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COMO CAMBIARON SUS VIDAS LAS ESTRELLAS DEL CASO COPPOLA
Después de la fiesta

Guillermo se retiró de las fiestas visibles. Alguna de las chicas se bautizó y planea casarse por iglesia. Quienes eran pobres, lo son más aún. Todos, en un repliegue a tono con el juicio empezado esta semana y el fin del menemismo, la era en la que supieron brillar.

Samantha: Hoy está refugiada en su nuevo amor, un empresario dueño de dos boliches nocturnos. Dice de él: “Es sano, y se ganó cada centavo que tiene”.

Fernanda: La novia de Armentano es budista. Llenó su casa de incienso, figuras orientales y fotos del finado. Persigue eso llamado “reciclaje del alma”.

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Por Cristian Alarcón

t.gif (862 bytes) Yayo Cozza faltó a la cita con el cronista. Regatea su tiempo, a contramano de la decadencia. Ha pedido que de una esquina de Belgrano se lo llame para saber luego dónde ubicarlo. Es lunes, nueve de la noche, el día anterior al comienzo del juicio oral en el que lo pueden condenar por tenencia de cocaína. El está en el box ocho del solarium Miami Sun, sentado como en un caballo de juguete, sobre un banco, con el torso desnudo, frente al azul cobalto de una lámpara.
–No me vas a escrachar así –le dice cómplice al fotógrafo, y despide a los interesados hacia una sala de espera.
La de Yayo, a esta altura, es una trinchera. De la lista de personajes que ganaron fama en torno al escándalo Coppola, es uno de los pocos que no disimula las viejas épocas. Las chicas, Samantha, Natalia, Julieta, han preferido revertir el pasado y mutar en Susanitas, más o menos artísticas, en un intento de redención, acorde con la nueva época. Guillermo ha quitado el pie del acelerador nocturno y fiestero que, más allá de las triquiñuelas, lo llevó a la cárcel. Los pobres de la banda, el remisero Claudio Coppola, y el organizador de recitales de rock Tomás “Paco” Simonelli, padecen la pobreza. Fernanda Villar, la novia de Poli, se convirtió al budismo. A ninguno le interesan ya las trifulcas televisivas. Nadie les paga por ello. Ellos, los de antes, ya no son los mismos. Cuando una súbita sobriedad argentina gana en las encuestas, dicho samánthicamente, sus personajes ya no están de modammmmm.
Parecen no caber dudas a estas altura de que el caso Coppola coincidió con el “momento culminante de la cultura menemista”, como lo define Aníbal Ford, autor de La marca de la Bestia, libro en el que analiza los avatares del infoentretenimiento de los noventa. Aunque “ni uno solo votaba a Menem”, según aseguró a este diario uno de los ex productores de Mauro Viale que convivió con ellos en el más top de los mediodías con lucha de chicas en vivo. Una de las guerreras, quizás la menos rea, la más angelical de las –en definitiva– trabajadoras sexuales del escándalo, Natalia De Negri, sólo atina a reírse con un jijiji como el de la Alelí de Don Mateo, cuando se le menciona tal idea. “Vi un libro que se llama Los farsantes, y dice algo de eso, pero yo nunca me imaginé, nosotros sufríamos”, sostiene. Se refiere a la investigación periodística de los periodistas Gabriel Pasquini y Graciela Mochkofsky, cuyo subtítulo es claramente: “Caso Coppola, una crónica de fin del menemismo”.
De hecho, Guillermo ha sido un personaje articulador entre política, farándula, poder, noche, fama, distribuidor, no exactamente de drogas, pero sí de contactos, roces, brillos menemistas. Los medios han bautizado a quienes lograron fama a través del caso como clan Coppola. Pero tal clan es virtual. Fue ideado por productores de TV, no surge como resultado de supuestas relaciones de lealtad, de simbólicos pactos de sangre. Más bien es producto de la perversión judicial del caso, su catalización televisiva. Es por ello que a pesar de ser el centro de un supuesto clan, el manager de Diego Maradona es el personaje hoy más invisible de todos. A pesar de haber sido condenado por lesiones leves a un hombre que acosó a su mujer, por ser quien verdaderamente preserva el poder y el dinero, es quien mejor ha simulado una estrategia de sobriedad. No sólo por su impecable discurso del martes ante el Tribunal que lo juzga, sino por su desaparición de lugares estridentes, de la estridencia misma. Hasta la elección de su ropa ha virado a una gama apagada, seria, casi aliancista de ser. En tanto su archienemigo, el juez federal Hernán Bernasconi, sigue en su puesto, después de que esta semana el justicialismo volviera en la Cámara de Senadores a perdonarle la vida. También aplacado.
