Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


EL CORDOBAZO

A 30 AÑOS DEL ALZAMIENTO POPULAR CONTRA ONGANIA
Estado de rebelión

Cerca de 40 mil obreros, estudiantes y vecinos ocuparon las calles para protestar contra la dictadura de Onganía. Durante dos días controlaron la ciudad frente al ejército y la policía. Empezaba una etapa de movilización popular y participación activa que se cerró con el golpe de 1976.

na13fo01.jpg (13416 bytes)

Por Luis Bruschtein

t.gif (862 bytes)  Muchos historiadores toman como elemento distintivo de los años ‘70 el surgimiento de las organizaciones guerrilleras. Sin embargo, estas organizaciones fueron producto de un fenómeno más importante que para esos historiadores suele estar en un segundo plano y que tampoco las organizaciones guerrilleras supieron entender. Ellas también lo pusieron en un segundo plano. En esa etapa histórica ese fenómeno tuvo su máxima expresión el 29 de mayo de 1969 en el Cordobazo, sin un partido político, sin un programa concreto, pero con un mensaje claro: el pueblo –esa categoría tan abarcativa y hasta cierto punto difusa– quería ser protagonista de su historia. El nivel de violencia fue puesto por la represión. Obreros, estudiantes y vecinos la sobrepasaron. La historia tomó otro curso después del Cordobazo.
Desde 1930 los golpes militares habían derrocado gobiernos radicales, peronistas, desarrollistas y a otros militares. Hubo golpes para derrocar gobiernos democráticos, otros para condicionarlos y otros para impedir que se cumpliera el veredicto de las urnas. Así como los militares se habían acostumbrado al golpismo, en todos esos años los sectores populares habían asimilado experiencias para enfrentarlos y resistirlos. El general Juan Carlos Onganía había bautizado su golpe militar del 28 de junio de 1966 como la Revolución Argentina. Como los demás golpistas supuestamente nacionalistas, tenía de ministro de Economía a un liberal: Adalbert Krieger Vasena, hombre de confianza del FMI. Había congelado los salarios, intervenido las universidades y logrado quebrar al movimiento obrero gracias al apoyo inicial del vandorismo, el agrupamiento más poderoso del sindicalismo peronista.
La resistencia fue surgiendo lentamente, primero los estudiantes y luego los trabajadores. En el ‘68 el gremialismo combativo desbordó al vandorismo y fundó la CGT de los Argentinos. En 1969 la dictadura realizaba ajustes para frenar la inflación, había rebeliones de maestros y empleados públicos. Comenzaron las puebladas, primero en Corrientes y después en Rosario. En ese contexto el gobierno quiso sacar el sábado inglés a los obreros industriales cordobeses. Fue la chispa que hizo estallar el polvorín.
El movimiento obrero cordobés estaba expresado en ese momento por tres sectores: los legalistas del peronismo combativo que dirigía Atilio López, de UTA; los gremios de izquierda liderados por Agustín Tosco, de Luz y Fuerza, y los vandoristas que encabezaba Elpidio Torres, del Smata. La decisión de la dictadura y la durísima represión a una asamblea del Smata pocos días antes logró que Elpidio Torres accediera a coordinar acciones con sus adversarios, Tosco y López.
A nivel nacional se había decretado una huelga para el 30 de mayo pero Torres, Tosco y López habían decidido que en Córdoba la medida de fuerza tendría la modalidad de un paro activo, es decir, con marchas y actos de protesta, y que comenzaría al mediodía del 29. Ese día a las diez de la mañana comenzaron a concentrarse los obreros de la planta Ika Renault, de Santa Isabel. El acto estaba convocado en el centro de la ciudad, en la plaza Vélez Sársfield, pero como iba a ser imposible que todos llegaran, había numerosos puntos de concentración que se habían mantenido en secreto. A la salida de la planta, los obreros recibían volantes donde se indicaban esos puntos en caso de represión. Una columna de cinco mil obreros comenzó a marchar desde el sur hacia el centro. En su camino se le fueron incorporando otros centenares de obreros de los talleres de la zona y estudiantes de la Ciudad Universitaria.
