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Vale decir


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La felicidad existe sólo bajo ciertas condiciones lumínicas: una de esas condiciones es la luz de una tarde de primavera en Buenos Aires, ideal para proponerle a Catherine David un paseo por una ciudad que, en algún sentido, le es familiar. “Para un europeo, Buenos Aires es previsible: sabemos que venir acá no es venir a la jungla. Buenos Aires nunca me sorprendió porque, como europea, siempre supe qué iba a encontrar. En ese sentido Argentina es muy diferente de México o Brasil. Por supuesto, es una ciudad muy mediada, por su cine (me gustó mucho Pizza, birra, faso) y sobre todo por su literatura, desde Borges a Macedonio Fernández. Ahora se está poniendo de moda Girondo, que todavía no ha sido muy traducido al francés”.

EN EL AUTO Catherine David está en un paréntesis y aprovecha el tiempo muerto en el coche para hablar de eso. Luego de la organización de la Documenta X de Kassel, el año pasado, retomó su actividad en Francia, en Marsella como curadora en jefe de los Museos Nacionales (“sin afectación fija”, dice con una sonrisa, consciente de la pomposa afectación de su cargo). Vuelve de la Bienal de San Pablo, consagrada este año a la antropofagia, donde fue la curadora del programa de cine-video. “Hoy por hoy, es evidentemente la mejor bienal del mundo, muy superior a la de Venecia. Pero una vez alcanzado un nivel de excelencia tan alto, lo que habría que discutir es el concepto mismo de bienal”. Es que el criterio de curación de la Bienal le pareció excesivamente histórico: “Me llamó la atención la reunión de obras muy importantes del arte europeo (desde Goya hasta Matisse) solamente justificada por el tratamiento del canibalismo. Pero tal vez sea inteligente revitalizar el concepto de antropofagia en el contexto brasileño”. Tampoco está de acuerdo con las “representaciones nacionales” como criterio de organización: dice que, en tiempos de globalización como los que vivimos, se puede politizar la producción y la reflexión sobre el arte a partir de variables que no sean geográficas. “De ese modo, el arte pierde parte de su incandescencia”.

EL ROSEDAL “¿Cercaron porque había muchos asesinatos?”, pregunta cuando ve el perímetro vallado de El Rosedal. Se ríe a carcajadas cuando se le explica que en realidad el tradicional paseo fue cercado para evitar los robos de rosales: nada que ver con el descuartizador de Palermo. “Es un parque muy bien peinado”, sentencia y agrega, inmune a los torsos y glúteos que a su alrededor adoran el sol, inmune a los linyeras durmiendo, los patinadores, los skaters y los aerobistas que desafían las leyes de la tracción a sangre: “Tal vez haya que revisar la tradición misma del parque urbano recreativo”. O no tan inmune, porque de inmediato dice: “Lo que se nota en Buenos Aires es el enfrentamiento de dos velocidades radicalmente opuestas: el último café, las últimas librerías, que parecen una zona condenada. Y, chocando con eso, el desenfreno modernizador”. Lo que le sorprende es que no haya malestar en la gente. Aunque no se sabe bien si la propuesta que arriesga a continuación es seria o una burla amable a las contradicciones porteñas: “Estuve dos veces en el Tortoni, la segunda me quise llevar la carta, porque pensé que en cualquier momento pueden cerrarlo. Para los argentinos, el café es como un relicario. Hay que fundar una asociación civil en defensa del café tradicional”. De pronto, un piloto salido de Top Gun, montado en su máquina aspirabasura, irrumpe en el parque y, con ruido tan ensordecedor como ineficaz (una botella vacía de gaseosa queda atrapada en la punta de su tubo de goma, en un punto muerto del proceso aspiratorio) quiebra el clima de abulia naturista que la tarde propiciaba.

EN EL AUTO “Todas las ciudades tienen el mismo problema. Las zonas bonitas no son interesantes. No tienen energía. En San Pablo uno ve los barrios altos y piensa: Ah, la misma mierda que en todas partes. De todos modos, hay factores que llevan a ver cómo funcionan las zonas bonitas en cada contexto”. La próxima escala es el corazón de los museos.

FIGUEROA ALCORTA Y PUEYRREDON “El Bellas Artes está más vivo, más animado. La exposición de Distéfano estaba bien montada. Justamente cuando estuve en su taller le pregunté por esos versos de Girondo que están en la base de su gran Cristo. Me dijo que eran de En la masmédula, pero me parece que no”. De las atracciones de la zona, la que más le interesa es el cementerio de la Recoleta: “Junto con el de Bogotá y el de Milán son de los más excéntricos”. El Centro Cultural Recoleta, piensa, es un poco heterogéneo. “Hay mucha energía, pero por la energía misma. Canalizada rendiría más”. Mucho ruido en Buenos Aires. “Pero el ruido y la polución son el sello de las ciudades modernas”, dice, mientras camina rumbo al Parque Thais, donde estaba el Ital Park. Y se frena de golpe: “¿Botero? ¡Es un cliché! No existe como artista”. No tanto porque lo que hace esté destinado a las revistas dominicales: “Quiere figurar en la historia como pintor sudamericano. ¿Qué es eso? Me da en los nervios su producción”, concluye, con un giro tan francés como fácilmente traducible al castellano.

