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Vale decir


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Laura ayuda a Pa.


La versión televisiva
y conocida de
Laura y Almanzo.


Los verdaderos Laura y Almanzo.

El verdadero Charles Ingalls era un verdadero mal tipo:
escapó de la guerra civil norteamericana pagándole a otro para que ocupara su lugar.
Además, lideró los reclamos para que el Estado pagara doscientos dólares a las familias por cada voluntario extra, esperó que el cupo estuviera lleno, enroló a sus dos hermanos y cobró los cuatrocientos dólares.

La primera vez que Michael Landon puso un pie en el auténtico pueblo de Walnut Grove (Minnesota) donde habían vivido los verdaderos Ingalls, un habitante se le tiró encima con todas las intenciones de trompearlo hasta el cansancio y, de ser posible, despeinarlo. Algunos precipitados los separaron antes de la tercera o cuarta trompada. Pero el resto del pueblo aplaudía.

Meses antes de esa contundente bienvenida, en 1974, y armándolo de un presupuesto más que considerable después de haber sido el hombre detrás del éxito de Bonanza, la NBC le encargó a Michael Landon que produjera una película basada en los ocho libros infantiles publicados por Laura Ingalls Wilder entre 1932 y 1943. Landon cumplió y la NBC sumó fortunas a sus arcas, pero las hordas de lectores acostumbrados a los finales relativamente felices de los libros quedaron desahuciados con la película: la NBC empezó a inundarse de cartas reclamando cómo podían dejar que el gobierno expulsara a los Ingalls de su tierra sin hacer nada al respecto. Entonces Michael Landon tuvo una idea: quizás harto de la impostada fraternidad testicular que le imponía la bonanza de los Cartwright, deseoso de purgar su misoginia, e imposibilitado de que una hipotética adaptación de Mujercitas le garantizara un sostenido rol protagónico, Landon se dejó crecer el pelo como un estudiante tardío del Berkley de los 60, y montó en las colinas de Ventura (en plena California) el pueblo que funcionaría durante los siguientes diez años como set para grabar la saga apócrifa de la familia Ingalls. Porque si la película poco había tenido que ver con los libros cuasi-autobiográficos de Laura, esa muestra condensada funcionaría como profética sinopsis de lo que mantendría frente al televisor a millones de personas durante veinticinco años: Landon iba a contar la misma historia, con el mismo final, pero en doscientos cuatro capítulos semanales. Landon escribió, dirigió, produjo y protagonizó hasta el último de los detalles de La familia Ingalls, situación privilegiada que le permitió conocer, uno por uno y en toda su dimensión, los verdaderos motivos por los que, en pleno Walnut Grove, y en ese preciso momento, una redentora trompada lo acaba de sentar de culo.

MOTIVO N 1.
LOS INGALLS NO ERAN COMO LOS INGALLS
Leyendo el recién salido Becoming Laura Ingalls Wilder -la biografía en la que John Miller se dedica a seguir la vida de Laura desde la más tonta infancia hasta su consagración como autora de libros infantiles inspirados en las memorias familiares-, no se tarda demasiado en descubrir que nada fue como se vio por televisión. Los Charles y Caroline Ingalls originales -padres de la Laura biografiada- fueron en realidad producto de un matrimonio por conveniencia: la hija más codiciada de una madre obsesionada con su viudez a cambio de que el pretendiente le prometiera que nunca abandonaría a su hija como su marido la había abandonado a ella. El nunca la abandonó (en rigor de verdad, lo hizo recién en 1902, cuando murió a los 66 años), por la sencilla razón que era ella quien hacía el trabajo pesado. Lejos de la inútil tiempo completo que aparecía en televisión, la Caroline auténtica sembraba, araba y cargaba con más de lo que podía un Charles que detestaba el campo pero que nunca conseguía un trabajo decente en el pueblo. Ya a las pocas páginas, cualquiera puede enterarse que ese tipo lleno de resentimientos escapó de la guerra civil norteamericana pagándole a otro para que ocupara su lugar. Y que era, además, un soberano hijo de puta: primero lideró los reclamos de 1865 para que el Estado pagara doscientos dólares a las familias por cada voluntario extra que aportaran por encima del cupo que se le exigía al pueblo; después esperó que el cupo estuviera lleno, enroló a sus dos hermanos y cobró los cuatrocientos dólares. A los verdaderos Ingalls, como ya se puede suponer, no les despertaba ningún remordimiento faltar a misa si, por ejemplo, hacía mucho frío, porque Charles era aquejado por la más grandiosa de las paranoias: estaba convencido de que Dios se había propuesto perseguirlo y arruinarle la vida. Charles inició a su yerno Almanzo en los grados más bajos de la masonería, y con Caroline se jactaban, además, de haber encabezado una de las avanzadas ilegales sobre la reserva india de Osage, “donde no había signos del dominio del hombre”. Si bien el Estado garantizaba por ley 160 acres en otras tierras, la verdadera Laura escribiría en uno de sus diarios: “Pa demostraba una verdadera obsesión maniática por mudarse a tierras indígenas”. En definitiva: un retrato y una saga de familia que hubiese sido, por lo menos, mucho más divertida que las fábulas patrióticas y ectoplasmáticas que todavía hoy alcanzan medio millón de espectadores entre las familias argentinas. Porque qué es La familia Ingalls si no el bodrio fundante de la corrección política aplicada a las series televisivas familiares, la misma que en los 80 se aplicaría a la New York yuppie en Blanco y negro y que Los Simpons vendrían a subvertir con las perradas de Bart y un soberano eructo de Homero. ¿Qué son si no eso? Probablemente, algo mucho peor.

