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Vale decir


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EL LADRON DE PARIS

Nació en la Argentina en una familia sin antecedentes penales. En la adolescencia viajó a España y empezó a vender hachís y heroína. Después de dejar la adicción, cruzó a Italia y a Francia, y abrazó una de las profesiones más viejas de la historia: la de ladrón. Su especialidad: bancos. Hoy, es un veterano en el oficio con asaltos célebres en Italia, Francia y España. En esta charla con Radar enuncia el decálogo para el perfecto ladrón y cuenta anécdotas increíbles de sus aventuras profesionales, manteniendo el más perfecto anonimato, para que la ley no caiga sobre él.

De argentino sólo le queda la mezcla de abuelos italianos, españoles y franceses; un par de palabras del argot madrileño, napolitano y parisino (“los lugares donde he actuado”, dirá después) y una expresión de sorpresa ante los detalles mas mínimos que lo hace olvidar a uno que está frente a un ladrón de bancos. Cuando ve al cronista sacar la máquina de fotos y encender el grabador, dice: “No es que sea tímido delante de las cámaras. Lo que pasa es que las dos veces que salí en televisión fue por mal rollo”. Y se ríe: “Cuando llegas a la cana, dos o tres días después de haber caído, lo primero que te dicen es Ah, vos sos el del robo de la Rue tal... Te vi el otro día por la tele. Por suerte ese día había un camarógrafo un poco menos perro que el resto, y no me sacó la jeta. Si hubieran filmado el tiroteo, no me salvo”.


PRELUDIO PARA LADRON Y ORQUESTA

Toda historia tiene su comienzo y la de F no es la excepción. “Empecé como todo el mundo, fumando caños de pequeñito, y luego me puse a vender costo (hachís). A los 16 ya tenía gente que me traía el costo y no tenía que ir yo a Marruecos. Esa misma gente empezó a tener caballo (heroína) a buen precio, porque lo que hicieron con la heroína en aquellos años fue una verdadera operación de marketing: nos daban tailandesa repotente y a precios buenísimos. Yo sólo la vendía al principio, porque me parecía una mierda. ¡Pero no funciona así, tronco! Primero limpias el cuchillo cada vez que picas la papelina, después limpias la bandeja y, al final, terminas haciendo rayas y más rayas. ¡Una ruina total! Y ahí tienes dos opciones: o pedir dinero a tu familia y a tus amigos, o robarles directamente, a ellos o a cualquiera. Y yo no pertenecía a una familia de ladrones, así que no tenía experiencia desde niño, ni puta idea de cómo se entra en un building por la pared, por ejemplo. Así que me dije: Vamos a buscar dinero de una manera sensata. Y lo más simple es agarrar un fierro: así te lo dan de una. Digamos que elegí la rama más recta”. Y, como el dinero está “mayormente en los bancos”, descartó los kioscos y los almacenes rápidamente. “Pero a los bancos no puedes ir solo, tronco”, aclara y antes de pasar a explicar cómo se hace, dice riéndose: “También para esto hay dos métodos, como pa’casi todo en la vida”.

LA LOGISTICA

F se acomoda las canas con una mano nerviosa, mientras con la otra se arma un porro. Parece que de un momento a otro se va a levantar, va a ir hasta el pizarrón que hay al fondo de la sala y ejemplificar ahí su lección. “El método simple consiste en entrar solo, agarrar lo que hay en la caja (es decir, poco) y salir corriendo. Para algo más sofisticado, no pueden ser menos de tres personas. No se puede entrar a un banco de dos pisos solo; porque se te arma un follón bárbaro: ¡se te pierde la gente! Cuando entras a un banco tienes que ser claro y neto, pero tampoco puedes llegar y preguntar ¿Dónde está el cofre? porque cagaste”. Antes de dar el golpe, hay que preparar lo que F llama la logística: “Robar un coche, por si hay problemas, y tener otro coche propio estacionado un poco más allá. Si todo te ha salido perfectamente, lo que menos quieres es tener un problema de mierda: que por una casualidad se te ponga una patrulla de canas al lado y vean cualquier cosa... Que te agarren por un coche robado después de hacerte doscientos mil dólares en un banco ya es el colmo de la mala leche”. La elección del banco tampoco es casual: “Yo prefiero los que tienen cajas de seguridad y cajeros automáticos. En un cajero automático de París nunca hay menos de doscientos mil francos (40.000 U$S)”. Según F, sólo después de que se conocen a fondo la arquitectura interior, los horarios y los movimientos habituales, llega el momento de la acción.

