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GRUPOS DE PADRES FORMADOS DESPUES DE
ENTERARSE DE QUE SUS HIJOS SON HOMOSEXUALES
Abrir los ojos

La mayoría dice que no se lo imaginaba y que costó aceptarlo. Que lo primero que pensaron fue “¿por qué a mí, qué hice mal?”. Después buscaron ayuda de otros. Acá cuentan cómo se juntaron para entender qué es ser padres de gays.

 

A Irma su hijo le entregó un libro sobre la homosexualidad.
“Leí tres horas seguidas y me abrió un mundo nuevo”, cuenta.

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Por Mariana Carbajal

t.gif (862 bytes) ”Supuse que me iba a contar que tenía novia. Pero no, ahí mismo mi hijo me confesó que era gay. Quedé shockeada. No estaba preparada para escuchar algo así”, recuerda Irma, de 63 años, viuda y bioquímica jubilada. Nunca había pensado en aquella posibilidad. “Era un tema que no existía en mi vida”, enfatiza. El que si estaba preparado era su hijo, que entonces -tres años atrás– tenía 36 años y hacía un tiempo vivía en Alemania. En seguida le entregó un extenso folleto, editado por el municipio germano en el que residía, que hablaba sobre la homosexualidad. “Leí tres horas seguidas y ese librito me abrió un mundo nuevo”, reconoce. Pero Irma tuvo la necesidad imperiosa de hablar con otros padres para comprender qué le pasaba a su hijo. Primero se empezó a cartear con madres alemanas de gays. “Esos contactos me ayudaron muchísimo”, dice y sus ojos celestes, clarísimos, resplandecen. Pero después, necesitó un contacto más personal. Así nació en la Argentina el primer grupo de Padres, Familiares y Amigos de Lesbianas y Gays. “Mucha gente llama pero después pareciera que tiene vergüenza y no aparece. Otros si se animan, van a alguna reunión y después no vienen más”, revela Agostina, de 52 años, asidua concurrente al grupo junto con su marido. Para ellos, el grupo resultó una ayuda fundamental para aceptar la inclinación sexual de su hijo y perder prejuicios. Cuatro madres cuentan aquí sus experiencias.

Irma con otras tres mujeres que integran el grupo.
“Recién ahora aprendí a escucharlo”, dice una de ellas.

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El grupo comenzó a funcionar en 1996 y contó en estos dos años y medio con la presencia de una veintena de madres y cuatro padres, la mayoría de gays pero también de lesbianas.
“Lo que observo es que cuando los chicos les cuentan a sus padres que son gays o lesbianas se sacan como una carga de encima. Hay padres, lamentablemente, que al enterarse los echan de sus casas. Esos padres deberían abrir los ojos y conocer mejor el tema”, dice Irma, que es la única de las cuatro que acepta dar su nombre verdadero y fotografiarse de frente. Las demás prefieren el anonimato para evitar cualquier posibilidad de discriminación hacia sus hijos en el futuro. Irma accede porque el suyo sigue viviendo en Alemania. “Nuestros hijos han cambiado sabiendo que tienen padres que los entienden –continúa Irma–. Mi hijo cambió completamente. Era introvertido y yo no sabía nunca qué le pasaba. Me contó que tener que decírmelo fue lo peor que le pasó en la vida pero desde ese momento es otra persona. Ahora me doy cuenta de que es feliz y la relación que tenemos es buena. Como mensaje a otros padres puedo decir que si los hijos se lo cuentan traten de apoyarlos, que respondan con amor y busquen ayuda porque sin ayuda uno no sale. Así como a los hijos les cuesta años aceptarse a sí mismos y van saliendo de ese armario en el cual estaban escondidos, los padres también necesitamos mucho tiempo para dejar nuestro armario.”
Mónica, María Rosa y Agostina también mejoraron la relación con sus hijos gays, después de que ellos les contaron sobre su inclinación sexual, pero atravesaron un lento proceso hasta que aceptaron su homosexualidad.

¿”Por qué a mí?”


