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John Lennon

Una noche en la vida, John Lennon se volvió loco. Delante de todo el mundo. En el centro mismo de la Beatlemanía del Shea Stadium, en un escenario más parecido a un ring que a otra cosa. Ringo Starr, desde la ubicación privilegiada de su batería, lo vio todo y no pudo olvidarlo. Muchos años después, en el documental de Anthology, relata el episodio con preocupación retrospectiva. Las imágenes -más que elocuentes- apoyan la voz monótona de Ringo. “Creí que John se había vuelto loco”, dice Ringo. En la filmación del evento John se estremece, grita, aporrea un piano con los codos, ríe a carcajadas y ejecuta esos bailecitos que se convertirían en marca registrada. Es la primera aparición debidamente documentada del Hombre Que No Quería Ser Beatle.

Para ser más claros: no se trata del individuo que compuso “Love Me Do” o “I Want to Hold Your Hand” sino del tipo que escribió “Help!” y “I’m a Loser” y se prepara para componer “I’m Only Sleeping” y “I’m So Tired”. Un hombre al que cada vez le interesa más quedarse en casa para averiguar cuántos agujeros se necesitan para llenar el Albert Hall que salir de gira con otros tres tipos que sí quieren ser Beatles.

1 Los cuatro compacts y noventa y dos temas y casi cinco horas que constituyen la recién aparecida caja The John Lennon Anthology -si se los escucha de una sentada, en la oscuridad de la noche, con todas las luces apagadas- conforman una experiencia perturbadora. Tomas alternativas, fragmentos de conciertos, parodias, recitados y reformulaciones radicales de canciones que uno pensaba inmejorables e intocables recorren una carrera brillante y parte importante de una vida inolvidable, jerarquizada por un final tan incomprensible en el territorio de lo afectivo como “perfecto” desde un punto dramático y narrativo. Si la Vida de Lennon es una gran historia, el perfectamente ensamblado The Lennon Anthology la cuenta bien y la cuenta raro. Es decir, está todo lo que tiene que estar. Y algo más que, por su proximidad con el fantasma, a la médium Yoko Ono le cuesta ver. Porque si Mark David Chapman sacraliza a Lennon imponiéndole un martirologio digno de cualquier santo, The Lennon Anthology lo devuelve al mundo de los vivos: lo arranca de los empíreos territorios del póster para hacerlo descender al mundo de los mortales. Por eso, la trama secreta de The Lennon Anthology es la historia de una deidad menor pero deidad al fin, la historia de un Dios sin ganas de serlo, que -en “God”- dice eso de que “Dios es el concepto por el cual medimos nuestro dolor” y, enseguida, agrega eso de “No creo en los Beatles”.

John Lennon

Hay que escuchar The Lennon Anthology como la saga de un fugitivo de sí mismo al que -como ocurrió con Ulises- se le ofrece la inmortalidad. Y la rechaza. La épica de una deidad menor, John Winston Ono Lennon, que reniega y rechaza a las Deidades Mayores conocidas: una perfecta e irrepetible y más que humana unidad gestáltica conocida como Los Beatles. Una deidad menor que abjura de esa Deidad Mayor -el Beatle John- que alguna vez dijo que los Beatles eran más grandes que Cristo. “El sueño terminó”, canta Lennon al final de “God”, cuando decide despertarse luego de enumerar todas las cosas en las que alguna vez creyó y ya no cree.

El resto es historia. La suya. Y -casi por ósmosis- la de casi todos. La tragedia de un fabricante de sueños que un día decide abrir los ojos para no volver a cerrarlos más. Lo que no es poca cosa. Porque el despertar de Lennon implicó, también, el despertar de todos los que dormían con él. Y algunos no querían despertarse. Por eso lo mataron, si se lo piensa un poco.

