pelota en la subsede Nantes del Mundial 98, además de montar (junto a una comuna de París) un evento por demás curioso y que no tuvo difusión alguna por parte de los cientos de periodistas que cubrieron el Mundial para Argentina: Bouler llevó adelante la realización de un mundialito de fútbol para pibes pobres de 36 países, que terminó en el mismísimo estadio de Saint Denis con una final entre el representativo argentino y el español. Antes de organizar eso, Bouler se cansó de Francofolies. En junio de 1997, después de la tercera edición del festival (en donde participaron los locales Diego Frenkel, Los Visitantes y Babasónicos y los franceses Aston Villa, Noir Desir y Zebda), dio por terminada la experiencia porque “aquí en Argentina todo es McDonald’s, Nike y Coca-Cola”. A la primera edición de Francofolies, en 1995 (con Fito Páez, Todos Tus Muertos, Los Fabulosos Cadillacs, No One Is Innocent, FFF y Sinclair) concurrieron ocho mil personas. Hubo cinco mil en la segunda edición, en el ‘96 (con un más amplio abanico estilístico, que incluía a Mercedes Sosa, Youssou N’Dour, Paralamas, Francis Cabrel y Silmarils). Y nada más que dos mil, según los más generosos cálculos, en las tres noches consecutivas del Teatro Opera en el ‘97. El francés loco se hartó. “No sé qué voy a contestar en Francia, es complicado. Mirando las cifras me van a decir que no vale la pena seguir, seguro”, comentaba en una entrevista publicada por este diario. Hoy, pasado el Mundial y aquella bronca, Bouler lo intentará de nuevo. Pero de otra manera, aclara. “Lo otro no podía funcionar porque era un evento por año. Ahora tiene que ver con la revista, con el tipo de música que proponemos y con el tipo de público lector, que tiene más interés en estas cosas. Esto intenta ser un movimiento, con fiestas after-show, más que un concierto por noche. Además, la política de precios es bien diferente: las entradas son más baratas”, dice.

CARTEL FRANCO-ARGENTINO Esta primera edición del Festival Inrockuptibles tendrá como principal atractivo la presencia de Gustavo Cerati. Más allá de un par de shows casi privados con su proyecto tecno-ambiente Plan V, el icono pop más grande de los últimos veinte años en Argentina ha mantenido un perfil bien bajo desde la faraónica despedida de Soda Stereo en septiembre del año pasado. Ahora, mientras prepara un disco solista a editarse a principios del ‘99, “concedió” tocar en este show a la vez que tuvo una cuota de responsabilidad en la elección de los artistas visitantes: el elegido por Cerati era Kid Loco, uno de sus favoritos, pero no pudo ser. Entonces se pensó en los nombres de peso de verdad del presente francés (Daft Punk, Dj Cam, Dimitri From Paris, Air), pero sin resultados positivos. Finalmente, la noche estelar del festival -la del viernes- será compartida por el ex Soda Stereo (que promete invitados sorpresa) con la banda Autour De Lucie, quienes si no fueran franceses habría que decir que portan una sobredosis de escucha de Amor amarillo, el único antecedente solista-solista de Cerati (que data de 1993) o Colores Santos, su trabajo junto a Daniel Melero. Pop suave como un susurro, arreglos de cuerdas, guitarras de sonido circular y la sugerente voz de la cantante Valerie Leulliot. Antes, el jueves, será el turno de Carca, un simpático personaje de la escena que alguna vez se dio en llamar “Nuevo Rock Argentino” (con su banda Tía Newton, Carca formó parte de aquella camada de cachorros que tocaron como soportes de Soda Stereo en los shows de presentación de Dynamo en 1992), y que ahora recorre el camino supuestamente inverso: retro-rock que abreva mucho más en Color Humano y Aquellarre que en Soda. La otra banda nacional de la noche, El Otro Yo, representa también un curioso caso: absolutamente independiente (graban, producen, editan, venden), este trío liderado por los dos hermanos Aldana puede pasar en una canción del tono infantil a la furia descontrolada en cuestión de segundos. Han llegado a editar un disco triple que, en realidad, son tres discos solistas, uno de cada uno de ellos, y ahora van por un registro en vivo que no terminan nunca de grabar. Con ellos, estará Dolly: una banda muy hecha y derecha según el formato angloparlante, con una cantante llamada Manu y una potente base eléctrica.
El sábado se prevé baile sobre todas las cosas. Estarán Los Látigos, una de las saludables apariciones discográficas de este año, con su cruza de sonido rockero sobre bases netamente bailables, en donde también cabe la calma del trip-hop. Estarán también los Illya Kuryaki and The Valderramas, con el dúo Dante Spinetta-Emmanuel Horvilleur en su mejor forma, acompañados por una sólida banda de muy buenos instrumentistas. Pasado el vendaval masivo del hit “Abarajame” y los sueños de grandeza excesivos del último disco (Versus), los que alguna vez fueron apenas los “hijos de” son hoy la apuesta más fuerte y segura del rock argentino para el siglo que viene. Con ellos, los únicos franceses que ya estuvieron: la FFF (Fédération Français de Fonck, sería la acepción más adecuada de la sigla), que envolvió al público porteño en su show de 1995 en Obras y ahora vuelve por más. Los mejores alumnos parisinos de George Clinton hacen del funk la razón de su vida musical y para eso tienen al carismático cantante negro Marco como emblema de atracción.
En todos los casos, se plantea una interesante opción por descubrir sonidos nuevos, voces nuevas, estilos revisitados desde diferentes concepciones. Una puerta abierta para que pueda evitarse, alguna vez al menos, la dictadura de los rankings de turno (y sus locutoras taaaaaan amigables y “buena onda”) y la heavy rotation de un video. Después se verá.