Por Juan Sasturain
No siempre
es fácil descifrar qué grita la tribuna. Ayer, en el nuevo gasómetro casi saturado de
cuervos graznadores, las asonancias de los apellidos, en un primer momento, podían
provocar alguna duda, sobre todo porque había con qué sustentar la confusión o el
equívoco; razones de peso tanto para que fuera uno como para le tocara a otro el
insultazo. Este fue el preciso momento del expresivo coro: iban quince del segundo,
Comelles le ganó la posición y la raya al dubitativo 2 de San Lorenzo por izquierda y
tiró un centro preciso que el sabio Morales Santos la tocó solo al gol. Gol de película
muda (como los tres de los jujeños), sin audio. Era el 2-0 y el estupor de la multitud.
Entonces, después de unos instantes, como una chispa encendida en la cabecera local que
en pocos segundos se prendió en los cuatro puntos cardinales del estadio, creció el
grito con la consabida tonada de Cidade maravilhosa: "... hijo de puta, la puta que
te parióoo...". ¿Qué gritaban? ¿A quién le gritaban? ¿Ameli? ¿Miele? No
señores, otro apellido asonantado: Menem. Y en la medida en que el resto del estadio
descifraba la puteada se sumaba con mayor fervor: "Menem, hijo de...". San
Lorenzo juntó treinta y pico mil personas --los jujeños que había en un costadito de
tribuna eran menos que los vestidos de celeste y blanco en la cancha-- y a boca de urna se
puede calcular entre un ochenta y ciento por ciento de coreutas entusiastas en la puteada.
En el fondo, era la más cómoda, la salida terapéutica con rabia y humor: explicar como
maleficio presidencial lo que era nada más ni nada menos que superioridad del rival. Es
que así dolía menos.Si es por explicaciones más o menos mágicas,
San Lorenzo no sólo deberá revisar los antecedentes de aquel a quien otorgue su
presidencia honoraria --ver recuadro-- sino controlar otros factores: la presunta fiesta
empezó con una murga en la cancha (hasta lanzallamas y tipos con zancos había) pero
cuando se fueron su espíritu permaneció en el campo. Salió una y entró otra. San
Lorenzo jugó tan mal que el viejo calificativo carnavalesco cobró vigencia. Una murga.
Pero eso tampoco basta, claro, para explicar el resultado. El Lobo
jujeño jugó realmente muy bien. Pero sobre todo jugó, siempre jugó, y en un contexto
actual en que los denominados grandes suelen renunciar a hacerlo ni bien creen que deben
cuidarse --ejemplos recientes y reiterados de Boca y River-- lo del equipo de Cuffaro
Russo tiene mayor valor y significación. En el arranque nomás, se plantaron bien arriba
para apurarle la salida --lenta e imprecisa, incluso sin su acoso-- a un San Lorenzo, que
proponía una circulación lateral de puro impotente para progresar en el campo. El fondo
de los de Ruggeri fue de terror: pereza de reflejos, dudas constantes; sólo el colombiano
Córdoba se salva del incendio. Y sobre ellos, los jujeños complicando: Mario Lobo estuvo
siempre ahí y Morales Santos le sirvió su pegada proveedora sin misiles, cerca y
acompañando. Astudillo, la figura, sobre todo por lo hecho en el primer tiempo, se
arrimaba a Jairo e incluso al merodeador Lobo estepario para complicar en campo rival. Por
izquierda Comelles, buen jugador; y por derecha Juárez, en extraña posición a media
agua, tapaban las subidas por los costados de los que serían los grandes ausentes en esa
zona en toda la tarde, Zapata y Coudet, mientras Galetto calesiteaba buscando a quién
dársela y Gorosito, tapado por Ruscitto o quien se cruzara, se desdibujaba hasta la
intrascendencia. Romeo quedaba aislado entre Aguírrez, Casartelli y Sandi, sólo
alimentado por el hábil Romagnoli que, con limitaciones físicas para terminar las
jugadas con vigor, era sin embargo el que más hacía.
