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Viven al borde, entre la libertad y ese sitio que en el mundo de la calle se conoce como la tumba (la cárcel). Lo saben y lo aceptan, a la hora de hacer sus movidas. No son marginales, no portan armas, son menos adictos a las drogas que, curiosamente, a la televisión. Sin embargo, todos se definen como consumidores. Algunos gustan verse como empresarios sui géneris, otros simplemente como cuentapropistas. Todos sueñan con retirarse, poner algún negocio con lo recaudado en estos años y armar una familia. Frente a una sociedad que les ofrece entregar pizza en ciclomotor, eligen comprarse por las suyas la moto: Un fierro japonés último modelo. Antes que abastecer góndolas de supermercado para una multinacional, prefieren abastecer con droga a sus propios clientes. Antes que sobrevivir con un salario basura, o padecer empleos sin futuro, eligen vivir a su manera, con un pie adentro y otro afuera, según su propia ley. Son chicos de acá, cuyos domicilios no están en Harlem, Río, Lima o Madrid, sino en cualquiera de los cien barrios porteños. Son dealers. |
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Cuando me enteré de que el tipo del que me había enamorado vendía,
liquidé todo lo que tenía en mi casa y lo invertí en marihuana para vender
en Brasil. Pero no es fácil este tipo de
comercio para una mujer,
a muchos tipos no les gusta que
les venda una mina.
LAURA, pasadora de marihuana,
25 AÑOS |
DE LAS AUTOPARTES A LA AUTOGESTION Sábado, nueve de la mañana, Bar El Gallo, en el corazón de Almagro, a cincuenta metros de la comisaría 9-o. Jorge llega puntual, tiene 24 años, usa zapatillas de una marca de moda, bermudas de skater, un buzo canguro y anteojos de sol (los cuales conservará puestos mientras dure la entrevista). Saluda cordial, y de inmediato pregunta qué va a tomar el cronista. Mientras el mozo se encarga del pedido, hace su declaración inicial, mirando el grabador sobre la mesa: Es la primera y única vez que hago esto. Segundos después empieza con su historia: Dejé el secundario en segundo año, después de repetir dos veces. Caí un par de veces en cana y, tal como estaba la cosa en mi casa, iba camino a la internación, así que decidí ponerme a trabajar. Entré como cadete en una imprenta, lo cual era satisfactorio al final del día e insatisfactorio al final del mes, cuando cobraba. Con lo que ganás en esos lugares no te vestís, no tenés obra social y comés lo que podés, no lo que querés, cuenta, y a continuación comienza el relato sobre su breve paso por el mundo de las autopartes. Todos los pibes del barrio lo hacían. Autoestéreo que robaba, lo colocaba en la calle Libertad o a conocidos del barrio. Hice buena plata en la época en que el negocio era negocio. Por esos años estudiaba todavía en el Hipólito Vieytes de Caballito. Ahí vendí muchos. Entraba, daba el presente, y después de un par de vueltas a la manzana volvía con dos estéreos. Eran buenos tiempos: te pagaban cien mangos por cada uno y te encontrabas fácil tres equipos por cuadra. Andá a encontrar esa cantidad hoy. Además, ahora, con suerte te dan cuarenta, dice, mientras la cinta del grabador gira lentamente y, con el correr de los minutos, Jorge va tomando confianza.
¿Cómo fue tu primera experiencia con drogas, y cuándo?
-Tendría 15 o 14 años. Encontré un descarte (droga abandonada por alguien, ante un peligro inminente) en la calle. Lo armé como pude y lo fumé, pero no me pegó. No sabía ni fumar en esa época, no tragaba el humo. Es que yo no empecé con el porro: empecé con el Poxirrán, de ahí el tema de la internación. Después vino el faso, la merca, las pepas (LSD) y toda la historia.
¿Por qué empezaste a vender?
-No me quedaba otra; iba a terminar matando a alguien. Más de una vez me ofrecieron hacer salideras de banco, pero no me va la de las armas. Eso sí: siempre fui muy comerciante. Empecé con el canje de cheques, porque conocía gente (que había trabajado en televisión con Olmedo) que estaba en ésa. Todos ratas, que se la daban de grandes señores en los bares del centro. Era muy sucio ese ambiente, la gente se tira a cagarte. Un tipo me cagó en quince lucas. Yo ganaba con los intereses: un 15% mensual sobre lo que prestaba. El negocio era que el tipo recibía la plata en el momento, sin papeles. Pero te daban cheques sin fondo o que después rebotaban. Yosiempre fui de frente, nunca engañé a nadie. Actualmente soy un empresario frustrado, porque tengo la conducta y la cabeza de ellos, pero hago lo que hago.
