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EL PENSADOR FERNANDO SAVATER ANTICIPA SU PROXIMO LIBRO, “LAS PREGUNTAS DE LA VIDA”
“La filosofía es una cruzada contra la rutina de la vida”

El español repasa la historia de la filosofía occidental para explicar para qué sirve la era de “Internet, el SIDA, y las tarjetas de crédito”.

El libro de Fernando Savater aparecerá en la Argentina durante abril, y lo traerá a la Feria del Libro.
“Tiene una intención educativa: pretende acercar la filosofía a quienes no la conocen ni la practican.”

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Por Verónica Abdala

t.gif (862 bytes) “¿Para qué sirve la filosofía?”, interroga el pensador español Fernando Savater desde las primeras páginas de su nuevo ensayo, Las Preguntas de la vida. La respuesta, como ocurre casi siempre, es bastante más compleja que la pregunta. La vida es quemar preguntas, pensó Antonin Artaud. El libro, que aparecerá el mes que viene en la Argentina, difícilmente aborde temasna33fo01.jpg (9437 bytes) novedosos: Savater traza un recorrido por las cuestiones más básicas de la filosofía occidental: la verdad, el conocimiento, el hombre, el tiempo, la razón, el origen del universo, la libertad, la justicia, la belleza, la muerte. Lo novedoso, en todo caso, es su intento de actualizar la aplicación de los resultados de esos ejercicios reflexivos. Para decirlo en sus palabras, lo que pretende Savater es invitar a los neófitos a “conocer algo de esta venerable tradición intelectual nacida en Grecia”, pero “no para saber cómo se las arreglaba Sócrates para vivir hace veinticinco siglos sino para comprender cómo pueden comprender y disfrutar mejor la existencia los contemporáneos de Internet, el sida, y las tarjetas de crédito”.
El autor de Perdonadme ortodoxos, Etica para amador, El contenido de la felicidad, La voluntad disculpada y El valor de educar, entre otros –lleva publicados 47 libros de ensayo, narración y teatro, y tiene 47 abriles–, aporta razones hasta personales para explicar por qué cree que vale la pena rescatar las preguntas fundamentales, que son las mismas que desde el siglo IV antes de Cristo vienen repitiendo los estudiantes. “Querer saber y querer pensar equivale a estar verdaderamente vivo, vivo frente a la muerte. Y no atontado y anestesiado, esperándola”, subraya. “Estoy convencido de eso y dediqué buena parte de mi vida, si no toda, a intentar contagiarles mi entusiasmo a otros”, afirmó durante la entrevista telefónica que concedió a Página/12.
–Les dedica el libro “a los que no lo tienen todo claro”. ¿Por qué?
–Porque no tendría sentido que la gente que “la tiene clara”, como dicen ustedes, y que generalmente no se hace muchas preguntas, leyera un libro como éste. La base de la filosofía es la capacidad de duda y de extrañarse de la propia vida, para llegar a comprenderla mejor. Lo que me interesaba era recalcar la posibilidad de aplicar en la práctica, es decir, en la vida, los conocimientos o los interrogantes filosóficos.
–En el prólogo propone un acercamiento a la filosofía a partir de la experiencia personal.
–Sí, el primer acercamiento a la filosofía siempre es personal, es decir que está anclado en la experiencia de vida de cada uno de nosotros. Por eso yo decidí comenzar por allí. Recién después se pueden ampliar los razonamientos por medio de la lectura, el aprendizaje, la conversación.
–Sus primeras experiencias en este sentido se remontan al día en que tuvo “la revelación de la propia muerte”. Aquel día en que, con 10 años, comprendió que también usted algún día iba a morirse.
