![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
|
Por Verónica Abdala ![]() ![]() El autor de Perdonadme ortodoxos, Etica para amador, El contenido de la felicidad, La voluntad disculpada y El valor de educar, entre otros lleva publicados 47 libros de ensayo, narración y teatro, y tiene 47 abriles, aporta razones hasta personales para explicar por qué cree que vale la pena rescatar las preguntas fundamentales, que son las mismas que desde el siglo IV antes de Cristo vienen repitiendo los estudiantes. Querer saber y querer pensar equivale a estar verdaderamente vivo, vivo frente a la muerte. Y no atontado y anestesiado, esperándola, subraya. Estoy convencido de eso y dediqué buena parte de mi vida, si no toda, a intentar contagiarles mi entusiasmo a otros, afirmó durante la entrevista telefónica que concedió a Página/12. Les dedica el libro a los que no lo tienen todo claro. ¿Por qué? Porque no tendría sentido que la gente que la tiene clara, como dicen ustedes, y que generalmente no se hace muchas preguntas, leyera un libro como éste. La base de la filosofía es la capacidad de duda y de extrañarse de la propia vida, para llegar a comprenderla mejor. Lo que me interesaba era recalcar la posibilidad de aplicar en la práctica, es decir, en la vida, los conocimientos o los interrogantes filosóficos. En el prólogo propone un acercamiento a la filosofía a partir de la experiencia personal. Sí, el primer acercamiento a la filosofía siempre es personal, es decir que está anclado en la experiencia de vida de cada uno de nosotros. Por eso yo decidí comenzar por allí. Recién después se pueden ampliar los razonamientos por medio de la lectura, el aprendizaje, la conversación. Sus primeras experiencias en este sentido se remontan al día en que tuvo la revelación de la propia muerte. Aquel día en que, con 10 años, comprendió que también usted algún día iba a morirse. Exactamente, a esa edad vi un muerto. Y ese episodio, que me impresionó mucho, hizo que empezase a pensar, en el sentido amplio del término. Me hice la idea de que la muerte no era eso que siempre les pasa a los demás, sino que algún día me pasaría a mí. Y, en fin, a partir de esa reflexión, ingenua, infantil, comencé a plantearme las cosas esenciales a las que les sigo dando vueltas, hasta ahora. Esas cuestiones esenciales, además de la muerte en sí, incluyen otras como la verdad, el tiempo, la libertad, el universo, el conocimiento, la razón, el dolor, etc. ¿Se planteó un temario antes de comenzar? Sí, ese recorte temático tiene que ver, además de con los intereses universales con el hecho de que las instituciones educativas, tanto de mi país, como de otros, las abordan en sus planes de estudio. Y yo me propuse colaborar, en este sentido, desde una perspectiva pedagógica. El libro tiene una fuerte intención educativa, porque pretende acercar la filosofía a quienes no la conocen ni la practican, como pueden serlo los estudiantes del secundario. En su opinión, ¿cualquiera está en condiciones de filosofar? Sí, cualquiera. No en un tono elevadísimo. Pero sí en lo que tiene que ver con la capacidad de preguntarse por las cuestiones esenciales. En ese sentido, creo que es más difícil no filosofar que filosofar. Hay infinidad de situaciones en la vida, tanto de desdicha como de júbilo, en las que nos preguntamos en un sentido profundo por las cosas verdaderamente importantes, sin atender al uso práctico que pueden arrojar esas reflexiones. ¿Es la filosofía un saber individual entonces, o es histórico y social? El interés por la filosofía es individual, es algo que nos concierne personalmente. Luego sí, podemos entrar en el círculo de diálogo y la controversia con otros pensadores, y en ese sentido sí llegar a exceder el ámbito circunscripto a la persona particular. ¿Y se puede hablar de un rol social específico de la filosofía? Yo creo que sí, que la filosofía ha contribuido a formar personas más completas. En términos generales, es una cruzada contra la simplificación, la rutina y la mecanización de la vida. Y a mí me parece que en ese sentido sí cumple con una valiosa función social. Aunque quizás otros no estén de acuerdo, aquellos que piensen que cuanto más automáticamente se viva y menos se piense, mejor. ¿Los objetivos que se propone la filosofía varían en los distintos períodos históricos? Yo no adopto esa perspectiva que, por supuesto, es muy respetable. No creo en que la filosofía haya nacido en un momento determinado