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LOS NEGOCIOS Y LAS MISTERIOSAS REDES DE LA MAFIA CHINA EN BUENOS AIRES
La delgada línea amarilla

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Los inmigrantes chinos  niegan que aquí exista la mafia.

Son pocos los que en el barrio chino porteño aceptan hablar de la “protección” que se paga a cambio de evitar los aprietes. Menos aún de las muertes atribuidas a la mafia china. Pero casi todos saben de los negocios que implica la inmigración ilegal y de los aguantaderos que se ocultan tras algunos comercios chinos. na21fo02.jpg (17255 bytes)

En el Chinatown porteño, en el bajo Belgrano.


Por Cristian Alarcón

t.gif (862 bytes) El señor Chang es tan simpático que cuesta creerle las sonrisas con las que le desaparecen los ojos y le crecen los dientes de conejo, mientras atiende en una mesa de la Asociación de Chinos en Buenos Aires, sobre la calle Arribeños, en el bajo Belgrano. No habla el castellano. En un chapucero inglés dice que todos los chinos son buenos, hasta que se le mencionan los nombres Kuan y Zhue Ming, Sou Cheng y Hua Zang. Entonces se le cae la cara y una mueca de disgusto le empuja las comisuras hasta las mandíbulas. Calla por casi un minuto. Murmura: “Gangsters matan”. En efecto. Los nombres que lo crispan son cadáveres. Fueron asesinados por la mafia china, una red de corrupción dedicada al tráfico ilegal de inmigrantes y la extorsión de quienes intentan hacer su América en Buenos Aires con almacenes, restaurantes o casas de chucherías. Según información de la Policía Federal, son cientos los comerciantes chinos que obtienen paz y “protección” de sus connacionales por entre mil y tres mil dólares al mes. Si no respetan esos pactos sobreviene el apriete. Es por eso que, como con el señor Chang, a cada pregunta sobre la mafia en el corazón del Chinatown porteño y en los tenedores libres repartidos por la ciudad, la simpatía china se esfuma como el vapor de sus comidas, apenas brota el miedo, que tiene cientos de años.
“I’m an old man”, dice el señor Chang, y muestra con los dedos arrugados cuánto tiempo pasó desde que nació en Cantón. Desde niño y de decenas de generaciones que lo precedieron es que sabe de qué se trata la mafia, continuación de las Tríadas chinas, nacidas hace tres mil años, como resultado de la lucha entre dinastías y degeneradas en grupos delictivos con una estructura parecida a la de la mafia italiana (ver recuadro). El señor Chang camina por Arribeños distendido, licencioso. Lleva para acá y para allá las manos y habla durante largo rato sobre su vida y sus nietos chino-americanos.
–I was six times in America. New York, Chicago, Las Vegas. Ji, ji, ji –ríe. Hace con las manos como un disc jockey sobre el vinilo, pero queriendo figurar las mesas de ruleta que lo perdieron.
–¿Usted conoce a muchos chinos que quieren ir a Estados Unidos? –pregunta el cronista. Y el señor Chang devuelve con un no entiendo, no entiendo, muletilla de todos los ojos rasgados del barrio.
La mafia china tiene ramificaciones. Por un lado extorsiona, es dueña de prostíbulos y de salas de juego ilegal, en los doble fondos de locales de comidas. Por el otro, se dedica a uno de los comercios más rentables del globo: la inmigración ilegal. Los chinos que quieren salir del continente o dejar Taiwán persiguen como panacea la radicación en Estados Unidos. Desde que las autoridades migratorias norteamericanos dejaron de pedir visas a los ciudadanos de la Argentina, el país reviste un interés especial para quienes quieren dar el salto de China a la América salvadora. Ese largo paso implica una residencia temporaria en Buenos Aires y otros gastos, incluida la “protección”. El trámite puede salir entre 30 mil y 40 mil dólares (ver aparte). La estancia en la Argentina es en aguantaderos que funcionan, la mayoría de las veces, al fondo de tenedores libres o de pubs chinos.
Niños envueltos
Kuan Ming y Zhue Ming fueron asesinados por la mafia china la madrugada del caluroso domingo 7 de febrero. El era un hombre pequeño de 32 años. Ella tenía 31 y lucía siempre ropas occidentales que cubrían casi toda su piel blanquecina. Casi no hablaban con los vecinos, aunque intentaban ser amables. “Saludaban con la mano y sonreían”, dice una vecina del escenario del crimen, un departamento planta baja B, en Humahuaca 4166, en Almagro, donde no se ven ojos rasgados. Cuesta imaginar a los matones chinos huyendo silenciosamente por esa calle pedestre. Kuan y Zhue regenteaban un pool en Paraguay 3761. Allí estuvieron la noche del sábado 6. Se fueron a la madrugada. Estaba pactado que volverían al otro día para abrir el local. Nunca lo hicieron. Por eso el encargado del pool, el señor Wang, fue a buscarlos el lunes de madrugada. Wang aparece como inquilino de ese departamento y tenía llave del lugar. Por eso entró como a su casa, a la de sus patrones, buscándolos. Anduvo hasta la habitación matrimonial. Sus cuerpos baleados estaban en la cama arropados con sendas frazadas, como niños envueltos. En el lugar de la salsa agridulce, había abundante sangre. A cada cuerpo le regaron seis tiros de calibre 22.
El último crimen de la mafia china no había terminado con esa pareja. Fue cuádruple. La misma madrugada fueron asesinados, con otro revólver 22 corto, el taiwanés Sou Tsu Cheng, de 32 años, y su novia de 27, Su Hua Zhang. Los encontraron recién el martes posterior a la muerte porque los vecinos de Villa Urquiza ya no soportaban en mal olor que salía del departamento de Alvarez Thomas 3123. El departamento estaba muy sucio. Había gasas manchadas de sangre seca y agujas hipodérmicas sobre una mesa. En la bañera, guantes de goma y restos de algodón. Cheng era acupunturista. Había atendido a buena parte de su barrio. “Era increíble curando dolores de espalda”, lo recuerda Roberto, el kiosquero al que a diario le compraba sus Marlboro Lights. Roberto sostiene que hacía días que veía a Cheng preocupado y que éste le había confesado que lo perseguía la mafia china. El cuerpo de Cheng estaba tirado sobre un escritorio empapado de la sangre que le produjeron cuatro tiros en el cuerpo y uno en el cuello. Parecía no haber podido resistirse a los atacantes. Su mujer, Su, estaba en la habitación, sobre la cama. Ella alcanzó a aferrar con la mano izquierda una caña de pescar que estaba parada a un costado del lecho. Quizás ese último acto le significó una descarga mayor: a ella le asestaron siete balazos.
