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SUBRAYADO

Ese oscuro objeto del deseo

Por Carlos Polimeni


t.gif (862 bytes)  Nació hombre y se inventó mujer, acaso para corregir un posible error de la naturaleza. Se quedó en el medio, en esa especie de limbo del travestismo. Era un muchacho alto y femenino, que se vestía de mujer fatal. Daba una supermujer, que infundía más respeto que deseo. Nadie sabía del todo bien si decirle ella o él, y el problema perdura. No era poeta, como Fernando Noy, que advierte que no es ni él ni ella, que es lo. Que debe nombrárselo lo Noy. Cris Miró podría haber sido odontólogo/a. Provenía de una familia de clase media más o menos acomodada. Su padre, militar. Su madre, actriz. No llegó a ser una figura importante del espectáculo, pero brilló en la modesta y autocomplaciente farándula argentina, ese otro limbo, en que lo que importa es figurar, a veces a precios insolentes. La vida le jugó esta semana una doble mala broma: la muerte lo/a embocó a los 31 años y los medios, que fueron los que construyeron una parte clave de su impacto en la sociedad, le pasaron las boletas de sus propias contradicciones.
“No hay cosa como la muerte/ para mejorar la gente”, escribió Jorge Luis Borges en una elegía a los guapos del 900. Cris Miró no supo, pero lo intuyó, cuánto la desmejoró la muerte. El diario La Nación ubicó la noticia chiquita, abajo, en la página 2 de su suplemento de espectáculos, con el título “Murió Cris Miró, una figura controvertida”. La nota ocupaba menos espacio que uno de sus comentarios habituales de los partidos de polo del fin de semana. El epígrafe de la foto que ilustró una nota escrita como con fórceps era esclarecedor de la ideología del tratamiento del tema (después de todo, se trata del mismo matutino que ubica desde hace años en su sección Policiales el caso de la voladura de la AMIA): hablaba de “Gerardo Virguez, convertido en Cris Miró”. Clarín le dedicó a la noticia un espacio similar al de la cobertura de un desalojo de comerciantes en el Once, pero centrando el texto en la averiguación de los motivos clínicos del deceso, marcando una serie de silencios supuestamente llamativos al respecto. Es decir, sugiriendo que murió de sida.
Este punto, si la muerte fue de sida o no, resultó el central en el tratamiento del tema en numerosos otros medios gráficos, programas de radio y noticieros televisivos. Visto en conjunto el panorama, pareció un gigantesco esfuerzo por volver las agujas del tiempo hacia atrás: hace mucho ya que la sociedad ha dejado de considerar el sida una enfermedad vergonzante. Si murió de sida o no, ¿es realmente importante? ¿Para quién? ¿Hay muertes mejores y muertes peores? Algo raro les pasó a los medios con el raro, sorpresivo y solitario fin de Cris Miró. Como si haber quedado fuera del festín macabro –no hubo fotos de su internación, primicias sobre su agonía, imágenes exclusivas de los últimos momentos, etcétera– les hubiese despertado un instinto agresivo. Las cosas que no se animaron a hacerle al personaje vivo, intentaron hacérselas al personaje muerto. Miró ya no está aquí para enjuiciarlos, como hizo con Gastón Portal –el hijo de Raúl– cuando éste lo/a insultó públicamente. Miró estaba acostumbrado/a a la agresión, pero no parecía dejar pasar por alto las canalladas. La Justicia le dio la razón, aunque nunca haya podido festejarlo.
A nadie se le escapa que Miró fue un símbolo. Del travestismo de una época (en que los cirujanos plásticos dictaron tendencias de moda), por un lado, de la irrupción en la escena pública de minorías antes en la oscuridad, por otro. Del triunfo de una voluntad personal sobre un entorno miserable e hipócrita, finalmente. Los que insultaron al símbolo, o lo ningunearon, tal vez no midieron en qué medida Cris ayudó, y por eso fue conflictivo/a, a una mayor tolerancia social hacia su gremio, el de las sexualidades no tradicionales. Tal vez lo insultaron porque sí midieron ese aporte, y entonces al hacerlo, lo elogiaron. Los que utilizaron a discreción durante toda la década su monumental figura y su rara ubicación para llenar páginas y espacios en los medios, ¿a quién insultan cuando insultan su nombre o su memoria? ¿No le perdonan acaso haber sido un ser humano que legalizó las fantasías homosexuales de muchos hombres quepensaban y decían, “con un trolo ni en joda, pero con esta mina sí”? Insultar al objeto del deseo es como insultar al espejo porque no nos gusta lo que nos muestra. Es matar al mensajero porque no nos gustan sus noticias.

 

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