Vasallos
Quienes han tenido que variar forzosamente su modus vivendi son los personajes periféricos, los más atractivos, los que dieron condimento al show. Natalia De Negri, por ejemplo, tan arrepentida. “Cuando llegué a lo de Mauro, yo había estado presa en Dolores. Samantha y Julieta nos habían puesto la droga al Conejo y a mí en mi departamento. Entonces yo estaba asustada. El primer día llegué de trencitas”. Tenía 20 años. Las perdió. A los 23 dice ser “otra Naty”. Ahora respeta su vocación. Espera que el mes próximo salga su disco intitulado ¿Quién me la puso? Las mismas reminiscencias de aquella obra que hizo junto a Adrián “Facha” Martel, llamada Dentro del jarrón, todo. Ahora estudia teatro con Dora Baret, la persona a la que más admira. Quiere ser tan buena como las malas en las novelas de Andrea del Boca. Jura que ya no esnifa.
Naty apuesta a ese casamiento inmaculado en diciembre, con su novio y manager Daniel, en la iglesia de San Patricio. Hace poco se confirmó (católica), y está feliz. Su suegra ha sido su madrina ante un sacerdote que se sintió Cristo. “Ya no me dejo llevar por las malas influencias”, se enorgullece. Lo que perduró fue la iniciación actoral en TV. “Dora me dice que empecé a aprender ahí”, dice, encantada con los triunfos de su viaje por Paraguay: no la dejaron descansar, matándola a entrevistas. “Son increíbles estos paraguayos, me saludaban hasta las piedras.”
Dos productores de la época más tremenda de Mauro Viale accedieron a hablar con Página/12. “Después del caso, el clan tuvo más que nada cambios en lo económico. Aunque Mauro perjure que no, el programa significaba moneda para todos. Yo pagué notas: de 100 a 500 pesos. Nos reíamos con una productora que antes de empezar agarraba el billete y mientras repartía les tiraba letra”. Habla bajo reserva de identidad del momento en que hacía lo imposible por el show y casi treinta puntos de rating. Se fue con el eclipse de la trush TV, “harto de la esclavitud laboral y moral”.
¿El vasallaje se extendía a la relación con los personajes? Dice que sí. Se hacía público el sexo comercial de las mujeres del programa. Sus encamadas con personajes cada vez más conocidos y mayores, las fiestas. Eran comunes los gritos de las chicas traicionadas. Por ejemplo: Samantha decía “esa escucha no la pases”. Pues a los minutos estaba al aire, y su quijada se ladeaba hacia la derecha, mordía la antena del movicom. Los indicadores de Ibope estallaban. Irene Meler, coordinadora del Foro de Psicoanálisis y Género de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires señala la cuestión asociada con el dominio masculino. “Lo distintivo –señala– es la naturalidad con que adultos mayores casados han podido exhibir sus relaciones extramatrimoniales, con chicas abusadas aunque partícipes voluntarias. El demérito y la vergüenza cayó sobre ellas y sobre las esposas traicionadas, mientras que los hombres podían ser cuestionados sólo por el consumo de drogas, nunca por ese abuso”.
Reciclajes
Viejos tiempos los del éxito. En esta reedición del caso, Viale intentó reponer a los decanos del show, tarea imposible. Sólo Paco Simonelli y Claudio Coppola asistieron apenas por el sandwich. Paco tiene 20 años en el rock. Les organizó fechas desde Fabiana Cantilo a Los Ratones Paranoicos. Su mala imagen le hizo perder contactos. No pudo pagar un crédito de su casa. Están a punto de rematarla. Coppola no es familiar de Guillermo. Era el remisero que llevaba al cuñado de Maradona, Gabriel “El Morsa” Espósito, a comprar cocaína a una villa miseria. Estuvo dos años preso por tráfico. Tiene cuatro hijos. Su mujer lo dejó. Vive de changas. Ellos son los que quedan. Los demás desprecian el show.
