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Por Hilda Cabrera En cuanto a su protagónico en Borges, una coproducción de la Universidad Nacional de General San Martín y el Canal Plus de España, el actor dice seguir con gusto las marcaciones de Bauer. Tristán tiene una idea muy clara de lo que quiere, y yo lo acepto, pero antes conversamos. Rainer María Rilke decía que era necesario adquirir una disciplina que nos aleje de las vaguedades. La profesión del actor tiene cierta cosa vaga, que hay que corregir. Por eso, si su trabajo no está bien dirigido, queda como desvaído. Prefiero ceñirme a las indicaciones de Tristán. Después está el ojo de la cámara, que es otra cosa. ¿Pero hay acuerdo en lo que buscan? Estamos muy de acuerdo en expresar lo esencial de Borges, y no simplemente narrar al personaje que es en sus cuentos, en El otro o El sur, que es un relato profundamente autobiográfico. ¿Esta filmación modifica su visión sobre Borges? Creo haber descubierto algo que se relaciona con la sensibilidad inteligente, porque lo inteligente no se opone a lo sensible. Tampoco la palabra al movimiento ni el espíritu al cuerpo. Los actores tenemos que expresar la vida de las palabras con todo nuestro cuerpo, porque si éste no las actúa quedan como suspendidas. Son apenas una letra en el espacio y al espectador sólo le llega una tipografía. ¿Conoció personalmente a Borges? Sé que se dijo por ahí que lo conocí, y hasta se cuenta una anécdota ridícula, pero ésa es una fabulación de un periodista con el que estuve conversando antes de estrenar el espectáculo sobre Borges en el Teatro Larreta. He leído a Borges, conozco su obra, pero no podría hablar de su personalidad, que es muy compleja y admito que me descolocó siempre con sus declaraciones sobre política. Esto ha pasado con escritores y poetas muy importantes. Pienso en Ezra Pound, en Ferdinand Céline, a quien ahora se lo está recuperando desde la literatura. ¿Le interesa trabajar en cine? Sí, pero trabajé poco. Salvo en un episodio que dirigió Wulicher en De la misteriosa Buenos Aires, por el que estuve nominado en una terna con Federico Luppi y Sergio Renán, hice pequeñas intervenciones, papeles sin desarrollo. El cine anduvo bastante bien sin mí. ¿Quizá porque lo identifican más como actor de teatro? No sé por qué, pero la vida es así, y como tal la tomo. No sé qué es lo que los demás piensan de uno. La vida pasa y se sabe tan poco de todo. Me pregunto si vivir es también servir para algo. Es difícil saber qué se quiere realmente, pero pienso que cuando uno siente la necesidad de expresarse, lo primero es tratar de ir a lo más profundo de aquello que ha puesto en juego, y reunir dentro de sí la mayor cantidad de disciplinas artísticas. Existe por lo menos la posibilidad de iniciar una búsqueda, que a veces se parece a la desesperación. Eso que uno elige tan hondamente le sirve, y quizá por eso le sirva también a los otros. ¿Es difícil hoy desarrollarse como actor? -No podría hacer una comparación exacta de mi pobreza de otra época, y la de tanta gente, con la de ahora, pero mi impresión es que vivimos una época de muchísima miseria, en la que los poderosos, los dueños, los patrones manifiestan la necesidad de perpetuarla. Esto destruye al ser humano, lo limita en su desarrollo. El actor puede, sin embargo, encontrar un caminito, plantearse tareas y adquirir una disciplina que lo aleje de las vaguedades. ¿Se refiere a vaguedades en el sentido de frivolidades? En el sentido de que el oficio no es sólo inspiración. Esto no es mío. Lo decían Rilke y Auguste Rodin. Para este escultor lo primordial es el trabajo, porque no hay arte en lo azaroso. Como un escultor o un músico, el actor necesita ejercitarse incansablemente para poder expresarse con arte. En todos sus trabajos se ha destacado siempre la calidad de su voz... Mi voz es parte de mi propia vida. No hablo simplemente con la boca sino con todo el cuerpo, con todas mis articulaciones. Eso es lo que intento. Se parece al acto amoroso, al placer que proporciona una comida, o un viaje. Siento la voz en mis manos, en mis rodillas y en los pies. Estamos acostumbrados a señalar mal las cosas, a separar el cuerpo de la voz por ejemplo, cuando en realidad es una unidad, aunque a veces esté un poco rota.
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