¿Te resultó difícil empezar en el negocio?
-No. Lo difícil es terminar... terminar bien. No conozco a nadie que lo haga como yo. Muchos buscan fama, y minitas, yo en ésa no estoy. Por eso no hago esquina (tener un punto de venta fijo en la calle), ni ando haciendo giladas con la moto (una Yamaha Vimax 1200, cuyo valor ronda los ocho mil dólares). De ahí que la gente me aprecie: no por las cosas que tengo, ni porque venda falopa.
¿En qué cambió tu vida cuando te convertiste en el dealer del barrio?
-Tuve que tomar distancia de muchas amistades, porque se arruinaban y me arruinaban. Después de un asado entre amigos, siempre querían el postre, ¿y sabés cómo termina eso? Lo que era una reunión de amigos termina en cualquiera. Si traés, te dicen: ¡Ehh, che, era un asado!. Y, si no llevás, te tratan de grasa y amarrete. Cuando empecé a hacer transas, me tomaba toda la ganancia, o la gastaba de cualquier manera. Hacía movidas durante toda la semana, y terminaba sin un mango y con todos los amigos fisurados. Pero me sentía más acompañado. Ahora, desde que me puse las pilas, estoy más solo. Necesitaba esa distancia, pero cuando elegí este tipo de vida sabía que iba a perder la gente del palo.
¿Cómo es tu rutina?
-Espero que cuando me mude a la provincia la cosa cambie. Ahora vivo y vendo en la misma casa. Se mezcla todo. Cuando me mude, viviré allá y acá haré los negocios. Mientras tanto es complicado. A veces son las nueve de la noche, estoy cocinando y tengo que atender. No lo aguanto.
¿Estás preparando el retiro?
-Quizá. Voy a cumplir 25 años y ya tengo construida mi casa en la provincia, y estoy pensando de a poquito cómo voy a subsistir. Los años pasan y veo que mi gente está muerta, presa, internada o idiota caminando por la calle. Yo no quiero terminar igual, ni que mi familia me vea así. Antes, de pendejo, lo hacía sin culpa, pero ahora la cosa cambió. Por eso quiero cortar con la venta y toda esta mierda en algún momento.
¿Cómo es tu relación con los clientes?
-La mayoría es gente grande y de laburo. Gente común; yo no la voy con los ricos y famosos. La fama trae problemas. Tampoco le vendo a los pibes de la calle, que te compran diez pesos para ir a robar. Con ellos sentís una culpa de la puta madre; están enfermos de verdad. Mis clientes quizá tengan un rollo también, pero se toman la droga en la casa con un par de amigos, tranquilos. Compran para disfrutarlo, no para padecerlo. En cambio, los pibes andan moqueando por la calle, escondiéndose de la policía y sin plata. Eso no es disfrutarla: es sufrirla.
¿Cómo te cuidás?
-Trabajando en forma organizada, con el tema horarios y con las llamadas de celular. No me expongo, sé a quién le vendo. De noche desconecto los teléfonos, por las dudas que a algún delirado se le ocurra llamar. El que llama después de hora, sabe que es para darse la cabeza contra la pared. Ya me conocen.
¿Usás armas?
-No, nunca. Fierros lejos. Ni siquiera en los negocios grandes. Porque me conozco, y sé que no lo usaría. Si tengo que hacer un negocio a ese nivel, no lo hago. Prefiero en lo posible vivir tranquilo.
¿No tenés miedo de que te pinchen el teléfono?
-Sólo me llaman para arreglar horarios de visita. Pero, igual, paranoia tenés siempre. Hay gente a la cual le he comprado que ahora está en Devoto, y capaz que uno estaba en la agenda. Nadie dice que no pueda estar vigilado, pero si pienso en el miedo no puedo laburar. A mí, a no ser que me apunten con el dedo, es imposible que me agarren. Porque lo mío es de hormiga, día a día. Lo máximo en guita que hice con una transa fueron treinta y cinco lucas. Pero ésas son rarezas: un sábado a full, de la mañana a las siete de la tarde, hago mil pesos. No es tanto, si pensás que no llego ni a duplicar lo que invierto. Salvo que lo fracciones mucho: ahí cuadruplicás la guita. Pero yo no rebajo, no cago a la gente.
¿Vendés éxtasis?
-Me han ofrecido, pero no quiero saber nada con eso: me parecen drogas fuertes, y además dejan poca ganancia. La merca es más negocio. Aunque es peligrosa también: es la compañía de los solos, es muy egoísta y produce mucha manija. Desde hace dos años, que un amigo se me dio vuelta, yo tomo solo. Porque puedo medir lo que tomo, pero no sé si los demás pueden.