MOTIVO N 2.
LOS INGALLS: TODOS CONTRA TODOS
Si Tolstoi afirmaba que todas las familias son felices de la misma manera, pero que cada familia es infeliz a su modo, Michael Landon malversó la historia de una familia particularmente infeliz hasta transformarla en una familia feliz, pionera y norteamericana hasta el hartazgo. La pareja Charles-Caroline que formaba con Karen Grassle podría recordarse con ira como una de las entelequias más asexuadas de la televisión mundial. Sus únicas actividades en la cama consistían en comer pochoclo y leer la Biblia. Aburrimientos supinos que, aparentemente y sin embargo, no servían más que para disimular el tórrido romance que mantenían Landon y Grassle fuera de cámara. Si bien algunas versiones insisten en excusar a quien encarnara a El Gran Padre Norteamericano, alegando que buena parte de la serie se grababa en Ventura (California), y el pobre Landon se encontraba alejado de su esposa, las versiones más radicales argumentan que Karen Grassle habría conseguido el papel de Caroline por su estrecha relación con Landon, y de ahí que hablara tan poco, ya que casi su única experiencia previa había consistido en algunas participaciones en obras de teatro escolares más, claro, numerosas interpretaciones de tipo diverso y carácter privado para Landon.

Como fuere -antes o durante la serie-, el set montado en la mitad de la nada californiana presentaba un problema: dónde. En qué lugar consumar esas cantidades desaforadas de sexo que aparentemente se producían y que nunca salían al aire. Según juran algunos pocos detractores del pacto de silencio sobre el lado oscuro de la serie que todavía hoy involucra a casi todos sus miembros, existía una construcción algo alejada del pueblo que aparece en pantalla infinidad de veces pero que nunca se utiliza. Disimulada como una casa más del pueblo, en el interior de esa fachada de madera el cubículo escondía el ascético confort de un baño y una cama en la que quemar las energías acumuladas a base de pochoclo; aunque hasta ahora nada se sabe de un hipotético espejo en el techo ni se conservan filmaciones de la época.

MOTIVO N 3.
EL TIEMPO Y EL ESTADO DE LOS CAMINOS
En el primer capítulo de La familia Ingalls Melissa Gilbert (encargada de disfrazarse de Laura) corría colina abajo imitando el vuelo de un avión que todavía no había sido inventado, y simulando la plácida vida en 1885. Ese año, la verdadera Laura Ingalls pasó uno de los inviernos más largos y polares de su vida, en un lugar distinto al invierno anterior y al siguiente. En un ejercicio que hubiese perturbado a Landon y que atentaría contra el sedentarismo obstinado y medio pelotudo de los Ingalls (nadie se queda tanto tiempo en un lugar si le va tan mal), con un mapa del oeste norteamericano se podría trazar el verdadero calvario que recorrieron los verdaderos Ingalls durante su vida: más de ocho pueblos que incluyen Missouri, Kansas, Minnesota, Iowa, Wisconsin y Massachusetts, en casi diez años, durmiendo a veces a la intemperie y pasando buena parte del año rodeados de nieve. Landon prefirió dejar a sus Ingalls en Walnut Grove (donde los verdaderos vivieron apenas un par de meses). En el Walnut Grove californiano de Landon la mayoría de los capítulos transcurrían durante una sucesión de veranos y primaveras que sólo se interrumpían dos o tres veces al mes si el tempo dramático del guión exigía un poco de nieve, una cuota extra de dramatismo cuando alguno de los chicos se perdía, la dosis anual de tragedia y posterior buena acción navideña o, directamente, alguien que pasara mucho frío. En Minnesota del Sur, donde está el Walnut Grove original, además de padecer las inclemencias de fríos feroces, no hay ni una montaña: para trepar alguna de esas colinas por las que Laura corre cada de vez que huye ofendida de casa, tendría que correr más de 700 kilómetros y atravesar tres estados.