–Exactamente, a esa edad vi un muerto. Y ese episodio, que me impresionó mucho, hizo que empezase a pensar, en el sentido amplio del término. Me hice la idea de que la muerte no era eso que siempre les pasa a los demás, sino que algún día me pasaría a mí. Y, en fin, a partir de esa reflexión, ingenua, infantil, comencé a plantearme las cosas esenciales a las que les sigo dando vueltas, hasta ahora.
–Esas cuestiones esenciales, además de la muerte en sí, incluyen otras como la verdad, el tiempo, la libertad, el universo, el conocimiento, la razón, el dolor, etc. ¿Se planteó un temario antes de comenzar?
–Sí, ese recorte temático tiene que ver, además de con los intereses universales con el hecho de que las instituciones educativas, tanto de mi país, como de otros, las abordan en sus planes de estudio. Y yo me propuse colaborar, en este sentido, desde una perspectiva pedagógica. El libro tiene una fuerte intención educativa, porque pretende acercar la filosofía a quienes no la conocen ni la practican, como pueden serlo los estudiantes del secundario.
–En su opinión, ¿cualquiera está en condiciones de filosofar?
–Sí, cualquiera. No en un tono elevadísimo. Pero sí en lo que tiene que ver con la capacidad de preguntarse por las cuestiones esenciales. En ese sentido, creo que es más difícil no filosofar que filosofar. Hay infinidad de situaciones en la vida, tanto de desdicha como de júbilo, en las que nos preguntamos en un sentido profundo por las cosas verdaderamente importantes, sin atender al uso práctico que pueden arrojar esas reflexiones.
–¿Es la filosofía un saber individual entonces, o es histórico y social?
–El interés por la filosofía es individual, es algo que nos concierne personalmente. Luego sí, podemos entrar en el círculo de diálogo y la controversia con otros pensadores, y en ese sentido sí llegar a exceder el ámbito circunscripto a la persona particular.
–¿Y se puede hablar de un rol social específico de la filosofía?
–Yo creo que sí, que la filosofía ha contribuido a formar personas más completas. En términos generales, es una cruzada contra la simplificación, la rutina y la mecanización de la vida. Y a mí me parece que en ese sentido sí cumple con una valiosa función social. Aunque quizás otros no estén de acuerdo, aquellos que piensen que cuanto más automáticamente se viva y menos se piense, mejor.
–¿Los objetivos que se propone la filosofía varían en los distintos períodos históricos?
–Yo no adopto esa perspectiva que, por supuesto, es muy respetable. No creo en que la filosofía haya nacido en un momento determinado y que a partir de allí se verifique un proceso de evolución de teorías, lenguajes, etcétera ...
–¿Es decir que no hay una progresión evolutiva del pensamiento?
–No, yo diría en todo caso que hay un despliegue. Es decir, sería absurdo que yo afirmase que sé más que Aristóteles. Sin embargo, sí puedo decir que en cuestiones que no son estrictamente filosóficas, como pueden serlo las científicas, sí sé más cosas. El conocimiento parece desplegarse en la historia como en una suerte de abanico, no como en una recta lineal.
–¿El hombre moderno está más o menos capacitado que los antiguos para preguntarse acerca de su propia existencia?
–No lo sé, porque a mí me ha tocado vivir en esta época. Puedo intuir cosas pero no saberlas. Puedo intuir que en esta época muchas veces los filósofos parecemos ir tan a contramano de ciertos ritmos y contenidos que se imponen en la posmodernidad como iba Sócrates en su tiempo, y por lo que le dieron a beber cicuta. Lo que no sabría con certeza es si en la actualidad nos topamos con más o con menos dificultades.