¿Hay más riesgos vendiendo cocaína que marihuana?
-En los dos casos es el mismo riesgo, porque tenés el paco encima. Pero, como en todo negocio, cuanto más viejo sos, más seguro te movés y tenés más conciencia del riesgo. Al principio, cuando tenés poca plata, te movés con las reglas del otro: si te dicen Vení ahora, tenés que ir. En cambio, ahora, si quiero un kilo, primero lo veo y después pido que me lo traigan a casa. Te la trae tu organización y te garantiza seguridad. Todos buscan seguridad, no que el dealer sea un bardo. La gente quiere entrar a un lugar y saber que sale ilesa. La historia es tener los clientes; lo demás es fácil.
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Cuando empecé, tuve que tomar distancia de muchas amistades, porque se arruinaban y me arruinaban. Después de un asado, siempre querían el
postre. Si no llevaba nada de merca, me trataban de amarrete. Y si llevaba, me decían: Ehh, che, ¡era un asado!. Pero ahora estoy todo el día solo en el departamento, lo único que hago es ver televisión.
JORGE, proveedor de cocaína,
24 AÑOS |
UNA ASIGNATURA PENDIENTE Un transeúnte, que se detiene frente a la moto de Jorge, lo distrae de su relato: Llega a tocarla y le corto la mano. Ya me hicieron una, dice con bronca, mientras el manco en potencia se aleja sin saber. Como si nada hubiese pasado, Jorge sigue contando: No haber terminado el secundario es una asignatura pendiente. Igual, no me di por vencido todavía. Aunque ahora no lo podría hacer: no me puedo sentar a leer ni dos hojas de nada. Apenas hojeo revistas, miro las fotos y sigo. Lo que me gusta es la televisión: vivo en sobredosis permanente de TV. Este trabajo me obliga a estar todo el día en casa, y la tele está prendida en todo momento. También hago un poco de ejercicio físico, mientras espero que vengan y se vayan los clientes. Por lo general, me gusta fumar viendo una película. Marihuana voy a fumar toda mi vida. Pero con el alcohol la cosa es distinta. Trato de no tomar, el escabio me hizo mierda. Además me produce ganas de tomar merca. Y yo trato de cuidarme, aunque nunca vaya a dejar de ser drogadicto.
¿Tu familia sabe?
-Saben que me drogo. Al principio lo negaban, decían que estaba borracho. Pero yo siempre les dije la verdad.
¿A qué se dedican tus padres?
-Mi viejo estuvo muy bien económicamente. Tenía una cadena de negocios y propiedades por tres o cuatro millones de dólares. Pero por un quilombo familiar perdió todo: presentó la quiebra y quedó en la calle.
¿Creés en Dios?
-Sí, soy religioso; eso ayuda bastante porque soy pesimista respecto al futuro. Esto va de mal en peor, y va a seguir empeorando. La culpa un poco es de la gente, que vive para mostrarse y no para ser feliz. A veces quiero cambiar a otro negocio, tal vez un maxiquiosco. O me deliro con que me gustaría ser policía. Como dice la frase: para servir a la comunidad. ¿Pero cómo vas a creer en la cana, con los políticos y los policías que tenemos en este país?
¿Tenés pareja?
-No, afectivamente estoy mal. Es casi imposible que una persona que sea medianamente coherente salga conmigo. Y yo no podría estar con una pendeja careta y tampoco con una loquita: me quemaría la cabeza. Si veo que alguien está mal por la droga, siento culpa. Y más si le vendo: no puedo dormir, siento que le doy veneno. Así que, cada tanto, llamo una puta. O, si no, con la mano. Eso me tiene mal, porque soy de los que necesitan querer a otra persona.
¿No le vendés a mujeres?
-Por lo general no. Para no mezclar. Terminaría dándole algo de regalo, y para mí esto es un negocio. Si las cosas se mezclaran me sentiría pésimo: no me bancaría que una mina se me regalase por la droga.
¿Todos los dealers piensan como vos?
-No, ni de casualidad.
¿Qué hay de cierto en el dicho: el primero te lo regalo y el segundo te lo vendo?
-Nadie te regala nada. Conmigo todo tiene precio. Y no doy muestras: el que la quiere probar antes, que vaya a comprar a otro lado. Si no, ¿de qué sirven las recomendaciones y la conducta de uno?
¿A qué le tenés miedo?
-A no poder ser feliz.
¿Sos consciente que ponés en juego tu libertad constantemente?
-Sí, pero me siento atado de pies y manos, por el momento. Prefiero seguir un poco más. Empleado ya fui y no quiero ser más.
¿Dejarías de vender si pusieras el maxiquiosco?
