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ENTREVISTA AL CINEASTA ALEJANDRO AGRESTI
“Yo no necesito chupar medias”

Amenaza con irse del país, pero antes rodará una adaptación de la novela “Una noche con Sabrina Love”. Dice que no precisa de Mahárbiz para filmar. Insiste con que lo critican de más.

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Por Martín Pérez

t.gif (862 bytes)  Es un tipo polémico, y lo sabe. Por eso cuestiona todas las preguntas, trata de no tomar impulso al responderlas, de escaparle a su naturaleza. Claro que generalmente no lo consigue. Alejandro Agresti incluso admite ser un tipo impulsivo y soberbio, como su cine. “Pero honesto”, apunta. “Y no me banco que intenten decir lo contrario”, dice desde el lugar del director talentoso y frontal que lucha solo contra todos. Por eso, apunta, cuando a fin de año viaje a Francia a filmar El perfume de los libros –un ambicioso proyecto que incluye en su elenco a figuras de la talla de Jean Rochefort, Jean Louis Trintignant, Aitana Sánchez Guijón y Pierre Richard– tomará la experiencia como un regreso a Europa, donde desarrolló gran parte de la carrera previa al éxito de Buenos Aires Viceversa. Agresti está molesto porque luego de la unánime recepción elogiosa de ese film, los siguientes, La Cruz y El viento se llevó lo que, estrenado este jueves, fueron considerados críticamente.
“Estoy cansado de que hagan del diablo el santo y del santo el diablo”, explica Agresti, que antes de El perfume... filmará para Patagonik una adaptación del libro de Pedro Mairal, Una noche con Sabrina Love, ganador del premio Clarín de Novela el año pasado. ¿Será éste su último film de su reciente etapa argentina exitosa, que comenzó con una retrospectiva a sala llena en la Leopoldo Lugones, a mediados del ‘96, y luego con el rodaje de Buenos Aires Viceversa? “Tal vez no. Tengo una idea para hacer algo antes de irme, habrá que ver...”, adelanta Agresti, que logró filmar y estrenar en Buenos Aires tres films en estos últimos tres años, un orgullo que matiza con la bronca por la recepción regular y con su sorpresa por las lecturas del lugar que ocuparía en el panorama cinematográfico local. “Todos dicen que me he acercado demasiado a Mahárbiz, pero eso es una locura, algo armado, un análisis perezoso de la realidad”, se queja.
–¿Usted dice que nunca se acercó a Mahárbiz?
–Yo me acerqué a él tanto como cualquiera que quiere filmar en este país. Pero a mí, por ejemplo, el Instituto me dio la mitad de la plata que le pedí para hacer El viento.... Y La Cruz fue un film declarado de interés simple por el INCAA y yo ni siquiera apelé. Una película como Peperina, por ejemplo, apeló esa decisión, mientras yo me la banqué calladito. Porque el que piense que para filmar yo necesito chupar las medias a Mahárbiz está loco. No necesito chupar medias. No soy Javier Torre, que necesita presentar proyectos mediocres para ganar plata.
–Sin embargo, en su peor momento político, le ofreció dirigir la escuela de cine del Instituto...
–Por supuesto. Pero ¿sabe por qué? Porque los alumnos me pidieron como profesor. ¿Y yo qué hice? Me senté delante de Mahárbiz y le dije que sólo podía aceptar ese puesto si tenía a mi lado a un grupo de colaboradores, y entre ellos principalmente dos personas que él había echado injustamente, como Salvador Sammaritano y Rodolfo Hermida. Y él aceptó, dijo que si había cometido un error no tenía ningún problema en pedir disculpas. Así que hable con ellos dos, les conté lo que había hablado, y estuvieron de acuerdo. Pero al día siguiente me llamaron y me dijeron que no podían hacerlo porque no querían quedar pegados políticamente. Lo que me demuestra que en este país es mucho más importante salvar el cuero de uno y quedar bien y bonito que hacer algo que realmente sirva, como enseñarle cine a los pibes que quieren aprender. Por eso le auguro el mismo desastre a cualquier tipo que llegue y se ponga al frente del Instituto. Porque el problema está en nosotros, no en el que se siente ahí... Esa es la razón por la que pienso quedarme en Europa cuando vaya a filmar allá.