–En esta época, por ejemplo, se confunde frecuentemente lo que es sabiduría, lo que es conocimiento y lo que es información. Usted trata este tema en uno de los capítulos del libro.
–Sí, la información está sobrevalorada. Casi todos los ciudadanos estamos sometidos a un bombardeo diario de información a través de los medios casi abrumador. Hoy la información es un bien del mercado que se comercializó, y por ende, contrariamente a lo que pasaba en la antigüedad cuando ésta era un bien muy escaso, la encontramos en cantidades pasmosas.
–La abundancia de información, ¿atenta contra la posibilidad de pensar filosóficamente?
–Sí, claro, porque lo complica todo. Aunque tampoco sería conveniente que estuviéramos desinformados. Lo importante es que podamos jerarquizar y digerir de algún modo provechoso toda esa información. Es muy interesante: antes el problema era conseguir información. Hoy el problema es aprender a utilizarla de modo que nos sea útil y no que en cambio dificulte u obstruya nuestras posibilidades de interpretación. La pregunta que deberíamos hacernos es ésta: ¿Es la información lo que nos permitirá conocernos a nosotros mismos y a lo que nos rodea? Yo creo que no.
–Usted viene sosteniendo desde hace años, en relación con las principales problemáticas de este fin de siglo, que otra de las cuestiones fundamentales a atender es la de la educación.
–Sí, la educación no sólo es un derecho cívico que está en crisis desde principios de este siglo sino que yo supongo que será uno de los problemas más graves del siglo que viene, porque cada vez habrá más seres humanos con necesidad de educarse y cada vez serán menos los que contarán con los medios económicos básicos para acceder a ésta. La educación será, en este marco, un elemento de diferenciación jerárquica sumamente grave. Esto no quiere decir que esté haciendo un vaticinio inexorable, pero reconozco que hay señales que apuntan en esa dirección.
–La ética parece otra de sus obsesiones. ¿Cuáles cree que son, en este sentido, las perspectivas para el siglo que viene?
–Pues, no se puede plantear la ética en términos colectivos, porque ésta es resultado también de un proceso individual. De modo que deberíamos suponer que mejorarían mucho las cosas si cada uno volviera a replantearse los parámetros éticos desde su subjetividad. Lo que ocurre es que es cierto que la posibilidad de que esos razonamientos adquieran valor universal y se desliguen de rituales y de características puramente etnocéntricas es una de las dificultades de esta época.
–¿Es una utopía suponer que, por ejemplo, la política y la ética podrían estar menos distanciadas?
–No, no es una utopía. Lo que sí es una utopía es suponer que se pueden igualar, porque son cosas muy distintas. Ni la ética es una variante de la política, ni la política es una variante de la ética. La ética parte de la conciencia individual; la política, en cambio, de la concertación social.
–¿Por qué usted asocia ética con alegría?
–Bueno, la alegría es aquello de la vida que no necesita ulteriores justificaciones, como sí lo merecen por ejemplo, nuestros deberes. La alegría se justifica a sí misma, como el amor. Y yo creo que la ética debería ser el esfuerzo humano por medio del cual acceder a la alegría de hacer lo que nos corresponde como seres sociales, como seres racionales, que vivimos en compañía de otros con los que compartimos, básicamente, nuestra mortalidad.