-El día que pueda dejar de vender falopa, me gustaría que fuese porque la gente no toma más. Significaría que el mundo está mejor. Si me siguen comprando es porque todo es una mierda, en cierta forma.
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Siempre hay informantes: el buchón, como se le dice en la jerga. Nada es gratis: a cambio reciben plata, mercancía o reducción de condena. Eso es todo ilegal y muchas veces no se le cumple el pacto al buchón. Este es un ambiente muy puto: a veces en el camino, te encontrás con una orden que viene de arriba y no se sigue más allá, porque atrás puede haber políticos, empresarios o policías.
UN POLICIA
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Cuando en un procedimiento le secuestran a un pibe
la balanza, el papel glacé y el material de corte, los fiscales se regodean. El desafío es demostrarles que el pibe no comercializa: que muchos adictos pesan lo que consumen para no pasarse en la dosis, usan el material de corte para rebajar las dosis y el papel glacé para mejorar la conservación de la sustancia. Pero los fiscales lo ven como tenencia con fines de
comercialización.
ALBINO JOSE STEFANOLO, ABOGADO |
HISTORIAS DE FRONTERA Llega tarde a la cita: Me quedé dormida. Anoche salí y vos viste cómo es eso, dice Laura (25), quien actualmente vive en San Telmo. En la adolescencia hizo teatro en el IFT, después trabajó en el Ministerio de Educación (su padre es funcionario del Estado) y una vez, durante unas vacaciones en Cabo Polonio, se enamoró: Conocí a un loco que me pegó fuerte, así que largué todo y partí tras el amor. El Romeo resultó ser dealer de Montevideo, y metió a su Julieta en el ambiente de las drogas. En relación a su presente en Buenos Aires, Laura dice que sigue haciendo algunas cosas, pero aclara: Eso sí, sola. Lo del loco ya fue. Ahora yo estoy acá y él allá. La charla se desarrolla en un departamento en el barrio de Caballito, té mediante y los Stones de fondo.
¿Cómo empezaste en el negocio?
-A curtir empecé a los quince, primero con faso y, desde los dieciocho, con merca, cucumelos (hongos alucinógenos) y tripa (LSD). A vender me llevó la situación: el querer irme de acá con el loco aquel. Al principio yo no sabía que él vendía. Cuando me enteré, liquidé todo lo que tenía (que no era mucho: electrodomésticos y otras boludeces) y lo invertí en marihuana para vender allá. Sólo me llevé mi equipo de música y el kilo de faso. Lo pasé escondido encima. Es la mejor manera: en Migraciones te revisan los bolsos, pero a vos no. Tiene que haber una alcahueteada para que te enganchen.
¿O sea que eras correo?
-No, no fueron muchas veces. Cruzar te pone muy nerviosa. La diferencia se nota cuando viajás sin nada. No digo que ahora viaje totalmente relajada, porque paranoia te queda siempre: a ver si te olvidaste algo encima y te enganchan justo con eso. Pero nunca me sentí narco. Sólo quería viajar por el continente. Bah, por Brasil, porque mi chico no puede salir de su país: estuvo preso tres veces y no tiene pasaporte.
¿Deja plata la marihuana?
-Depende de lo que transes, pero se puede mover un montón. Merca no transé nunca, porque me parece un mundo demasiado feo. Con lo que hice plata fue cuando empecé a llevar y vender pepas (LSD). Donde estábamos no había, así que siempre las vendimos muy bien: capaz que en un solo viaje ganábamos limpios entre dos y tres mil dólares. Y en un año llegué a cruzar mil pepas. Con el faso es más lento a la hora de hacer plata, porque uno también fuma.
¿Cuánto cotiza un kilo de marihuana en Buenos Aires?
-Lo pagás entre quinientos y setecientos pesos. El ácido, en cambio, vale veinte pesos, acá y en todos lados.
Vos venís de una familia de clase media. ¿Saben a qué te dedicás?
-A mi familia nunca le oculté que fumaba porro. Eso sí, mi mamá (sus padres están separados) nunca supo que transo. Cuando me preguntaba por carta de qué vivíamos, le mandaba que mi chico tenía una plata ahorrada. Nunca desconfió porque, además de droga, yo siempre llevaba ropa para vender. Ella creía que yo era un lince vendiendo pilcha.
¿Cómo se manejaban para vender en Uruguay y Brasil?
-Yo sólo hacía el traslado de un país a otro; en la ciudad lo hacía todo él. No es fácil este tipo de comercio para una mujer, y a muchos tipos no les gusta que les venda una mina. Después, con el tiempo, te conocen y transás con todos. Durante tres años movimos no más de un kilo de marihuana por quincena. Después conocimos gente que compra cantidad y ahí los números fueron otros: hacíamos pasamano entre la boca (mayorista) y los punteros (minoristas).
