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UN PROGRAMA DE AGRONOMIA ENSEÑA A
SEMBRAR Y COSECHAR A NIÑOS CARENCIADOS
Una huerta en el corazón de los chicos

Un grupo de estudiantes de la carrera de Ingeniero Agrónomo (UBA) hace pasantías en centros educativos porteños y bonaerenses para ayudar a desarrollar huertas escolares y comunitarias. El programa puede desaparecer por un recorte presupuestario.

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Veinte niños de entre 11 y 14 años viajaron desde José C. Paz para aprender en la huerta de Agronomía.
“En Villa Soldati, el suelo tenía mercurio y las plantas no sobrevivieron”, lamentó una estudiante.

Por Cecilia Sosa

t.gif (862 bytes) “¡Faa! ¡Mirá las berenjenas esas!”, se asombra Rubén, de 13 años, enfundado en una remera estampada con una imagen de Gilda. Un grupo de veinte chicos de entre 11 y 14 años corretea entre los surcos de la huerta orgánica de la Facultad de Agronomía (UBA) en busca de más hallazgos. Llegaron desde José C. Paz para devolver la visita que todos los viernes les hace un grupo de estudiantes de la carrera de Ingeniero Agrónomo para ayudarlos a construir su propia huerta. El programa “Huertas escolares y comunitarias” ya logró su objetivo en diez centros educativos de la Capital y el Gran Buenos Aires. “En barrios donde la muerte y la violencia están tan cercanos, ver surgir el brote de una semilla tiene un valor enorme”, asegura Lina Amat, una de las coordinadoras. Las semillas las provee la Secretaría de Desarrollo Social, a través de un programa oficial que hoy corre peligro de desaparecer, según denunciaron los decanos de las facultades de Agronomía, Ciencias Veterinarias y Ciencias Sociales (ver recuadro).
Rabanitos, acelga, puerro, habas y –en primavera– tomates y morrones son los vegetales elegidos para hacer germinar las huertas comunitarias en barrios porteños y del conurbano. “Los frutos de la huerta se pueden cosechar o vender, pero todo esto también funciona como una excusa para aprender a trabajar en común”, dice Andrés Deymonnaz, de 22 años, alumno del último año de la carrera y que, junto con Déborah Peralta, hace su pasantía en José C. Paz. Los “chicos de la huerta” viven el barrio El Ceibo y viajaron dos horas para conocer las trece hectáreas del predio de la UBA. “Esta huerta es linda. Y mucho más grande que la nuestra”, suspira Angel, de 13 años. A su lado, Nancy se empeña en rodear con sus brazos una sandía que encuentra semioculta bajo una parra. Los pasantes universitarios, esta vez en suelo propio, ofician de guías. “Ahí está el laboratorio de química y ahora vamos a ver la huerta más avanzada, la de la cátedra de Horticultura”, les avisan a los chicos, que corren colgados de los brazos de los universitarios.
El vínculo entre la Facultad de Agronomía y los barrios nació en 1997, cuando la unidad académica firmó un convenio con una ONG, la Red de Apoyo Escolar, para organizar pasantías en sus centros. En marzo del ‘98, fue asumido como proyecto de investigación por la cátedra de Extensión y Sociología Rurales –encargada de la coordinación– y empezó a funcionar formalmente. A los diez centros (cinco ubicados en la Capital y el resto, en el conurbano) llegan una vez por semana dos pasantes para organizar una huerta. “Plantamos almácigos y cosechamos. Después vendemos la verdura o la comemos nosotros en el comedor del centro”, explica Soledad, de 14 años. Y Nancy agrega: “Déborah y Andrés nos explican para qué sirven las plantas y vamos a buscar tierra buena al campo, porque la nuestra no sirve”. De hecho, una de las mayores dificultades que encontraron los estudiantes fueron las condiciones del suelo. “En todos los barrios donde vamos la tierra es arcillosa y dura. La puso Manliba como relleno. Muchas veces se hace imposible de trabajar. Por eso, traemos tierra fértil de la facultad para mejorarla y organizamos salidas para buscar estiércol de caballo y usarlo como abono”, relata Laura, de 26 años, recién recibida y parte de los coordinadores. “En Villa Soldati, el suelo tenía mercurio, intentamos trabajar en cajones pero las plantas igual no sobrevivieron”, lamenta.
Los chicos, ajenos a las dificultades, no detienen su rastreo de trofeos. “Son ajíes”, dice Luis con sonrisa amplia. “Ya planté lechuga y zapallitos en la escuela y en mi casa”, cuenta. Déborah Peralta, de 21 años explica: “Trabajar la tierra con las propias manos es terapéutico. Ver los frutos del trabajo da seguridad. Además, es una forma de aprender a trabajar en grupo y a compartir. Se trata de vida”. Los pasantes, que pueden incorporarse desde el primer año de la carrera, reciben de la facultad un monto mínimo para seguro y viáticos. La mayoría llega seducida por la posibilidad de completar la formación teórica con la práctica.Pero, una vez iniciada la tarea, los objetivos cambian. “Se volvió algo mucho más personal –asegura Déborah–. No se trata ya sólo de la huerta, sino del enorme compromiso con el grupo, de cuidar el espacio que construimos entre todos”, dice, mientras la abraza Soledad.
“En el centro también tenemos deportes y recreación, pero la huerta es lo que los chicos más quieren”, afirma Juan Manuel, de 22, vecino del centro y uno de sus primeros voluntarios. La intervención de los alumnos de Agronomía en las huertas dura hasta que la “comunidad se haya adueñado de la experiencia y pueda mantenerla”, cuenta Laura. El plazo estimado es de dos o tres años, pero todavía no concluyó en ninguno de los centros. “La sociedad tiene que transformarse en laboratorio de la universidad. Los proyectos de extensión que sirven son los que construyen nuevas formas de trabajo horizontal, sin jerarquías”, comenta Amat.