MOTIVO N 4.
LOS INGALLS ES IGUAL A BONANZA
Cuando la serie terminó, la Laura de Melissa Gilbert no tenía más de veintipocos años y una beba bautizada Rose. Hasta la aparición de la biografía de John Miller poco y nada se sabía de la vida que la verdadera Laura había llevado hasta los sesenta y cinco años, cuando accedió a la celebridad publicando sus variaciones algo más felices de lo que fue una infancia infernal, y que terminan con ella a los veintipico y con una beba bautizada Rose a cuestas. Nada se sabía tampoco de que Rose, la beba rozagante en la televisión y en los libros, terminaría siendo una maníaca depresiva que editaba y reescribía de principio a fin los textos amorfos de mamá Laura para convertirlos y convertirla en uno de los best-sellers de la literatura infantil, a cambio de que Ma la abasteciera de historias para sus propios libros, mientras ella se flagelaba por la mediocridad de sus cuentos, se resignaba a una soltería rodeada de amigas y anotaba en su diario cosas como: “Ni a mamá ni a papá ni a los abuelos les gustó nunca trabajar. ¿Por qué debería gustarme a mí? Mi abuela y mi madre siempre tuvieron zumbando a sus maridos y odiaron todo lo que tuviera que ver con el sexo, y ahora quieren que me case. Pero ninguna chica verdaderamente pobre -y nosotros sí que lo fuimos-, que haya ido al colegio con ropa emparchada y libros usados, puede evitar saber que los seres humanos son unas bestias. Y aunque después se tenga dinero, uno siempre se siente dejada de lado. Mi madre me hizo tan miserable cuando era chica que nunca pude reponerme. Nunca hizo nada por hacerme feliz, y mi infancia fue una pesadilla. Soy un manojo de nervios. No debería dejar que me siguiera torturando. Y mucho menos debería editar sus libros. Pero no puedo evitarlo”.

Todo eso quedó afuera. Landon apenas usó los nombres y los apellidos y se dedicó a inventar y buscar tramas para sus propias variaciones pasteurizadas sobre el tema. Pero la imaginación, en vez de encontrar sus detonadores, a veces encuentra sus límites en el plagio: las tramas de varios capítulos -e incluso buena parte de los diálogos que se repitieron en La familia Ingalls- coinciden a la perfección con algunos de Bonanza (el capítulo 185, por ejemplo, en el que un enano de circo se muda al pueblo con su hija, es un calco exacto, frase por frase, del capítulo “El mundo es pequeño”, emitido en Bonanza cinco años antes). Otro de los capítulos, en un gesto de humildad en el que Landon recurre a una trama algo más emotiva y sofisticada que cualquiera de las suyas, está inspirado de principio a fin en Cuento de Navidad, de Charles Dickens, con la única excepción que el fantasma que regenera al codicioso Ebenezer es encarnado por el mismo Landon (vicio al que después se dedicaría de lleno en la angelical Camino al cielo). Y si todo eso no le preocupó demasiado, hay algo de lo que Landon se ocupó con particular atención: que en todos los capítulos de La familia Ingalls alguien llorara a cántaros, y que el consuelo viniera de alguno de los Ingalls, de ser posible, él mismo.