¿Tenías miedo?
-En este mundo, la gente mucho no te respeta. Vos le das lo que quiere y punto. Lo de las relaciones humanas no existe. Igual lo hacés de un modo cool: tratás de moverte con gente de la misma clase, que tenga o haya tenido plata. La época del pasamano era la mejor, porque el que hacía la calle era mi chico. Nunca tuve miedo, pero sí bronca. Me enojaba al ver que no hacíamos nada con esa plata. Hoy podría tener esta casa pagada, pero delirábamos mucha plata en cada viaje: hasta cinco lucas a veces. Por eso me cansé: me harté de delirar y perder el tiempo. Transar implica estar todo el día en tu casa, sin hacer otra cosa. Y a la noche, que sería la hora de salir a respirar, fumabas lo que quedaba y salías a gastar la plata que habías hecho.
¿Cuánta gente creés que hace esto en la ciudad?
-Bastante. La gente no quiere salir a laburar por doscientos pesos. Esa plata la hacés en un rato en una esquina, vendiendo. Si no hay más hoy es por el rollo del sida: yo siempre esquivé eso de inyectarse, pero cada día que pasa conocés a alguien nuevo que se lo agarró. En donde viví, allá en Uruguay y en Brasil, la gente era muy pincheta. Acá es distinto, no hay tanto pico; somos todos nenes de mamá.
¿Nunca tuviste problemas con la ley?
-Una vez tuvimos un mal viaje, cuando quisimos pasar droga por una frontera nueva. Mi compañero iba a ir solo, pero terminé acompañándolo. Salimos una mañana, yo en short, musculosa y mochila, llegamos al Chuy (la frontera entre Uruguay y Brasil) para pasar la noche, porque la transa se hacía en la ciudad de Pelotas, y un flaco de la frontera se ofreció a llevarnos, con la condición de venir también él a comprar. A mí eso no me gustó, sin embargo dije que sí. Llegamos a Pelotas, directo a una villa y ahí me entero de que el flaco trae un chumbo, para cambiarlo por el faso. Los dos bajan y yo me quedo en el taxi esperando. Después de una hora el tachero se quería ir, me hablaba en portugués y yo no le entendía nada. Me bajé cuando ellos llegaron y nos fuimos a comer con los dos kilos a cuestas. Encaramos la vuelta en micro, yo con un paquete y el flaco del arma con el suyo. Una hora antes de llegar a la frontera, cortan la ruta por un operativo policial y la cana sube al micro.
Qué pasó: ¿los vendieron?
-Para mí fue la boca (el narco de la villa) o tal vez el tachero. Al narco le convenía: se quedaba con la guita, el arma y, si tiene algún arreglo con la cana, también recuperaba el porro. Y a la cana siempre le sirve que caigan extranjeros. Fue un momento horrible: nos invitaron a bajar con nuestros bolsos y yo agarré mi kilo, que lo tenía en tres pacotes distintos, y me guardé uno encima (con la idea de tirarlo al bajar), otro lo dejé bajo el asiento y el tercero en el estuche del respaldo de adelante. La onda era que no me lo encontraran a mí. Cuando bajé, tiré el tercer paco al pasto y me pescaron. Fue de película, cinco milicos apuntándonos. Nos incomunicaron, y a mí me trasladaron a la cárcel de varones, porque la de mujeres quedaba en Porto Alegre. Eso me puso muy nerviosa. Estuve veinte días aislada en un calabozo, con ese short y la musculosa. Al principio, los monos se colgaban de las rejas cuando salía sola al patio. Así que, para pasar desapercibida en la medida de lo posible, pedí que me raparan (Laura es rubia, de pelo largo). El pelo se lo mandé por otro preso a mi pareja. La pasé mal, pero podría haber sido peor: pensá que era la única mujer.
¿Cómo terminó todo?
-Para resumirte; el baile me salió cinco mil dólares de fianza y un escándalo familiar.
¿Por eso te volviste?
-No. Si la plata es grande y el riesgo es poco, creo que lo volvería a hacer, hoy. Aunque ahora estoy empezando de nuevo, con un trabajo legal, en un bar. Sigo haciendo algo de lo otro porque es la única forma de hacer una diferencia, en forma rápida. Pero no muevo mucha cantidad. Es una ayudita con la que vivo.
¿A qué le tenés miedo, ahora que estás sola?