Desde Villa Revol comenzaron a marchar los obreros de Luz y Fuerza y de otros gremios públicos, encabezados por Tosco. Los estudiantes formaron una columna en el Barrio Clínicas y avanzaron hacia el centro. Al mediodía los empleados abandonaron sus trabajos y algunos comenzaron a reunirse junto a grupos de estudiantes y colectiveros de la UTA. En la esquina de General Paz y Rioja se produce el primer enfrentamiento. La policía reprime a los manifestantes que inmediatamente tratan de armar una barricada. A dos cuadras de allí ya se encontraban los obreros de Luz y Fuerza. En pocos minutos los enfrentamientos comienzan a producirse en todo el casco céntrico. Las columnas de humo de las barricadas incendiadas se levantan por toda la ciudad. Los vecinos aplauden a los manifestantes desde sus casas y ayudan a la construcción de barricadas. La nutrida columna obrera que venía del sur sobrepasó a un grupo de la Policía Federal que intentó detenerla. Llevaban hondas con bulones de acero y bombas molotov. Pero la columna fue detenida en la Plaza de las Américas por un numeroso grupo de la Guardia de Infantería que disparaba granadas de gas. Hirieron a dos obreros, pero la columna se fraccionó en numerosos grupos que siguieron avanzando y lograron desbordar a los policías. En el centro, los estudiantes entraron a los Tribunales y fueron desalojados. Se producen actos relámpago y volanteadas. Uno de los grupos que avanza hacia el centro es reprimido por la policía montada. Se arman barricadas y responden con piedras y bulones. Lentamente, la montada es obligada a retroceder hacia la Plaza Vélez Sársfield. Allí muere el estudiante de arquitectura Castillo. En otro enfrentamiento en Arturo Bas y San Juan muere el obrero matricero Máximo Mena. Manifestantes que vivan la unidad “obrero-estudiantil” incendian la Confitería Oriental “por ser un reducto de la oligarquía”, la empresa Xerox “por ser una empresa imperialista” y queman una concesionaria Citroën. “Los obreros no robamos”, le dice un obrero a un estudiante que se quiere llevar una silla de recuerdo de la confitería incendiada. A las primeras horas de la tarde, la policía sólo controla la Plaza San Martín, donde se encuentra la Jefatura. A las 17 ingresa el Ejército. Hay barricadas con banderas argentinas y algunas rojas dispersas en toda la ciudad, desde el casco céntrico hasta los barrios obreros. El Barrio Clínicas es el bastión principal de la rebelión. En las barricadas se hacen asambleas con oradores espontáneos que atacan la dictadura.
na14fo01.jpg (11149 bytes)Las tropas hacen su entrada en las últimas horas de luz y toman prisioneros que son juzgados por un Consejo de Guerra, pero por la oscuridad no pueden controlar la situación que sigue en poder de los manifestantes. Aparecen francotiradores en las terrazas y los hospitales ya tienen numerosos heridos de bala, en su mayoría son civiles. Los actos relámpago continúan en toda la ciudad, aunque más espaciados. La última resistencia se produce en el Clínicas hasta la noche del viernes 30. El 31 siguieron las operaciones del Ejército y recién el 1º la ciudad retomó la normalidad. Había 14 muertos, decenas de heridos y más de 300 detenidos, entre los que se contaban Tosco y Torres.
El Cordobazo produjo varias consecuencias inmediatas, como la caída del ministro de Economía y del gobernador Carlos Caballero. Otras más de fondo, como el crecimiento de las corrientes gremiales combativas y de izquierda. A su vez, muchos activistas entendieron que el nivel de violencia expresado por la movilización debía tener continuidad y se incorporaron a los grupos guerrilleros que hasta ese momento eran muy pequeños. Pero el saldo más importante como experiencia de masas fue la cristalización de una tradición de protagonismo y combatividad que si bien tenía antecedentes, a partir de ese momento se extendió y aceleró, hasta producir la caída de la dictadura. Ese estado de participación y movilización se mantuvo más tarde durante el gobierno peronista y fue en realidad el principal motivo del golpe del 24 de marzo de 1976.

