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“Al principio tenía vergüenza de
molestar para pedir por mi hijo”

Mañana se conocerá la sentencia. Aquí, Rosa Bru cuenta cómo fue perdiendo la inocencia en el camino que recorrió en busca de Miguel. “Para mí un juez era todo”, dice.

Rosa Bru oirá mañana la   sentencia contra los  policías acusados.
“Había momentos en que no sabía dónde estaba parada”, dice.

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Por Horacio Cecchi

t.gif (862 bytes) En las fotos se la suele ver con el ceño fruncido, tiesa, generalmente abrazada a una pancarta. Todos la conocen por Rosa, y basta verla para asociar su imagen a un nombre y apellido: Miguel Bru, el estudiante platense desaparecido el 17 de agosto del ‘93. Ella es su madre. Pero, aunque su imagen lo desmienta, no es la misma que todos ven y creen conocer. Detrás, atravesándola, hay otra mujer, la que llegó del campo hace 27 años, casi ingenua, dispuesta a vivir un cuento sin sobresaltos, la que aprendió a los golpes el lugar impensado en que hoy se encuentra. “La primera vez que fui a ver a un legislador –confesó Rosa a Página/12 durante una extensa entrevista en la casa familiar, en Berisso– no sabía para qué estaba yo ahí, no sabía qué decirle, tenía vergüenza de molestar a alguien tan importante para pedirle por mi hijo.”
Llegaron del interior de la provincia en 1972. Rosa es de Epecuén. Néstor, el padre de Miguel, de Pigüé. Traían consigo a su primer hijo, Miguel, por entonces de 2 años, y una carga de ingenuidades que Rosa define cruelmente como “ignorancia”.
–Antes, era una persona común, de la casa, como ahora –agrega, mientras coloca el arreglo floral en el centro de la mesa del living, porque Rosa no se puede quedar quieta–. Pero antes no conocía toda esta inmundicia que hay. Porque recuerdo que yo decía “un juez”. Para mí, un juez era todo. Si pronunciaba esa palabra, tenía todo el significado del juez. Nosotros somos del campo, entonces estaba acostumbrada a que el juez era el juez, la policía era la policía. Creer en las instituciones, ¿no?, como normalmente creo que le debe pasar a cientos de personas. En ese momento, recuerdo que a tanto llegaba mi ignorancia que Guillermo –su segundo hijo, ahora de 24 años–, había estado detenido en la 9ª, y fue Miguel el que fue al juzgado a preguntar cuál era la acusación. A mí ni siquiera se me había ocurrido que yo podía ir a preguntar a la justicia qué era lo que pasaba con Guillermo. Creo que con eso está todo dicho de cómo era.
Rosa es puro nervio, movediza, de no callar. Durante la entrevista, sus dedos jugaron permanentemente sobre la mesa del living. Néstor es más taciturno, no es de hablar. Desde el 17 de agosto del ‘93 el rol frente a las cámaras lo aprendió y ocupó ella, como una repetición de aquellas “locas de la Plaza” que se congregaron para reclamar por sus hijos en plena dictadura. Dos pasos delante de los hombres.
–No sé si se puede describir lo que siente una madre cuando desaparece su hijo. Yo lo que sí sé es que Néstor es distinto, por ser hombre nomás. Todas las cosas que yo iba haciendo, a él le parecían... no sé, él pensaba que si en algún momento Miguel aparecía él iba a quedar como un tonto reclamando por un pibe de 23 años.
–¿Es posible que se sintiera confundido o presionado al trabajar como policía?
–Qué contradicción, ¿no? El está en la 4ª porque yo no lo dejé salir. Antes de que pasara todo, él quería irse de la policía. Apenas nació Diana –la mayor de las hijas, hoy de 22 años–, ella tenía 8 días, teníamos tres hijos y él no tenía trabajo. Es realmente policía por necesidad. No es como otros que entraron... bueno. Pero siempre tuvo trabajos administrativos, es chofer, mecánico. Néstor se quería ir mucho antes de que pasara todo. Y yo le decía que no había necesidad de que se fuera. Teníamos la seguridad de la obra social y que cobraba a fin de mes. Cuando pasó lo de Miguel él decía, “si se comprueba que fueron ellos yo le tiro la chapa por la cara al jefe de policía” –en ese momento era Klodszyck–. Pero yo le decía que no, que si había alguien que tenía que perder eran los otros, los que estaban involucrados y que siguieron trabajando, ascendiendo y con todos los beneficios que eso implicaba. Primero, que él a esta altura de los años no le va a ser fácil conseguir trabajo, ydespués, que si hay alguien al que le molesta, que lo echen, que digan que Bru molesta que esté en la institución. Pero, no, nunca le hicieron la vida imposible ni le dijeron nada.
La casa de los Bru, sobre uno de los bordes de Berisso, es modesta, y a medio hacer. “La estaba levantando Néstor, pero todo se paró después de esto”, afirma Rosa. Alrededor de la mesa rondan las mellizas Silvina y Paola –de 21 años–, ceban y toman mate, y escuchan a su madre. En los fondos de la casa, una granja con gallinas, cuises, perros y hasta un caballo, arrastra una imagen más campechana que aquellas publicadas por los medios.
–¿Cómo fue el cambio, aprendió de golpe a enfrentar a policías, jueces, y periodistas?
–Para nada. Honestamente, había momentos, especialmente al principio, en que no sabía dónde estaba parada, y me negaba a creer lo que estaba pasando. Entonces venían los amigos de Miguel, que fueron los que empezaron a moverse, a organizar todo, y me decían tenés que ir acá, tenés que ir allá, tenés que hacer esto o aquello, y yo estaba ahí, sentadita, escuchando sin entender y esperando a que me dijeran qué hacer. Hasta recuerdo el día que vino un amigo de Miguel y me dijo “tenés que ir a ver a un legislador -–Rosa se detiene para preguntarle a Néstor, que está junto a la cocina, si recuerda el nombre–. Fui con una señora amiga y cuando golpeé la puerta del despacho me pregunté: “Y ahora, ¿qué le digo?”. Era la primera vez que tenía un contacto semejante. Me daba vergüenza, estaba muy nerviosa. Me ayudó un poco la secretaria, que me preguntaba cuáles eran los problemas, qué es lo que había pasado. Y yo no sabía si realmente lo que me estaba pasando era para ir a molestar a un legislador. No entendía nada. Creía que estaba desubicada en ir a contarle ese problema a una persona que estaba ocupando un cargo tan importante. Después, con el tiempo, fui aprendiendo y me quedó claro. Cuando me decían tenés una entrevista con Ruckauf, con Galmarini, Petiggiani, íbamos, y los amigos de Miguel nos decían que era para bien. En ese sentido siempre confié en ellos.
Falta poco para que se inicien los alegatos –esta entrevista se realizó al mediodía del miércoles pasado–. Néstor y sus tres hijas están dedicados a los últimos preparativos para partir hacia la sala de audiencias. Rosa está vestida de entrecasa. Se pierde detrás de la puerta de su cuarto. Va a cambiarse.
Vuelve vestida para la ocasión. Es otra Rosa. El rostro, de nuevo tenso, serio. Es la Rosa que todos conocemos. Apenas un gesto de coquetería, que interrumpe esa imagen, cuando descubre una manchita en una de las mangas de su blusa blanca.