-A ser esclava del trabajo, a no poder zafar de la de todos los días. Extraño esa libertad de poder hacer lo que quiera. A veces tengo ganas de volver con él a su mundo, pero no da. El loco me pegaba y está jugado; me dicen que está muy mal. |
Empecé de puro vicioso. De ir cada vez más a comprar, y comprar cada vez más, y ganarme la confianza de los tipos. La plata que pasa por tus manos es cada vez mayor, consumís gratis, y eso te da más máquina. Pero todo el que transa alguna vez perdió: sea con la policía o con el proveedor, que te da menos de lo que comprás o droga vencida.
GONZALO, vendedor de LSD, 24 AÑOS
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EN RETIRADA Gonzalo (24), vive en Agronomía, trabaja en el mundo del espectáculo y se declara en retirada. La nota se realizó en su casa, donde vive junto a varios amigos. Desde el inicio de la charla, fuma todo el tiempo y se muestra no del todo convencido de contar su historia. Antes de responder, piensa largamente cada una de las respuestas.
¿A qué te dedicás?
-Trabajo de asistente de iluminación de escenarios, hago sonido y trabajos de altura. Siempre me fue la de laburar. La transa era un refuerzo.
¿Qué vendías y cómo empezaste a vender?
-Acidos y algunas veces marihuana. Las cosas llegan a uno por conocidos, que a su vez tienen conocidos de la gente que la trae. Por lo que sé, los ácidos venían de Holanda y de Estados Unidos, y el porro obviamente de la hermana Paraguay. De todas las sustancias, la más peligrosa, para alguien que vende, es el ácido. Yo llegué a vender mil en una tanda. Pero fue todo muy casual.
¿Qué es casual?
-Siempre tuve mi laburo, ganaba bien. Empecé de puro vicioso. De ir cada vez más a comprar, y comprar cada vez más, y ganarme la confianza de los punteros. Sin darte cuenta, entrás en una rueda donde la plata que pasa por tus manos es cada vez mayor. Empezás a consumir gratis, y eso te da más máquina. Deliré mucha plata, bancaba a los pibes que salían conmigo y no tenían laburo. Al principio, no me lo planteaba desde el lugar del narco. Eso llegó después.
¿Cuándo?
-Cuando empecé a transar cantidad. Cuando me di cuenta de la plata que pasaba por mi mano. Cuando transás con gente que no conocés.
¿Tenías clientes ricos y famosos?
-Por lo general era gente común. Se dieron casos del ambiente artístico y del rock, pero fueron casualidades. Igual, de eso prefiero no hablar.
¿Cómo te cuidabas?
-No lo manejás. Igual, nunca transé merca, como para que te caigan los clientes a cualquier hora. Hacía todo por teléfono. Pero en un momento la casa se tornó un descontrol: venía mucha gente, y vivía mucha gente, todo por la falopa. No tenía miedo, porque al principio no te das cuenta. Pero inconscientemente se ve que sí: empecé a tener problemas estomacales y nerviosos. No me gustaba estar en la calle, pero tampoco fui de cuidarme demasiado. Era muy inconsciente y tuve mucho culo. En general, todo el que transa alguna vez perdió, sea con la policía o con el proveedor, que te da menos de lo que comprás, o droga vencida.
¿Te pasó alguna vez?
-Con la cana todo bien, ellos en la suya, de azul. Nunca estuve en cana salvo boludeces, averiguación de antecedentes. Por suerte nada grosso. Además hay cantidad de gente como yo; te diría que miles, y de todas las edades que se te ocurran. Me ha pasado de ir a una villa y negociar con una vieja, cuyo hijo estaba en cana. Las bocas están en todos lados. Pero las grandes están en la villa, en general. Es un ambiente muy denso para alguien que no es de ahí, no se lo recomiendo a nadie. Es para entrar y salir rápido. Las veces que fui, sentí de todo: miedo, respeto, paranoia.
¿Por qué se hace dealer un pibe?
-Porque en los laburos te negrean, y te pagan dos con cincuenta.
¿Arreglaste con la policía, para poder laburar?
-Nunca, sería re-triste. Pero hay gente que lo hace. El tema es que después te encaran y tenés que entregar gente y arreglar con ellos. En la Argentina los canas son pobres tipos. En otros países no sé, creo que tienen las cabezas más evolucionadas. Tal vez allá sí están al servicio de la gente. Pero nuestra policía, en el poco trato que tuve con ellos, deja bastante que desear.
Te declaraste en retirada hace un rato, ¿volverías a transar hoy?
-Sí. Lo que nunca haría es salir a robar. La transa es distinto: no obligás a nadie a nada, y el único que se arriesga es uno. Aparte, al no vender merca tampoco estoy enviciando a nadie. El ácido tiene un límite y el porro es más light. Además, como digo siempre, en esta época todos consumen: hay gente que consume falopa, otros televisión estúpida o remedios.
