Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


OPINION

El Oscar de acá

Por J. M. Pasquini Durán


t.gif (862 bytes)  Catamarca no es Hollywood, claro. Si anoche brilló como una estrella el Oscar (Castillo) de acá, se lo debe a su oponente, el presidente Carlos Menem, el hombre que no acepta ninguna derrota. "Somos invencibles", proclamó en la reelección de 1995. "Yo no perdí", aclaró en octubre de 1997 para tomar distancia del fiasco del matrimonio Duhalde. Esta vez, sin embargo, no podrá sacar el cuerpo, porque quedó pegado a la campaña de Ramón Saadi con tres viajes a la provincia en las dos últimas semanas.

El compromiso personal con la campaña de un caudillo de pésima fama sólo tiene algún sentido en la desesperada búsqueda de un pretexto para quedarse en la Casa Rosada, por el medio que sea. Con su conducta, el Presidente le dio una dimensión a la elección en Catamarca, y a sus vencedores, que jamás hubieran tenido por sí mismos.

Podrá discutirse hasta el próximo siglo si la participación de Menem le sumó votos a Saadi o a Castillo, pero la consideración efectiva es a la inversa: ¿contribuyó a la ambición continuista? Dado que al Presidente hay que juzgarlo más por los actos que por las palabras, la respuesta adecuada surge de su propia actitud. Aunque Tula y sus bombistos ya estaban en Catamarca, anoche Menem se quedó en Olivos mirando la TV con los resultados del fútbol dominguero. Quizá pensaba en cómo compensar los titulares de la prensa de hoy con la propaganda de mañana, en Miami, cuando se tropiece con Bill Gates, en uno de esos encuentros con gente famosa que le gusta rememorar ahora, a falta de otros sucesos mejores.

Fernando de la Rúa, por supuesto, celebró el resultado como si fuera una consulta que él mismo hubiera convocado. Modesta revancha después del fracaso de Ramón Mestre en Córdoba, pero todo lo que le sale mal a Menem levanta las copas aliancistas en brindis. Los dirigentes locales del Frepaso, que se negaron a alinearse detrás del clan Castillo, fueron triturados por la polarización y por el abandono de sus dirigentes nacionales. Vaya a saber si esto no fue también una revanchita para los radicales, tan criticados en Córdoba porque no formalizaron la Alianza.

El resultado de ayer es un duro traspié en la carrera presidencial, sin duda. Pero, si la obsesión continuista se apaga con estas aguas, quiere decir que todos los opositores, dentro y fuera del menemismo, se dejaron engañar por un bluff de tahúr.

Castillo aseguró anoche que, si el escrutinio catamarqueño sirvió para terminar "con los sueños de Menem de perpetuarse en el poder, que sea bienvenido el triunfo". Una exageración provocada por la euforia de la repercusión nacional de su victoria provinciana. Hasta último momento, Saadi se negó a la derrota, en la misma actitud que lo sostiene desde hace ocho años, cuando este mismo presidente-padrino ordenó la intervención federal, porque la atmósfera del gobierno provincial se había vuelto tan irrespirable que ya comenzaba a intoxicar a todo el país. Salvo cuando estuvo con Menem, en el resto de la campaña "Ramoncito" fue casi invisible, ocupado sólo en la privada y perversa filantropía del feudalismo político que compra voluntades.

Catamarca es un distrito empobrecido y feudalizado, donde el Estado es el principal dador de empleos y favores, desde hace tanto tiempo que algunos vicios se han hecho costumbre. No es la única provincia en esas condiciones, donde los clanes se disputan cargos y negocios de todo tipo, sin más consideración por sus pobladores que las dádivas de oportunidad y el tráfico de influencias. La democracia, en este tipo de situaciones, está lejos de su auténtico potencial y sus instituciones representativas forman parte del patrimonio privado de quienes las controlan. Tanto es así que los cargos son hereditarios y pasan de padres a hijos, se llamen Castillo o Saadi.

El crimen brutal de María Soledad Morales sirvió para descubrir ante los ojos del país una parte de esa sórdida trama de complicidades y encubrimientos que atraviesan a la sociedad, de arriba hacia abajo, como un clavo oxidado. La indignación moral que sacudió a miles de personas en la provincia y en el país alcanzó para tumbar al clan Saadi, pero fue insuficiente para desarraigar los viejos estilos de ejercer el poder.

La voluntad popular es como una corriente subterránea que de pronto aflora allí, en Santiago del Estero, en Cutral-Có o en Tartagal, pero vuelve a hundirse porque no encuentra un dique que la contenga en la superficie. Y siguen los Saadi, los Castillo, los Sapag, los Juárez, los Romero, y otros de tradiciones parecidas, sin que importen los colores de los banderines que los identifican.

Esos escarnecidos ciudadanos de la geografía del hambre y la desolación podrán recordarles a sus nietos que una vez tumbaron al heredero varón de los Saadi y que, ocho años después, ayudaron a sus compatriotas a detener la ambición descontrolada de un presidente. Muchos de los que participaron de las Marchas del Silencio con seguridad anoche salieron a gritar en la plaza y a enarbolar pancartas que decían "Nunca más", la consigna de la mejor memoria cívica. Honor para todos, en la mayoría electoral o en las minorías éticas, que pudieron levantar la dignidad personal y civil por encima de las miserias de su propia realidad.

 

PRINCIPAL