“Chica Almodóvar” y “monstruo con flequillo”, así se define a sí misma. Más que un diario íntimo, Carolina escribe un diario político. En las páginas de “Pendeja” (Editorial Chirimbote) nos espera una teoría trava furiosa que descansa entre collages, dibujos, fotos y poemas de una chica que sufre y se tortura pero también fantasea con eurovisión, con comedias musicales y películas de los cincuenta. Su compromiso con la fantasía no es casual: también es actriz, y aprovecha ese terreno para lo que ella llama “sacarse las tripas, sangrar para todo el mundo”.

“Las exploraciones que se han hecho hasta ahora sobre la sexualidad trans adolescente se abarcan desde perspectivas adultas”, dice Carolina en el capítulo del diario que dedica al orgasmo trans adolescente. Hoy en día las voces queer jóvenes contamos con las herramientas necesarias para ser escuchadas, para generar las exploraciones profundas que reclama Carolina, que aclara incansablemente que su experiencia trans no es representativa. Ninguna experiencia personal es aplicable de forma universal. Pero en sus palabras resuenan múltiples voces, no sólo la suya. Su voz se pluraliza, encarna un grito colectivo.

¿De dónde viene el deseo de publicar un diario íntimo? ¿Cómo surgió la idea? ¿Solés escribir diarios? 

La idea del libro nació en abril del año pasado cuando me invitaron a “Cotorras”, un conversatorio que se hace en Mu con Marlene Wayar, Susy Shock y otras cotorras. Fui al poemario que hace Susy, que me invitó a leer, y ahí conocí en persona a Nadia Fink, la editora de Chirimbote, y surgió la posibilidad de escribir un libro. En un principio la idea era editar un fanzine que yo estaba vendiendo, que era una re edición de uno que yo había empezado a escribir y vender a los 16. Así que la idea original era poder recopilar mis poesías tal cual como era el fanzine. Mientras hacíamos ese trabajo me empezó a hacer mucho ruido la idea de compartir estas poesías, que un montón de gente me lea en el lugar de víctima. El año pasado fue importante en mi vida. Pude procesar mi experiencia de abuso sexual. Quería hablar de una manera más accesible, mostrar que se puede salir de eso y ser una sobreviviente. Justamente después de eso nace la idea de hacer un diario y contar esas cosas de las que de forma más abstracta hablan mis poesías. Lo que se lee en el diario no son entradas reales de un diario íntimo mío. Todo lo que cuento es real pero sí fue escrito con la intención de ser publicado. 

¿Los dibujos y collage que aparecen son tuyos?

La versión que le llegó a Nadia tenía collages armados por mí, hay uno que es original mío y que de hecho fue la tapa del fanzine original. El resto de los collages que se ven en el libro en realidad están hechos por Martina Escurra, inspirados en lo que yo en ese momento hice.

Hacés mucha referencia a Susy Shock, o “La tía Susy”, como le decís vos. ¿Creés que nuestra generación se diferencia en su forma de vivir y de narrar lo queer de las generaciones anteriores, con estas tías adoptivas que nos fuimos inventando?

Hay una incorporación de la teoría queer y de lo no binario mucho más naturalizada. Hace unos días un amigo me decía que nosotres leímos a Judith Butler con dos años. Nos criamos en una sociedad en la que eso ya existía. De cualquier manera, yo me crié en pueblos de Entre Ríos y si bien más tarde tuve acceso a estas teorías, mi mayor brújula para encontrarme fueron Bjork y Camila Sosa Villada. Noto que compañeres de Buenos Aires tienen la posibilidad de participar de un montón de espacios, talleres, idas y vueltas que en el pueblo no existen. Pero sí es innegable que la sociedad en la que yo crecí es distinta a la de Susy y sin embargo a las dos nos une el que nuestros padres y madres nos hayan abrazado, en nuestra travestidad. Por ahí ella tuvo suerte de tener papás comprensivos. Los míos también lo son, pero yo tuve a favor transicionar después de la ley de identidad de género. Eso les sirvió a mis papás para entenderme.

