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  AVISO: ENCUENTRO TEMATICO DE PSICOLOGOS DEL MERCOSUR
AVISO: ENCUENTRO TEMATICO DE PSICOLOGOS DEL MERCOSUR

 



PSICOANALISIS DEL SENTIMIENTO MAS “NEGADO Y RENEGADO”
El odio es antipático pero potente

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En busca de las raíces de ese sentimiento tan humano, un recorrido que, a través de la historia y la literatura,
desemboca en las pequeñas miserias del vínculo cotidiano.

“El odio es antipático, siempre se ve con desagrado, pero tiene una potencialidad enorme.”
“Hay análisis que no avanzan si el sujeto no ve nacer o renacer un odio sepultado.”

Por Ricardo Estacolchic *

t.gif (862 bytes) El odio no es simpático, no es como el amor. El amor se justifica solo. Uno simpatiza de inmediato con el enamorado, a veces incluso aunque su proceder pueda ser criticado. El amor propicia una identificación imaginaria inmediata con la figura del personaje enamorado; en cambio el odio precisa con frecuencia una justificación “moral”: el muchacho de la película odia porque los malos “merecen” el odio. Es importante no dudar de que el malo es completamente malo porque, si esa certidumbre se debilita, comenzamos a gozar un poco menos de nuestra identificación con el muchacho justiciero. El odio hace consistir a la persona odiada, ella se vuelve compacta, totalmente malvada. En el período de odio (que puede durar minutos, meses, o una vida), sólo veo en ella lo aborrecible por excelencia.
La autodestrucción no es una cosa frecuente en los animales. El hecho de que en el ser llamado humano la destrucción sea algo tan enorme (pero tan negado y renegado) ha de atribuirse globalmente a lo que llamamos “lo simbólico”. Uno esperaría de lo simbólico la pacificación, pero es también la raíz de la mortificación. De lo contrario no veo como explicar el hecho de que en las llamadas “especies inferiores”, donde el patrimonio simbólico es nulo o casi nulo, la destructividad sea infinitamente menor y se limite habitualmente a los actos ligados a la supervivencia.
El odio es antipático, el yo de cada cual lo ve con desagrado y sin embargo la experiencia analítica indica que tiene una potencia y una potencialidad enormes; hay análisis donde el sujeto ve, por así decirlo, nacer o renacer el odio hacia determinados objetos, odio o destructividad que se hallaba hasta el momento sepultado y si eso no sucede el análisis no avanza porque hecha anclas en el mar de las idealizaciones y formaciones reactivas.
En literatura, el Doctor Jekyll es figura clásica del mal, de la destructividad que acecha al sujeto desde su propio interior, y que más avanza cuanto más el sujeto procura eyectarla, exorcizarla, calmarla o tenerla en vereda. Uno ve que la bestia acecha, avanza, uno ve que el mal va a apoderarse completamente del ser. El sujeto va a sucumbir bajo la fuerza de lo que Bataille llamaba “la parte maldita”. Va copando la escena un ser que es pura voluntad ciega de destrucción, sin motivo alguno ni utilidad, ni finalidad, sólo voluntad de goce. Cuando por momentos el portador del mal recupera el uso de sus juicios y de sus actos (por ejemplo de día, si es que de noche se vuelve lobo o lobizón) allí el sujeto tiene cierta memoria de lo acaecido, o a veces deduce que él es el único que ha tenido la ocasión y la habilidad para cometer los actos criminales. Casi siempre el espectador asiste a los esfuerzos, ritos, conjuras y exorcismos a los que se presta el sujeto y que no dejan de evocar la neurosis obsesiva.
He escuchado a menudo de psicoanalistas una confianza en lo simbólico en tanto pacificador, confianza que me parece desmesurada mientras no especifique de qué modo lo simbólico se liga a lo real y a lo imaginario. No se conocen guerras de destrucción masivas entre otras especies, comen lo que hay que comer, no existen venganzas y/o resentimientos, invasión de mercados y cosas así. Lo humano, en cambio (y en eso ¡por supuesto que “lo simbólico” tendrá algo que ver!) se caracteriza por una pulsión de dominio y de destrucción mucho más espectacular e inútil, y que pasados ciertos límites ya no se detiene.