AGUSTIN TOSCO, EL ALMA DEL MOVIMIENTO OBRERO CORDOBES DE IZQUIERDA
“Soy un hombre al servicio de su clase”


Por L.B.

t.gif (862 bytes) “Yo soy un trabajador que trata de ser consecuente con sus ideales y su causa. No se me ocurre otra definición de mí que no sea la de un hombre que trabaja y lucha al servicio de su clase y de su pueblo. Eso es lo que pretendo ser, con todas las imperfecciones que evidentemente tengo” decía en 1973 el sindicalista cordobés Agustín Tosco en una entrevista con el escritor Mempo Giardinelli, entonces periodista de la revista Siete Días.
“Primero lo voy a recordar como mi gran maestro, como dirigente obrero” expresó a Página/12 Felipe Alberti, quien fue la mano derecha de Tosco en el sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba. “Me deslumbró en la primera asamblea del gremio a la que asistí por el gran respeto que le tenían sus compañeros y la forma en que defendía sus ideas.”
na14fo02.jpg (12517 bytes)Agustín Tosco, desde la CGT de los Argentinos, y Elpidio Torres desde la CGT de Azopardo fueron los dos sindicalistas que motorizaron, el 29 de mayo de 1969 la gran movilización popular del Cordobazo, que marcó el principio del fin de la dictadura del general Juan Carlos Onganía.
Elpidio Torres era dirigente del Smata y respondía a la ortodoxia del peronismo, en tanto que Tosco era la expresión más importante de un sindicalismo combativo de corte marxista. Poco tiempo después del Cordobazo, Torres fue desplazado del Smata por René Salamanca, otro gremialista marxista, mientras que Tosco mantuvo su liderazgo y prestigio hasta el día de su muerte por cáncer, el 5 de noviembre de 1975, en la clandestinidad, con el sindicato intervenido y perseguido por la Triple A.
“Era muy democrático en el funcionamiento del gremio”, recuerda Alberti. “En el sindicato teníamos compañeros peronistas y del ERP, pero él decía que fuera del sindicato cada quien podía hacer lo que quisiera siempre que coincidiera en nuestra lucha concreta. Y además sus colaboradores no teníamos que tener ni uñas, porque era terrible si detectaba algún manejo raro con la plata de los trabajadores”.
El padre de Tosco había sido maestro y luego explotaba una quinta de espárragos en la localidad de Moldes. Tosco llegó hasta el tercer año de la Universidad Tecnológica y se había recibido de electrotécnico antes de ingresar en la Empresa Provincial de Energía y en el sindicato.
“Después del golpe de Onganía, Tosco había puesto el sindicato al servicio de la lucha contra la dictadura –relata Alberti–. Había reuniones de otros gremios y después de la intervención a la Universidad, se daban clases en el salón del sindicato. Todos los días el local estaba lleno de estudiantes, hasta dos o tres cátedras por día. Era un visionario y tenía un gran sentido de la unidad; él vio la magnitud y la importancia que podía tener la movilización y por eso consintió en hacer una alianza con la CGT de Azopardo”. Como marxista independiente, Tosco había participado en la Comisión Nacional Intersindical, impulsada por el Partido Comunista, y luego en el Frente Antiimperialista y por el Socialismo (FAS) que agrupaba al Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y a otras expresiones de la izquierda.
“No se puede decir que el Cordobazo se hizo sólo porque nos habían sacado el sábado inglés –continúa Alberti–; eso fue una lucha política; la gente salió porque estaba cansada del autoritarismo de los milicos y Tosco lo sabía”.
Después del Cordobazo, Tosco fue condenado a prisión perpetua por un tribunal militar, pero sólo cumplió siete meses, para volver a la cárcel varias veces hasta 1973. “Estuve en el penal de Rawson con él –recuerda Alberti–, era absolutamente austero y trataba siempre de encontrar formas de denunciar la situación desde la cárcel, escribía documentos, cartas y se negaba a todo tipo de componendas. Primero la CGT nacional nos mandó un abogado y Tosco no quiso saber nada. Después el interventor de Córdoba sugirió que, si nos callábamos la boca, podíamos salir en libertad; también lo rechazó. Eramos 20 presos del Cordobazo, todos juntos en ungalpón que había atrás del penal. Nos mantenían alejados de los presos comunes y socializábamos todo. Tosco era el que administraba la ranchada. A veces venía el cura del penal y discutía con él sobre el Antiguo Testamento hasta que el cura abandonó la discusión porque se dio cuenta de que el Gringo la tenía muy clara. Sabía que la cárcel y la clandestinidad formaban parte de nuestra lucha”.
Los sindicatos de izquierda cordobeses fueron intervenidos en 1974 y la Triple A había asesinado a algunos de sus dirigentes. Tosco se refugió en la clandestinidad en Buenos Aires, donde murió. Sus restos fueron llevados clandestinamente a Córdoba donde se organizó una gran manifestación popular para su entierro, el 7 de noviembre de 1975.


VECINOS DEL CLINICAS, SAN LUIS Y LA CAÑADA Y LA PLAZA VELEZ SARSFIELD
“Por suerte vencimos el miedo y ayudamos”

Ahora todos tienen más de 50 años. Eran los vecinos que escondieron a los estudiantes y los obreros, los que ayudaron a levantar las barricadas. Muchos no quieren hablar; como si nunca hubiera ocurrido nada; otros lo recuerdan con nostalgia y tristeza. Pero a los que hablan les brillan los ojos con el recuerdo de las barricadas.

na15fo01.jpg (15475 bytes)

