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HABLA UNA NENA QUE FUE PROSTITUIDA ENTRE LOS 8 Y LOS 11 AÑOS
“Yo decía que él era mi abuelo”

Cosas: “Cuando yo iba a la pieza pasaban cosas y él me daba  plata. Siempre en la   casa de él, afuera nada. Yo decía que él era  mi abuelo”.

Todos: “Me puso contra la pared y me empezó a tocar. Me dijo ‘mañana venís’. Yo dije bueno. Y pasó lo mismo que con Horacio. Con todos pasó lo mismo”.

Denuncia: “Me  dijeron las monjas que tenía que denunciarlos. Si no, no los hubiese denunciado, yo en cana no los mandaba. Yo también hice cosas”.

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Por Alejandra Dandan

t.gif (862 bytes) La panza crujía de hambre. Faltaban pañales para un bebé. Horacio algo sabía, quizá por eso un día aproximó un tazón de monedas a G. Fue una trampa. Sucia. “Sacó el pene, me dijo que si se lo quería chupar.” Ella tenía 8 y la fuerza para decir sólo una vez que no. El hombre que en los próximos tres años la haría llamarlo “Abuelo” consiguió doblegarla. Fue en un hotel de Constitución. La petisa tiene ahora 11. Hace un año denunció a siete hombres que la indujeron a prostituirse. Hoy hay cuatro prófugos y tres detenidos, acusados de corrupción de menores. El plural es por los acusados pero también por las víctimas: dos hermanas de G., también abusadas. Tenían 3 y 11. Porque la nena habló, al Abuelo puede caberle una pena máxima de 15 años. Constitución es sólo una de los cinco sectores porteños donde la prostitución infantil se explota como en zona franca. G. contó su historia a Página/12. Una historia donde su alma de nena no puede dejar de mezclarse con la astucia de una adulta crecida de golpe.
No es posible nombrarla ni fotografiarla. Viejas historias denunciadas concluyeron con víctimas accidentadas. G. hace dos años vive en un hogar para chicas de la calle. Su hermana mayor, ahora de 15, decidió fugarse en enero. La más chica fue adoptada por un matrimonio mayor. En noviembre la mamá de las tres hermanas murió de sida, ese mismo mes el expediente con la causa por corrupción quedó a disposición de la Cámara del Crimen para un sorteo que determinará el nombre del juez que concluirá el proceso.
La causa de G. estuvo hasta noviembre en manos de Roque Vásquez Mansilla de la Secretaría 17 del Juzgado de Menores 6. “El año pasado –explica Mansilla– G. se careó con los imputados. Detrás de ellos no había organización ni estaban vinculados. Obtuvieron los medios y aprovecharon la ocasión.” El magistrado habla de los siete como “cualquier persona de clase media, media baja”. Dice: “Es como si fuesen tíos suyos”. Horacio, el primer hombre denunciado por G. se acercó a las hermanas cuando la mamá quedó internada.
El Abuelo
–Yo conocí a Horacio por parte de mi hermana. Mi hermana lo conoció pidiendo en la calle, siempre pedíamos, a veces para los pañales de mi hermanita porque no teníamos plata. Mi hermana estaba careteando algunas monedas, lo conoció y la hace pasar a la casa. El tenía un cenicero, ponele más grande que éste, lleno de monedas, lleno, lleno. Y entonces le dice: “Agarrate todas las monedas que están ahí para tu hermanita”. Romina le dice: “Muchas gracias señor”. Yo no estaba con ella, me contó. Bue, y se fue, al otro día volvió y le dio de vuelta y así. Después yo un día voy, así para decirle que mi mamá que le mandaba a decir si no tenía monedas, algo de eso. Fui, toco timbre, pregunto por el señor Horacio habitación cuatro y pasé.
–¿Era una pensión?
–Sí, un hotel. Me quedo en la puerta y él me dice: “Me vas a comprar unos fideos, por favor”. Sí, le dije y voy a comprar y después vengo y me dice “pasá”. Paso. Me sentó en la cama, sacó el pene y me dijo si se lo quería chupar. Yo le dije que no. El me dijo: “Dale”. Bue, yo se lo chupé. Y me dio un montón de plata, 15 o algo así. Dijo si quería comer a la noche. Le dije bueno, fui a mi casa le di plata a mi mamá y así siguió.
El hombre negó en la causa la relación que prolongó por tres años. Vásquez Mansilla indica que “había indicios fuertes para mantenerlo detenido. Se daban las condiciones para que existiera la corrupción pero Horacio y los otros sólo reconocieron los contactos sociales habituales pero no el sexual”. En aquel momento G. y sus hermanas repetían a diario las paradas de Plaza Garay. Ella aprendió a ganarle a las pibas al metegol con sacudones de buena cerveza y poxirrán. El tiempo libre se “careteaba”. Ese limosneo fue plafón, como lo es para cada chico de la calle, para iniciarse. Especialistas consultados por este diario dan cuenta de aquello: unas monedas siempre, entre los más chicos, son el pique de la trampa.
–¿Y era como un novio para vos?
–Uy, no. Claro, yo cuando iba a la pieza pasaban cosas y él me daba plata. Siempre en la casa de él, afuera nada. El era mi abuelo. Yo decía que él era mi abuelo.