El padrino oriental
La investigación de los cuatro crímenes se ha enredado en meandros de silencio y dificultad idiomática. Son pocos los traductores del chino que se habla entre los que viven en Buenos Aires. Y muchos menos los que superan la barrera del miedo asiático. Hubo un solo detenido en la investigación y los avances son tan lentos como los movimientos del Tai Chi (ver aparte). Además, la mafia actúa de manera endógama. En palabras de un comisario xenófobo: “Son malos, son crueles, pero menos mal que se matan entre ellos”. De hecho, desde 1990 son trece los asesinatos atribuidos a la mortal mano china. En todos esos casos, las víctimas eran orientales. La mayoría de ellos nunca fueron resueltos. En las cárceles argentinas ha habido sólo siete chinos presos por homicidio, de un total de 16 hombres condenados por acciones en las que la mafia de los ojos rasgados parece ser la patrona.
Chan Tak Shun tiene 24 años y hace seis que vive en Buenos Aires. Su padre es un hombre con conexiones en la embajada que tiene varios locales de comida en la capital. La caja de uno de ellos –el Bamboo– es atendida por Chan, quien para su vida occidental, como la mayoría de los jóvenes chinos que quieren adaptarse, se ha rebautizado: aquí es Adrián. Chan es de los pocos que reconoce que “existen grupos que piden dinero para no molestar, siempre a chinos”. Y que “la mayoría paga para que no les pase nada. Pero los peores son de la China continental contra los taiwaneses”.
Desde el fondo de la cocina del Bamboo, el empleado boliviano Adán Beliz cuenta que trabaja hace cuatro años para chinos. Le llevó dos dejar de ser explotado a 350 pesos al mes por trece horas diarias. Está contento con Adrián como patrón. Ahora son 500 y cumple ocho horas. Adán admite que ha escuchado conversaciones sobre mafia en los locales por los que pasó. Y que en el Chinatown de Belgrano es vox populi que un capo ha sido sacado del país a mediados de febrero. En la Asociación China, una señora hadicho lo mismo a Página/12: “El señor más importante se fue a Taiwán, se fue por muchos líos”. Las dos parejas chinas fueron asesinadas el 7 de febrero.
Si de capos se trata, los chinos saben cómo cuidarlos. El miércoles 22 de mayo de 1996 un grupo comando chino dejó en ridículo al escuadrón de la Policía Aeronáutica Nacional que custodiaba al líder una organización mafiosa, quien junto a otros tres orientales estaba a punto de ser extraditado desde Ezeiza. Fuertemente armado, el bando de chinos entró en las oficinas de Aeronáutica, donde los detenidos esperaban ser embarcados hacia Malasia y luego a China. Los investigadores de la Federal consideran que el jefe mafioso manejaba el negocio de los inmigrantes ilegales y tenía que ver con la orden de sacrificio a toda una familia china ocurrida en 1992. Aquella tragedia, conocida como la masacre de Merlo, fue investigada por el entonces jefe del SEIT Zona Norte, comisario Raúl Torres. En su oficina de Villa Urquiza, donde entre policías muñecos de todo el mundo brilla una colección de sables de samurais, Torres da algunas claves de la mafia y dibuja en distintas partes de un plano a lápiz las posiciones en que quedaron los cinco cuerpos acuchillados.
Yen Yu Ying, taiwanés, había instalado en el barrio un restaurante chino con el dinero que había hecho de sus negocios con el tráfico de inmigrantes. Los vecinos solían verlo en la terraza de su casa practicando artes marciales. Su hijo pequeño, de nueve años, explicó en la escuela que su padre entrenaba “porque sabe que vendrán a matarlo”. Ocurrió la noche del 29 de junio. A los dos chicos les dieron un golpe de daga en el corazón, después de torturarlos frente a sus padres atados. Luego, como Yen parece no haber entregado lo que la mafia buscaba, dieron vuelta la casa y finalmente lo ultimaron a él, a su mujer Lin Ying y su suegra Hsue Chen Chan. Yen intentó defenderse y causó una herida a uno de los asesinos. Esa sangre también tenía una huella digital. Un taxista había sacado de Merlo a dos chinos y esa sangre también quedó en el asiento de atrás del auto. Esas pistas terminaron con la detención de Huan Hua, alias Hong Kong, y Pen Yu, alias Johni, en La Paz, Bolivia. Todo lo que dijeron los sicarios en el juicio oral en el que se los sentenció a 26 años de cárcel fue el leal “no entiendo”.
Kaneko Hwang se desvive mostrando los panfletos que en inglés propagandizan su iglesia budista, la del maestro Dharma Cheng Yen. Allí está él, sobre una de las paredes de la Fundación de Caridad Budista Tzu Chi, hermoso y calvo, como los budas de Hollywood. “Era joven, ahora es viejo”, explica Kaneko, venida hace 20 años de Taiwán. “Argentina muy grande, Taiwán muy chiquito, mucha gente”, ahonda en su migración. A la hora en que la mafia aparece en la conversación, la señora Hwang infla sus cachetes maquillados, y sopla. “Mire señol, chinos son malos, taiwaneses no”. Después de la aclaración chauvinista niega. “No sé más, no sé, no sé”, repite, hecha una niña, y juntando sus libritos de maravillosas portadas con flores de loto y palacios entre montañas, donde el aroma es el del incienso y los hombres y las cosas están lejos de la muerte.