UN HOMBRE DEL DERECHO Soy un peleador callejero, dice sentado en su estudio Albino José Stefanolo, más conocido en los pasillos de Tribunales como el boga del palo, que defiende a ricos y famosos, pero también a pibes de la Villa 21. Fue abogado de Los Violadores, María José Cantilo, Andrés Calamaro, Las Pelotas, el ex Abuelo de la Nada Gustavo Bazterrica y, ahora, de Claudio Coppola y Thomas Simonelli, en la famosa causa del jet-set local. Se declara un descreído de las medidas horarias de Duhalde y se siente una víctima más de las campañas publicitarias del Gobierno en materia de drogas (aunque defiende al CENARESO). Tiene 45 años y cuenta que empezó a los veintiuno. Se declara un estudioso y un tipo con suerte: Fui ayudante del profesor Alberto Calabrese, en el Fondo de Ayuda Toxicológica (FAT), donde aprendí mucho. Hoy afirma tener las mismas ganas que al comienzo, aunque un poco menos de energía: Es por los años, pero sigo luchando por cambiar las cosas. No toleraría convertirme en un burócrata del Derecho. Antes me retiro.
¿Cómo funciona la Ley de Drogas?
-La Ley 23.737 es verbal. En ella, todos los movimientos son acciones. Es decir, verbos: tenencia con fines de comercialización, almacenamiento, transporte, etc. Y cada figura tiene su pena. Las más graves están en el Quinto C, por eso los defensores hablamos del Set del Quinto C, como si fuera la definición de un partido de tenis. Cuando en un procedimiento se secuestran en poder de un pibe la balanza, el papel glacé, la cucharita y el material de corte, los fiscales se regodean. El desafío es demostrarles que el pibe, a pesar del kit, no comercializa: que simplemente son elementos de uso del adicto.
¿Cómo es eso?
-Muchos adictos pesan lo que consumen, para no morir de sobredosis, sobre todo los que se pican son muy meticulosos con eso. El material de corte se usa para rebajar las dosis y el papel glacé tiene que ver con el fraccionamiento que hace el propio consumidor para administrar esas dosis y para mejorar la conservación de la sustancia. Esto los fiscales no lo entienden: prefieren encuadrarlo en lo que se considera tenencia con fines de comercialización.
¿La desocupación es el motivo principal para hacerse dealer?
-No sólo muchos pibes, sino mucha gente grande hace laburitos por falta de dinero para vivir. O por su propia adicción: se prestan para el cuidado de mercancía o para el traslado de sustancia, y les pagan en especie. Es la figura del trafiadicto, intermediario o conexión entre el vendedor y el comprador. El comercio en poca cantidad es un camino fácil para alguien sin mucha experiencia, si se lo compara con la preparación que implica otro tipo de delitos, como una estafa, una falsificación, el robo de un banco. También está el tipo que dice: por vender, yo tengo las mejores minas. O casos de triangulación, donde se canjea mercancía por un auto o una moto, por lo general son robados. Y un hecho para destacar, en relación al tráfico o comercio o cualquier otra variante en materia de estupefacientes, es el que se está dando en materia de sexo. Actualmente en cárceles de mujeres como la de Ezeiza, un alto porcentaje de la población está por delitos con drogas: las famosas mulas que, según estadísticas carcelarias, son cada vez más. Y, contrariamente a lo que se supone, no son jóvenes sino señoras: por ayudar a los hijos, al marido, novio u hermano, terminan presas.
¿Y en las cárceles masculinas hay muchas mulas, también?
-Bastantes. Pero, en ese mundo, el dealer es un habitante que ocupa un escalón bajo: casi a los niveles del violeta (violador), y muy por debajo del que usó armas y arriesgó su vida, o del cerebro del delito (estafadores y planificadores de golpes). En el tope de la pirámide están la fuerza y el respeto. A éstos le sigue el menudeo carcelario (los rateros varios) y recién más abajo está el dealer.
¿Qué es lo que más se consume y lo que más se secuestra?
-Extasis se secuestra poco. Quizá porque el grupo social que la quiere y puede consumir es potencialmente el menos probable de ser aprehendido. De heroína hubo procedimientos, pero era mercancía que estaba en tránsito; también hay pocos secuestros. Los hongos han aparecido, pero de manera muy circunstancial. El ácido es y fue siempre un souvenir, es una droga que acompaña. Y la marihuana y la cocaína marchan a la cabeza. La Ley no hace división entre estupefacientes duros o blandos, a pesar de que el tratamiento para dejar la adicción a una sustancia u otra sean tan disímiles. Todos van a parar a la misma cárcel. Lo que sí cambia es el efecto visual que produce una droga y otra a los ojos de los fiscales: el ácido es el que les produce mayor rechazo. Tiene una carga y un peso específico en materia de reputación que se ve a la hora de dictar las penas.