–Desde que anunció que iba a filmarla hasta que finalmente concretó el proyecto pasó casi un lustro. ¿Qué fue lo que ese tiempo se llevó de El viento se llevó lo que?
–En realidad, todo ese tiempo se fue en tratar de conseguir financiación. En primera instancia, por ejemplo, el proyecto fue comprado por un productor alemán, el que produjo París Texas, que vino a visitar la Argentina. Pero cuando fui a trabajar a Nueva York, con los script consultant, me di cuenta que lo que el tipo realmente quería hacer era una clásica película norteamericana de latinoamericanos idiotas, con un yanqui que llega a una especie de pueblito mexicano en donde todos son un poco tontos. Apenas detecté eso mandé todo al diablo, y tuve que ponerme a esperar que venciera la opción de año y medio que tenía el tipo sobre mi guión. Después vino Buenos Aires Viceversa, vino La Cruz, y en todo ese tiempo en el medio siento que lo que la película ganó al releerla fue en síntesis. Porque yo siempre trato de hacer películas diferentes, y en cinco años de trabajo creo que aprendí un montón de cosas que apliqué en El viento se llevó lo que...
–Efectivamente, El viento... tiene cierta ligereza y cierta dinámica que están ausentes en Buenos Aires... y en La Cruz.
–Es que lo que yo me propongo con esta película es hablar de la cultura como un malentendido, que es algo que siempre me fascinó. Así que me imaginé qué pasaría en un pueblo que recibe películas cortadas, y que a través de ese malentendido genera toda una cultura. Es decir: la gente empieza a hablar entrecortado, su comportamiento tiene un especie de poesía. La idea, entonces, es contar qué sucede cuando un personaje se inserta en eso que parece una locura, y se da cuenta que ese microclima puede existir y genera cosas muy interesantes. Y, finalmente, cómo todo eso se destruye con la llegada de la tv, cómo esa cultura se colonializa o se globaliza. Yendo más lejos, de lo que hablo es de la realidad reemplazada por su simulacro. Pero, aunque está hablando de cosas que son bastante intelectuales, su tono es llano. No trata de ser críptica. Es liviana, tranquila, como un cuentito...
–¿Por qué decidió filmar la novela de Pedro Mairal?
–Porque me gustó su novelita, y me di cuenta que tiene mucho que ver con los temas que estuve tratando en mis películas. De hecho, cuando la leí, me pareció la continuación de El viento... Aunque en este caso el punto de partida no es un pueblo, sino un chico. Un pibe al que se le murieron los padres y es criado por su abuela, y que a través de un televisor percibe al mundo y a las mujeres, y luego sale a enfrentarse con eso y se da cuenta que es totalmente otra cosa. Algo que me encantó, y por eso decidí aceptar la propuesta. Hice mi propia adaptación del libro, y comenzaré a rodarlo en mayo. Después, llegará el momento de irse a Europa para filmar El perfume..., cuyo rodaje está pensado para noviembre.

 

Del elogio a las críticas
–Cuando regresó a la Argentina era visto como el futuro del cine. Tres años más tarde, se ha transformado en un personaje polémico para sus colegas y para la crítica, que ahora amenaza con regresar a Europa... ¿Se ha preguntado cómo es que llegó a esta situación?
–No lo sé del todo bien. Sólo sé que no me merezco que me critiquen impiadosamente, como creo que pasa. ¿Acaso los engañé, les di mal cine, soy un ladrón? Buenos Aires Viceversa ayudó a cambiar estéticamente el cine argentino, soy un tipo que exporta cine, gana premios para el país... pero acá no creo tener el reconocimiento que merecería. Una cosa es ser la esperanza de que las cosas cambien en el cine de un país y otra sentirse mal en ese país. Y si yo me siento mal en un lugar no tengo ganas de quedarme. Prefiero irme, porque más allá de todo hago cine porque me gusta. Es lo que más amo en la vida, algo que creo que queda claro en El viento..., le guste o no a los críticos, lo entiendan o no mis colegas.

 

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