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SUBRAYADO

Por Julio Nudler

Aquel tapado de Armínio

Cuando el tapado de Armínio Fraga asumió la conducción del Banco Central brasileño, se tuvo la sensación de que Manuel Romero había escrito para él los memorables versos de 1928: ... mangué amigos, vi usureros, y estuve un mes sin fumar. Los amigos del hombre de Soros están, para el caso, en el Fondo Monetario Internacional y en los mercados de capitales. Los usureros también. Y ese mes sin fumar representa el severo ajuste de la economía, negociado con el FMI, que puede provocar una caída del 5 por ciento en el Producto Bruto durante este año. Tiempo más tarde, cuando esta crisis sea sólo un mal recuerdo, quizá desplazado por sinsabores aún más duros, persistirán las deudas contraídas. Tal como escribió Romero: el tapao lo estoy pagando, y tu amor ya se acabó.
Armínio, administrador de un gran fondo de inversiones, fue instalado por el presidente Cardoso en el Banco Central porque el problema más urgente de un país con moneda en continuo derrape es encontrar financiación. Nadie quiere, a veces a ningún rendimiento, deudas que se deprecien. La Argentina, en cambio, al operar con una paridad fija llega con más facilidad a las fuentes de financiamiento, y también se autogenera una mayor capacidad propia de crédito porque la estabilidad del peso aumenta la monetización (demanda de pesos).
Como contrapartida, no puede resolver el déficit de su cuenta corriente, aunque, como se vio, atrae financiamiento para ese agujero, salvo en los momentos en que estalla alguna crisis en los mercados de capitales. En esas circunstancias, cuando le prestan menos y más caro, los economistas hablan de “shock externo”, sin olvidar otro shock externo adicional, consistente en la caída de precios y el cierre de mercados para las materias primas en que está especializada la Argentina.
Más allá de estos ciclos, a veces violentos y como mínimo desagradables, nadie acierta a responder durante cuánto tiempo se puede vivir al amparo de las ventajas financieras que brinda un tipo de cambio fijo. El australiano Gregory Clark, que ha estado mirando los bruscos volantazos del intercambio internacional y las amenazas de guerra comercial que se están cruzando los grandes jugadores, se hartó de oír hablar sólo de aranceles, barreras paraarancelarias y subsidios como factores distorsivos en el comercio mundial. Parafraseando a Clinton, exclamó: “¡Es el tipo de cambio, estúpido!”. Suena un poco duro, pero razonable para cualquier vecino y socio de Brasil.

 

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