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| Por Ariel Greco Al principio, cuando estaba para arrasar, no pudo; cuando no lo merecía, Argentina la embocó. Esa fue la síntesis del primer tiempo. Argentina jugó quince minutos brillantes. Montenegro era el eje; subía Rivarola por izquierda y llegaba Duscher por sorpresa del otro lado. Se mostraban todos, y se asociaban para tocar. Así, Argentina creó dos situaciones clarísimas: una mediavuelta de Galletti que le sacan de cabeza sobre la línea y el fusilamiento de Rivarola --después de buena jugada colectiva por derecha con Guillermo-- que sacó el arquero. En ese cuarto de hora los brasileños sólo faulearon y los dos centrales quedaron amonestados; el técnico rotaba los volantes para ver si podía parar el aluvión argentino sin lograrlo. Pero después de un contraataque brasileño que mostró a la defensa argentina mal parada, el equipo se frenó. Desapareció la precisión en velocidad del principio y los volantes de contención de Brasil --Ferrugem, Rocha, Marcinho-- dividieron la pelota en el medio. Pekerman se dio cuento que el equipo que no tenía explosión y mandó a Fernández bien de volante por derecha y dejó una línea de tres en el fondo, con Duscher y Cambiasso repartiéndose la mitad pero no anduvo tampoco. Perdieron sorpresa la subida de Fernández y de Rivarola, que quedó tapado por Rocha y por Filipe cuando pasaba. Así Brasil emparejó un trámite lento y aburrido, plagado de faltas, y tuvo alguna llegada cuando se equivocó Milito y Roldán --de lo más firme de Argentina-- salvó ante Edú. Así siguió el partido languideciendo hacia el final, monótono, hasta que Galletti metió el coco y sacó --último de la fila, por detrás de todos-- un cabezazo bombeado que sorprendió a Julio César y a todos. 1--0 y final del primer tiempo: cuando menos hacía, lo consiguió. Argentina arrancó dormido el segundo. Y Brasil empezó a dominar; primero una pared entre Edú y Fabio Aurelio que no fue penal porque el delantero no se tiró y después el tiro libre de Ronaldo en el ángulo desguarnecido de Costanzo. El juvenil retrocedió excesivamente y permitió que Brasil predominara, aunque no llegó demasiado. El equipo aparecía sólo por ráfagas: presionaba dos o tres minutos, mantenía a Brasil en su campo y después no retenía la pelota. Muy estático: Duscher sin dinámica, Cambiasso paradito como un cinco antiguo, moviéndose algunos metros para cada lado nada más y Rivarola que no cruzaba la mitad de la cancha. Además entró Marcio Carioca y complicó. Por otra parte, la salida de Adrián Guillermo fue contradictoria: si bien argentina se había echado atrás para contragolpear, Guillermo era una variante imprescindible, y Aimar, salvo un par de genialidades (una habilitación a Montenegro) estuvo intrascendente. Cuando Brasil empata --y era justo-- Argentina se descontroló. Unos querían apurarse e iban para adelante y otros jugaban cuidando la pelota. Los últimos minutos fueron electrizantes: Argentina se desguarnece y casi emboca Brasil de contra; enseguida se manda Roldán, anticipa Cambiasso, la juega adentro, deja pasar Aimar, Farías la pone... Nada que decir: sólo celebrar.
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