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EL GATO ROMERO Y SU PEÑA EN COSQUIN
El folklore del golf

“Estas eran mis vacaciones, pero hace un mes que no agarro un  palo”, confiesa el deportista, pero al mismo tiempo demuestra su satisfacción por haber conseguido combinar sus dos pasiones.

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Por Fernando D’Addario
Desde Cosquín


t.gif (67 bytes)  ”La Casa del Gato” es, desde una perspectiva festivalera, sólo una peña más. La música suena fuerte; el locro es peligroso y el vino tinto, indispensable. Pero mientras Los Rosendo intentan aprovecharse del jolgorio provocado por la acumulación de botellas vacías, hay un hombre que se escabulle entre porciones de vacío y bombistas ariscos. Es Eduardo “Gato” Romero, un tipo que en su extensa carrera deportiva ganó 93 torneos de golf (ocho internacionales), pero que en el fango folklórico se siente superado por adversarios que desconocía, y que a esa hora de la noche no comulgan con el fair play. De todos modos, el Gato le había prometido a su mujer coscoína que iba a poner una peña en Cosquín, y la peña está.
El Gato tiene la suerte y la desgracia de ser un ídolo en Córdoba, con lo que eso significa. Será porque es un cordobés que siempre vuelve. Entonces se ve asediado por un aluvión telúrico que saluda, le pide fotos, autógrafos y besos como si fuera el mismísimo Horacio Guarany. Un político se le acerca para hablar de una postulación como candidato a intendente. El celular suena: es un músico que quiere tocar en su peña. El parrillero faltó. Empieza a salir humo de la parrilla. El Gato se toma unos minutos para hablar con Página/12: “Un día con la peña equivale a siete torneos seguidos. Esto es un quilombo. Yo siempre estuve del otro lado del mostrador, me sentaba a comer y listo. Ahora me vuelvo loco: que se rompió una ventana, que faltó el parrillero, que se enfermó el mozo. Yo pensé que ponía una peña y me relajaba a escuchar música y pasarla bien...”.
El Gato dice, y se le nota, que no se metió en esto por dinero. No parece necesitarlo. Pero el folklore, dice, forma parte de su vida. Lo escuchaba de chiquito, en la época que trabajaba como caddie en el Golf Club de Villa Allende. Lo tocó en su juventud: “Tuve un grupo de folklore en los 70, Los Yasta Basta. Yo era bombista y me las rebuscaba bastante bien. Pero después me metí de lleno con el golf y no pude seguir”. Y lo escucha de grande donde quiera que esté, en Córdoba o en los Emiratos Arabes. “Cuando me voy de gira me llevo Los Chalchaleros, Soledad, Los Nocheros. Y le muestro a la gente de allá. En Holanda tengo uno que ni siquiera sabe castellano pero se hizo fanático de Argentino Luna. Cada vez que voy le tengo que llevar algo”.
–¿Cómo logra desdoblarse para que la adaptación a dos mundos tan distintos le resulte natural?
–Nunca mezclé los tantos. Soy el mismo tipo, pero los códigos, obviamente, son distintos. Igual siempre me di el gusto de incorporar gente a mi pasión por el folklore. El otro día vinieron Hugo Anzorreguy y Liliana Caldini. Y varios amigos del golf también se acercaron y la pasaron bien.
–¿Usted proviene de una familia tradicional de golfistas?
–Sí, porque mi padre y mi tío jugaron siempre. Pero en cuanto al aspecto social, no vengo de familia de guita. Mi padre laburó en la fábrica de Renault durante 35 años. Era, al mismo tiempo, profesor de golf. Y yo me crié a dos cuadras del golf club de Villa Allende. Era lo único que había en el pueblo, así que me puse de caddie y aprendí. Cuando me quise acordar, no pude dejar más.
–En el folklore no se pide certificado de buena familia, pero en el golf sí. ¿Nunca se sintió discriminado por no ser de la alta sociedad?
–Sí, en su momento lo sufrí bastante. Por ejemplo, a mí se me prohibió jugar en mi club de toda la vida, en Villa Allende. Y sólo porque no soy de alta alcurnia. Con el tiempo eso cambió. Creo que mis triunfos en el exterior influyeron para que me terminaran de aceptar. Pero no hice ningún esfuerzo para eso. A mí lo único que me interesaba era jugar al golf.
–¿Va a intentar nuevamente con la peña o fue un gusto que se dio? –No sé, éstas eran mis vacaciones, pero hace un mes que no agarro un palo de golf y eso se siente. Además, qué vacaciones, si siento que estoy más ocupado que plomero en el Titanic...

HORACIO GUARANY Y ALBERTO CORTEZ, AMIGOS INESPERADOS
Unidos por el amor al menemismo

Por F. D.

t.gif (862 bytes) Horacio Guarany se desbocaba cantando uno de sus viejos poemas de batalla cuando desdena25fo02.jpg (7878 bytes) la pantalla se dibujó la imagen de Mercedes Sosa, que aplaudía fervorosamente. En rigor, se trataba de una propaganda de “La Cacharpaya”, la peña oficial manejada artísticamente por el hijo de la Negra, pero en la platea, un despistado que se había excedido con la sangría no pudo evitar un espontáneo: “¿Ahora también se van a arreglar estos dos?”. La imagen subliminal se materializó un par de horas más tarde, cuando en La Cacharpaya, la Negra –ahora sí de carne y hueso– aplaudió sin pruritos a Guarany, congregando a un puñado de fotógrafos expectantes de que se produjera un nuevo abrazo histórico, que finalmente no se concretó.
El festival de las reconciliaciones y los abrazos tuvo anteanoche otra jornada gloriosa, con un encuentro sui generis entre Guarany y Alberto Cortez. Podrá alegarse que no los une el amor sino el menemismo súbito y fervoroso, pero sintetizaron el espíritu de un festival que, a cuatro días de su inicio, parece muy interesado en los homenajes y los reconocimientos históricos. Más allá de ese detalle, debe reconocerse que la situación (Cortez se vino desde España exclusivamente para saludar a un artista del que nunca se supo que fuera amigo) fue simpática. Acompañado por el Juanjo Trío, Cortez cantó tres temas: “Distancia”, “A mis amigos”, y una reciente composición dedicada precisamente a Guarany. El Potro, también conocido como “El cantor del pueblo”, gesticulaba y hacía monigotes mientras lo observaba cantar y llegó al clímax cuando Cortez, en nombre de la organización del festival, le obsequió un hermoso pura sangre (un “gateao”, según decían los entendidos) que se paseó con elegancia por el escenario. Fue un gesto emotivo para el imaginario público que lo sigue. Guarany no tiene la popularidad de hace unos años (apadrinar espiritualmente a Soledad se le convirtió en un boomerang), pero a los 73 años es respetado y admirado como un prócer.
El lunes se vivió la mejor jornada en lo que va del festival. En principio, por una cuestión ligada a la esperanza: dos de los ganadores del Pre Cosquín asomaron como promesas interesantes. Cosecha de Agosto, un grupo instrumental, y María Soledad Gamboa, quien con un solo tema para mostrarse eligió el canto con caja, un estilo poco frecuentado por las urgencias festivaleras. El público también recibió con agrado propuestas disímiles, como las de Luciano Pereyra, Amboé, Hugo Giménez Agüero (un referente de la música patagónica), Dúo Tiempo y la actuación conjunta de Argentino Luna y Carlos Di Fulvio. Hoy será el turno de Los Nocheros y Facundo Toro, que tienen poco folklore pero mucho éxito con las chicas.

 

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