Para el tiempo libre... (si queda)

Apuntes. Hasta el 6 de abril funciona en las dos sedes de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) una “feria de apuntes” organizada por el centro estudiantil. Los alumnos podrán intercambiar “uno por uno” sus apuntes usados.
Repudio. La FUBA llamó a los estudiantes de todo el país a enviar un email a la Embajada Británica ([email protected]) y al Ministerio del Interior inglés ([email protected]) para apoyar la extradición a España de Augusto Pinochet. Los alumnos podrán utilizar el correo electrónico de sus facultades.
Tecnología. En la Universidad de Luján, del 15 al 17 de abril, se realizarán las Jornadas de Ciencia y Tecnología, con el objetivo de difundir y debatir sus trabajos de investigación. Las actividades serán abiertas y gratuitas. Informes: 0223-423979.
Seminarios. La Universidad Torcuato Di Tella abrió la inscripción para sus seminarios de Política y Estudios Internacionales, que estarán a cargo de profesores nacionales y norteamericanos. Informes: Miñones 2177, Tel. 4784-0080, interno 125.
Prótesis. La Universidad Hebrea Bar Ilán abrió la inscripción para una tecnicatura universitaria en Prótesis Dental. Informes: Tte. Gral. Perón 2933, Tel. 4863-4061.


La tijera del Gobierno El programa Pro-Huerta, que depende de la Secretaría de Desarrollo Social, abastece de semillas y brinda capacitación a familias carenciadas de zonas urbanas y rurales para que desarrollen sus propias granjas. Además, aporta semillas para que los alumnos de Agronomía puedan enseñar a hacer huertas orgánicas en centros educativos. En total, Pro-Huerta llega a dos millones de personas: productores minifundistas, aborígenes, asalariados rurales, desocupados y hogares que alimentan a niños, ancianos y discapacitados. El objetivo es que, mediante la autoproducción, se pueda mejorar la calidad alimentaria. “El programa tenía un presupuesto de 11 millones de pesos. Pero lo redujeron a cuatro, cuando la secretaría pasó de las manos de Ramón ‘Palito’ Ortega a José Figueroa, en marzo del ‘98”, denunció el decano Fernando Vilella, secundado por su pares de Veterinarias y Sociales, Aníbal Franco y Fortunato Mallimaci. “Reducir así el presupuesto es matar el programa. Revela una falta de sensibilidad social enorme”, se indignó. “Pro-Huerta es el programa de desarrollo social más importante de la Argentina, uno de los pocos que mantuvo el Gobierno para ayudar a gente sin recursos. Dos millones de personas en todo el país se quedarán sin ayuda y 400 familias productoras de semillas en San Juan, sin trabajo”, remataron. Los coordinadores de la iniciativa de la Facultad de Agronomía en Capital y Gran Buenos Aires temen no poder sostenerla.


La polémica por discriminación en sociales (UBA)

El dedo en la llaga
Por María Felicitas Elías, Alicia Entel, Cristina
Reigadas, María Mora y Ana Arias*


