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ARRANCA EL PROCESO CONTRA EL LUGARTENIENTE DEL ABUELO
El último barra al banquillo

Francisco De Maio era el integrante de la hinchada de Boca que faltaba juzgar por los  asesinatos de los hinchas de River, en 1994.

Así quedaba la tribuna de Boca cuando los popes de la barra eran encarcelados y juzgados. Mañana le toca a Di Maio.

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Por Gustavo Veiga

t.gif (862 bytes) Aunque las víctimas yacen en un cementerio desde mayo de 1994 y sus victimarios purgan largas condenas en la cárcel, una de las tantas tragedias inconclusas del fútbol argentino recién comenzará a transitar su último tramo el próximo miércoles. A partir de las 9, las integrantes del Tribunal Oral Nº 17, doctoras Isabel Poerio de Arslanián, Elsa Moral y Silvia Arauz, tendrán ante sí a Francisco Daniel De Maio, alias Francis, el último barrabrava boquense que restaba juzgar por los asesinatos de los hinchas de River, Angel Luis Delgado y Walter Darío Vallejos, cometidos el 30 de abril de 1994.
Se estima que las audiencias podrían prolongarse como mínimo dos semanas. Durante su transcurso volverán a brindar testimonio varios de los testigos que declararon ante las juezas que ya habían condenado a nueve barrabravas con José Barritta a la cabeza. Como entonces, resultaría clave la declaración del arrepentido Darío Vesselizza Randi, aunque las afirmaciones de “El Abuelo” durante la instrucción dejaron a Francis muy mal parado.
De Maio es un ex agente de la Policía Federal que revistó en la Comisaría 21º durante dos años. A diferencia de los otros implicados, consiguió mantenerse prófugo entre los primeros días de mayo del ‘94 y el lunes 31 de marzo de 1997 en que fue detenido por la Brigada de Investigaciones del Partido de Almirante Brown.
¿Cómo consiguió ocultarse este personaje durante casi tres años? Hay quienes suponen que se debió a su pasado en una fuerza de seguridad. Hoy, desde la parte más antigua del penal de Caseros reservada a los ex uniformados que cometieron delitos, Francis acaso recuerde con cierta nostalgia su buen pasar mientras gozaba de libertad.
Cuando lo aprehendieron se trasladaba a bordo de un flamante automóvil Volkswagen Polo de color rojo y portaba un teléfono celular. La comisión que lo detuvo dio con él en un territorio donde se movía sin contratiempos, no obstante un pedido de captura que ya llevaba casi tres años vigente. Allí, en el centro de Lomas de Zamora, solía alojarse en un departamento muy bien ubicado, sobre un codiciado sector de la calle Colombres.
El barrabrava gustaba jugar al fútbol e invitaba a sus amistades del barrio a correr detrás de una pelota junto a los integrantes de la “Doce”. De Maio mostraba algunas condiciones para el puesto de arquero, quizá porque había atajado en las divisiones inferiores de Huracán durante su adolescencia. Siempre quiso emular a sus ídolos de la camiseta azul y amarilla.
Pero tras pedir la baja voluntaria en la Policía Federal, trabajó como chofer, fue supervisor en la curtiembre de su padre e instaló un local de videojuegos en la calle Uriarte al 900 de Banfield. Sin embargo, nada resultó equiparable a su buen pasar como remisero. En esa actividad acusaba ingresos por 5000 pesos, una suma que no se compadece con el haber promedio que podría obtener un chofer a jornada completa y en una de las agencias más requeridas de Buenos Aires.
Tal vez por esta razón, Francis declaró ante la Justicia un domicilio en la calle Arenales 2832, en pleno Barrio Norte. Si Barritta solía veranerar en Punta del Este durante sus días de bonanza, ¿por qué no habría de vivir el ex agente de la Federal en una de las zonas más costosas de la Capital Federal?
El más escurridizo de los barrabravas boquenses no es el único policía que perdió la chaveta por su amor a una camiseta (ver aparte). Su desenfrenada pasión y el afán de mantener un rol preponderante dentro del grupo más violento de la hinchada, le jugaron una mala pasada aquel 30 de abril de 1994. Pese a todo, los actuales líderes de la barra mantendrían una relación con él que dista de ser la indiferencia con que se trata a”El Abuelo”, ahora convertido en un paria por sus ex compañeros de la tribuna.
Las audiencias que se inician el miércoles en el juicio oral contra Francisco De Maio quizá permitan ventilar algún nuevo dato sobre la tarde de la emboscada en la intersección de Ingeniero Huergo y Brasil. Pero además, posiblemente se conviertan en una caja de resonancia para un tema tan vigente como la crisis brasileña o las inundaciones porteñas: la violencia que esta sociedad irradia desde el fútbol, tanto como la que percibimos a la vuelta de cualquier esquina.

 

Policías en el paraavalanchas
Por G.V.

La madeja que envuelve las relaciones entre policías, barrabravas y los dirigentes del fútbol es muy difícil de desenredar. Desde los tiempos del comisario Alberto Villar y la Triple A hasta el general Ramón Camps durante la dictadura militar, el poder se ha valido de elementos marginales reclutados en las tribunas de los estadios.
Los delitos cometidos por individuos que gozaban la doble condición de barrabravas y uniformados son considerables. El 26 de agosto de 1979, un policía vestido de civil asesinó al albañil Ricardo Emilio Joffé a la salida del partido entre Platense y Chacarita que culminó con el descenso a la Primera “B” de este último equipo. Aquella fue la primera muerte del fútbol durante la larga presidencia de Julio Grondona.
El 12 de mayo de 1984, el cabo de la policía bonaerense Osvaldo Antonio Tapia mató a Ricardo Darío Geuna, un cobrador de los Bomberos Voluntarios de Tigre. El suboficial integraba las barras bravas de Arsenal de Sarandí e Independiente. Instantes antes del crimen, el equipo de Sarandí había sido derrotado 3-1 por Tigre en su cancha.
Otros delitos que no culminaron en muertes derivaron en exoneraciones o en sumarios administrativos. Algunos fueron cometidos por oficiales de las diferentes policías del país.


OPINION

 

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