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Un adelanto de “Bukowski para principiantes”

EL VIEJO INDECENTE

Nació en Alemania, pero su familia emigró a Estados Unidos cuando él era chico. Su único trabajo fijo fue en el correo. Renunció después de doce años, a los 49, y empezó su primera novela. Sin desatender su carrera de borracho empedernido y jugador casi compulsivo, se sumergió así en el proceso por el cual se convertiría en uno de los escritores emble-máticos de la contracultura norteamericana. Así describe Carlos Polimeni al viejo Hank en Bukowski para principiantes, un libro con dibujos de Miguel Rep cuya flamante edición argentina precede a la aparición del libro en Inglaterra, Estados Unidos, Alemania e Italia y Radar reproduce en exclusiva.

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Charles Bukowski

Tenía 49 años cuando comenzó a escribir su primera novela. Un día antes, había renunciado al único trabajo fijo que tuvo en su vida: empleado de correos. Llevaba en él doce años consecutivos trabajando de lunes a viernes en una oficina que detestaba, y habían transcurrido dieciocho años desde su ingreso, como empleado temporario destinado a repartir cartas por los barrios más duros de Los Angeles. A Bukowski no le gustaba su nombre: se hacía llamar “Hank”. Sonaba parecido a Rick, el nombre del duro de Humphrey Bogart en Casablanca. En los 24 años de vida que le quedaban, publicaría sin parar, hasta completar 45 libros.


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La noche de la fiesta de graduación, en el gimnasio de chicas del colegio, Charles tuvo vergüenza de sí mismo (el acné hacía estragos en su fisonomía) y se limitó a espiar por una mirilla el baile de sus compañeros. Le daba vergüenza todo, incluso estar intelectualmente en contra de aquella fiesta. Hubiese pagado ese día por ser del rebaño, por no tener en la cabeza tamaña rebeldía.
 
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Cuando Franklin D. Roosevelt inició su primera presidencia, Hank había comenzado su secundaria. Su mayor formación, sin embargo, sería producto de la biblioteca pública de su barrio. Esa formación anárquica es un dato esencial para entender la personalidad literaria de Bukowski, que no pertenece a ninguna escuela, a ningún movimiento. Por un lado, su estilo carece de roce con lo académico, y hasta parece agredir la lógica literaria (de hecho, a veces su puntuación ignora algunas de las reglas elementales de la gramática). Por otro, haberse alimentado voraz y compulsivamente de literatura casi como una necesidad básica para subsistir, lo dotó de una sensibilidad poética especial, directa y sin afeites.
 
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En 1952, Bukowski había conseguido el único trabajo más o menos estable que tendría en su vida: había ingresado a la oficina de correos de Los Angeles, en un período de reclutamiento de empleados nuevos. De allí salió su experiencia de cartero, que duró tres años. Por los problemas de salud del alcoholismo se pasó en total unos tres años deambulando entre el trabajo y los hospitales, hasta que en 1958 empezó el período de doce años que concluirá con su renuncia al puesto de clasificar correspondencia, al concluir 1969.
 
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Jane Cooney Baker era una mujer diez años mayor que se dedicaba por completo a emborracharse, minuciosamente, día a día, intentando resolver lo imposible: una tragedia personal. La historia de Jane y Bukowski fue luego parte importante de su obra literaria y le inspiró el guión del film Barfly (Mariposas de la noche) que el realizador Barbet Schroeder dirigió en 1987, con Mickey Rourke y Faye Dunaway. Jane aparece con varios nombres, e incluso con diferentes aspectos exteriores, en muchos textos posteriores a la relación. Fue, luego de su última y definitiva esposa, la mujer que más lo influyó.
 