EN EL SUBTE Edward Said es uno de los más reconocidos intelectuales palestinos. Sus libros Orientalismo o Imperialismo y cultura marcan un antes y un después en los estudios culturales y en las relaciones entre cultura y política. Said fue uno de los expositores estrella en la Documenta X, pero la David dice: “Said está regular. Tiene algunos días mejores que otros. La semana pasada me envió un fax donde me contaba los rigores de la quimioterapia, día por medio”. Obviamente, Catherine David le debe mucho a Said, y también a Etienne Balibar. Respeta a Bourdieu, pero su sociología nunca le interesó. Y la polémica recientemente desatada en Francia alrededor de su nombre le parece mezquina. “Se hace muy difícil pensar las artes plásticas o visuales en relación con sus contextos, y en la relación con la sociedad. Es que las artes están instrumentalizadas y por eso se pretende aislarlas”. Le parece necesario defender la necesidad del debate cultural y político, “muy aplastado en Buenos Aires”. No promover ciertos debates equivale, según ella, a una forma de censura. “La desaparición de personas es también la desaparición del pensamiento crítico”.

CONSTITUCION Como buena europea, Catherine David se molesta cuando ve escaleras mecánicas que no funcionan. Lo que no entiende es por qué la gente no se subleva. En un pasillo que lleva al hall central de Constitución, atestado de mercaderías, letreros antiguos y obras de reparación, dice: “Esto también es la globalización”. Pero otra forma de globalización, que tiene que ver con usos diferentes. “Siempre hay posibilidades de abrir espacios, no se transforma todo sin resto”. En el centro del hall, hay una pirámide con todos los objetos imaginables en rápida (pero sólida) contigüidad: planchas, relojes, plantas, vasos de vidrio, muy falsos veladores Tiffany, cinturones de cuero, especias, camisetas, equipos de audio, jabones, cartas de tarot, juguetes: un aleph de la necesidad. “Es una tienda global”, exclama David, y por primera vez pide una foto. Caminando por Pedro Echagüe, a metros del hormigueo vespertino que es la estación de trenes, aparece otro Buenos Aires: los porcentajes étnicos -crisol de razas- se mezclan de otro modo, y también porque cambian las velocidades. De pronto aparece el barrio, casi el suburbio, en pleno centro de la ciudad. Y, por supuesto, la inversión inmobiliaria. “Qué buen trabajo de reconstrucción ¿no?” dice de una casa que parece traída de otro barrio, de Palermo Viejo o Coghlan. “El riesgo, cuando se reciclan barrios, es la pasteurización”. Ya le han dicho que la nueva burguesía se desarrolla hacia el norte, fuera de la ciudad, y eso la alegra: “Tal vez entonces esta zona pueda mantenerse”. De pronto se acuerda de ciertos libros, como el del fotógrafo sudafricano David Gold Blatt, Cómo eran las cosas en aquel tiempo. “Es un libro maravilloso. Fotografió las marcas más microscópicas del apartheid”. Por supuesto, se acuerda de este libro porque le sorprende el poco interés por la fotografía documental de Buenos Aires que hay en esta ciudad.

EN UN TAXI El 504 arranca prácticamente en cuarta. Catherine David revolea los ojos y murmura: “Qué se cree, ¿que está manejando una Ferrari?”. No tanto por la velocidad del bólido, sino por la de la ciudad misma, de pronto Buenos Aires “tiene otra respiración”.

PASEO DEL 900 Hay cámaras de cine en las puertas de la estación Yrigoyen, donde alguna vez filmó Solanas escenas de Sur. Es el corazón de Barracas: “No conocía este barrio”, dice encantada la David. “Está muy bien la estación. Modesta pero mantenida. Y no restaurada, por suerte”. El paseo que está detrás de la estación exhibe sucesivas capas de gestión municipal. “Se ve que el diseño no ha sido sistemático. Tal vez sea mejor así”. Decididamente, el lugar tiene, para Catherine David, mucho charme.

EN OTRO TAXI Volviendo al centro, por Vélez Sarsfield, Catherine David descubre una Buenos Aires menos abigarrada, más parecida a Barcelona que a Madrid. Y vuelve sobre sus planes, o actividades recientes: “Lo último que hice en Francia, antes de viajar, fue la organización en Marsella del encuentro Jerusalén en plural. Fueron dos días de presentaciones, discusiones y exposición de obra en diapositivas (diaporama). Convocamos a la crema de la izquierda no sionista de Israel y a urbanistas, geógrafos y teóricos del arte y la cultura palestinos que viven en Jerusalén. Por supuesto, el estado de Israel terminó retirando el apoyo financiero que había prometido. Israel es un fenómeno interesante: por un lado es un país caricaturesco. Y, por el otro, es un síntoma, un emergente de contradicciones. Los problemas de identidad y de subjetividad son dramáticos en un estado fundamentalista como el de Israel. Es esa tensión entre el cliché y la complejidad cultural lo que nos resultaba más interesante debatir”.

FINALMENTE, UNA CONFITERIA Entrando en la confitería Ideal, Catherine David murmura: “Qué raro. En el Tortoni la mayoría son hombres y acá la mayoría son mujeres”. Pide un jerez, encantada de haber descubierto otro lugar que -a duras penas, es cierto- sobrevive a los embates modernizadores o museificadores. “Es que la preservación museográfica equivale a un cuerpo muerto”. Un señor prácticamente centenario comienza a tocar unos aires de bossa nova en un órgano eléctrico. Hablando de velocidades: una pareja de jóvenes, casi adolescentes, se asoma a la confitería, miran, pero no se atreven a entrar. David aprovecha entonces para resumir un recorrido imaginario por la ciudad: “Almagro, un cambalache. El nuevo La Paz, horrible. Casi peor que La Coupole”. Y hablando de estética y política: “En Buenos Aires es muy difícil organizar a la gente en proyectos colectivos. Y eso empobrece el debate. ¿A qué hora van mañana las Madres a Plaza de Mayo?”, pregunta por fin, dispuesta a agotar todos los itinerarios de una ciudad a la que volverá, seguramente, el año próximo.