Para insistir en la prudencia que merecería “lo simbólico” como pacificador universal, se puede pensar en los Montesco y los Capuleto. No hay duda alguna de que las reglas de parentesco, junto al reticulado de las obligaciones, dones y servicios que llevan adheridas, pertenecen a lo simbólico. Todos y cada uno de los ritos, tradiciones, costumbres, ofrendas y opiniones que caracterizan a un sujeto apellidado Montesco incluyen la obligación indeclinable de odiar a los Capuleto. Si es que el sujeto siente, como es de rigor, que algo debe a sus ancestros, si es que desea pertenecer a ese clan (lo he nombrado Montesco como figura, puede ser cualquier clan, incluso una institución psicoanalítica), es irrecusable que odie a los otros. De no ocurrir así, él mismo será visto como traidor y sufrirá venganzas reales, será más odiado que los del otro clan.
Jacques Derrida ha hecho hincapié en la violencia que se adhiere de inmediato a ciertas formas expresivas de lo más comunes, por ejemplo: “nosotros”. Derrida ha visto bien el enorme valor performativo de semejante artículo. En cuanto oímos “nosotros”, ya hay cierta obligación de actuar de acuerdo a todo lo que ese “nosotros” implica. Por ejemplo, “nosotros, los Capuleto”.
Otra faceta del odio y de la violencia real, explícita o implícita que acarrea se encuentra en los relatos fundacionales. No es necesario remitirse exclusivamente al padre primitivo, relato que, como se sabe, puede prestarse a toda clase de reticencias respecto a su realidad material. Muy simplemente uno puede evocar la historia real de la constitución de las fronteras, de la estabilización de la geografía política. Jamás faltan siglos de guerras anteriores, que siguen aún, cada tanto se reanudan algunas que parecían concluidas; los antiguos odios siempre están prestos a copar la escena, en cualquier momento abrirán las antiguas sepulturas.
Michael Foucault hablaba con frecuencia de la sangre seca que se hallaba debajo de la letra impresa en los códigos. Es una imagen muy fuerte; la letra de las leyes tiene demasiada sangre, demasiada muerte por debajo y no puede aguardarse otra cosa que el retorno de esa violencia.
Los psicoanalistas conocemos formas de odio extremo y de primera magnitud que no implican violencias explícitas. Conviene ligar estas formas a lo que Freud llamaba “pulsión de dominio”. Estas violencias solapadas se dirigen no tanto sobre el cuerpo real de la otra persona, sino sobre el “cuerpo ideativo”, sobre el imaginario del otro, el modo en que el otro organiza el mundo, y su propio mundo. Casi siempre adoptan los ropajes del amor, del bien del prójimo o de la persona amada.
¡La persona amada! Es esa a la cual yo quisiera tener a mis pies, someter a mi voluntad, lograr que mis mínimos caprichos se tornen el motor de su existencia.
No es que el amante vaya a golpear “realmente”: golpea sobre las ideas, le hace notar al otro que está equivocado o que jamás se halla a la altura de las circunstancias, o de lo que es debido, o de lo que considera bueno y normal. Incluso se lo puede amenazar con la muerte pero, como se lo ama “demasiado”, se le pondrá por delante la muerte propia. Nadie ignora (aunque no lo formule con claridad conceptual, se sabe “instintivamente”) que el remordimiento, el sentimiento de culpa es muy fácil de abonar y de abonarse a él. Abonarse como quien dice “tengo mi abono en el teatro”; tengo allí un lugar asegurado. No conozco demasiadas personas que un día u otro día no se hayan dado el gran gusto de montarse sobre el sentimiento de culpa de un ser “querido”, de hacerle saber cuánto dolor ocasiona su egoísmo o sus torpezas.
Este tipo de violencia (que puede durar toda la vida) cuenta con la ventaja de que pasa (casi) desapercibida por el receptor. Los golpes reales del cuerpo, por su misma expresividad o por el dolor real que provocan, o por el forzamiento de la escena, a veces por su naturaleza de pasaje al acto, tienen algo de insoslayable, de inocultable, a pesar de los esfuerzos que pueden realizarse para no tomar debida nota. En cambio, a los golpes morales, algo en la estructura del sujeto les da la razón, los considera merecidos; ese algo es el sentimiento de culpa consciente o inconsciente. Dada la neurosis, la normalidad neurótica común, el reprochemoral suele ya tener su habitación de huéspedes, allí se instala con gran comodidad. Allí falta y culpa se confunden hasta tornarse indiscernibles, no solamente a favor de un equívoco que la lengua propicia sino también a favor del discurso corrientemente proferido en la comunidad de pertenencia.

