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PANORAMA ECONOMICO

ESCOMBROS SIN RIESGO

Por Julio Nudler


t.gif (862 bytes)  De la guerra sin riesgo al negocio sin riesgo, o de los bombardeos de la OTAN a la reconstrucción de Serbia. Llegado el momento, organismos multilaterales como el Banco Mundial o el Banco Europeo de Inversión competirán por conquistarse a los nuevos dirigentes del devastado país. A ellos les propondrán ciertos mecanismos standard de ayuda. Les prometerán fondos para recuperación de infraestructura y equipamiento, pero no solamente. También les recetarán una reorganización institucional, según el modelo de Occidente, con ingredientes de moda como la participación de ONG.
Dentro del costo global de las ofertas se incluirá una buena tajada para consultoría. Hay, para el caso, diversos estilos posibles: algunos actúan más abiertamente, otros de forma más solapada. La Trade and Development Agency de EE.UU. ofrece créditos no reembolsables para estudios de consultoría de lo que sea (la Secretaría de Recursos Naturales argentina usó mucho esta financiación), pero las reglas de juego son claras: la consultora que hará cada trabajo debe ser estadounidense (elegible entre una terna) y, además, si a consecuencia de su estudio surge un plan de construcciones, compras o equipamiento, se exige que las empresas norteamericanas sean colocadas en igualdad de condiciones con cualesquiera otras, dentro de las licitaciones internacionales. Pero en realidad van más allá: la correspondiente embajada de EE.UU. se encargará de presionar para que el contrato se lo lleve una firma del Norte.
Aunque en la asistencia que reciba Serbia habrá probablemente partidas no reembolsables, el grueso tendrán que devolverlo. El acreedor impondrá, en base a esta lógica, la adopción de políticas sectoriales (salud, energía, etcétera) e impositivas que respondan a las pautas que hoy está dictando el Banco Mundial, y que pueden resumirse como las verdades reveladas del neoliberalismo. El director del proyecto se encargará de que nada escape a ese marco.
Adicionalmente, las consultoras internacionales diseñarán los esquemas de recupero local (tarifas, tasas, peajes, etcétera) aplicables para garantizar el reembolso de los fondos en todo bien o servicio que pueda ser vendido en el mercado. La coartada moral para imponer abiertamente determinadas políticas está servida: Serbia es culpable, y de alguna manera debe pagar una reparación de guerra. Hoy no se hará como después de la contienda franco-prusiana o de la Primera Guerra Mundial, pero se hará. Respecto de Belgrado, los organismos multilaterales mostrarán, como en otros casos, la misma disposición a subsidiar a los sectores pauperizados, los NBI (es decir, la población con necesidades básicas insatisfechas). Pero quien deberá subsidiarlos es el resto de la población. No habrá ninguna subvención de la comunidad internacional. Los serbios deberán pagar el conflicto en el que se metieron.
Lo más probable es que en relación a diversos sectores, la consultora inicial, que diseñará el plan de reconstrucción, será la encargada también de preparar los pliegos para la licitación internacional de las obras y las provisiones. Esos pliegos contendrán los mecanismos de selección de los adjudicatarios y la eventual rentabilidad garantizada. Todo responderá a la lógica del ajuste estructural, que en la Comisión Europea (el gobierno supranacional de la Unión Europea) caló tanto o más hondo que en Estados Unidos.
Infortunadamente, la capacidad de repago de Serbia, destruida por los bombardeos, será ínfima. Pero eso no debe alterar los criterios, porque, por ejemplo, ¿cuál es la capacidad de repago de Ecuador? ¿Cómo entra el pequeño país andino en un esquema de ajuste estructural? Del mismo modo deberá entrar el balcánico. Se le recetarán un conjunto de reformas, se lo enganchará con el dogal de una asfixiante deuda externa y se le impondrá desde el principio un sistema de repago, que si se demostrase incumplible irá reajustándose en función de las posibilidades. Pero, ¿de quién viven, en última instancia, las grandes consultoras y los contratistas internacionales, que se dejarán ver también en las orillas del Danubio? ¿De países como Serbia, o bien de los organismos multilaterales que financian los proyectos, o tal vez de los contribuyentes de los países que les aportan capital a aquéllos? La norma es que siempre toma el riesgo el organismo que extiende el crédito y supervisa: consultores y contratistas no asumen riesgos, más allá de algún tropiezo momentáneo que pueda surgir en la ventanilla de pago.
Lo usual es que se arme un mecanismo indirecto, por el cual el dinero no va directamente del organismo multilateral a la consultora o al contratista, sino a través del gobierno que firmó el acuerdo. Este rodeo sirve a veces para encubrir algunos pluses monetarios cuya virtud es la de calmar a la elite política del país destinatario de la ayuda. Ese desvío de fondos es bastante normal. Los castillos que posee la familia Duvalier en Francia son un conocido ejemplo de esta clase de filtración. Los organismos no podían ignorarlo, pero fingían no ver. Al menos mientras los Duvalier retuviesen el poder, mirarían a otro lado.
Como todos los que se presentan en estos concursos internacionales se conocen bien desde hace muchas lunas, se supone o sospecha que consensúan bajo cuerda el valor mínimo a partir del cual presentarán sus ofertas. No suelen competir a muerte. Compiten por encima de un piso previamente convenido. En esos pactos de caballeros la cuestión no es siempre el precio, sino la calidad de la oferta, la diferenciación de producto. En el caso de las consultoras, por ejemplo, pesa decisivamente el currículum de los especialistas que presenten. En el Sudeste Asiático las grandes consultoras llegaron a pagar 600 dólares la hora-experto.
Hay, por otra parte, una circulación de rostros entre las administraciones de los países receptores y los organismos multilaterales, y entre éstos y las consultoras, donde afloran muchos ex funcionarios que presumiblemente las favorecieron cuando estaba a su alcance. Para ganarse el nuevo puesto pesan su experiencia de gobierno y sus relaciones con las clases dirigentes, que servirán luego como cauce de presión.
Cuando suene la hora, los serbios se enterarán que los organismos tienen también sus niños mimados. Suele ser fácil detectarlos: el BID, por ejemplo, impone contratar a ciertas firmas sin concurso cuando se trata de montos chicos. Pero cuando estos casos de favoritismo amenazan convertirse en escándalos de corrupción, se tapan. La norma es que la ropa sucia se lava en casa. No se le admite a nadie que eche a rodar mensajes que pongan en duda la honorabilidad, competencia, seriedad y transparencia de esas instituciones.
En síntesis, la impostergable necesidad de reconstruir Serbia servirá de justificación para todo. La destrucción abre un impresionante campo de negocios. Lo único que resta decidir es en qué punto detener la demolición del país.

 

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