¿Influye la clase social a la hora de la condena?
-Las diferencias por suerte no pesan a la hora de las sentencias. Pero sí pesan en el camino: existe una gran diferencia entre lo que viven unos y otros en la etapa anterior al juicio, empezando por los allanamientos, el paso por la comisaría y la estadía en prisión. Muchos sufren lo que Eugenio Zaffaroni denomina portación de rostro, los crónicamente sospechosos por su aspecto y que por tal motivo caen presos dos o tres veces al año. Hay una especie de álbum de malvivientes, que poseen todas las comisarías en los barrios, algo así como un catálogo fotográfico integrado por todas aquellas personas que caen detenidas y cargan desde ese momento con un antecedente. Cada vez que hay una denuncia, se le enseña al damnificado y se le exige que encuentre en esa colección a su delincuente. Esto da bronca, igual que las razzias en los barrios pobres, donde por uno o más sospechosos se llevan a cien detenidos, sólo por ser desocupados. El problema que tienen las fuerzas del orden es que los premios y la movilidad interna (los ascensos) se basan en estadísticas: si yo, como jefe, no tengo resultados, me quedo atrás. En materia de estupefacientes prima la cantidad secuestrada por sobre las redes que se desbaratan. |
Esto va de mal en peor , y va a seguir empeorando. A veces quiero cambiar de negocio. Pero el día que pueda dejar de vender falopa , me gustaría que fuese porque la gente no toma más. Significaría que el mundo está mejor. Si me siguen comprando es porque, en cierta forma, todo es una mierda.
JORGE, 24 AÑOS
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CONFESIONES DE UN POLICIA
Martes, diecinueve horas, barrio de Monserrat. Llego puntual a la cita acordada con el contacto, un perito policial. Es un agente que quiere contar su historia. Apenas concluida la presentación formal, este hombre de buen vestir, aspecto robusto, mirada desconfiada y voz segura da la primera orden: Ni grabadores, ni cámaras. Tampoco nada de nombres. A continuación dice que está en la Federal hace quince años, que no es de la Brigada de Toxicomanía ni agente encubierto, pero conoce del tema drogas, porque trabaja cerca del Poder Judicial, y esboza una breve y personal radiografía del adicto: Hay de todo: tenés al enfermo, que la necesita para subsistir, como también el delincuente que la usa para actuar. Todos la emplean, cada uno con su fin e historia. Pero eso sí, todos son, sin saberlo, instrumentos de un pez gordo que vive de lo que consumen sus pececitos.
¿Cómo se localiza a un dealer en la ciudad?
-Siempre hay informantes, el buchón, como se le dice en la jerga. Individuos que, por lo general, son punteros en actividad o grandes consumidores identificados que, por conveniencia, para no ser molestados, entregan información. Nada es gratis: a cambio reciben plata o mercancía. También se usa a los detenidos: se ofrece reducción de condena a cambio de información. Esto es todo ilegal. Y los pactos a veces se cumplen y otras no. Muchos procedimientos se realizan a partir de estos datos. Se detiene a un miembro de la banda y de ahí en más se sigue el hilo, buscando llegar al pescado grande. Ese laburo lo hace Inteligencia y ahí vale todo. Por lo general se trata de infiltrar a la organización con agentes encubiertos, que pueden ser compradores, vendedores o lo que sea. No siempre se llega a buen puerto en las investigaciones. A veces en el camino te encontrás con una orden que viene de arriba y no se sigue más allá, porque atrás puede haber políticos, empresarios o policías.
¿Puede dar más precisiones?
-La droga está en todos lados y en todos los niveles. Y si ese nivel está protegido pero la orden es voltearlo, la investigación sigue y se va a fondo. La metodología empleada no siempre está dentro de la ley, aunque últimamente, por los bogas que defienden a estos tipos, todos muy conocedores del Derecho y los procedimientos, hay más cuidado. Ha habido casos en los que pierde el propio policía. Y no por plantar la droga, cosa que se hace, sino por errores en la operación. Este es un ambiente muy puto: no hay horarios ni familias que valgan. Por eso te eligieron. Siempre puede pasar lo de Diamante (el agente detenido por el caso Coppola), que se pasó al otro lado. Yo creo que estaba muy cebado y perdió. En esta institución, como en cualquier otra, también hay adictos y corruptos. No tenemos por qué ser la excepción de la sociedad, ¿no te parece?
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