* Miembro de la Escuela Freudiana de Buenos Aires.

 


 

SOBRE “LA MUERTE Y LA BRUJULA” DE JORGE LUIS BORGES
“La primera letra ha sido articulada”

Por Bejla Goldman *

t.gif (862 bytes) El relato “La muerte y la brújula”, de Jorge Luis Borges, comienza con una serie de muertes enigmáticas que no pueden ser evitadas a pesar de “la temeraria perspicacia de Lönnrot”, el detective. Estos asesinatos pareciera que se sucedieran en un cierto orden cabalístico, como siguiendo la ruta del nombre improferible de Dios: YHVH. Entonces Borges nos pone a buscar a los presuntos nombres de los que han de ser asesinados, siguiendo las letras Y-H-V-H.
Después del primer asesinato aparece la inscripción “la primera letra del nombre ha sido articulada”. Esa inscripción es la que nos pone en la pista del Nombre, siendo que el del muerto empieza con Y, Yarmolinsky, un delgado sujeto con barba que debía participar en el Tercer Congreso Talmúdico. El recorrido de Borges en su cuento nos hace hacer caminos geométricos: el de un triángulo perfecto, donde en cada vértice equidistante en el espacio y el tiempo, produce un asesinato, en el mismo día durante el intervalo de mes a mes, en un total de tres. Pero sus pistas como escritor nos sirven sólo para alejarnos de su lógica, a tal punto que los asesinados, siguiendo sus nombres, no coinciden con las iniciales del Nombre. Y comenzamos a hacer recorridos sin salida.
Ilya Prigogine, físico contemporáneo, da otra orientación al concepto del tiempo. Dice: “Si el futuro fuera idéntico al pasado, no habría propiamente evolución... El futuro no está determinado, no está implícito en el presente. Esto significa un fin del ideal clásico de omnipotencia”. Ya no hay reglas seguras ni caminos trazados de antemano por una cierta fijeza del destino marcado por un Otro completo. Este mundo de hoy está inscripto en un tiempo irreversible que tironea al sujeto al “seré” donde tiempo y ser hacen a la dirección. La ciencia se preocupa por un tiempo a construir, pero también por un tiempo a retener en la fórmula “for ever young”. Intenta atiborrar el agujero, hacerlo cada vez más compacto, siendo así que en él no vibraría ya más nada.
Borges, en más de una oportunidad, homologa la vida a un laberinto pero habla de un laberinto griego de una única línea recta. Dice: “En esa línea se han perdido tantos filósofos que bien puede perderse un mero detective”. Y es así como el cazador es cazado al perder su propia “brújula”, la de su ruta, y es atrapado en su pasión por los números, las simetrías y los falsos enigmas. En otro escrito dirá que “a la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos”. Y es precisamente en las simetrías de un triángulo equilátero donde el detective se sumerge.
Nuevamente Prigogine enseña que el no equilibrio es “fuente de orden”. Entonces, no es un tiempo simétrico ni reversible el que orienta al pensamiento actual a los acontecimientos de La muerte y la brújula. El tiempo se construye “en lo que respecta a la ética”. En un mundo reversible y determinista, refiere el autor, “era difícil concebir una separación entre ser y deber-ser”. Entonces es el no equilibrio el que orienta al caos y el desorden. En un tiempo ya dado, determinado, no es posible ninguna nueva producción. En lo ya dado no se leería la determinación ética en los sujetos.
Volviendo al “temerario Lönnrot”, es la fijeza precisamente la que desorienta al sujeto, la constante forma de ser “un puro razonador”. De esta manera es el asesino el que lo atrapa en su propia lógica en el cuarto vértice, al sur del cuadrilátero que tan minuciosamente le ha trazado, en la quinta con sabor a eucaliptos llamada irónicamente Triste-le-Roy, cuando, si hubiera seguido la ruta de la recta, se hubiera invertido la operación. En una lógica lineal, sin tantos vericuetos, hubiera atrapado al asesino que tan sólo quería vengar la muerte de su hermano. El detective se pierde de “puro razonador”, no tomando en cuenta el azar, ese cruce inesperado entre el rabino y un ladrón con el que se topa desafortunadamente. De esa situación contingente sacará provecho el asesino para producir una serie de crímenes dirigidos a un detective, a quien sabe “un puro razonador”, haciéndolo perder en su propia encrucijada. La “brújula” sólo marca una recta, y ésa es la del Norte, quien sepa no se habrá de perder (esa trayectoria), el resto es pura imaginería.
El cuarto vértice conduce al detective a la antesala de su muerte, hecho que él deduce gracias a su síntoma (el de ser un “puro razonador”). Y en el instante antes de morir, se confronta con la recta de su vida, ese laberinto que al final resignifica el principio.