 


 

LOS ACUSADOS EN EL JUICIO, SEGUN ROSA BRU
“Ellos nunca bajaron la mirada”

Por H.C.

t.gif (862 bytes) La audiencia comenzó. No una de las que tuvieron lugar durante el juicio oral, desde el 28 de abril pasado. Se trata de una audiencia de otra época, cuando todavía al frente de la investigación estaba el destituido juez Amílcar Vara. Rosa Schonfeld se encontraba en el despacho. Ese día llevaban detenido al entonces sargento del servicio de calle Justo José López, uno de los imputados por torturas y muerte de Miguel Bru. López se sentó frente a Rosa. “Es un tipo especial, muy especial”, afirma la madre del estudiante desaparecido. “Siempre te sostiene la mirada.”| En aquella ocasión, Rosa movió sus labios, sin pronunciar lo que pensaba. “Qué hijo de puta que sos”, dijo en silencio. “El dio vuelta la cara y no me miró más.”
Al finalizar aquella audiencia, Vara se acercó a Rosa. “En una actitud confidente me dijo: ‘Lo voy a resguardar un poquito (a López), por la prensa, vio’. En ese momento, se me dio vuelta todo, si hubo un momento en que me dije por qué no lo maté fue en ese momento. Ese día lo hubiera matado.”
“Hoy a 5 años y 8 meses –el 17 van a ser 9 meses, aclara Rosa–, no los perdonaría, sino que aceptaría alguna consideración de parte de la justicia –dice y se nota cómo elige cuidadosamente sus palabras–. Suponiendo que haya una condena, si ellos colaboraran con la justicia para encontrar los restos..., tendría un reconocimiento... Lo que quiero saber es dónde está. Pero no los voy a perdonar de por vida, que no se malinterpreten mis palabras, no los voy a perdonar.”
–En la primera audiencia del juicio oral, apenas usted entró para declarar, pareció que se desvanecía.
–Honestamente, sentí que el piso se movía. Lo primero que sentí fue que el corazón me estallaba. Pensé: “Basta que no me descomponga”. Veníamos con un montón de ansiedades, muchos días esperando ese momento, desde hace mucho tiempo.
–¿Pudo haber influido ver a los cuatro acusados sentados en el banquillo?
–La hipótesis que manejábamos era que los imputados que estaban en libertad tenían derecho a no estar. Y todos nos jugábamos a que no iban a estar. De entrada nomás, cuando empezó la mañana, estaba mal. Estaba con unos nervios... No sé, no puedo definir ese momento. El verlos ahí, sentir las miradas de ellos, porque ninguno bajó la mirada, era como que entrara alguien más. Y sí, supuestamente para ellos soy una de tantas de las que están hablando demás. Además, la impotencia de saber que ni siquiera podía ir a decirles nada...
–¿Tenía ganas de gritarles?
–No me salía nada.

 

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