Hablando de pueblos: mencionás que dejaste de salir porque en los cumples de quince y los boliches paquis del pueblo nunca ibas a tener espacio. 

La primera vez que me invitaron a un cumpleaños de quince, yo tenía el pelo azul, me lo había teñido hace muy poco, me habían maquillado, por supuesto, había elegido mi ropa. Llegué ahí y estaban todos los varones heterosexuales del colegio y de otros colegios, gente que ya conocía, mi primo que era amigo de esta compañera y que miró para otro lado cuando yo nombré Carolina. Como en cualquier contexto de fiesta los chabones invitaban a las chicas a bailar y yo me sentía la más indeseable de todas. En un momento fui al baño directamente al espejo a verme la pera, la barbilla, porque yo estaba segura de que eso era lo que hacía obvio que fuera trans, convertí eso en la razón por la que no me sacaban a bailar. Me sentía fea, repugnante, asquerosa. Me senté y me quería ir a mi casa.  Vino un amigo de mi primo y me quiso sacar a bailar y yo me largué a llorar. Sentía que lo hacía por lástima. 

¿Tenés muchas anécdotas de esa época?

Ninguna de la que pueda reírme. Una vez vino mi prima a visitarme y salimos a un boliche. Me pasó algo que no me había pasado antes: cuando llegué la gente ya sabía quién era, me estaban mirando y hablando de mí. Hice un esfuerzo por bailar con mi prima sin preocuparme por los demás. Había un grupo de amigos mirándome y hablando, me hice la boluda como siempre. En un momento se me acerca uno de ellos, me agarra del pelo y dice: “Uy, sí, es un chabón”. Y se ríe con los amigos. Ahí le dije a mi prima que no podía más, que nos fuéramos a casa.

¿Ahora salís a bailar? ¿Cómo vivís la noche en Buenos Aires?

Fue tal el asco que le agarré a las fiestas que si digo que salí una vez más a un boliche heterosexual, creo que estoy exagerando. Habré salido un par de veces a alguna fiesta queer. Desde que estoy en Buenos Aires no he salido y no tengo intenciones de salir porque ya el contexto baile y la idea de boliche, de fiesta, del deseo, de gente buscando cuerpos, del alcohol, de la sustancia, de la música, de los cuerpos bailando y tocándose, me da pánico. Me sigue dando pánico en el contexto que sea. En ese sentido Bjork, su música y ella en general funcionaron como un espacio seguro para mí. El lugar al que recurría cuando estaba en casa, cuando no salía. Era ella la que me salvaba y la que me cuidaba de no exponerme a esas situaciones. 

En el diario vos hablás de amor propio, de ser capaz de iniciar pequeños actos revolucionarios todos los días. ¿Cuáles son esos actos?

Cuando me levanto todos los días y me maquillo como se me canta la gana. Soy yo la que se levanta a la mañana y dice “hoy me voy a poner glitter en los ojos a las 8 am y me voy a hacer esto que tengo ganas de hacer y me voy a tomar una hora y veinte minutos en maquillarme y escuchar música antes de empezar el día”. Cuando me pongo lo que quiero y digo “uy, mañana tengo ganas de usar rulos” y me duermo con los ruleros puestos. 

También hablás de la vulnerabilidad como fortaleza. ¿Pusiste límites al escribir el diario con respecto a lo que querés mostrar? ¿Te sentís vulnerable publicándolo?

Sí, el libro me hace sentir expuesta. Hay cosas que elegí no contar, que me hubiera gustado contar tal vez, pero no estaba lista para hacerlo. Elegí no hacerlo de la misma forma en que elegí contar cosas íntimas, personales, que me dejan expuesta y me ponen frente al lector frente a un lugar de fragilidad. Está bueno poder hablar desde el amor, lo débil, lo frágil. Sin dejar de gritar “furia travesti, furia trans”, de que esto casi sea como una tortura, de decir “dale hijo de yuta, llorá, mirá lo que me hiciste, todo esto que es culpa tuya, que te quieras matar por esto que te estoy mostrando, que no sepas qué hacer con esto que te estoy dando, que te incomoden todas mis palabras”.