 


¿Qué opina de la re-re?

“La política debe ser una actividad transitoria en la vida de las personas. Es decir que nadie debe hacerse político in eternum. Hay personas que ya han cumplido, bien o mal, con su función y que deben tomar conciencia de la necesidad y de la importancia que supone dejar el lugar a otros. El ansia de perpetuación política y, sobre todo, cuando esto se da alterando las reglas del juego en el marco del que uno ha sido elegido, pues bueno, no es buena señal. Esa suerte de ‘aferramiento’ al poder no le hace bien a nadie y es una señal peligrosa. El presidente Carlos Menem es un señor que ha sido elegido por los argentinos, y por lo tanto no me creo con derecho a poder juzgarlo o calificarlo. Pero creo que es importante recalcar la necesidad de que todos los habitantes de un país se comprometan a respetar la Constitución, que es la norma que asegura la convivencia. No me parece que pueda andar toqueteándose la Constitución todos los días. Está, precisamente, para resguardarnos de esa tentación al personalismo y al sectarismo al que muchas veces tienden los políticos.”

Después de las aberraciones

–¿Qué opina de los nuevos procesos abiertos en la Argentina a los militares con actuación durante la dictadura?
–Primero, algo central: después de las aberraciones siempre es preciso saber exactamente qué pasó y castigar a los culpables. Los delitos como el robo de bebés verdaderamente subleva las conciencias. Yo no creo que se puedan pasar por alto, como si fuera un detalle sin importancia, aunque hayan pasado mil años. Son cosas que hay que tomarse muy en serio. Sin duda la armonía social es algo muy valioso, pero también lo es el hecho de que se haga justicia. En este momento de la historia, afortunadamente, hay una sensibilización mucho mayor respecto de los derechos humanos que, por ejemplo, a comienzos de este siglo. Y eso prueba que se verificó un proceso de maduración de las sociedades. El mundo se ha dado cuenta de que la democracia se asienta sobre el respeto y el cumplimiento efectivo de esos derechos. Y de que no se puede volver atrás. Lo que no hay que perder de vista, sin embargo, es que este cumplimiento debe estar acompañado por condiciones dignas de vida –sociales, económicas, laborales, sanitarias, etc.– para todos los hombres.


Opinion
Por Fernando Savater*


Consejos para profesores


Filosofar no debería ser salir de dudas, sino entrar en ellas. Por supuesto, muchos filósofos –¡y aun de los más grandes!– cometen a veces formulaciones perentorias y dan la impresión de haber encontrado ya respuestas definitivas a las preguntas que nunca pueden ni deben “cerrarse” intelectualmente del todo. Agradezcámosles sus contribuciones pero no les sigamos sus dogmatismos. Hay cuatro cosas que ningún buen profesor de filosofía debería ocultar a sus alumnos:
u Primera, que no existe “la” filosofía sino “las” filosofías y sobre todo el filosofar: “La filosofía no es un largo río tranquilo, donde cada cual puede pescar su verdad. Es un mar en el que mil olas se afrontan, donde mil corrientes se oponen, se encuentran, a veces se entremezclan, se separan, vuelven a encontrarse, se oponen de nuevo ... Cada uno lo navega como puede y es a eso a lo que llamamos filosofar” (La sagesse des modernes, de A. Comte-Sponville y L. Ferry). Hay una perspectiva filosófica (frente a la perspectiva científica o artística) pero afortunadamente es polifacética.
u Segunda, que el estudio de la filosofía no resulta interesante porque a ella se dedicaron talentos tan extraordinarios como Aristóteles o Kant, sino que dichos talentos nos interesan porque se ocuparon de esas cuestiones de vasto alcance que tanto cuentan para nuestra propia vida humana, racional y civilizada. O sea, que el empeño de filosofar es mucho más importante que cualquiera de quienes mejor o peor se han dedicado a él.
u Tercera, que incluso los mejores filósofos dijeron notables absurdos y cometieron graves errores. Quienes más se arriesgan a pensar fuera de los caminos intelectualmente trillados son los que más riesgo corren de equivocarse, dicho sea como elogio y no como reproche. Por tanto la tarea del profesor de filosofía no puede ser solamente ayudar a comprender las teorías de los grandes filósofos, ni siquiera debidamente contextualizadas en su época, sino sobre todo mostrar cómo la correcta intelección de tales ideas y razonamientos pueden ayudarnos hoy a nosotros a mejorar la comprensión de la realidad en que vivimos. La filosofía no es una rama de la arqueología ni mucho menos simple veneración de todo lo que viene firmado por un nombre ilustre. Su estudio debe remunerarnos con algo más que un título académico o cierto barniz de “alta cultura”.
u Cuarta, que en determinadas cuestiones sumamente generales aprender a preguntar bien es también aprender a desconfiar de las respuestas demasiado tajantes. Filosofar desde lo que sabemos hacia lo que no sabemos, hacia lo que parece que no podremos del todo nunca saber; en muchas ocasiones, filosofamos contra lo que sabemos o, mejor dicho repensando y cuestionando lo que creíamos ya saber. ¿Nunca podemos sacar entonces nada en limpio? Sí, cuando al menos logramos orientar mejor el alcance de nuestras dudas o nuestras convicciones. Por lo demás, quien no sea capaz de vivir en la incertidumbre hará bien en no ponerse nunca a pensar.

* El texto pertenece a Las preguntas de la vida.

 

 

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