Por Mónica Gutiérrez
Desde Córdoba


t.gif (862 bytes) Protagonista o espectador, cualquiera que recuerde de cerca los días del Cordobazo no puede esquivar la nostalgia y la tristeza, quizá porque Córdoba ya no es la ciudad rebelde, comprometida y perturbada de humor y de activismo social. Y eso se huele caminando las calles del Cordobazo .el barrio Clínicas, San Luis y La Cañada, la ex plaza Vélez Sarsfield– cuando son tan pocos los que hoy quieren hablar. Pero el recuerdo de esa historia reaviva el espíritu de quienes la vivieron, como Adela, que ahora tiene 73 años que sonríe al afirmar que “por suerte vencimos ese miedo y ayudamos igual”.
Gerardo es librero, como lo era entonces, cuando tenía 37 años: “Eran como las 11 de la mañana del 29 de mayo, yo estaba trabajando en la librería El Hogar del Libro, en San Martín y Colón, que ya no está más, y de pronto vimos venir a la gente de Kaiser (IKA), comandada por Elpidio (Torres), con la policía detrás corriendo a los muchachos. Rompían vidrieras, autos, pegaban a quien se cruzara. Yo estaba trabajando con la hermana de Máximo Mena (el primer obrero muerto en los enfrentamientos con la policía), fue un caos cuando nos enteramos de la muerte de este chico. Tengo apenas 67 años, pero pasó mucho tiempo para recordarlo con exactitud. Para colmo, con los gobiernos que tuvimos se dejó de recordar el Cordobazo; recién después de que se fueron los milicos del ‘83 se volvió a hablar.
Hoy Gerardo sigue con su oficio de librero, pero más cerca aún de los recuerdos más vivos del Cordobazo. Desde la vieja librería Montenegro, frente al Hospital de Clínicas, recuerda: “Acá tomaron el hospital, había mucha unión y defensa, no como ahora que no hay unión para nada. La gente se solidarizaba con los alumnos; yo vivía en Nueva Córdoba y a los chicos que venían de la ciudad universitaria les abríamos las puertas para que entraran y se escondieran en la casa. Algunos se ubicaban en los techos, otros se quedaban en la casa; tomábamos mate y conversábamos sobre muchas cosas, hablábamos de política, criticábamos al gobierno”.
“Cuando abrieron la famosa feria de las pulgas, detrás de la Catedral, la mayoría de los kiosqueros era comunista ;allí se conseguían las obras de los autores marxistas y nos reuníamos allí por las noches a conversar, a discutir, pero hace tanto tiempo... Al tiempo yo me abrí de todo eso porque uno ya llega a una edad en que se dice a sí mismo ‘cuidate’. Hoy no sería posible un Cordobazo, hoy falta eso que les pide la tribuna a los jugadores. En la actualidad a muchos uno les dice ‘te acordás de que anduvimos juntos’ y te responden ‘¿quién sos, no te conozco’”.
“Yo hace apenas dos años que vine al barrio y no sé nada”, dice don Anselmo, el conocido dueño de una pensión cincuentona cercana al Clínicas y uno de los tantos que evita hablar. Pero otros se animan a la memoria y evocan.
Jorge tiene 47 años y un pequeño hotel heredado de su padre en el barrio Clínicas: “Yo sólo tenía 17 años cuando fue lo del Cordobazo, iba a quinto año del secundario del Colegio Nacional de Monserrat, pero lo viví de afuera. Lo mejor fue que estuvimos una semana sin clases, al menos eso pensaba entonces. En aquella época la gente no tenía conciencia de sus derechos (por entonces nosotros no lo sabíamos), venía la policía y te cagaba a palos, por eso se generaba tanto odio contra los canas y los milicos. Recuerdo que en esos días los vecinos, la sociedad civil toda, demostró mucha solidaridad, se cubría a los activistas porque había una gran bronca contra todo lo que fuera milico”.
Emilio era operario de la Renault cuando fue el Cordobazo y ahora trata de sobrevivir con un pequeño taller de herrería y recuerda que “todavía enla tarde del viernes los vecinos del centro nos arrimaban gomas viejas y cajones de madera para incendiar en la barricada, pero me parece que después se asustaron por cómo venía la mano y terminaron esperando que llegara el Ejército”. Recuerda también a un estudiante de izquierda conocido suyo que se arrimó a la barricada y le dijo: “loco, esto es espontaneísmo puro”. “Es espontáneo porque no lo organizaron ustedes” respondió indignado Emilio.
Don Michel, como lo conocen en el barrio, tenía 52 años cuando vivió el Cordobazo desde su mercería en calle Santa Rosa. Hoy tiene 82, la misma mercería y una memoria intacta: “Fue terrible, fue como una guerra. La juventud fue la protagonista, ellos hicieron frente a los soldados, tuve que bajar la persiana y poner diarios mojados entre la persiana y el piso para que no entraran los gases, si no nos moríamos. Había tanques de guerra en la plataforma del Clínicas. Casi todos los vecinos ya se han ido o han muerto, somos pocos los que quedamos de entonces. Pasé cuatro o cinco días con el negocio cerrado, me acuerdo de que los soldados nos pedían agua para tomar, pobres”.
Adela tiene 73 años y es dueña de un almacén de los pocos que aún quedan en pie: “Aquí, en la avenida Colón, nosotros queríamos ayudar a los chicos, pobrecitos, queríamos impedir que les pegaran o los metieran presos. Nosotros no habíamos sido capaces de exigir la libertad que ellos querían, entonces colaboramos como pudimos. Subimos a la terraza con cuanta cosa vieja encontramos para tirar a los policías. Y después nos amenazaban con allanar las casas. Hoy me río, pero nos dio mucho miedo, por suerte vencimos ese miedo y ayudamos igual. “Mi hermana escondió a dos chicos de la universidad que estudiaban abogacía, uno de ellos terminó siendo mi yerno, algunos años después. Hoy él y mi hija viven en México con mis nietos que ya son jóvenes como ellos lo eran por esa época”.
Horacio Obregón Cano, senador provincial por el Frepaso: “Recuerdo que lo vivimos con mucha ansiedad, se mezclaban el miedo y el compromiso de que uno estaba peleando por algo superador. Por entonces estudiaba y militaba en la Facultad de Derecho y recuerdo que había toma de facultades desde una semana antes. Recuerdo que detrás nuestro, por las calles, caía el agua que los vecinos tiraban desde los edificios a la policía; no he vuelto a respirar ese aire nunca, había un compromiso distinto. Nosotros los estudiantes seguimos la iniciativa que fue de los trabajadores, para sacarse el yugo de un gobierno militar que condicionaba la libertad de todos. Pero lo mejor fue la parte de la sociedad que acompañó en la calle o desde sus casas. Se asestó un golpe muy fuerte a la idea de permanencia de alguien que había quemado los padrones para que no hubiera nunca más elecciones en la Argentina”.


