Una de las escenas más recordadas de la novela “Llámame por tu nombre” de André Aciman –devenida hace un par de años en exitosa película– es aquella en la que el padre de Elio, el protagonista, conversa con su hijo acerca de la relación de amor que está teniendo con el treintañero Oliver. Cuando el lector o el espectador esperan una reprimenda por parte del progenitor, éste,  por el contrario se muestra más allá de la comprensión y le dice a su retoño que lo envidia por haberse atrevido a vivir algo que él jamás se atrevió.   

Muchos conocemos o sospechamos de historias de padres –nuestros o de amigos– que en contextos represivos no se atrevieron o gozaron silenciosamente del amor que no osa decir su nombre. A su vez la literatura tiene una prestigiosa tradición al respecto. En la novela El lenguaje secreto de las grúas (1991), David Leavitt  narra la historia de un joven que se enamora de otro, hecho que obliga a su padre,  frecuentador de cines porno homo, a confrontar su propia sexualidad. Pero el tema tiene ecos más antiguos en el erótico El libro blanco (1928) del genial Jean Cocteau, considerada su autobiografía: el primer recuerdo del narrador en la niñez es el de un granjero desnudo montando a caballo. Alegoría del centauro, la escena evoca a Freud para quien el caballo simboliza la masculinidad paterna. Pero Cocteau irá más lejos que el simbolismo. Su segundo recuerdo es de dos jóvenes gitanos desnudos que eran huéspedes de su padre trepándose a un árbol. A su vez, el padre está siempre triste y el narrador vislumbra en la homosexualidad reprimida la causa de su tristeza. Varios biógrafos de Cocteau –entre ellos Francis Steegmuller– dan crédito al rumor según el cual Georges Cocteau era gay y que esa fue una de las causas de su enigmático suicidio en la vida real. “En su época la gente se mataba por menos” (que por el hecho de ser homosexual), escribe su hijo en a auto–ficción.

La cumbre de la tradición es la novela también autobiográfica Mi padre y yo (1968) donde J.R. Ackerley describe ambiguas relaciones de su padre con dos señores ricos que lo mantienen y a los que aparentemente habría conocido en su época de soldado y en la plenitud de su hermosura. Ackerley incluye en el libro fotos de su progenitor retozando bajo los árboles entre las locas y  holgazaneando con otro bello amigo con quien “se bañaba, jugaba al póquer y practicaba cualquier deporte que les resultara posible” (sic) todo costeado por las viejas y por un conde.   

En el ámbito local, la nouvelle de Manuel Mújica Lainez publicada póstumamente en 1987, El retrato amarillo, evoca a partir de una fotografía borroneada por los años, la intrigante relación de su padre muerto con un muchacho con quien habría sostenido amistades tan particulares que le valieron el rechazo familiar. Oscuros secretos no revelados y sentimientos eróticos son aludidos en la breve obra de arte del escritor argentino. Una de las pocas ficciones artísticas que trataron la temática en clave de comedia fue Begginers(2010), película donde el protagonista (Ewan McGregor) recuerda los últimos días de su padre (Christopher Plummer) quien resuelve tirar la chancleta a los 75 años y llenar el otrora respetable hogar con chongos escandalosos. Una más, entre tantas buenas opciones, para mirar en este Día de Padre y animar a los rezagados que aún no se atreven.