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La acusación más grave que el escritor le haría a la sociedad, en toda su obra, es que atemoriza a la gente mediante un complejo sistema de control -las instituciones-, condenándola a aceptar la humillación y el fracaso como naturales. Para él, los que no se rebelan pierden la capacidad de pensar por sí mismos. Son la gente común. A los otros, claro, no les va bien. Así expresó esa visión del mundo en su poema “Nota sobre la construcción de las masas”:
 

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  ...y que al final, claro, se hace...
RICO Y FAMOSO
 

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La crítica literaria Fernanda Pivano, que en 1982 publicó un libro que consiste en la desgrabación de una entrevista de tres horas con el escritor -el título es lo mejor Lo que más me gusta es rascarme los sobacos-, marcó la novela Factótum con el inicio de la madurez del escritor, que cada vez relataba mejor y comenzaba a abandonar la ingenuidad de sus primeros cuentos.
 
 
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En 1960, un tal E.U. Griffith, director de una revista literaria pequeña, Hearse, decidió publicar un libro recopilando poemas de Bukowsi. El primer libro de Hank era apenas un cuadernillo: tenía 14 páginas. Acababa de cumplir cuarenta años cuando recibió un paquete con los primeros ejemplares, en agosto. Había festejado solo, bebiendo primero en un antro de strip tease, luego de bar en bar. Veía la nueva década con sorpresa: la mayoría de los literatos se comprometían políticamente, adoptaban aptitudes que encantaban a los jóvenes estudiantes universitarios, pero que a él le parecían demagógicas. 
 

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Invitado a “Apostrophes”, el famoso programa literario conducido por Bernard Pivot en la TV francesa, salió todo mal. Bukowski se presentó borracho en el estudio, provocó al conductor invitándolo a beber en cámara e hizo su show acostumbrado de viejo maleducado e iconoclasta. Incluso manoseó las piernas de una escritora que estaba sentada a su lado. Cansado de escuchar al resto sin que lo dejasen hablar, en un momento inolvidable para la historia de la televisión francesa, Hank se levantó bruscamente, se arrancó el auricular que le habían proporcionado y se fue de cámaras mascullando.
Su payasada resultó un golpe maestro: Pivot es en Francia una estrella y los medios tomaron aquella performance como la actitud más digna que un agitador cultural podía tener. Después del programa (que se emitió en octubre de 1978) las ventas de sus libros subieron estruendosamente en Francia.
 
 
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Bukowski contó este episodio, a su manera, en el libro Shakespeare nunca hizo eso, que escribió al término de sus dos excursiones a Europa, e ilustró con una serie de hermosas fotografías, todas de Alemania, alternando prosa con poemas. Su reflexión sobre el episodio francés fue sencilla y a la vez demoledora:

 
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En 1986, de vuelta de toda polémica, publicaría un poema humorístico sobre su estilo desgarbado de hablar sobre la realidad, escribiendo con la precisión y dureza de un boxeador que tira golpes al mentón de su adversario.

Este Hank sesentón que se sentía un sobreviviente -puede pensarse casi la totalidad de su obra como el diario íntimo de alguien que zafó de la muerte varias veces, por milagro- ya no tenía el sentimiento optimista de la vida de aquel pichón de escritor de la década del 40, pero no había perdido el buen humor. Era algo así como un pesimista divertido.


 
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Celebridades como Madonna, su por entonces marido Sean Penn -que hubiese dado una mano, según dijo, por hacer el protagónico del film, porque era un fan absoluto de Bukowski- y Dennis Hopper, entre otros, solían visitar la casa de San Pedro, buscando constatar si aquel hombre de leyenda era, de verdad, tan duro. El no se ahorraba comentarios hirientes ni rabietas, pero eso encantaba a sus visitas: era, en parte, lo que iban a buscar.
 
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Los 70 años no vinieron solos: en 1990 el sobreviviente de sí mismo tenía el tiempo contado. Hank enfrentó el deterioro orgánico con la misma tozuda energía que lo había mantenido vivo hasta entonces: escribió a más no poder, se encargó de darle aliento a Linda...


...y se burló de las caras compungidas que encontró. Una parte de su producción poética de entonces gira obsesivamente sobre el tema de la salud. Murió en 1994.