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La ortografía y la tercera vía
Por ALFREDO GRIECO Y BAVIO
El inoxidable supercanciller Helmut Kohl, que pudo gobernar Alemania durante 16 años, perdió finalmente el puesto en las elecciones parlamentarias del domingo pasado. El mismo día de la derrota de la Democracia Cristiana por el oportunismo histriónico y telegénico de una ex izquierda que -púdica, realista y acogedora- prefiere llamarse Nuevo Centro, ocurrió también el triunfo de la reacción, en unas elecciones regionales, contra la reforma ortográfica que ya es ley en Alemania. En el estado más norteño del país, Schleswig-Holstein, la patria de Theodor Storm y de Thomas Mann, los votantes plebiscitaron masivamente en contra de la reforma de la ortografía nacional dispuesta por el gobierno central.
La polémica cumple ya varios años en Alemania. El 14 de octubre de 1996, el semanario Der Spiegel publicaba en su portada un dibujo que tenía todas las apariencias de las barricadas de 1848. Tal vez con ello quería significar que era una causa perdida, y que la derecha finalmente se impondría. Por encima de una barricada -construida con libros en lugar de adoquines-, Günter Grass desafiaba la metralla y hacía flamear una bandera alemana de bandas verticales, mientras que otro de sus compañeros de lucha había ensartado con una bayoneta el diccionario DUDEN, ese instrumento lexicográfico que consagró la pasteurización de la lengua alemana. En el interior de la revista, izquierdas y derechas habían encontrado una causa común: Martin Walser, Siegfried Lenz, Hans Magnus Enzensberger, Walter Kempowski y el mismísimo Ernst Jünger se pronunciaban contra la simplificación ortográfica.
La victoria en Schleswig-Holstein de la semana pasada es el primer hecho rotundo, inequívocamente político, después de años de campañas en los medios. Las innúmeras facilidades ortográficas que la reforma introdujo en nombre de la coherencia representan un borramiento de la historia de las palabras. O mejor: de la inscripción de la historia que las palabras llevan sobre su propia corporalidad gráfica. Por ejemplo: ¿qué pasaría en castellano si se hiciera desaparecer, por una decisión legislativa, la h, tal como en una ocasión propuso el premio Nobel Gabriel García Márquez? En un término como hospital sería más difícil ver la descendencia etimológica del latín hospes, huésped, y la proximidad con la idea -tantas veces desmentida en los hechos- de hospitalidad.
Es un dato incontrovertible que la mayoría de los hablantes poco saben de etimologías, pero también es cierto que, con la reforma propuesta, les resultaría mucho más penoso llegar a conocerlas. En el caso alemán, la reforma también afectó y empobreció la sintaxis, restringiendo y normalizando la puntuación. Gracias al esfuerzo de un gasto multimillonario (en un país con 20 por ciento de desocupación en el Este), Alemania llegará al 2000 más cerca que nunca de haber conseguido para su territorio un precario y perfectible simulacro de la neolingua que anticipaba George Orwell en su novela 1984.
La reforma ortográfica tiene un antecedente en otra, ocurrida antes en la tipografía. El 3 de enero de 1941, Martin Borman reveló que la así llamada escritura gótica, esa expresión tipográfica del alma nórdica, era en realidad de origen judío. Siguiendo las órdenes del canciller alemán de entonces, Adolf Hitler, la tipografía romana -la preferida por los modernistas que entonces abrazaban a la arquitectura neoclásica- sería empleada a partir de entonces en los diarios, los documentos oficiales, la señalización callejera: dirección única.
Las elecciones de Schleswig-Hosltein convirtieron al estado en una isla ortográfica, y las autoridades ya lamentan que las infancias locales escribirán las palabras como lo hacía Thomas Mann y no como lo hará Gerhard Schroeder. También deploran a esta derrota -tan módica y tan local- que sufrieron los excesos de la tecnocracia como a un retroceso reaccionario, el resabio de un mandarinismo cultural que impedirá queAlemania forme los recursos humanos que necesita al enfrentar un siglo XXI cada vez más rico en rivalidades entre Europa y Estados Unidos, de las que la batalla que hoy libran las aerolíneas Airbus y Boeing es un instructivo modelo. Pero el mundo multipolar es más complejo que el de la Guerra Fría, cuyas formas narrativas predilectas eran la paranoia, el espionaje y la ciencia ficción. La facilitación de las dificultades ortográficas que la reforma promovió es una solución, en su propio y restringido plano, semejante a la Tercera Vía que Bill Clinton, Tony Blair y el electo Schroeder quieren proponer a una humanidad no siempre entusiasta. Como la realidad es muy complicada, parece preferible trivializarla.
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