San Lorenzo jugaba mal pero el partido era parejo y hubo un penal a
Romagnoli no cobrado antes de los cinco que pudo ponerlo en ventaja; pero al cuarto de
hora, en su primer ataque a fondo, Gimnasia --gran jugada previa de Astudillo-- hizo el
primero con toque de Lobo. Inmediatamente, la tribuna, hasta entonces entusiasta, se
calló la boca como si una nube fatídica se posara sobre el estadio. Y algo de eso
había. Porque San Lorenzo, aunque tuvo oportunidades, jamás reaccionó.
En el arranque del segundo Ruggeri sumó delanteros --el requerido
Estévez, el Pampa después-- pero el problema estaba en otra parte: cómo parar a los
jujeños de contra y cómo generar juego ofensivo sin tirar pelotazos. Ninguna de esas
cuestiones tuvo jamás solución. Llegó el segundo de Gimnasia, que desencadenó la
teoría del maleficio presidencial y las puteadas consecuentes, y después de un buen gol
mal anulado a Romeo, el forcejeo sin ideas y la angustia creciente hasta el descuento de
Córdoba. Ahí pareció que la historia podía cambiar pero duró poco: faltando ocho los
jujeños salieron jugando casi desde su casa, armaron la sabia contra, la recibió Mario
Lobo que bailó al extenuado Coudet y cortó hacia adentro, buscó la pared y resolvió de
toquecito con maestría en el mejor gol de la fecha. Chau. Que el "pobre" Coco
Ameli haya descontado él es casi un chiste malo de una mala tarde. No daba ni para la
esperanza.
Pitó el final un Madorrán en capilla, guardó la banderita un Barrientos bajo la lupa
y los dos suspiraron aliviados: esta vez no era culpa de ellos. A un costado, los contados
jujeños de adentro y de afuera intercambiaban camisetas, gritos y lágrimas. Qué grande.
Un Presidente
"funerario"
Por G. C.
Tras
escuchar ayer en el Bajo Flores al coro de la hinchada de San Lorenzo culpando al
Presidente de su tarde desgraciada, cabe recordar que la actitud tiene
"fundamentos" y antecedentes.
Los "fundamentos": Carlos Menem fue nombrado presidente
honorario de San Lorenzo de Almagro el martes pasado. Hubo un partido agasajo en el Nuevo
Gasómetro en el que jugaron Miele y el Presidente, entre otros. Ayer, las desgracias de
San Lorenzo comenzaron cuando un pase maravilloso de Astudillo, que se desvió en Fernando
Galetto (quien utilizó la camiseta número cinco, la misma que utilizó el Primer
Mandatario), le quedó en los pies a Mario Lobo que marcó el primer gol del encuentro.
Por supuesto el tanto se concretó en el arco que da a la avenida Varela, el mismo en el
que Menem marró un penal y en el que le anularon un gol válido a Bernardo Romeo ayer por
la tarde.
Los antecedentes: uno inmediato es el de Peñarol de Montevideo,
consagrado quíntuple campeón del fútbol uruguayo y con numerosas posibilidades de
convertirse en el primer equipo de la historia del fútbol charrúa en conseguir el sexto
título, cuando nombró a Carlos Menem, en una emotiva ceremonia durante el lanzamiento de
la Copa Mercosur en mayo del año pasado en Buenos Aires y de manos del mismísimo Julio
Sanguinetti, presidente honorario de la institución. Peñarol jamás completó el sexteto
de trofeos.
Otro más remoto: el partido inaugural del Mundial '90 enfrentó a las
selecciones de Argentina y Camerún. La jornada anterior al encuentro el primer
mandatario, que se encontraba en Italia, manifestó sus deseos de visitar al plantel para
saludarlo. Menem concurrió al hotel en donde concentraba el equipo argentino y les
manifestó sus mejores deseos. Argentina cayó 1-0 ante el rival africano. Sin
comentarios.
El 3 de diciembre de 1990, con el presidente Menem como copiloto,
Daniel Scioli ganó la primera etapa de los 1000 Kilómetros del Delta. Al día siguiente,
Menem fue reemplazado por el italiano Luca Nicolini. Poco después de la largada de esa
segunda etapa, la lancha de Scioli, volcó cerca de Ramallo y se hundió.
El bailarín Julio Bocca decidió no estrechar la mano del Presidente
de los argentinos antes de un espectáculo, pues en las dos oportunidades en que el saludo
se concretó, el artista sufrió graves lesiones. |
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