2 ¿Habrá algo más terrible que convertirse en un símbolo viviente, que estar implantado en el inconsciente colectivo de la humanidad desde los veinte años, que verse obligado a representar todo lo noble y lo bueno? Y todo eso sin habérselo propuesto y a partir de uno de esos actos casuales que -con el correr de los años- adquieren la inevitabilidad de las leyendas verdaderas. Jim O’Donnell narra el Génesis en su obsesivo y patológico librito con título de resonancias bíblicas: The Day John Met Paul. Allí, en 174 páginas se narra minuto a minuto un día histórico y entonces secreto: 6 de julio de 1957, el día en que Lennon conoció a McCartney. “McCartney arrima un silla y se une al grupo. Descuelga la guitarra de su hombro y la pone sobre otra silla plegable. Se conversa, pero Lennon y McCartney no cruzan palabra. Mantienen una distancia verbal. Dicen cosas en voz alta pero no se las dicen entre ellos. Hay tanta interacción John Lennonentre ellos como en una de esas partidas de ajedrez que se juegan por correo. Ni siquiera parecen buscar las palabras correctas; en realidad ni se molestan en pensar que tendrían que estar conversando (...) Es McCartney quien rompe el hielo cuando, sin ninguna ostentación, se pone de pie, toma su guitarra y comienza a tocar. Cuando McCartney empezó a tocar, Lennon no hacía más que mirar la pared frente a él; ese improbable guitarrista era demasiado joven para llamar su atención. Al muchacho de quince años no le hicieron falta más que un par de minutos para que los ojos de Lennon pasaran de la pared a McCartney, volvieran a la pared... y retornaran a McCartney. Por un segundo, el sonido que hace ese chico impide que el oxígeno llegue a su cerebro, aprieta los dientes, siente su piel como algo biodegradable. Abre su boca como para decir algo, pero se queda mudo. Se mueve incómodo en la silla, acomodando su ego. Ahora McCartney tiene toda la atención de Lennon, quien no puede evitar la sensación de que todo el lugar se hace más pequeño y oscuro mientras McCartney parece crecer y hacerse más brillante. Lennon siente aquello que se siente cuando un barco se cruza con otro en el horizonte. Entonces Lennon y McCartney se miran y se ven por primera vez”.

El propio Lennon narraría el Apocalipsis del asunto en un texto sin anestesia ni coartadas durante su período de exilio artístico entre el álbum de covers Rock’n’Roll (1975) y su retorno a los estudios con Double Fantasy (1980): “Mi vida con los Beatles se había convertido en una trampa. Una cinta sin fin. Había hecho algunas breves excursiones por las mías, escribiendo libros, ayudando a convertirlos en obras para el Teatro Nacional. Inclusive hice una película sin los otros (algo muy barato, dirigido por ese desesperado individuo en busca de poder, Richard Lester). Pero lo hice más como reacción al hecho de que los Beatles habían decidido dejar de realizar giras, antes que con un verdadero sentimiento de independencia en mi cabeza. Pero incluso entonces, 1965, ya tenía mis ojos puestos en la libertad. Básicamente tenía pánico ante la idea de no tener nada que hacer. ¿Qué es la vida si no sales de gira? Vida, eso es lo que es. Siempre me acuerdo de agradecer a Jesús por el final de mis días de gira. Si no hubiese dicho que los Beatles eran más grandes que Cristo y enojara tanto a los católicos como al Ku Klux Klan, bueno, aún estaría ahí arriba con todas las demás moscas de escenario. Dios bendiga a América. Gracias, Jesús. Cuando finalmente tuve las agallas para decirles a los otros tres que yo, abro comillas, quería el divorcio, cierro comillas, ellos supieron que la cosa iba en serio, a diferencia de las amenazas previas de George y Ringo. Debo decir que me sentí un poco culpable por tirarles encima la novedad con tan poco tiempo. Después de todo, yo tenía a Yoko, mientras que ellos sólo se tenían a ellos mismos. Yo comencé la banda; yo la disolví. Es tan simple como eso. Es irrelevante si volveré a grabar. Si la necesidad de hacerlo alguna vez vuelve a mí, y esa necesidad es irresistible, entonces lo haré para divertirme. Pero hasta entonces estoy muy bien solo. La idea de que los artistas tienen una deuda con su público ha arraigado tanto en mí como la de que la juventud debe su vida al Rey o a la Patria. Yo me hice a mí mismo. Para bien y para mal. La responsabilidad es mía. Todos los caminos conducen a Roma. Yo abrí un negocio y el público compró mis productos a un justo precio de mercado. No es para tanto. Y con respecto del negocio del espectáculo, bueno, nunca fue parte de mi vida. Ser un Beatle casi me costó la vida y ciertamente me costó parte de mi salud. No voy a cometer el mismo error dos veces en la misma vida. Esta vez la inspiración va a ser convocada mediante los viejos y respetables métodos de esperen y verán. Y si no viene y nunca produzco ninguna otra cosa que no sea silencio para consumo de la gente, que así sea. Amén”.