Se casaba una de sus hijas y María Rosa no dudó en preguntarle a su hijo mayor, de 36 años, si iría a la fiesta acompañado por alguna chica. La respuesta la dejó petrificada: “Pero mami, ¿vos no sabés que yo soy gay?”. Tampoco ella nunca había fantaseado con esa situación. “Me impactó muchísimo”, recuerda a casi dos años del episodio. María Rosa estuvo varios meses sin poder contárselo a nadie, angustiada, preguntándose qué habría hecho mal para que él tuviera esa inclinación sexual, hasta que se enteró del grupo formado por Irma.
–Una vez le pregunté si se sentía mujer –dice María Rosa, de 66 años, divorciada y madre de cuatro hijos entre 34 y 38 años–. Pero él me respondió que no. “Yo me siento hombre pero me gustan las caricias de otro hombre”, me aclaró. Más no he preguntado porque creo que tiene que ver consu intimidad. No es que no me interese, me gustaría saber más pero tengo un límite.
–Yo también le hice la misma pregunta y él me dijo que se sentía hombre y que no quería dejar de serlo pero que sentía atracción por otro hombre -acota Mónica, 50 años, ama de casa, madre de 3 hijos de 17, 23 y 25. El mayor, igual que en el caso de las demás mujeres, es el que le dijo que es gay.
El primer sentimiento que las inundó, cuando sus hijos les comentaron sobre su homosexualidad, fue la culpa. “Lo primero que uno se pregunta es: `¿Por qué a mí?’. Empezás a explorar tus culpas, qué hiciste y qué no hiciste”, describe Agostina, de 52 años, docente, madre de 3 varones de 20, 16 y 13. Y como las demás, lo primero que aprendió en el grupo fue a no culpabilizarse. “A mí me costó muchísimo –admite Agostina–. Me echaba muchas culpas. Tenía sentimientos ambiguos: primero lo quería y lo abrazaba; en otros momentos, me daba rabia, como cuando lo escuchaba hablar con otros varones. El mismo me vio tan desesperada, que me dio el teléfono de Irma, que había salido en una revista de gays.” Agostina llamó pero después perdió el número y su contacto con el grupo. Los problemas de convivencia con su hijo la llevaron a conseguirlo nuevamente y así empezó a ir al grupo y se sorprendió de que su marido quisiera acompañarla. La lectura de libros vinculados con el tema y los testimonios de otros padres les abrió la cabeza a ambos: “Empecé a tratar a mi hijo de otra manera y a aceptarlo como realmente es”. El camino no fue fácil, dice. Conoció la inclinación sexual de su hijo cuatro años atrás. “Recién ahora aprendí a escucharlo. El me busca para contarme cosas sobre su trabajo, sus amigos. El acercamiento entre nosotros se ha duplicado”, describe Agostina.

“No es una enfermedad”

A diferencia de Irma y María Rosa, Agostina y su marido imaginaban hacía tiempo que su hijo mayor podía ser homosexual: “Era muy de hacer las cosas de la casa y de ocuparse de sus hermanos y como nunca había tenido novia ...”. Sin embargo, a pesar de tener casi la certeza, el golpe –dice– no fue menor al confirmarlo por boca de su hijo. Y les surgieron los mismos interrogantes que a las otras madres.
–Yo también siempre lo supuse –coincide Mónica–. Siempre lo sospechamos con mi marido pero nunca lo hablé con mi hijo hasta hace un año y medio. Mientras teníamos una conversación los dos solos, el tema surgió y me lo dijo. Nos abrazamos y lloramos muchísimo los dos, sobre todo porque yo me sentí mal cuando me contó que había pasado una adolescencia muy difícil, que había sido el peor momento de su vida. Eso me dolió muchísimo.
Mónica no sintió sorpresa ni rechazo. “Creo que me había ido acostumbrando a la idea con el tiempo. Me faltaba la confirmación de él y creo que a mi marido también. Lo que pasa es que no podíamos hablarlo entre nosotros”, dice.
–¿Cómo reaccionó su esposo?
–Para él fue terrible. Eso lo observamos en el grupo: al papá de un gay y a la mamá de una lesbiana les cuesta mucho más aceptar la condición de su hijo que a la mamá de un gay o al papá de una lesbiana.
El grupo tiene alguna normas. La primera es considerar que la homosexualidad no es una “enfermedad” ni un “problema”.
–Un problema hay que solucionarlo –diferencia María Rosa.
–De acuerdo a cómo nosotros lo vemos, la homosexualidad no es algo que se elige. Es una situación como cualquier otra que se presenta en nuestra familia, y es una intimidad de nuestros hijos que quien se dé cuenta o quiera saberlo, lo sabrá –dice con firmeza Mónica.

