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La represión no se acabó con la democracia

El Ejército siguió acumulando objetos en el Museo de la Subversión hasta, por lo menos, hace diez años. Habían negado la existencia  del lugar, pero ahora lo reconocieron oficialmente.

El largo pozo que lleva donde, se suponía, estaba enterrado Santucho.
En el Museo ahora funcionan oficinas de los suboficiales.

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Excavaciones en diciembre en el Museo de Campo de Mayo. A la búsqueda de pruebas en el bunker del Ejército.

Por Victoria Ginzberg

t.gif (862 bytes) El diploma de contador de Mario Roberto Santucho, panfletos del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y de Montoneros, libros, discos, granadas, armas, banderas rojas y negras. Todo esto formó parte del Museo de la Subversión que funcionó en Campo de Mayo. El dictador Jorge Rafael Videla y los generales Santiago Omar Riveros y Fernando Verplaetsen negaron que hubiese existido el lugar. Pero el Ejército lo reconoció oficialmente. El secretario general del Ejército, general de División Ernesto Juan Bossi, envió el inventario al juez federal Alfredo Bustos. Entre los artículos figuran 33 fotos y escritos relacionados con el ataque al cuartel de La Tablada. Significa que el Ejército siguió juntando objetos hasta, por lo menos, 1989. Al final del inventario, agregado a mano, se puede leer: “Cuadro marco dorado con foto del cadáver de Roberto M. Santucho”.
La existencia del Museo de la Subversión dentro de la guarnición militar de Campo de Mayo era conocida por militares y civiles. Durante la dictadura, varias delegaciones estudiantiles recorrieron el lugar, en una de las excursiones escolares comunes de la época. Incluso la revista Gente publicó el 26 de octubre de 1978 fotos sobre el “museo antisubversivo Juan Carlos Leonetti” (ver aparte). Sin embargo Videla, Riveros y Verplaetsen lo negaban.
Constatar la existencia y lugar donde había funcionado el museo era importante para los familiares de los líderes del Ejército Revolucionario del Pueblo porque el testigo “arrepentido” Víctor Ibáñez –quien aportó datos esenciales para la causa en la que se intenta encontrar los restos de Santucho y Benito Urteaga– declaró que los cuerpos fueron enterrados bajo el edificio en donde funcionó el museo. Actualmente en ese lugar hay una dependencia administrativa de la mutual del Círculo de Suboficiales del Ejército. Los dirigentes del PRT-ERP fueron secuestrados en julio de 1976, pero el cuerpo de Santucho habría sido exhibido como trofeo en una ceremonia privada para la inauguración del lugar, a fines de 1978.
Cuando a mediados de diciembre del año pasado se iniciaron las excavaciones en el sitio señalado por Ibáñez, se encontró un agujero en el piso que conducía a una réplica de la cárcel del pueblo en donde habría estado cautivo el mayor Argentino del Valle Larrabure. Esa fue la primera prueba material e irrefutable de la existencia del museo. El jefe del Ejército, el general Martín Balza, reconoció en declaraciones periodísticas que “hace muchos años existió un museo de la subversión, pero en este momento ya no existe”. Manuel Gaggero y Elena Mendoza, abogados de los familiares de Santucho y Urteaga, están acumulando pruebas para iniciar causas por falso testimonio contra Videla, Riveros y Verplaetsen.
Según se detalla en los papeles entregados por el secretario general del Ejército, el museo estaba compuesto por seis salas –de Banderas, de Organización y Doctrina, de Bombas, de Acción Psicológica, de Martirios y de Armas– y un hall “de los caídos”.
En una de las paredes del hall se exhibía, enmarcado con varillas doradas, el diploma de contador otorgado por la Universidad de Tucumán a Mario Roberto Santucho. También había una foto suya, al lado de un retrato del capitán Juan Carlos Leonetti, quien murió en el operativo en el que fueron asesinados y secuestrados los principales dirigentes del PRT-ERP. La cara del líder montonero Mario Firmenich también colgaba de las paredes del museo. Una de sus fotos estaba autografiada.
Los militares exhibían una bomba vietnamita que supuestamente habría sido preparada para asesinar al almirante Isaac Rojas y, según consta en los documentos, “un cofre metálico con puerta utilizado como cárcel móvil para traslado y asesinato de Larrabure en su interior: un colchón de poliuretano con manchas de sangre”. En la Sala de Organización y Doctrina Gral. D’Amico había, entre otras cosas, un muestrario de discos, libros y revistas “de carácter subversivo”, seguramente robados por los grupos de tareas. También había ejemplares de Tributo, publicación de Familiares de Muertos por la Subversión (Famus).
Los visitantes del museo podían hacerse una clara imagen sobre cómo era, para el Ejército, un dirigente montonero: un maniquí con zapatos negros, pantalón de tela azul oscuro, cuellos de polera del mismo color, una campera de nylon negra, un chaleco de lona verde claro en donde guardaba proyectiles y una boina negra con una estrella de ocho puntas lo representaba en la sala de armas y apoyo. En el mismo lugar, tras una vitrina había una mochila color arena tipo militar con un paquete de fideos, dos de polenta, una bolsa de azúcar, una de yerba, un jabón y una sartén. Era “material y equipo de ERP en Tucumán”.
Pero lo que más llama la atención en el inventario es la inscripción agregada a mano donde figura con el número de orden 59 un “cuadro dorado con foto del cadáver de Roberto M. Santucho” –el Ejército siempre negó conocer dónde están los restos del líder del PRT-ERP– y el material relacionado con el ataque al cuartel de La Tablada, que hace suponer que el lugar donde los militares exhibían los “logros de la lucha antisubversiva” siguió funcionando durante muchos años de democracia.

 

Una versión como la Gente

“Un viaje al horror” tituló el 26 de octubre de 1978 la revista Gente. La nota mostraba fotos del “museo antisubversivo mayor Juan Carlos Leonetti” y retratos de militares caratulados como “víctimas de la subversión”. “Aquí hay bombas, pistolas, cárceles, máquinas de tormento y muerte. Las sufrieron los argentinos hasta hace muy poco. Y todavía se lucha para aniquilarlas. Muchos de los hombres que manejaban esas armas viven en Europa y son defendidos por políticos y comisiones de derechos humanos”, decía la bajada del artículo. Faltaban cuatro años para el fin de la dictadura, pero para la revista Gente el terror, corporizado en las organizaciones subversivas, ya había pasado.

 

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