De acuerdo, perfecto, entendido. Claro y preciso. Y dicho con esa voz. Porque la verdadera protagonista de The Lennon Anthology es la voz de Lennon. Sin trucos ni doble banda ni reverberaciones Spector. Desnuda. Como a Lennon no le gustaba y como le gusta a todos. El escritor Hanif Kureishi escribió al respecto: “El otro día escuché la grabación de una entrevista con John Lennon. Lo que me sorprendió, lo que me John Lennoncautivó, fue comprender cuánto amaba yo su voz, y la forma en que estaba ligada a mi propio desarrollo. No era la voz de la BBC, o del sur de Inglaterra, ni de ningún político; no era emoliente o instructiva, era directa y muy a la moda. Complacía sin pretenderlo. La voz de Lennon no deja de intrigarme, y no sólo por razones nostálgicas, sino por el alcance de lo que dice. Es una voz fuerte pero cruel y dura; a nadie le gustaría que esa voz lo criticara. También es atrevida, muy melancólica, y experimentada, llena de dudas propias, confianza y humor. Es agresiva y combativa, pero su violencia es atractiva porque parece surgir de su apasionada participación en el mundo. Es la voz de alguien que está vivo, tanto en su mente como en sus sentimientos; es la voz que procede de alguien que ha comprendido sus experiencias y conoce su valor”.

“Ser un Beatle casi me costó la vida”, repite una y otra vez la voz. Hay un pequeño detalle, sin embargo, un mínimo cambio que modifica todo el retrato: a Lennon ser un Beatle “casi” le costó la vida. Y no ser un Beatle le costó la vida.

3 La historia que se cuenta entre los aleluyas del mitificador O’Donnell y los exorcismos demitificadores de Lennon se cuenta y se canta en varios discos perfectos de una banda llamada Los Beatles, que suenan hoy como si acabaran de salir, y en la trastienda de seis compacts conocidos como The Beatles Anthology. La continuación de esa historia -los diferentes capítulos en la epopeya del fugitivo- se canta y se cuenta en varios discos imperfectos de un hombre llamado John Lennon y en la trastienda de cuatro compacts conocidos como The Lennon Anthology. La mejor música se canta y sigue y seguirá vigente en los discos de los Beatles; la mejor historia se cuenta y sigue y seguirá vigente en The Lennon Anthology.

Organizada en cuatro compacts/tramos biográficos/períodos John Lennongeológicos -Ascot, New York City, The Lost Weekend, Dakota-, lo que se narra en la reciente caja Lennon es algo atípico: el denodado esfuerzo, la férrea voluntad de alguien que lucha contra la sombra terrible de un pasado brillante. La empresa de alguien que prefiere no ser un genio artístico -un Beatle- porque lo atrae más la idea de ser una persona más o menos normal que, por esas cosas, es un artista. Si hay un momento de genialidad clara en la vida y obra de Lennon en solitario -claramente representada en Ascot, el primer CD de la serie- es en el disco John Lennon / Plastic Ono Band. Allí -sin violines ni guitarras invertidas ni efectos de grabación, ni George Martin- Lennon inventa casi sin darse el punk a partir de una terapia de grito primal, gritándoles a todo y a todos. A su padre, a su madre, a sus compañeros de banda, a Dios, a sí mismo. Allí también, no conforme con haber inventado a los Beatles y haber inventado la separación de los Beatles, Lennon se desinventa para volver a inventarse. Pasa de ser un vanguardista para -con un último gesto primal- optar para la retaguardia. Es una decisión difícil y dolorosa, porque Lennon comprende que cualquier movida genial siempre lo acercará más al espíritu de los Beatles que a la carne de sí mismo. En un punto, aunque suene a blasfemia, Lennon se mediocriza, se hace casi previsible, humano.