MOTIVO N 5.
LA MALDICION DE LOS INGALLS
Considerando las sequías, plagas y deudas que arrastró el verdadero Charles Ingalls y la serie de desgracias que hacen su participación estelar en cada uno de los capítulos, los dos Charles bien podrían considerarse como los granjeros con peor suerte de la Historia. Eso sería justo. Con indudable ventaja para el Ingalls original. Pero Landon siempre quería más. Si los Ingalls habían sufrido, ellos tenían que sufrir más y sobrellevarlo mejor. Por eso Landon no perdió perspectiva y forjó, capítulo por capítulo, una leyenda mucho más desgraciada que la del verdadero Charles: a lo largo de diez años de serie, todos los hijos varones bendecidos con el apellido Ingalls terminaron muertos: el primer bebé de Charles y Caroline muere a los pocos días de nacer, como el de Laura y Almanzo; el hijo de Adam y Mary muere en un incendio; y Albert, el hijo adoptivo, muere por sobredosis de morfina. Que Michael Landon fuera el único Ingalls varón sobreviviente no hacía más que señalarlo como el portador de la maldición. Las teorías más evolutivas que se ocupan del asunto (existen verdaderos tratados sobre el asunto en Internet) señalan que el origen de la extinción de esta especie se encuentra en una mutación de lo que se dio a conocer como “La maldición de Bonanza”, y que Landon habría arrastrado al mudarse de La Ponderosa a Walnut Grove: en Bonanza, cualquier mujer que amaba a un Cartwright moría indefectiblemente, y lo hacía de la peor manera si, además, escondía intenciones de llegar al matrimonio con alguno de los hijos de Ben. En Los Ingalls, el mal se toma revancha con los hombres.

La vertiente psicologista (ampliamente repudiada por los eruditos consultados vía Internet) concluye que la sola posibilidad de que cualquier otro hombre pudiera hacerle sombra al gran patriarca del oeste parece haber desatado en Landon una crueldad inusitada. Ejemplo: en la vida real, Mary -que sí queda ciega a causa de la escarlatina- nunca se casó ni tuvo un hijo como inventó la poco dotada pluma de Landon. Pero el rigor histórico, además de haber impedido la llegada del primer Ingalls que no fuera Charles, hubiese privado a los espectadores de ver -aunque fuera una sola vez, ya que aparentemente nunca se volvió a emitir- el capítulo más cruel de toda la serie. A saber: una tarde, durante un festejo en la escuela para ciegos de la que Mary es maestra, se inicia un incendio. Ante los gritos de pánico de sus alumnos, ella abandona todo, instinto materno incluido, y deja a su bebé en la cuna de uno de los cuartos de la escuela, para partir rauda a socorrer al resto de los chicos. La mayoría se salva, pero adentro quedan encerradas Mary, su bebé, y una amiga. Aterradas ante la posibilidad de morir asfixiadas, deciden romper una ventana. En medio de una casa en llamas, Landon se aprovecha de la desesperación de Mary y su amiga para eliminar a su primer contrincante: siguiendo minuciosamente el guión, ninguna de las dos parece tener mejor idea que romper el vidrio con la cabeza del bebé.

MOTIVO N 6.
EL ABUSO DE MENORES
Michael Landon ama a los niños bien podría haber sido un slogan proselitista durante todos esos años de serie en los que los chicos padecían de un prolijo hacinamiento en esa escuela/iglesia (“prolijo” si se nota que durante las horas de clase todos los bancos están ocupados, y que los domingos en misa, cuando los chicos van con sus padres, todos los bancos siguen ocupados pero no hay nadie parado). Pero como fuere -parados o sentados- la corrección política, como la política y como la corrección, no hacen más que sonar sospechosas: Michael Landon no amaba a los niños. Cada vez que uno de los compañeros de colegio de los Ingalls y los Oleson cobraban un protagonismo particular en uno de los capítulos, éstos desaparecían misteriosamente sin alcanzar nunca la próxima entrega. Todavía hoy Sean Penn sigue sin entender por qué nunca más lo volvieron a llamar después de su rutilante intervención. Y nada se sabe pero mucho se sospecha de los oscuros motivos que permitieron al ignoto Ike Eisenmann interpretar dos personajes protagónicos distintos en capítulos diferentes, los únicos dos protagónicos en toda su vida.

Pero -la maldición Bonanza ataca de nuevo- estas rabiosas manipulaciones de guión no quedaban reducidas a las participaciones masculinas. Para el rol de Carrie, la hija menor de los Ingalls, Landon contrató a las gemelas Lindsay y Sidney Greenbush. Por ley, en Estados Unidos los menores no pueden trabajar más de tres o seis horas por día (dependiendo del estado): contratando gemelas Landon se garantizaba turnos dobles. Según cuenta una versión del asunto, después del único capítulo protagonizado por Carrie, y ante la buena repercusión en el rating, los padres de las gemelas reclamaron a Landon un aumento de sueldo. Papá Ingalls no sólo se los negó (argumentando que entre las dos trabajaban lo que debía trabajar un solo actor, por lo que seguirían cobrando como si fuesen una sola actriz), si no que desde ese momento comenzaron a circular rumores que afirmaban que la producción recibía cartas alusivas a lo poco iluminada que resultaba Carrie en comparación con sus hermanas. Desde entonces, Carrie nunca más volvió a protagonizar un capítulo y siguió siendo -a pesar de tener sólo tres años menos que Laura- una nena hasta el último capítulo. Una nena de papá.