–¿Dijo él que le dijeras así?
–Yo le dije: “¿Te puedo decir abuelo?” y él me dijo que sí. Y pasaba el tiempo y yo no le quería decir más abuelo, pero él me dijo ‘decime abuelo si no la gente va a pensar mal’.
La denuncia
La nena entra ahora una sonrisa en la heladería más paqueta de su nuevo barrio: “Sambayón y dulce de leche”, pide. De a poquito con la cuchara plástica lame un cuarto kilo. Le fascina mirarse el puño cubierto por el reloj ganado en la escuela. Después de todo le costó sólo un “pico”. Un muchachito se le acercó y le ofreció cambiarlo. “Total era nada más que un pico”, dice más tarde.
La historia de G. mezcla la historia de una nena con la suspicacia de una adultez apresurada. Su mamá era maestra y fueron sus compañeras de escuela quienes intentaron reubicar a las tres hermanas que permanecían demasiado solas y en la calle. “Crecieron como yuyos, a la deriva –dirá algo después Mansilla–, buscaron cualquier cosa para sobrevivir. Su historia social era muy particular, su madre no podía ocuparse de ellas, tenían otros dos hermanos con problemas de conducta y droga.” El magistrado define ese contorno como “tierra fértil para cualquier depravado”.
–Yo estaba antes en un asilo, porque mi mamá estaba internada y como no tenía quién me cuide y me lleve al colegio, mi mamá decidió ponerme pupila a mí y a mi hermanita chiquita. Como yo quería estar con mi mamá me escapé. Me fui a lo de Horacio, con uno de los que yo tuve historia. Bue, él me dio plata y bueno y fui a lo de Luis, me dio la plata, me compré cosas.
–¿Te dijeron que vuelvas al colegio?
–No, porque ellos no sabían que me había fugado. Y ahí me fui a lo de mi tía, ella me explicó y me dijo que le cuente todo lo de Horacio y todo. Y ahí yo le conté todo. Tomé coca y tomé bayaspirina porque me dolía la cabeza y después de ahí, mi tía me llevó a mi casa. La vi a mi mamá, la abracé y me dijo que no me podía tener. Yo le dije está bien. Después de un rato, yo no aguantaba estar así con mi mamá y me fui a la mierda.
La nena volvió al colegio. Hubo un segundo intento de fuga, esta vez frustrado. G. consiguió sin embargo que la sacaran y derivaran al hogar donde estaba su hermana mayor. Permaneció allí hasta que su denuncia fue recibida por el Juzgado. Como prevención la trasladaron al Instituto San Martín.
Contra la pared
Mientras la relación con el Abuelo continuaba, otros seis hombres estuvieron vinculados a G. La mayoría eran vecinos, incluso dos pizzeros del barrio. Ella no tenía defensa contra quienes detrás del abuso ofrecían mercadería y dinero.
–¿Y el resto de las personas que denunciaste?
–Juan Carlos, el chileno, los pizzeros, Horacio, Luis, y el otro Juan Carlos.
–¿De dónde los conocías?
–Los conocí por parte de mi hermana. A los pizzeros los conocí yo porque yo antes pedía pizza y ellos me daban. Bue, entonces un día fui y uno de ellos va y me encara: “Vos sos muy linda, yo estoy totalmente enamorado de vos”. “Ehh, bue, sí, está bien te felicito –dije yo–, qué querés que haga”, y bue, me agarró así, me puso contra la pared y me empezó a tocar. Me dijo “mañana venís”. Yo dije bueno. Y pasó lo mismo que con Horacio. Con todos pasó lo mismo.
Los pizzeros están prófugos. G. fue con empleados del juzgado a buscarlos. Mansilla indica que “en la pizzería había otra gente, que en ese momento no fueron reconocidos por las chicas”. Hay también más desaparecidos. Sólo los dos Juan Carlos y Horacio quedaron presos. Del Chileno y Luis no hay rastros. Luis trabajaba en un garage y su hijo de 9 fue “novio” de G. La historia se interrumpió en algún momento, antes de que Luis arrinconara a la nena en el garage e intentara también él abusar de ella. Pero acaso no fueron los únicos conocidos por G. “Las hermanas en algún momento mencionaron a muchos otros –dice Mansilla– que después no denunciaron. Habrán pensado en no embromarlos.”
Una bici
–¿Por qué aceptaste denunciarlos?
–Porque me dijeron las monjas que tenía que denunciarlos. Si no, no los hubiese denunciado, yo en cana no los mandaba. Yo también hice cosas. Yo seguía haciendo cosas con ellos, me dejaba, también hacía cosas yo. Si hubiese dicho que no, no y no... Yo dejé.
G. está cansada de repetir su historia. Nada de lo dicho parece perturbarle la voz. Tiene el pelo sujeto y escondido bajo la visera. Dice que es una de las tres “machonas” del colegio y le resulta bien porque de todos modos todos los chicos gustan de ella. “No es para exagerar”, advierte la nena y rezonga contra sus compañeras de grado a las que les da asco la cerveza y “ni siquiera la probaron”. Todavía sentada piensa alto con cara de nena:
–Yo te digo qué tengo ganas de hacer. Te digo: ir a Constitución, ir a los videojuegos, ir al cine, ir a ver a mi mamá al cementerio, ver a mis hermanos. Ver a mis amigos, no ir al colegio. Y tener mi bici.