El segundo CD, New York City, reúne perfectas canciones utópicas, himnos de amor tan sentido como privado que incluyen a Yoko para dejar afuera al resto del mundo, efectivos slogans y jingles políticos y publicidades de su vida matrimonial que sólo se le pueden ocurrir a un feliz burgués con todo el tiempo y el dinero del mundo. Habrá momentos trascendentes: la virtual invención del trance en “I Don’t Want to Be a Soldier...”; o la ascética “Stranger’s Room”; o los puentes de “Old Dirt Road”, “Sweet Bird of Paradise” y “I’m Losing You”; o las sinatrescas “Jealous Guy” y “Nobody Loves You When You’re Down and Out”. Pero no hay, en todo The Lennon Anthology, algo que siquiera se acerque a “She Said, She Said”, o a “Tomorrow Never Knows”, o “Strawberry Fields Forever”, o “A Day in the Life”, o “Happiness is a Warm Gun”, o “Come Together”: fenómenos extrasensoriales que, por comodidad, preferimos considerar grandes canciones. Tampoco hace falta. Alcanza y sobra con muchas grandes canciones escritas por un mortal cansado de inmortalidad. Lennon paga el precio y expía sus culpas con lo que mejor tiene: su genio. Y hay que ser muy pero muy genial para animarse a hacer algo así.

4 A la hora del lanzamiento de John Lennon/Plastic Ono Band (1970), el reciente ex Beatle declara a la revista Rolling Stone: “Tuve que humillarme por completo para ser un Beatle, de ahí mi odio y rencor. Quiero decir, yo lo hice. Lo hice y no pude verlo; ocurrió de a poco, paso a paso, hasta que la locura te rodea por completo y te descubres haciendo todo aquello que nunca John Lennonquisiste hacer con gente a la que no soportas, gente que odiabas cuando tenías diez años. Y esto es de lo que hablo en este álbum. Ahora me acuerdo de todo, recuperé la memoria, fuckers. Y les digo fuck you! Eso es lo que les digo. No me van a agarrar dos veces”.

Cinco años más tarde, el hombre que no quería ser Beatle está más tranquilo y de mejor humor: una mujer se cruza a Lennon en la calle y le pregunta ¿Cuándo van a volver a juntarse los Beatles? Lennon sonríe y responde: El día que tú vuelvas al colegio secundario. Son los primeros días de su desaparición. Lennon lo ha intentado casi todo: hablar mal de sus viejos camaradas y dedicarles canciones vitriólicas; regresar a la adolescencia e irse de juerga a Los Angeles abandonando a su mujer y a Nueva York -período captado en el tercer CD de la caja, The Lost Weekend, con varias tomas alternativas del que, con el tiempo ha probado ser su segundo mejor disco: Walls and Bridges (1974)-; volver al redil y ver qué pasa. No pasa nada. John Lennon sigue siendo el Beatle John para los ojos y los oídos a través del universo. Entonces ¿qué hacer?

