Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

ESTO ES UN ASALTO
Por Luis Bruschtein

na36fo01.jpg (8318 bytes)

t.gif (862 bytes) El aumento de la delincuencia y el protagonismo de los medios parecen ser distintivos de estas sociedades de fin de milenio. Son fenómenos que discurren separados, a veces se ignoran, pero a veces se retroalimentan y otras se combaten. Lo más sorprendente es que la profundidad con que impregnan la vida de las personas lleva también a que en algunos casos hasta pueden intercambiar roles. O sea, uno puede ser asaltado con un arma mediática o puede suceder que el arma mediática impida el asalto o que el mismo chorro quiera hacer las cosas con criterio periodístico.
Por ejemplo, hace pocos días, un estudiante de medicina sacó a pasear a su perrita Negri por la plaza que está en Chacarita. La perra es una mezcla de salchicha con pequinés y tiene más de 20 años. El muchacho estaba estudiando cuando decidió bajar a la plaza. Mientras paseaba a la perra, se le acercó un hombre que le pidió una moneda. El muchacho había bajado con los bolsillos vacíos y escuchaba un walkman mientras paseaba a la Negri. “No tengo un mango, flaco”, le contestó. “Dame algo, lo que tengas”, insistió el hombre. No tenía nada y volvió a decírselo.
“¿Qué te pasa, pibe? –exclamó el caco ya sin vueltas– ¿No leés los diarios? Todos los días matan a alguien... ¿no te das cuenta que es un asalto?” La mención de los diarios fue como si le mostrara una cuarenta y cinco. El pibe entregó el walkman, lo único que tenía.
El chorro empezó un discurso de tono social: “El walkman no me interesa, flaco, ahora lo vendo para llevar un kilo de carne a mi casa. Me echaron del laburo, ¿o vos pensás que me gusta hacer esto?”. La cosa fue más larga y llegó a conmover al asaltado quien, solidariamente, se ofreció para traerle comida de su casa. Ahora el conmovido fue el chorro, que le explicó que no podía arriesgarse y se despidió, acongojado, con un apretón de manos antes de irse con su botín mediático.
Estas historias no salen en los medios. Podría decirse, en cambio, que son producidas por ellos. No es que los medios generen la delincuencia, pero es evidente que pueden moldear algunas de sus modalidades. O sea: los chorros leen los diarios, ven la televisión y escuchan la radio. Y aprenden, se intoxican de información como cualquier mortal y actúan en el territorio brumoso donde los sitúa el modelo. Un tipo con cara patibularia que se acerca para preguntar: “¿No ves los noticieros, flaco?”, te está asaltando sin ninguna duda.
Hay otra historia que circuló en las redacciones en estos días y tiene que ver justamente con la fantasía de que el periodismo puede operar sobre la realidad y hacer desaparecer lo que existe o lo que uno mismo produce. Aunque en este caso el asaltado es un periodista, su rol en el hecho será el de víctima, despojada por el chorro, no sólo de sus bienes materiales, sino hasta de su identidad. O sea, el chorro que lo asalta quiere hacer de periodista.
En esos mismos días en que el muchacho sacaba a pasear a la Negri por Chacarita, se encontraba en la ciudad el enviado de un importante diario norteamericano. El hombre salió del hotel cinco estrellas donde estaba alojado y subió a un taxi. Quería ir al centro, pero vio que el chofer ponía rumbo al puerto y se preocupó. El auto se detuvo y un tipo se introdujo intempestivamente.
“Quedate quieto o te quemo, esto es un asalto”, exclamó el chorro, que esta vez exhibía una pistola. El corresponsal no habla un español fluido pero se ve que se trataba de un ladrón culto porque lo empezó a apretar en inglés. El periodista le dio su billetera con unos pocos dólares y una colección de tarjetas de crédito.
Como si estuvieran acostumbrados a estos imprevistos, fueron con el taxi hasta un cajero automático donde el chofer trató de retirar una cantidad más jugosa mientras el tipo de la pistola se quedaba con el corresponsal en el auto. Había visto las credenciales y reconocido al diario.
“¿Usted es periodista norteamericano?”, preguntó en un inglés correcto. “Sí”, contestó el atemorizado visitante. “¿Y vino para escribir sobre laArgentina?” Ante una nueva respuesta afirmativa, el tipo se rascó la sien con el cañón de la pistola. “Vamos a hacer una cosa –le dijo–, te devolvemos todo, pero con una condición”. No habían podido retirar nada del cajero, pero igual el corresponsal se sintió aliviado. “¿Qué condición?” preguntó. “Que no escribas nada de esto –pidió el chorro globalizado– porque le hace mucho daño a la imagen de la Argentina en el exterior.”

REP

 

PRINCIPAL