 


 

De Once a Retiro: las zonas de la prostitución de los chicos

G. tenía 8 años cuando se entregó por primera vez por un tazón de monedas en Constitución. Fueron siete los hombres durante tres años: ahora tres  están detenidos y cuatro prófugos.
No es el único caso. Jueces y especialistas hablan de la prostitución infantil.

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En Once, igual que en Flores, hay taxistas que regentean redes de niñas prostitutas.
Dos chicas denunciaron a uno: la casa de una fue incendiada, a la otra la atropelló un taxi.

Por A.D.

t.gif (862 bytes) Una casa tomada en Congreso era guarida del Gitano. La monja María del Valle Velárdez buscó el modo de entrar: “Encontramos a una chiquita encadenada y golpeada porque se resistía a ser prostituida”. Ese taxista pelilargo fue detenido y liberado. Dos chiquilinas lo denunciaron: la casa de una fue incendiada, a la otra la atropelló un taxi. El caso da cuenta de cómo se maneja la prostitución infantil. Con dificultad se accede a una minúscula porción de aquellos que trabajan en la calle. Pero la mayor parte –los más chicos– son prostituidos a puertas cerradas. El mercado de sexo infantil gana espacio promovido “por muchos pequeños grupos de adultos que actúan como proxenetas”. Aunque no hay cifras oficiales, jueces y especialistas consultados por este diario subrayan el crecimiento de un fenómeno que cerca a chicos en situaciones de abandono desde los tres años.
Mientras la justicia investiga en La Plata a promotores del mercado, en Capital cobran forma 5 zonas francas de prostitución infantil: Retiro, Flores, Once, Constitución y Lavalle.
Una chica murmura escondida en escalones de Once. Esta tarde un hombre la confundió con un varón: “Pendejo, vení –le dijo– ¿cuánto querés por un servicio?”. No fue la única vez. Tiene 12 y una melenita escondida por la visera. Es abrepuertas, igual que el puñado de chicos que rondan: “Desde las nueve hasta las doce –dice uno de ellos– están ahí las chicas que se van con los taxistas”. Ese sector es circuito marcado también por un grupo de religiosas de la congregación de Adoratrices que trabajan en la calle con chicos y prostitutas. Por su actividad en el lugar, dos de ellas fueron seguidas y amenazadas. Esa es la tierra del Gitano. “El hombre tiene ahí una flotilla de seis o siete taxis y regentea chicas ahí y en Flores. La suya es una de las organizaciones más armaditas que pudimos detectar en la Capital”, indica una especialista.
Armazones como los del Gitano son los habituales en la Capital y el conurbano. En el interior del país existen, sin embargo, redes mejor tramadas que configuran corredores de trata de menores. Las chicas suelen recalar por períodos de 15 días en cercanías a polos petroleros o sectores de industrias mineras. El sistemático traslado después de un lapso breve responde a los códigos de supervivencia del negocio: puede ocurrir que los clientes se conmuevan porque una menor está en juego y lo denuncie. Para evitarlo las piantan.
De todos modos los expertos indican que no hay en el país organizaciones o grandes mafias a lo asiático en prostitución infantil. Sin embargo Julio Bardi, juez de menores platense, indica a Página/12 que “generalmente hay un rufián o protector detrás de estas chicas; no hay grandes organizaciones sino pequeños grupos, pero muchos pequeños grupos de adultos actuando como proxenetas”. Esos pequeños grupos pueden estar formados por uno o varios adultos que regentean menores. Hace algunos meses la jueza Irma Lima se obstina en perseguir en La Plata a patrocinantes del oficio. Ella habla de “cierta organización”: “Se traen a chicas extranjeras, paraguayas por ejemplo, para trabajar”.