Sólo queda la desaparición: convertirse en un hombre invisible. Yoko Ono se queda embarazada. Nace Sean Lennon y su padre se dedica a hornear pan y aparecer en las páginas del Wall Street Journal como próspero empresario, comprador casi compulsivo de mansiones y de vacas pura raza. Mientras tanto, los otros ex Beatles continúan trabajando -con mayor o menor gracia- de Beatles. La bestial biografía no-autorizada de Albert Goldman -Las vidas de John Lennon- retrata ese período con inusitada maldad y virulencia a la hora de mostrar a alguien más cerca de un marchito y ermitaño Howard Hughes que de un magnate venido del Flower Power. La biografía considerada definitiva de Ray Coleman -John Lennon- opta por un retrato de hombre meditando y mirando las ruedas girar. O soñando, pero nada más que consigo mismo, y sin importarle demasiado los sueños de los otros. Un hombre razonable, después de todo, que luego de haber dominado a sus demonios internos, se muestra listo para volver al ruedo con sus propias reglas. El problema, claro, es que el sueño de la razón produce monstruos. El sueño de la razón de John Lennon produce un monstruo conocido como Mark David Chapman. Alguien para quien Lennon se ha convertido en un falso, alguien que hace gala de su dinero y les resta importancia a su talento y a su pasado beatle. La felicidad de Lennon ya no es “un revólver tibio”. Mark David Chapman decide que él va a poner el revólver. Caliente.

5 Double Fantasy no es un gran disco de Lennon. Pero, si no se cuentan los lanzamientos post mortem, funciona como su testamento artístico. Dakota -cuarto y último CD de The Lennon Anthology que abarca la grabación de ese álbum- es, paradójicamente, un gran disco. Despojadas de la produccióninstantáneamente anticuada de Jack Douglas, y presentadas en forma de demos, las canciones de Double Fantasy se entienden por primera vez como lo que Lennon quería que fueran: la segunda parte de John Lennon / Plastic Ono Band. El reverso de la misma moneda.

El artista que gritaba ahora susurra. El hombre que explotaba de odio y autocompasión ahora es feliz. ¡Buenas noticias! Quiero compartirlas con ustedes. Hay algo dulcemente terrible en la idea de un Beatle acabado dando paso a un hombre completo: las pistas que quedan sobre lo que pudo haber sido son escasas. La evidencia es parcial y se impone, con el tiempo, la paradoja irónica y ectoplasmática que, seguro, Lennon hubiera disfrutado: dos de sus canciones inéditas son beatificadas y beatleficadas por su compañeros para el proyecto Anthology a la hora de recuperar la historia de los Fabulosos Cuatro con una reunión literalmente fantasma. Algo alcanza a vislumbrarse, sin embargo. Lo mismo ocurre con Bob Dylan: Lennon es más profundo cuando peor le va y más superficial cuando mejor la pasa. Pero no se puede abrir un juicio cabal y llegar a un veredicto justo porque el final de la carrera de Lennon lo escribió un magnicida con cinco balas dum-dum, no un artista con un piano blanco. Tres out-takes ubicados al final del último CD se hacen especialmente duros, al mostrar el paisaje de una felicidad casi invulnerable. Desgraciadamente, la palabra operativa siempre es casi. Las canciones se llaman “La vida empieza a los 40”, “Envejece conmigo” (enaltecida por un bellísimo arreglo de cuerdas de George Martin) y “Querido John”, donde el hombre que no quería ser Beatle se canta a sí mismo: “Querido John / No seas tan duro contigo / Date un respiro / La vida no está hecha para correr / La carrera terminó y tú la ganaste”.

Antes, en una conversación grabada en la cocina de su departamento del edificio Dakota, frente al Central Park, The Lennon Anthology ofrece un instante de rara y perfecta intimidad. John y Sean conversan. Sean canta; John escucha. Sean confunde la letra, pide ayuda a John y le dice que es su canción favorita de los Beatles. “Esa la cantaba Ringo. Paul y yo hacíamos los coros”, dice John casi a modo de disculpa. Sean sigue cantando y se sigue equivocando. John comienza a recordar, le canta los versos correctos. Unos segundos de silencio y entonces John -el hombre que no quería ser Beatle y que, finalmente, consiguió no serlo- exclama: ¡Ya me acordé! Se llamaba “With a Little Help from My Friends”!

Después, enseguida, un tipo que sí quería ser Beatle lo mató.