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Por Fabián Lebenglik ![]() La exposición se presenta en la nueva galería de Diana Lowenstein, que del Paseo de la Infanta se mudó al 1595 de la avenida Alvear y cambió el nombre de Der Brücke por el de su titular, dispuesta a mostrar un perfil más alto. En 1990 la misma galería había presentado una muestra menor de Matta, y ahora, nueve años después, como coronación de la larga amistad con el artista, se exhibe una exposición que abarca fundamentalmente su obra más actual: óleos, bronces, dibujos y algunas estampas de los años ochenta y noventa (incluidos trabajos de 1999). Como todos los grandes artistas del siglo, Roberto Matta (nacido en 1911) tiene una imagen tan identificable como un marca registrada, y en este sentido buena parte de su producción posterior a la década del sesenta constituye una vuelta sobre su propia obra, un Matta que se copia a sí mismo. Sus formas extrañas, que él llamó paisajes interiores, transfiguradas en figuras zoomorfas y antropomorfas, se mezclan y combinan en una suerte de escritura para formar un conjunto narrativo, dinámico, cargado de gestualidad y color. Entre las pinturas de la muestra sobresale un óleo de casi 15 metros cuadrados (2,70 x 4,98) que recuerda la obra mural que Matta realizó en las décadas del cincuenta, sesenta y setenta. Eran murales políticos, sobre la Guerra Civil Española, contra la invasión norteamericana de Vietnam y a favor del Frente Popular chileno. En esta gran pintura de Matta, pintada durante cinco años, entre 1983 y 1988, se ve claramente su concepción de América como mítica y salvaje, que lo acerca al realismo mágico y a la noción europea más emblemática de América latina, como un mundo nuevo hecho de fuerzas míticas e indomables. La gran tela tiene un título también simbólico Eat us, sir fire, eat us, donde el fuego se vuelve omnívoro y la violencia se estetiza. Este óleo sobre tela funciona como una suerte de cosmogonía latinoamericana que condensa su modo de interpretar la imagen del continente. La tierra, el cielo y el erotismo son tres de los ejes constantes en esta teoría visual, que cuando se reúnen, entran en combustión y en un caótico estado eruptivo. A su modo, Matta es un pitagórico, que cree en la unidad cósmica de todas las cosas, en esa música de las estrellas, que suena como consecuencia del movimiento del universo. Aunque la diferencia central con los pitagóricos es que el centro de ese universo, en el pintor, es el hombre. En la obra de Matta, el hombre es el cosmos. En la década del cuarenta, durante su período norteamericano, Matta se vuelca a la concepción gráfica de la pintura y transforma las extrañas figuras de sus obras en personajes que parecen salidos del mundo de la historieta. Esa etapa es la que el crítico norteamericano Robert Hughes denomina con ironía, el comic del más allá. Pero más allá de la ironía, Roberto Matta es uno de los pocos artistas latinoamericanos junto con Torres García o Fontana que generó descendencia en Europa y en Estados Unidos. Otro de los aspectos salientes de la exposición es la docena de grandes bronces, entre las que se destaca una silla y una forma indeterminada, ambas de la década del sesenta. Las demás son esculturas más recientes, que evocan simbologías de las culturas precolombinas. En 1957 el MoMA de Nueva York organizó una retrospectiva de Matta y habilitó a partir de entonces las grandes muestras antológicas y retrospectivas que se vienen haciendo en los principales museos del mundo. (Diana Lowenstein Fine Arts, Avenida Alvear 1595, hasta el 24.) DE BUENOS AIRES Y NUEVA YORK Por F. L.
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