Por Fernando DAddario
Desde Cosquín
La
Casa del Gato es, desde una perspectiva festivalera, sólo una peña más. La
música suena fuerte; el locro es peligroso y el vino tinto, indispensable. Pero mientras
Los Rosendo intentan aprovecharse del jolgorio provocado por la acumulación de botellas
vacías, hay un hombre que se escabulle entre porciones de vacío y bombistas ariscos. Es
Eduardo Gato Romero, un tipo que en su extensa carrera deportiva ganó 93
torneos de golf (ocho internacionales), pero que en el fango folklórico se siente
superado por adversarios que desconocía, y que a esa hora de la noche no comulgan con el
fair play. De todos modos, el Gato le había prometido a su mujer coscoína que iba a
poner una peña en Cosquín, y la peña está.
El Gato tiene la suerte y la desgracia de ser un ídolo en Córdoba, con lo que eso
significa. Será porque es un cordobés que siempre vuelve. Entonces se ve asediado por un
aluvión telúrico que saluda, le pide fotos, autógrafos y besos como si fuera el
mismísimo Horacio Guarany. Un político se le acerca para hablar de una postulación como
candidato a intendente. El celular suena: es un músico que quiere tocar en su peña. El
parrillero faltó. Empieza a salir humo de la parrilla. El Gato se toma unos minutos para
hablar con Página/12: Un día con la peña equivale a siete torneos seguidos. Esto
es un quilombo. Yo siempre estuve del otro lado del mostrador, me sentaba a comer y listo.
Ahora me vuelvo loco: que se rompió una ventana, que faltó el parrillero, que se
enfermó el mozo. Yo pensé que ponía una peña y me relajaba a escuchar música y
pasarla bien....
El Gato dice, y se le nota, que no se metió en esto por dinero. No parece necesitarlo.
Pero el folklore, dice, forma parte de su vida. Lo escuchaba de chiquito, en la época que
trabajaba como caddie en el Golf Club de Villa Allende. Lo tocó en su juventud:
Tuve un grupo de folklore en los 70, Los Yasta Basta. Yo era bombista y me las
rebuscaba bastante bien. Pero después me metí de lleno con el golf y no pude
seguir. Y lo escucha de grande donde quiera que esté, en Córdoba o en los Emiratos
Arabes. Cuando me voy de gira me llevo Los Chalchaleros, Soledad, Los Nocheros. Y le
muestro a la gente de allá. En Holanda tengo uno que ni siquiera sabe castellano pero se
hizo fanático de Argentino Luna. Cada vez que voy le tengo que llevar algo.
¿Cómo logra desdoblarse para que la adaptación a dos mundos tan distintos le
resulte natural?
Nunca mezclé los tantos. Soy el mismo tipo, pero los códigos, obviamente, son
distintos. Igual siempre me di el gusto de incorporar gente a mi pasión por el folklore.
El otro día vinieron Hugo Anzorreguy y Liliana Caldini. Y varios amigos del golf también
se acercaron y la pasaron bien.
¿Usted proviene de una familia tradicional de golfistas?
Sí, porque mi padre y mi tío jugaron siempre. Pero en cuanto al aspecto social, no
vengo de familia de guita. Mi padre laburó en la fábrica de Renault durante 35 años.
Era, al mismo tiempo, profesor de golf. Y yo me crié a dos cuadras del golf club de Villa
Allende. Era lo único que había en el pueblo, así que me puse de caddie y aprendí.
Cuando me quise acordar, no pude dejar más.
En el folklore no se pide certificado de buena familia, pero en el golf sí. ¿Nunca
se sintió discriminado por no ser de la alta sociedad?
Sí, en su momento lo sufrí bastante. Por ejemplo, a mí se me prohibió jugar en
mi club de toda la vida, en Villa Allende. Y sólo porque no soy de alta alcurnia. Con el
tiempo eso cambió. Creo que mis triunfos en el exterior influyeron para que me terminaran
de aceptar. Pero no hice ningún esfuerzo para eso. A mí lo único que me interesaba era
jugar al golf.
¿Va a intentar nuevamente con la peña o fue un gusto que se dio? No sé,
éstas eran mis vacaciones, pero hace un mes que no agarro un palo de golf y eso se
siente. Además, qué vacaciones, si siento que estoy más ocupado que plomero en el
Titanic...
HORACIO GUARANY Y ALBERTO CORTEZ, AMIGOS
INESPERADOS
Unidos por el amor al menemismo
Por F. D.
Horacio Guarany se
desbocaba cantando uno de sus viejos poemas de batalla cuando desde la pantalla se
dibujó la imagen de Mercedes Sosa, que aplaudía fervorosamente. En rigor, se trataba de
una propaganda de La Cacharpaya, la peña oficial manejada artísticamente por
el hijo de la Negra, pero en la platea, un despistado que se había excedido con la
sangría no pudo evitar un espontáneo: ¿Ahora también se van a arreglar estos
dos?. La imagen subliminal se materializó un par de horas más tarde, cuando en La
Cacharpaya, la Negra ahora sí de carne y hueso aplaudió sin pruritos a
Guarany, congregando a un puñado de fotógrafos expectantes de que se produjera un nuevo
abrazo histórico, que finalmente no se concretó.
El festival de las reconciliaciones y los abrazos tuvo anteanoche otra jornada gloriosa,
con un encuentro sui generis entre Guarany y Alberto Cortez. Podrá alegarse que no los
une el amor sino el menemismo súbito y fervoroso, pero sintetizaron el espíritu de un
festival que, a cuatro días de su inicio, parece muy interesado en los homenajes y los
reconocimientos históricos. Más allá de ese detalle, debe reconocerse que la situación
(Cortez se vino desde España exclusivamente para saludar a un artista del que nunca se
supo que fuera amigo) fue simpática. Acompañado por el Juanjo Trío, Cortez cantó tres
temas: Distancia, A mis amigos, y una reciente composición
dedicada precisamente a Guarany. El Potro, también conocido como El cantor del
pueblo, gesticulaba y hacía monigotes mientras lo observaba cantar y llegó al
clímax cuando Cortez, en nombre de la organización del festival, le obsequió un hermoso
pura sangre (un gateao, según decían los entendidos) que se paseó con
elegancia por el escenario. Fue un gesto emotivo para el imaginario público que lo sigue.
Guarany no tiene la popularidad de hace unos años (apadrinar espiritualmente a Soledad se
le convirtió en un boomerang), pero a los 73 años es respetado y admirado como un
prócer.
El lunes se vivió la mejor jornada en lo que va del festival. En principio, por una
cuestión ligada a la esperanza: dos de los ganadores del Pre Cosquín asomaron como
promesas interesantes. Cosecha de Agosto, un grupo instrumental, y María Soledad Gamboa,
quien con un solo tema para mostrarse eligió el canto con caja, un estilo poco
frecuentado por las urgencias festivaleras. El público también recibió con agrado
propuestas disímiles, como las de Luciano Pereyra, Amboé, Hugo Giménez Agüero (un
referente de la música patagónica), Dúo Tiempo y la actuación conjunta de Argentino
Luna y Carlos Di Fulvio. Hoy será el turno de Los Nocheros y Facundo Toro, que tienen
poco folklore pero mucho éxito con las chicas.
|