 

Las Tríadas en el mundo

Liga Hung, o Sociedad del Cielo y la Tierra, es el nombre de la sociedad secreta que dio origen al nombre occidental con el que se conocen las diferentes ramas de la mafia china: las Tríadas. La denominación, relativamente moderna, tiene su origen en la palabra inglesa que designaba los símbolos que aparecían en banderas y estandartes de la liga. Las Tríadas chinas, explican los comisarios que investigan los crímenes de la mafia en Buenos Aires, surgieron hace tres mil años, de la mano de enfrentamientos políticos entre dinastías. Se hicieron fuertes en la clandestinidad y terminaron dividiéndose en diferentes grupos dedicados a la extorsión y tráfico de inmigrantes y de heroína.
La Interpol tiene en marcha el denominado proyecto “Viento del Este” en cuyos documentos aparece un principio de clasificación de las Tríadas que se han globalizado, con ramificaciones que cruzan los continentes. Por un lado están las provenientes de Hong Kong, entre las que destacan la 14 K, la Wo Shing Wo y la San Yee On, que actúan en Europa occidental. En Estados Unidos también reina la 14 K y la San Yee On, a las que se suman la Kung Lok y la Wah Ching. En Taiwán mandan la United Bamboo Gangs y los famosos y malísimos Four Sea Gangs, matones de los cuatro mares. En la Argentina la Interpol cree que actúa la temible 14 K, que en todo el mundo recluta a casi cuarenta mil “sicarios”.