NUNCA ESCUCHES A JULIO IGLESIAS

“Cuando vas para el banco, lo primero que tienes que hacer es escuchar la radio. ¿Por qué? Porque más de una vez te enteras así de un atentado, en la misma ciudad donde estás. En ese caso, lo primero es dejar el coche ahí mismo y te vuelves a casa corriendo... Y si lo ves muy feo, te metes en un hotel. Porque cada vez que hay un atentado en la ciudad donde estás, cierran todo, y hay canas por todos lados. Y tres tipos en un coche pueden parecer perfectamente tres chorros o un comando terrorista, no hay mucha diferencia. Así que no vas a poner a Julio Iglesias... Sintonizas la France Info, o lo que sea. En España es peor: los etarras siempre me hacían los atentados por la mañana, ¡son madrugadores, los hijos de puta! A las nueve de la mañana le meten un tiro a un teniente general que estaba yendo para el cuartel, mientras tú vas tranqui a por lo tuyo, y uff... si no te enteras, vas muerto. Por eso yo siempre escucho la radio: hasta en casa, antes de salir, mientras me tomo unos mates”

QUE TE VEAN TRANQUILO

Una vez dentro del banco lo importante es tener la iniciativa. “Cuando entras, no hay por qué ser violento ni nada. Tienes que tomar una especie de mando, eso sí. Pero de una manera que, cuanto más tranquila, mejor... La idea es que seas como su padre para la gente. Que sepan que eres lo bastante peligroso pa’matarlos en la hipótesis de que hiciera falta, pero que si todo va bien y te dan la guita, no eres ningún tarado. Hay que pasearse por el banco como si fuera tu despacho: la gente tiene que verte tranquilo y al mismo tiempo ver que tienes armamento y transmisiones, y que sabes cómo funcionan los aparatos para abrir las puertas, dónde están los cofres, todo eso. Entonces le dices al director: Dónde están los magnetoscopios. El tipo te dice ¿cómo? Y entonces le contestas: Les magnetoscopes qui enregistrent ça (los aparatos que están grabando esto). El tipo te lleva a un placard y te muestra uno de los cosos. Entonces le dices No, tronco; son dos. Recién ahí te abre el otro, el hijo de puta”.

EL VERDADERO PODER

De repente, F cree que ha olvidado algo y vuelve sobre un tema. El amor por los detalles es un gaje del oficio, dice. “Porque al director lo tienes que tener identificado de antes. No se puede entrar a un banco y preguntar dónde está el despacho del director, porque el tipo te está viendo por una cámara y está llamando a los helicópteros. Lo que hay que hacer es agarrarlo, porque parece mentira pero en un banco hay una jerarquía total. Lo agarras y le dices Encárguese de que todo vaya bien. Y el tipo mira a la señorita Dupont y le dice Cálmese, más tarde hablaremos, ahora haga lo que le dicen estos señores. Porque si lo haces tú, tronco, se va a poner más histérica. Pero él es su jefe: tiene un agarre psicológico sobre ella. Para entonces, yo he estado hablando con el director mientras esperamos que el cofre se abra. El tipo está contigo y hay que pasar el rato, así que le hablo de economía, de fútbol... No hay por qué estar con la pistola apuntando. Aparte, yo no soy megalómano. No es que me guste. Porque esto es una forma de poder que es agradable, sobre todo si lo haces bien. Pero el verdadero poder es ser magnánimo: no entrar y matar a quien quieras. El poder es hacer lo que te da la gana, pero hacerlo bien. Ser hasta educado, dentro de los límites: tampoco vas a decir s’il vous plait, monsieur. No hay que olvidar que el chaval ya está bajo tu influencia; lo único que quiere es que te vayas.”

MIRANDO EN LOS COFRES DEL SEÑOR

Una vez que la minutería de la apertura retardada está funcionando, a la banda le quedan de 25 a 40 minutos para dedicarse a las cajas. “Yo prefiero los bancos que tienen esos cofrecitos en las cajas de seguridad. Esos cacharros son como las alcancías de cuando eras pequeñito, que había que romper para saber cuánto dinero había. Con éstos es igual: sólo necesitas un cortafierro. Cuando te vas del banco te los llevas sin abrir. Después, en casa, te lo pasas bárbaro mirando: ¡se encuentra cada cosa! Desde objetos raros que no valen nada, como un pedazo de madera que a lo mejor es de la puerta de la casa de sus viejos, a revistas de zoofilia o pedofilia. Son para morirse. Las miras y te cagas de risa. Lo mismo te puedes encontrar una mina con un perro enorme o algún abuelito con su nieto... yo qué sé. Y el tipo las mete en el banco. A veces pienso que son directores de colegios católicos que las esconden ahí, porque si se las llega a encontrar la jermu...!.” F sacude la mano derecha para acompañar la expresión y el porro sale disparado en medio de las risas. “La mina después consigue un divorcio con una pensión alimenticia de mil dólares por semana, como mínimo. Y después están los que guardan en esos cofres fajos de billetes de cien dólares, que te lleva a pensar que ese hijo de puta no paga sus impuestos.”