y que a partir de allí se verifique un proceso de evolución de teorías, lenguajes, etcétera ... ¿Es decir que no hay una progresión evolutiva del pensamiento? No, yo diría en todo caso que hay un despliegue. Es decir, sería absurdo que yo afirmase que sé más que Aristóteles. Sin embargo, sí puedo decir que en cuestiones que no son estrictamente filosóficas, como pueden serlo las científicas, sí sé más cosas. El conocimiento parece desplegarse en la historia como en una suerte de abanico, no como en una recta lineal. ¿El hombre moderno está más o menos capacitado que los antiguos para preguntarse acerca de su propia existencia? No lo sé, porque a mí me ha tocado vivir en esta época. Puedo intuir cosas pero no saberlas. Puedo intuir que en esta época muchas veces los filósofos parecemos ir tan a contramano de ciertos ritmos y contenidos que se imponen en la posmodernidad como iba Sócrates en su tiempo, y por lo que le dieron a beber cicuta. Lo que no sabría con certeza es si en la actualidad nos topamos con más o con menos dificultades. En esta época, por ejemplo, se confunde frecuentemente lo que es sabiduría, lo que es conocimiento y lo que es información. Usted trata este tema en uno de los capítulos del libro. Sí, la información está sobrevalorada. Casi todos los ciudadanos estamos sometidos a un bombardeo diario de información a través de los medios casi abrumador. Hoy la información es un bien del mercado que se comercializó, y por ende, contrariamente a lo que pasaba en la antigüedad cuando ésta era un bien muy escaso, la encontramos en cantidades pasmosas. La abundancia de información, ¿atenta contra la posibilidad de pensar filosóficamente? Sí, claro, porque lo complica todo. Aunque tampoco sería conveniente que estuviéramos desinformados. Lo importante es que podamos jerarquizar y digerir de algún modo provechoso toda esa información. Es muy interesante: antes el problema era conseguir información. Hoy el problema es aprender a utilizarla de modo que nos sea útil y no que en cambio dificulte u obstruya nuestras posibilidades de interpretación. La pregunta que deberíamos hacernos es ésta: ¿Es la información lo que nos permitirá conocernos a nosotros mismos y a lo que nos rodea? Yo creo que no. Usted viene sosteniendo desde hace años, en relación con las principales problemáticas de este fin de siglo, que otra de las cuestiones fundamentales a atender es la de la educación. Sí, la educación no sólo es un derecho cívico que está en crisis desde principios de este siglo sino que yo supongo que será uno de los problemas más graves del siglo que viene, porque cada vez habrá más seres humanos con necesidad de educarse y cada vez serán menos los que contarán con los medios económicos básicos para acceder a ésta. La educación será, en este marco, un elemento de diferenciación jerárquica sumamente grave. Esto no quiere decir que esté haciendo un vaticinio inexorable, pero reconozco que hay señales que apuntan en esa dirección. La ética parece otra de sus obsesiones. ¿Cuáles cree que son, en este sentido, las perspectivas para el siglo que viene? Pues, no se puede plantear la ética en términos colectivos, porque ésta es resultado también de un proceso individual. De modo que deberíamos suponer que mejorarían mucho las cosas si cada uno volviera a replantearse los parámetros éticos desde su subjetividad. Lo que ocurre es que es cierto que la posibilidad de que esos razonamientos adquieran valor universal y se desliguen de rituales y de características puramente etnocéntricas es una de las dificultades de esta época. ¿Es una utopía suponer que, por ejemplo, la política y la ética podrían estar menos distanciadas? No, no es una utopía. Lo que sí es una utopía es suponer que se pueden igualar, porque son cosas muy distintas. Ni la ética es una variante de la política, ni la política es una variante de la ética. La ética parte de la conciencia individual; la política, en cambio, de la concertación social. ¿Por qué usted asocia ética con alegría? Bueno, la alegría es aquello de la vida que no necesita ulteriores justificaciones, como sí lo merecen por ejemplo, nuestros deberes. La alegría se justifica a sí misma, como el amor. Y yo creo que la ética debería ser el esfuerzo humano por medio del cual acceder a la alegría de hacer lo que nos corresponde como seres sociales, como seres racionales, que vivimos en compañía de otros con los que compartimos, básicamente, nuestra mortalidad.
|