* Miembro de la Escuela de Orientación Lacaniana (EOL). El texto es un fragmento de un libro inédito sobre la obra de Borges.

 

POSDATA

Riqueza. “Pobreza y riqueza subjetiva. Asuntos de la cultura y el psicoanálisis”, con Ana Wortman, Eduardo Rovner, Alberto Fernández y Mariana Stavile, en la Feria del Libro, el 23 a las 22.
Acompañamiento. Seminario “Lógica y práctica del acompañamiento terapéutico”, dirigido por Martín Trigo y Laura Aschieri en el departamento de docencia del Borda, desde el 23 de 9.30 a 11. 4304-1264.
Cuerpo. Carrera de coordinadores en técnicas y lecturas corporales con Perla Stoppel. 4864-0018.
Obesidad. “La ansiedad como causa de obesidad”, el 27 a las 19 en Paréntesis. 15-4182-0881. Gratuito.
Ideales. Presentación del libro El peso de los ideales, que incluye textos de Jacques-Alain Miller, con A. Leserre y M. Torres, el 27 a las 21 en la EOL, Callao 1033, 5º piso. Gratuito.
Soledad. “El sentimiento de soledad”, el 26 a las 19.30 en Fundamento, 4823-2056. Gratuito.
Entrada. “La entrada en análisis”, con Lobov, Lubián, Palant y Quiroga en la Sociedad Porteña de Psicoanálisis, desde el 27 a las 21. 4961-0996.
Padre. Presentación del libro El nombre del padre de Norberto Rabinovich, con Fernando Ulloa y Héctor Yankelevich, hoy a las 20 en Sarmiento 1551.
Familiar. Supervisiones en violencia familiar, con Cristina Vila en la Sociedad de Terapia Familiar. 4962-4306.posdata
Psicosis. Jornadas “Intervenciones en las psicosis”, con Roland Broca, director del Centro Jacques Lacan de París. 23 y 24 en la Kennedy. 43745211. Gratuito.
SIDA. Jornadas de VIH/sida, de la Municipalidad de Avellaneda. Presentación de trabajos hasta el 14 de julio. 4205-9612.
Psicófonas. “Las psicófonas en concierto”, canciones acerca de y por psicoterapeutas, el 23 a las 21 en Maipú 618.
Clínica. Seminario “Qué es la clínica. Los pacientes de Freud”, en Centro Psicoanalítico Argentino, desde el 28 a las 20. Gratuito. 4831-9911.
Locura. “El saber de la locura. Clínica y transferencia psicótica”, en el servicio 3, del Borda, con A. Orbea, E. Vetrano y S. Núñez. Viernes de 9 a 11 desde mañana. 4304-1264. Gratuito.
Varones. “Sexualidad masculina. Placeres y temores de los varones contemporáneos”, con I. Meler y R. Avenburg, el 29 de 20 a 22 en APBA. 334-0750.
Rejilla. Seminario “Técnica de rejilla y MMPI-2” por P. Lunazzi en Colegio de Psicólogos Distrito XV. 4732-2050.
Regresivos. “Sabato y los amantes regresivos de la oscuridad”, con Mario Heler, Héctor Fenoglio y Oscar Cuervo, el 28 a las 20 en Facu de Filo, Puan 470. Gratuito. Taller de Pensamiento, 4918-6173.
Clínica. Reunión clínica de Convergencia en la EFBA, Las Heras 3331, el 24 de 10 a 13.30, con L. Donzis, C. Cruglak, A. Franco, E. Lerner, R. Estacolchic y C. Quiroga. Gratuito.

 

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