CUIDADO CON EL PERRO

Entonces llega “el momento de rajar”. Si no ha sucedido nada fuera de lo previsto, “agarras tu coche, en la primera de cambio dejas el chaleco antibalas, la ametralladora, las granadas y todo en el baúl, junto con la guita, y te vas a tu casa. Ya no eres atracador, no eres nada. Entras en tu casa, te cambias y te vas a un restaurante de lujo. No de fiesta, sino en plan tranqui. Eliges un buen sitio, te pides un vino de esos que valen 500 francos, tranquilo... Siempre y cuando no te pase como nos pasó una vez, que había un perro fascista entre el público: un viejo que había combatido en la Segunda Guerra y que iba armado, el hijo de puta. Así que de repente estamos robando y sentimos un tiro que sale del público y cayó el flaco nuestro que estaba cuidando la gente. Nosotros no podíamos responder (porque nos cargábamos a medio personal) y el perro controlaba la salida desde ahí. Me acuerdo que había veinte personas en el suelo y una pistola del año del Ñaupa que disparaba... En tres minutos cayó la cana y se acabó el merequetengue”.

NO TE ENCARIñES CON LA CADENITA

Después del mal trago recordado, F recupera el aire doctoral que impregna toda su charla. “Si por casualidad te encuentras joyas dentro de las cajas, las tienes que tirar. Si te has hecho un banco con doscientas lucas y te quedas con un saquito con tres Rolex, unos diamantes y cualquier otra chuchería, el día de mañana eso te vale el banco entero. Ahí sí que no le podrás decir al juez Yo no fui: el tipo te señala la muñeca con su mejor sonrisa y te dice Fuiste. Y si se las regalas a alguien es peor, porque el día de mañana la persona tiene un problema y te señala a ti. ¡Imagínate, encima que las regalaste vas tras las rejas igual! Yo tiré montones de joyas. Da una pena... pero hay que ser inflexible: pelearte con la gente que está contigo, si es necesario. Porque todo el mundo dice Qué linda cadenita. No, tronco, se tira todo. Si yo tiré un Rolex con diamantes que vale 300 mil francos, no voy a dejar a los otros que se encariñen con una cadenita de mierda que vale tres mil. ¡Tampoco hay que ser gilipollas!.”

LA COSTUMBRE MATA

Mientras se acomoda para darle el último toque a la noche y al porro, F dice: “Al final te acostumbras. Se vuelve algo simple, pero no hay que hacer las cosas de una manera mecánica, porque las haces mal: te tienes que dar cuenta de que no trabajas en la Renault apretando tres tornillos. Ahí, si te confundes, suena la chicharra, se para la cadena y llega otro y lo arregla. Acá, si te confundes, te matan o vas veinte años a la cárcel. Para eso es importante no perder el miedo. Si vas a atracar un banco y no tienes miedo es que sos un enfermo. Imagínate pasearte en mitad de París a las diez de la mañana con una ametralladora, un chaleco antibalas y unas granadas abajo del abrigo: si no sentís nada, sos un pez o algo así”.

¿EL CRIMEN PAGA?

“Mira, tronco, a mí nunca me juzgaron mis seres queridos por lo que hago. Y la única vez que una jueza quiso contarme lo de la moral, yo le dije Que me condene por mis hechos vaya y pase, pero que me condene moralmente... eso sí que no. ¿Con qué argumentos no me lo encierra entonces al Michel Camdessus, el del FMI? Ese cabrón le roba millones cada día a la mitad del planeta y cuando llega a París, señora jueza, su policía se le pone adelante del coche para abrirle paso. ¿Sabes lo único que me molesta de mi trabajo? Que con mis robos yo les doy a esos mal paridos que están en el poder el argumento para que se vuelvan más fascistas. Nosotros afanamos algo y ellos dicen: ¡Hay que poner más canas en la calle ante el aumento de la delincuencia!. Eso me enerva.” F apura el cuarto whisky y medita un rato antes de contestar a la pregunta del millón: ¿el crimen paga? “Yo creo que todo tiene un precio. De la misma manera que hay gente que se pasa parte de su vida en la universidad, para luego hacer un poco de guita, a nosotros nos toca pasarnos unos años en la cárcel. No lo digo porque la cárcel sea una escuela, pero es un período de tu vida donde pagas un impuesto al oficio. ¡La idea es que sea un impuesto pequeño! Si vas a pasarte la mitad de tu vida en la cárcel... Para eso, mejor es ser cartero, digo yo, ¿no?.”

Ciertos datos y elementos que pudieran resultar indicativos de la identidad del entrevistado fueron modificados u obviados expresamente, a su pedido.