La denuncia por discriminación que hicimos cinco consejeras de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA pareció poner el dedo en una llaga harto sensible que se abulta hace tiempo, y que nosotras, como emergentes de la situación, concretamos en estallido. (Y hasta fuimos increpadas dura e injustamente porque de eso no se habla y mucho menos entre académicos.) Pasados unos días y después de que el hecho tomó estado público es posible esbozar algunas reflexiones que creemos inquietantes. La primera interpretación de la denuncia fue que se trataba de una “conspiración política” de un “grupo faccioso” y que en las sombras estaría algún hombre moviendo los hilos. La segunda, aportada por algunos estudiosos, consistía en dudar si se trataba de una cuestión de género o de una cuestión política, como si las cuestiones de género no estuvieran atravesadas por lo político. (Ahora bien, da la “casualidad” de que las afectadas en esta ocasión fuimos cinco mujeres.) Otra cuestión muy controvertida fue que, como en Ciencias Sociales existen importantes investigadores y estudiosos de temas ligados con la discriminación, esto otorgaría automáticamente pasaporte diplomático para negar que exista algún tipo de discriminación en las prácticas cotidianas de la facultad.
Pero el punto álgido fue que estas cuestiones de “familia” no deberían ventilarse en la esfera pública. El Lugar del Saber no admite, al parecer, que sus conflictos cobren estado público. Efectivamente, en muchas oportunidades nos quejamos del maltrato en el consejo directivo. Parece paradójico que algunos colegas le teman a la esfera pública, que confundan Estado con gobierno. (Si es que en el 2000 las autoridades de las instituciones a las que acudimos cambian de signo político, ¿ir a esos lugares será visto como positivo?)
Lo cierto es que este develamiento, así como irritó a algunos, recibió extensas, reflexionadas y emocionadas adhesiones. De ahí que tengamos la plena convicción de que no está reñido con la defensa de la universidad pública el hablar de sus problemas cuando aparecen. Tampoco va en desmedro de sus trabajadores, de su docencia y de su estudiantado tenaz referirse también a la dificultad de todo tipo que tiene hoy un alumno universitario para permanecer en el sistema y cuán profundo deterioro hay también en las relaciones humanas. Si nos cegamos ante las dificultades, si sólo declamamos virtudes, va a ser muy difícil salir adelante.

* Consejeras directivas de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).

Las mujeres del consejo directivo de la facultad se sintieron maltratadas por los hombres cuando oficiaban de oposición en el debate acerca de qué docentes jubilados debían ser contratados. Presentaron una denuncia ante el Ministerio del Interior y se desató la controversia que hoy continúa.

Clausewitz y Jirafales
Por Víctor Ramos *

Como al profesor Jirafales, a los profesores Rubén Dri, Eduardo Grüner, Horacio González y León Rozitchner les gusta que las cosas, cuando se hacen, se hagan bien. Por eso –en su columna publicada el 23 de marzo en Página/12–, se ofuscaron tanto cuando las consejeras de Ciencias Sociales discriminadas en virtud de su sexo formularon su denuncia ante el INADI. Y más se ofuscaron porque el tema saltó a los medios de comunicación, no permitiendo “un genuino debate” ni contribuyendo “a un clima apropiado para la controversia”. A los beneméritos profesores no les agradan tales altisonancias y sí, en cambio, consideran que hubiera sido más apropiado que las consejeras recurrieran a “los grupos feministas que tratan dignamente estas cuestiones”. En el ordenado mundo de los profesores, las manifestaciones de discriminación contra la mujer deben ser canalizadas por los grupos feministas. Cual modernos Arquímedes en sus bañeras, los cuatro pensadores deben haber gritado ¡eureka! al alcanzar semejante conclusión: no por nada la enmarcan en “el amor al conocimiento”. La otra gran contribución de la columna suscripta por los profesores Jirafales es pegarle al Gobierno, un deporte un tanto maniqueo que suelen practicar con fruición: esta vez, apuntan sus dardos contra el INADI. Recuerdo que dos de estos profesores (Dri y Rozitchner) engrosaron la lista de los jubilados compulsivamente por las autoridades de la UBA y a los otros dos les tengo malas noticias: si la doctrina Mallimaci prospera, ya les va a llegar el turno, porque como decía Fierro, el tiempo es sólo la tardanza de lo que está por venir. Ninguno de ellos dijo nada cuando el INADI asumió la defensa de varios de los docentes discriminados por su edad: seguramente, se les chispoteó. Es decir, cuando los discriminados eran ellos, no estaba mal que el INADI se ocupara o que el tema se debatiera en los medios: los reparos formales y las agudas lecturas políticas aparecen cuando los discriminados son otros. “Bien el INADI cuando se ocupa de nosotros; mal cuando se ocupa de ellas”, podría traducirlos Thomas Merton al explicar la materia “Alquimia moral”. Autodenominados amantes del conocimiento, estos profesores se parecen más a esos novios escépticos que, antes de consumar, exigen los correspondientes certificados prenupciales. Con candidatos como éstos, al conocimiento le aguarda una eterna virginidad: como a Doña Florinda, que tras sus sonrisas de ocasión, no parece conformarse con los ramos de flores y la corrección del profesor Jirafales.

* Presidente del Instituto Nacional contra la Discriminación.

 

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