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OPINION
Con los ojos abiertos

Por Daniel Divinsky*

Los únicos títulos –si lo son– que puedo exhibir para escribir sobre Chávez devienen de haber vivido mi exilio durante seis años en Caracas y conservar, junto al agradecimiento por la generosidad con que fui recibido, vínculos de afecto permanente con amigos venezolanos y un interés particular por lo que pasa en ese país.
Entre los primeros rasgos de su “carácter nacional” que me llamaron la atención, y hasta despertaron mi envidia, estaba, junto a lo festivo del ánimo y su facilidad para “emparrandarse”, una capacidad de reconciliación que contrastaba igualmente con la rigidez de los argentinos. Del mismo modo en que el cielo parecía venirse abajo en los rotundos “palos de agua” caraqueños, que desbordaban alcantarillas e inundaban urbanizaciones para trasmutarse en minutos en soleados incomparables, los ánimos parecían restañar rápidamente sus heridas. Escritores que habían polemizado trasponiendo el límite del insulto personal confraternizaban al poco tiempo sin resquemores. Políticos o artistas que se habían desgarrado recíprocamente en discusiones, compartían más adelante sin reparos brindis y abrazos. La conclusión fácil: Venezuela era diferente y nadie nos había llamado a los argentinos para modificarla.
Por eso puede entenderse que tan temprano como en marzo de 1992, el mes siguiente a la intentona golpista de Chávez, un intelectual destacado y progresista, dramaturgo de primer nivel, José Ignacio Cabrujas (fallecido hace unos años) escribiera en El Diario de Caracas, luego de haber participado en un acto universitario de repudio al golpe: “Chávez preso, es un encono y más nada, un simplismo peronista mediante el cual cada venezolano es libre de fabricarse su teniente coronel particular (...). Más de un frustrado, ciego de odio por esa democracia menguada, anhela la pateadura del tablero, un Norieguita, cualquier vaina, cualquier mierda, cualquier déspota, (...) con tal de presenciar un cambio escudado en las buenas costumbres”. Para concluir –con premonitoria lucidez–: “Bienvenido Chávez, convertido en idea. Chávez libre o atado a la opinión, que es lo mismo. Chávez civil, (...) Chávez alternativa, Chávez, chavecismo, Chávez papeleta y sellito. Gorilas, favor abstenerse”.
En épocas en las que la Revolución parecía posible, siempre me causaba gracia cuando alguien trataba de determinar si la situación en un país dado era la de Rusia en 1905 o la de China en 1940. Siento lo mismo cuando se trata de determinar si Chávez es un Perón o un Seineldín: los contextos históricos varían con perfiles variopintos, y reducirlos a esquemas perturba su percepción so pretexto de simplificarla.
Prefiero pensar como lo hace el ensayista venezolano Roberto Hernández Montoya que a pesar de que los gobernantes militares “no han sido como para sacarlos para una visita”, éste “provoca las constelaciones más dispares”. Para darse cuenta de que no todo está tan claro, basta ver en su gabinete como canciller a José Vicente Rangel, el eterno candidato presidencial derrotado del Movimiento al Socialismo (MAS); un partido que reunió a ex guerrilleros y militantes socialistas y despertó la admiración de García Márquez, quien les donó el importe del premio de literatura Rómulo Gallegos, mucho dinero en su momento.
La caricatura de Zapata –el Rudy y Paz venezolano– en El Nacional de Caracas de anteayer, también es prudente: “Hasta ahora vamos bien” dice una cara desgarrada. Por eso no sorprende el apoyo de Estados Unidos al nuevo gobierno, obtenido muy pronto. Según los expertos, se materializó de modo muy simple: la Reserva Federal amenazó a los banqueros venezolanos refugiados en Miami –luego de haber retirado del país fondos ingentes que habían ingresado para sostener al sistema bancario–, con investigarlos si no los devolvían gradualmente a la economía.
En mis tiempos venezolanos se decía que los militares no aspiraban al poder, sino a permisos de importación de “línea blanca” (la expresión alude nada más que a los electrodomésticos...) del puerto libre de la isla Margarita. Desde entonces, mucho parece haber cambiado. Se puede coincidir con Hernández Montoya: “La realidad es más compleja (...). Estoy como tú, leyendo entre líneas, alborotando ideas a partir de cada nombramiento, de cada anuncio. Estoy pensando en voz alta con todo el que quiera oírme, con los ojos abiertos, que no me parece mal modo”. El tiempo y las medidas que adopte dirán a quién se va a terminar pareciendo Chávez. Aunque suponer que en el contexto del globo mundializado en el que vivimos un gobernante pueda actuar en disonancia con las coordenadas vigentes y diferenciarse espectacularmente, denota una sobredosis de utopía.

* Fundador de Ediciones de la Flor.

 

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