Nada que ver con la mafia

Qiu Zheng Yu, licenciado en Literatura de la Universidad de Fu Chien, es ahora, a los 36 años, el director del único periódico para chinos continentales en Buenos Aires, la Revista Argentina Nuevo Continente. De gran porte, Qiu es el hombre que primero llegó, aun antes que la policía, al escenario de los crímenes de febrero, cuando fueron asesinadas dos parejas chinas en Almagro y Villa Urquiza. “Fueron dos crímenes distintos, no están conectados”, dice como periodista. Y descarta la existencia de una mafia china en Buenos Aires. “No existe. Son algunos grupos aislados de delincuentes comunes, tan comunes como los delincuentes argentinos.”
Qiu Zheng Yu habla rápido en chino, en el entrepiso de un bar de la calle Perón y lo traduce un adolescente que en castellano ha decidido llamarse “Guille”. Ambos dejan enfriar sus café mientras intentan convencer al cronista de que la seguidilla de crímenes de chinos en Buenos Aires, y el rescate con un grupo comando de un líder mafioso, son “casos excepcionales”. “El señor dice que entre chinos hay vagos que no tienen plata y piden algo para vivir, no son chantajistas”, explica Guille, que no es empleado del diario, pero trabaja cerca, en una casa importadora.
“Cuando hablamos de mafia –explica Zheng Yu– nos referimos a un grupo muy organizado con una cadena de mandos verticalista, que cuenta con una cantidad ilimitada de recursos.” En la teoría de Yu, la existencia de la mafia china se debe al hambre amarillista de los medios argentinos. Es por eso que los crímenes de Su Cheng y Hua Zang y del matrimonio Ming fueron unidos “como si perteneciesen a una misma mano asesina para salir en los diarios. Así se vende más”, justifica. Como ejemplo de esa vertiente sensacionalista “que perjudica a la comunidad china” Qiu dice que “hasta los números” que en cada nota sobre el tema se repiten en cuanto a la cantidad de chinos y taiwaneses son falsos. La versión periodística es que son unos 30 mil taiwaneses y apenas mil continentales. Qiu sostiene que en total son unos sesenta mil, la mitad de ellos continentales.

 

 

EL CUADRUPLE CRIMEN DE FEBRERO, EN LA NEBULOSA
Asesinatos sin respuesta

Por C.A.

t.gif (862 bytes) El ejemplo más lapidario de que es difícil profundizar en un crimen chino en Buenos Aires es el de los últimos cuatro asesinatos de la comunidad. Después de la detención de un ciudadano taiwanés –el señor Li–, a pocos días de la masacre, y luego de su liberación casi inmediata, nunca volvió a haber novedades. Li estuvo detenido sospechado del crimen porque su nombre aparecía en las agendas que se encontraron en los dos departamentos donde fueron asesinadas dos parejas chinas. “Es difícil, no podemos confiar ni siquiera en los traductores de la embajada. Son un círculo cerrado. No hay familiares de la víctimas que incentiven las investigaciones. A los cuerpos nadie los reclama”, le dijo a Página/12 un investigador de la División Homicidios de la Policía Federal entre decenas de hombres de civil que entraban y salían de una oficina, casi un altillo de la Central en la calle Moreno.
Según la visión del director del diario para chinos continentales de Buenos Aires, Qiu Zheng Yu, los policías argentinos no pueden profundizar en la investigación porque “no comprenden las costumbres y formas de vivir de la comunidad. Tampoco respetan las organizaciones que existen”. Qiu hace hincapié en que si bien en Occidente es en los bajos fondos donde se obtienen informaciones, y son “los individuos los que delatan”, en la cultura oriental eso no funciona. “Primero deben ir a la embajada, después a organizaciones de chinos y taiwaneses, donde hay líderes. Y recién después ver si hay individuos que quieren hablar”, es la lógica.
En el caso de los balazos que terminaron con las existencias de Kuan Ming y su esposa Zhue y de Sou Cheng y su novia Hua Zang, las últimas especulaciones de los investigadores son que Ming era un hombre fuerte de la mafia y lo mataron sus subalternos. Esa hipótesis coincide con la de Qiu, quien considera que “Ming no trató bien a sus subordinados”. No obstante, Qiu niega que haya sido un capo mafia. “Era un simple jefe de un grupo sin plata”, dice. Sobre el asesinato de los Cheng, para Qiu, data de días anteriores a los Ming y lo desvincula de la delincuencia típica. “Cheng, el acupunturista, tenía muy buena imagen entre los chinos. Pero la chica era de muchos amantes, por eso puede causar problemas”, sostiene, en un último arranque de machismo chino.

 

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