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MAURICIO WAINROT, COREOGRAFO
“Existe otra danza”

El nuevo director del Ballet del San Martín cuenta cómo se propone dar un nuevo impulso al cuerpo, cambiándole sus rumbos estéticos.

Wainrot distribuye ahora su trabajo entre Canadá y Buenos Aires.
“Esta ciudad me inspira, pero desde lo negativo”, reconoce.

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Por Hilda Cabrera

t.gif (862 bytes) El Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín tendrá otra imagen. Así lo quiere su nuevo director artístico, el bailarín y coreógrafo Mauricio Wainrot, quien –sin abandonar su residencia y trabajo en Canadá– decidió imprimirle un estilo diferente a partir de la presentación (este viernes) del primer programa de la temporada ‘99, que incluye La muerte y la doncella, del coreógrafo estadounidense Robert North sobre música de Franz Schubert, Minor Threat, de Mark Godden sobre música de Mozart, y Looking through glass, del mismo Wainrot, sobre música de Philip Glass. La apuesta de este artista, periódicamente invitado a trabajar en importantes compañías de Estados Unidos, Canadá, Israel y países de Europa, es “valorizar el movimiento y la musicalidad”, algo que –cree– se había ido perdiendo. En los últimos tiempos –dice en diálogo con Página/12—, se le imprimió al Ballet “una estética teatral, que es válida y funciona bien en un grupo pequeño, pero que no me interesa para una compañía como ésta”.
–¿Cómo es el trabajo en esta etapa?
–De una gran minuciosidad, algo que les costó conseguir a los bailarines, acostumbrados a saltar de un maestro a otro. Ese esfuerzo es menor cuando se forman durante ocho o diez años con un único maestro. En general, en el currículum de los que se presentaron al Concurso me encontraba con casos extremos: muchos de ellos, en sólo cuatro años, habían pasado por la escuela de diez maestros.
–¿Todos entraron por concurso?
–Sí, tomé siete bailarines. Uno viene de Chile, otro de Estados Unidos y los demás provienen de las escuelas (talleres) del San Martín y del Colón. Tomé cuatro chicas nuevas. La compañía tiene ahora 22 bailarines y dos aprendices. Como el Ballet Juvenil ya no existe, tomé gente de allí. Además, hay dos becados. Entre los mejores están los que vienen del interior, formados por un solo maestro.
–¿Hay una temática en su coreografía?
–El punto de partida de una coreografía lo conforman mil cosas. Para mí es difícil hablar de temática. En la danza, como en la pintura y otras artes, todo es muy abstracto. Uno se llena de emociones y sensaciones, como cuando está enamorado, o tiene amantes todo el tiempo. A mí me pasa eso: cuando hago una obra nueva, estoy en un estado de enamoramiento constante. También me peleo, me enojo, levanto vuelo enseguida, y me apago de la misma manera.
–¿Cómo es Looking through glass?
–Una obra que me representa, y por la que estoy preparado para recibir los palos o los beneficios. La estrené hace poco menos de un año, con el Ballet Real de Bélgica. Sobresale especialmente la danza masculina, lo que no es habitual, porque el protagónico, generalmente, lo tienen las mujeres. Creo que posee gran lirismo, sobre todo en el segundo movimiento. Puedo decir también que me siento “emotivamente relatado”, y que éste es el estilo que quiero para mi compañía.
–¿Se siente más inspirado fuera de la Argentina?
–Acá me cuesta mucho más producir. Me agobia el ruido de Buenos Aires, la burocracia que pone trabas en el San Martín, ver a los jóvenes que se pasan horas tirados en la calle, tomando cerveza... No entiendo esta locura del Gobierno de la Ciudad de permitir que, a pesar de la ley, se les vendan bebidas alcohólicas a los menores. Me disgusta que en esta ciudad se hagan cosas para distraer a los jóvenes, alejarlos de la casa y del estudio, cuando lo que necesitan es que se los contenga afectiva y espiritualmente. Buenos Aires me inspira, pero desde lo negativo. Siempre hay más situaciones que necesitan una solución rápida. Estoy sumamente contento con el trabajo de los bailarines, pero diariamente tengo que enfrentarme a problemas de índole burocrática: a veces faltan zapatillas,otras no se pagó algún sueldo, o a alguien no le quedó claro el tema del monotributo. He trabajado en más de 35 compañías en todo el mundo, y esto sólo pasa acá. Los bailarines hablan de todas esas cosas y no del trabajo artístico. Esto produce situaciones muy locas, muy absurdas. Es como si uno estuviera alejado de sí mismo. Los chicos que vemos en la calle, tomando alcohol todo el tiempo, también están alejados de sí, como si se expandieran.
–¿Se protege de esto?
–Sí, me fabriqué un bunker. Trato de reproducir la tranquilidad que tengo en mi casa de Montreal, donde sigo trabajando. Escucho mi música, mis silencios... Necesito crear.
–¿Le importa trabajar en Buenos Aires?
–Me interesa muchísimo, por eso tomé la dirección del Ballet, que en mi opinión estaba de capa caída. Viví durante muchos años en distintas ciudades de Europa y no puedo dejar de comparar. Uno sabe que hay otras formas de trabajar, mejores que las de acá, pero como yo no quiero equiparar para abajo, no me conformo con lo que tenemos. Hay otra danza. El público se fue alejando de la danza, aunque algunos digan lo contrario porque hay estrellas como Julio Bocca y Maximiliano Guerra, que supieron convertir sus carreras en productos y crearon un público desde una perspectiva absolutamente personalista.
–¿Cree que este fenómeno beneficia a la danza?
–Sólo si somos capaces de crear productos artísticos de nivel.
–¿Quiere decir que no está en contra de los megaespectáculos?
–Sí y no, depende del contexto. No sé si estoy en contra. Luciano Pavarotti, por ejemplo, no es más un cantante de ópera. Se dedica a las arias. Ultimamente lo han silbado en Europa, pero él igual hace sus shows. Su trabajo es válido. Lo que me molesta es que quieran hacerlo aparecer como si fuera una maravillosa figura de la ópera.
–¿Qué opina de los shows de danza?
–Que es parte del estado actual de la danza. Sin hablar de los pequeños grupos de danza, tenemos por un lado a los grandes fenómenos argentinos, y por otro a las compañías del Colón y del San Martín, que han ido perdiendo público y dejando de tener una presencia constante e intensa en el escenario. El Ballet del San Martín necesita una cantidad mínima de funciones al año, entre 80 y 100, y hacer giras por el país y el exterior para ser realmente una compañía. No sé qué imagen tendrá el público de nuestro trabajo. Nosotros nos deslomamos, pero hasta ahora –porque no está dicha la última palabra– no pude conseguir las 80 funciones.

 

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