MOTIVO N 7.
LOS INGALLS SON RACISTAS Y TILINGOS
Exactamente lo mismo pasaba con las rarezas étnicas que irrumpían con acento ruso, alemán, iddish o indio, para ser adoctrinados en las ventajas y reglas del sueño americano. Nunca un Ingalls se encontró en desventaja numérica frente a, por ejemplo, un alemán y un ruso. La política era simple: los extranjeros aparecían de a uno, y sólo uno por capítulo. La única minoría que proliferó en la serie fue la de los ciegos, cuantiosa por la ceguera de Mary, su marido Adam y la escuela que manejaban, aunque ni siquiera así escapó al dudoso humor de Landon, quien decidió que el capítulo en el que Charles ayuda a mudar a la escuela de ciegos se llamara “Viaje a ciegas”. Y que en “El bluff del hombre ciego”, un chico simulara ser ciego para evitar que sus padres se divorcien. Claro que nada de esto suena demasiado raro si se considera que el único indio con el que los Ingalls se relacionaron de manera fluida hablaba francés.

Biografías de Laura Ingalls La biografía dedicada a Laura Ingalls, una de sus libros para chicos y una recopilación de cartas que le mandaban sus lectores.

MOTIVO N 8.
MOTIVOS VARIOS
Un tipo llega de visita al pueblo con su mujer y sus dos hijos varones. Capítulos después, reaparece sin mujer y con una sola hija mujer. ¿Por qué Willi, hermano de la coqueta Nellie e hija de los acaudalados Oleson, usa exactamente la misma ropa durante los casi diez años que dura la serie? Los dientes de Laura se enderezan a lo largo de los años sin ser sometida a ningún tratamiento de ortodoncia. Laura adquiere tetas súbitamente el día que empieza a trabajar como maestra, y gana diez centímetros de altura a partir del capítulo en el que se casa con Almanzo.

Los chicos juegan imitando a un avión que todavía no ha sido inventado. Caroline tiene el embarazo más corto de la historia: un sólo capítulo. Mary se pasea indistintamente con una vincha o dos peinetas de plástico (material que se inventaría más de cuarenta años después). Se inaugura en el pueblo un restaurante cuyo logo es exactamente igual al de Kentucky Fried Chicken: la cara del coronel Harland D. Sanders, quien fundaría la cadena de comidas recién en 1939. ¿Cómo puede ser que un capítulo entero trate sobre una persona que se pierde en una tormenta de polvo, si esa persona es ciega?

MOTIVO N 9.
LOS INGALLS NO ERAN ASESINOS SERIALES
Los Ingalls son probablemente la familia con más sites en Internet, y otra prueba irrefutable de que la razón del sueño americano invoca pesadillas: sólo mentes absolutamente perversas pueden congeniar al mismo tiempo que los Ingalls y los asesinos seriales despierten una devoción igual de furiosa: así como se puede comprar el atuendo de los más célebres asesinos seriales, cualquiera puede encargar su propia ropa a medida y vestirse como su Ingalls favorito (de U$S 8 en adelante). Pero -esto quizá sea lo peor- hay un punto en el que los Ingalls superan a cualquiera de los asesinos seriales homenajeados en la red: mientras ellos apenas pueden brindar réplicas de su ropa y algunas páginas de prontuario, Ingalls funciona como abracadabra a decenas de visitas guiadas por cada una de las casas virtualmente reconstruidas en las que habitó la familia, facsímiles de documentos, cartas y la Biblia familiar que incluye las partidas de nacimiento de buena parte de los Ingalls, foros de discusión sobre la serie, información sobre las subastas de originales y compra-venta de réplicas de los juguetes Ingalls (cómodos precios) y de los juguetes Oleson (versión de luxe). Y lo mejor: el dossier de dimensiones enciclopédicas al que se puede consultar, y que incluye árboles genealógicos que se remontan al 1600 y acceso a programas con los que cualquiera puede corroborar si se encuentra relacionado por algún remoto linaje a alguna de las ramas de los Ingalls. Porque, al parecer, alguna vez existió un tal James Ingalls detenido y condenado por asesinatos múltiples, pero -programa mediante- poco y nada tenía que ver con la rama célebre de la familia. Y James ya no está en Internet.