Los miedos

Tras su ingreso al grupo, después de casi un año de silencio, María Rosa fue eligiendo a quién contarle que su hijo era homosexual. “En el grupo varias personas explicaron que se lo habían dicho a algunas personas y yo empecé por mis hijos, una de mis tres hermanas, y un amigo. Se lo cuento a las personas que pienso me van a dar su apoyo”, sostiene.
–Yo fui la primera en el grupo que dije que había elegido a quién contárselo, siempre con la autorización de mi hijo –dice Mónica–. Pero ahora que reveo la situación creo que no se lo diría a nadie porque realmente es una cosa íntima de él, como si a vos, después de conocerte por algún tiempo, te pregunto cómo son tus relaciones sexuales. No me importa, es una intimidad que no hace a la persona.
–Yo también pienso como vos. Creo que lo fui diciendo porque era una necesidad mía. Hoy mi necesidad es seguir en el grupo –precisa María Rosa.
Ella, como la mayoría de los integrantes del grupo de Padres, Familiares y Amigos de Lesbianas y Gays, participó el año pasado de los talleres organizados por la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) durante la Semana del Orgullo Gay, en el mes de noviembre. “Esa experiencia me enriqueció mucho. Pero lo que más me impactó –dice María Rosa– fue el testimonio de varios gays de alrededor de 50 años que dijeron que vivían muy mal el hecho de no habérselo dicho a sus padres.” En los talleres María Rosa incorporó un nuevo término a su vocabulario para referirse a la homosexualidad. “Ahora digo que son la minoría sexual. Me gustan esas palabras”, subraya.
La posibilidad de que sus hijos sufran alguna discriminación por su inclinación sexual las atormenta. En realidad, los hijos menores de Agostina son objeto de burlas por la condición de gay de su hermano mayor y esa situación repercute en la relación entre los tres hermanos. “Ellos luchan con dos sentimientos: lo quieren al hermano pero a la vez le tienen bronca porque son atacados y cargados en el colegio porque él es homosexual”, describe Agostina.
–Ahora ya no tenemos culpas sino miedos ... miedos a la sociedad, a que en algún momento tengan que enfrentar una situación discriminatoria. Ese es nuestro gran temor –plantea Mónica–. Por eso también se fundamenta este grupo: para ayudarnos entre nosotros y para que la sociedad sepa más sobre la homosexualidad y no mezcle las cosas.
–Tengo amigas –agrega María Rosa– que ignoran lo de mi hijo y el otro día comentaban: “Sí, sí, ése es puto, qué querés que sea”. Una preguntó: “¿Cómo vendrán?”, y yo apliqué lo que había aprendido y les dije que me había enterado de que era como la zurdera, que ya nacen así y que no hay forma de que cambien. Una de las primeras cosas que mi hijo se lamentó cuando me dijo que era homosexual era que no me iba a poder dar nietos. Yo le dije que no me importaba, si ya tengo. Después en las conversaciones que hemos ido teniendo le dije que yo estaba feliz por tenerlo vivo, que prefería tenerlo así que muerto. “Mirá lo que me decís”, me respondió, indignado. Pero yo tengo amigas que me dicen que prefieren que se mueran antes que tener un hijo maricón. Si queremos que la sociedad no los discrimine, los primeros que no tenemos que discriminarlos somos los padres.

 

 

 

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