Algo de esto cobra visibilidad en Lavalle. Boleterías y la estación son marcadas como territorio de trata de menores. Allí “hay prostitución de menores desde 10 años camuflados desde la mendicidad”, indica ahora la hermana María del Valle. El sostén de la trama son mujeres u hombres adultos. Aparecen como procuradores de mercadería o flores de los chicos. Algunos de ellos son quienes arreglan el precio de cada nene con el cliente. “Los contactos no los hacen las nenas –dice la monja– sino las mujeres que están a un costado esperándolas.” Aunque en algunos casos son las mismas madres de las chicos, hay otras personas que se esgrimen como protectores: “Me los llevo a dormir a casa porque no tienen dónde ir”, responden ante algún cuestionamiento. Ese mismo argumento usó el Gitano cuando las monjas preguntaron por los chicos alojados en su casa. Esto es lo habitual en prostitución infantil. Es probable que cada chico habitantede la calle haya padecido en algún momento de abuso. El adulto suele ofrecer monedas a cambio de un “vení conmigo”. El nene no evalúa en ello más que la posibilidad de continuar subsistiendo.
En general los menores prostituidos en la calle son mayores de 14 años. Los más chicos están puertas adentro. “Se los mantiene en saunas –dice Lima–, casas de masajes o departamentos privados donde por ahí se combina con pornografía infantil, por eso se hace difícil localizarlos.” Están tapados y sólo puede accederse, en ocasiones, a través de puertas corredizas o paredes falsas. Ricardo Mellazzo es juez de garantía en La Plata. Promovió un operativo en un Stud: “No buscábamos menores –dice– pero en el lugar además de armas largas había nenas prostituidas y drogas”.
Con frecuencia los menores localizados en prostitución tienen síntomas de sobredosis. Sometidos a condiciones de servidumbre, cuenta Barni, hay chicos de 5 o 6 años que con el transcurso del tiempo adquieren actitudes propias del medio. Ese medio los convierte, también, en mulitas de distribución de drogas. A cambio hay una porción para esa mula chiquita que ya no necesita pedir para conseguirla.
En cada nene prostituido existe una constante recurrente: abuso o incesto. “La historia de estos chicos siempre se repite: o vienen de una familia expulsiva o hubo incesto”, dice Lima. La agresión física de algún pariente cercano altera y prepara la psicología de los chicos para escindir los vínculos del cariño y la genitalidad. “Los chicos toman su prostitución –agrega la jueza– como algo natural, muchos dicen que es su trabajo y lo hacen para comer.”
De todos modos el rito iniciático al mercado del sexo lo cumplen pares, adultos o padres. “No hay un único sistema –indica Bardi– aparecen todas las expresiones en un contexto de abandono donde el chico no puede tener el amparo de nadie”. Ese entorno de abandono, comida escasa, sometimiento, se corrige con un sandwich o dinero entregado a cambio del cuerpo. La excusa de la necesidad busca hacer desaparecer ante el juez la figura del rufián. “No hablan del protector, por eso para dar con ellos hace falta una acción de logística”. Entre los chicos de la calle es más válida la protección de un hombre que ofrece casa y comida a cambio de “jugar al novio” que la opción de un instituto como dádiva.

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