MOTIVO N 10.
LA FAMILIA ES MIA, MIA, MIA
En 1982, después de haber acumulado la suficiente cantidad de motivos como para que no fuera conveniente su regreso al Walnut Grove original, Landon decidió dejar de producir la serie. Durante menos de un año la NBC se ocupó de que los guiones giraran exclusivamente alrededor de Laura y rebautizó a la familia como Los Carter. Ya no eran los Ingalls. Y nadie los veía. Entonces tuvieron que recurrir a Landon para que armase tres telefilms y todo acabase de una buena vez. Landon cumplió. Y después de eso, y después de casi diez años de escribir, producir, dirigir y protagonizar la serie, de irse y de un regreso triunfal, Landon decidió por última vez dar por terminada la serie. Por contrato, la producción debía dejar el lugar exactamente igual a como estaba. La NBC se ofreció a desmantelar y trasladar las instalaciones a los galpones de la empresa, pero Landon se opuso: nunca más volvería a filmar La familia Ingalls, y si no lo hacía él, nadie lo haría. Landon reescribió el guión del último capítulo, en el que un emisario del Estado llega a Walnut Grove para informar que el pueblo está construido sobre tierras estatales vendidas a un urbanista, y les exige el pago de alquiler por la tierra que cada casa ocupa o los intima a desalojarlas. En ese último capítulo, la gente decide vaciar las casas y fundar un nuevo pueblo a unos cuantos kilómetros, pero antes dinamita Walnut Grove. Con la cámara encendida, el set voló por los aires. Landon estaba radiante porque nadie nunca iba a poder usar ese pueblo de nuevo (como él mismo había hecho con algunos de los sets de Bonanza). Es más, Landon estaba tan eufórico que no se dio cuenta que faltaba una casa: la noche anterior, Stan Ivar (uno de los actores secundarios) había juntado varios sueldos ahorrados y mandó a desmantelarla. Lo único, además de los actores, que sobrevivió a la serie. Todavía hoy Ivar no sabe para qué la tiene armada en el jardín de su casa.

UN ULTIMO MOTIVO
LOS INGALLS SON UNA PESADILLA
Hoy, Michael Landon es el único de La Familia que no está vivo, y el resto vive de la herencia. Como casi toda familia, se dispersó, y pertenecer, o haber pertenecido, dejó sus secuelas. Dean Butler (Almanzo) se dedica a dar entrevistas explicando lo importante que fue Almanzo en su vida. A Katherine McGregor (Harriet Oleson) se le había detectado un cáncer meses antes de que terminara la serie. Se volvió con fervor a las religiones orientales, se casó con un pastor y nunca más volvió a actuar. Alison Angrim, que interpretaba a Nellie Oleson, la hija de Katherine McGregor, parece no haberse sobrepuesto a la disolución de su familia en la ficción y decidió mudarse a un par de cuadras de la casa de mamá McGregor, con quien confiesa tener mejor relación que con su propia madre. Alison tampoco volvió a actuar y su actividad principal consiste en organizar concursos de parecido físico con Nellie. Después de La familia Ingalls, Matt Laborteaux (Albert) entró y salió de The Whiz Kids y protagonizó Deadly Friend, una de esas películas condenadas a pésimas traducciones y televisión de aire argentina. Poco y nada se sabe de Karen Grassle (Ma Caroline) y de Mary Sue Anderson (Mary), excepto que ninguna de las dos llegaron a ser mujeres de Landon. Melissa Gilbert (Laura), en cambio, sigue con sus deplorables participaciones en películas y telefilms en los que, irremediablemente, es violada o padece pesadillas y flashbacks de vidas pasadas. O de tiempos mejores, cuando la vida era una y el hombre era Almanzo, y los 80 -los 1880 y los 1980- recién empezaban. Pero el sueño de una mujer bien puede ser la pesadilla de muchos.

En mayo de 1984 el pueblo de Walnut Grove montado en pleno California estalló por los aires. Cuando aquel habitante del Walnut Grove original que le había saltado encima a Landon casi diez años antes se enteró del apocalipsis, estalló de alegría: “Aunque el pueblo ganó algo de dinero con todo esto de la serie, era insoportable escuchar a la gente rezongando porque esto no era como lo veían en la televisión, y preguntando dónde era que se filmaba y en qué hotel paraban los actores. Fue una verdadera pesadilla”, dijo. Y los demás aplaudían.