En la embajada fue una sorpresa


Por M.G.

t.gif (862 bytes) Según los informes que la embajada de EE.UU. enviaba al gobierno norteamericano en 1969, los sucesos del Cordobazo no habían sido previstos por los organismos de inteligencia de ese país. Pocos días antes de la revuelta social que desembocara en la caída de Juan Carlos Onganía, el embajador John Davis Lodge hacía saber a las autoridades de su país que los disturbios aislados que se producían en Argentina no podrían poner en peligro al gobierno nacional.
“Las instalaciones públicas y militares argentinas de varias partes del país han estado recientemente sometidas a ataques rápidos, algunos de los cuales han tenido el fin de obtener armas (...) Ninguno de los ataques ha causado demasiada turbación al gobierno argentino (...). La autoría de estos ataques no ha sido bien determinada, pero es improbable que puedan causar alguna dificultad al gobierno”. El texto, difundido en los últimos días por el diario La Voz del Interior, formaba parte de una nota confidencial enviada por Lodge desde Buenos Aires el 1º de mayo de 1969 con destino al director de Inteligencia e Investigación del Departamento de Estado. “La actividad terrorista incomoda, pero no es un problema mayor para el gobierno”, titulaba el embajador su informe.
Días después el funcionario estadounidense centró su información en los movimientos estudiantiles: “Las manifestaciones de estudiantes han creado el más serio problema en los tres años del régimen militar de Onganía”, comunica la embajada el 26 de mayo, aunque se refería a los sucesos de Rosario.
Ya hablando sobre el Cordobazo, Lodge escribe un largo telegrama a Washington en el que describe: “Los disturbios de mayo y junio erosionaron la confianza pública y militar en el liderazgo del presidente Onganía y dejaron abierta la especulación sobre cuánto tiempo le queda al régimen (....). El brillo de Córdoba iluminó su aislamiento político y su exclusiva dependencia con respecto a las Fuerzas Armadas”.
Ya a partir de junio los informes de la embajada ratifican el apoyo que el gobierno de EE.UU. brindaban a las dictaduras latinoamericanas. “El Ejército mantuvo el control de la situación política y controlará el cambio político. Las otras fuerzas están demasiado débiles y divididas para alterar la situación o como para alarmar a los militares. Vemos a Onganía seguro por un corto término de seis meses a un año”, informaba la agencia estadounidense desde Argentina en agosto de 1969.

 

PRINCIPAL