Natalia aceptó una nueva pelea con Yayo por teléfono. Samantha tiene un contestador automático en el que habla en plural, sencilla, casi señora. No da notas. Está entre circunspecta y temerosa por las causas que esperan resolución en la justicia (ver aparte). Hasta la entenada del clan, Fernanda Villar, que solía trompear a quien la insultaba diciéndole “novia trucha” (desconociendo su viudez de Armentano), no quiere ruido. “¡Estoy harta de que me liguen al caso!”, le lloraba al productor anónimo hace dos semanas, desconociendo que él ya no trabaja en el show, “enloquecida, completamente fuera de sí”. La chica sufre el complejo ave fénix de lasvedettes que encuentran espiritualidad después del fondo. Es profundamente budista. Llenó su casa de incienso, figuras orientales y fotos del finado. Persigue eso llamado “reciclaje del alma”.
Bajo la mirada de Aníbal Ford se trata de otro tipo de metamorfosis. “El asunto Coppola enganchó con el auge de algunos géneros de la llamada TV verdad: reality shows y trush TV –sostiene–. Gritos, ruidos, peleas, guasadas, que tuvieron también éxito internacional. Ahora estos géneros y otros formatos televisivos entraron en caída, aunque dejaron su huella, como también entró en tirabuzón la cultura del menemismo –su impunidad, su champán, su cinismo, sus escándalos, sus jodas–, para entrar en un arrugue de barrera, que no es ajeno a las últimas miserias del neoliberalismo. Seguramente que ahora van a aparecer las actitudes cautelosas y humildes. Pero el gatopardismo, político o cultural, no evita que ya se hayan hecho cagadas que no tape un poncho”.
Cachetada
Las mujeres del affaire apaciguan sus ánimos entre mamaderas y encajes. Dicen que Julieta tuvo mellizos. Pero lo de Samantha es fuerte. Comenzó con una historia apasionada. Por si no quedó claro, ella ingresó al caso para salvar de la cárcel a su amado: Yayo. En Dolores, entre champán y cocaína, además del sexo de rigor, los policías de Bernasconi la convencieron para que “plante”, junto a Julieta Lavalle, 15 gramos de cocaína a Tarantini. Como no cumplieron con la liberación, su chica terminó denunciándolos y causándoles la prisión, además de seis pedidos de juicio político para el juez. Liberado Yayo, después de tres meses de cárcel, lo dejó por un romance con Mariano Cúneo Libarona. Ya entonces ensayó una susaneada. Dijo estar embarazada, no sabía de quién. “Si nace con los ojos claros es de Mariano. Si nace con los ojos marrones, de Yayo. Yo quiero que sea una nena de ojos marrones”, confesó. Hoy está refugiada en su nuevo amor, un empresario dueño de dos boliches nocturnos y de nombre Gabriel Contreras. Dice de él: “Es diferente de mis parejas anteriores. Es sano, y se ganó cada centavo que tiene. Yayo es sólo un mal recuerdo”.
Tanto desparpajo se comprende quizás tras un análisis histórico y generacional. Sylvina Walger, autora de Pizza con champán, le dice a Página/12: “De estas chicas siempre me impactó que fueron criadas entre la debacle de Isabel (Perón) y la dictadura, producto del paso del horror, a la fiesta del fútbol y la farándula. Es la cachetada que nos dan. Por otro lado, la forma en que ha sido tratado el caso evitó el meollo de la cuestión, o sea la relación del poder con el delito. Y al mismo tiempo presentó esos personajes que significaron un ejemplo de ascenso social, en el país del todos pueden llegar, un concepto de (José Pablo) Feinmann”.
La verdad es que Yayo, aunque ante la cama solar, no puede reafirmar aquella idea. La noche le es esquiva. Ya no puede “ganarse la plata trabajando y sin mayor esfuerzo, tomando algo con los amigos”. Ahora, por su lado, las chicas casadas. En el suyo, pobres los pobres. Y Coppola, profesionalmente invisibilizado. Distantes todos del mentado clan, de sus personajes tan argentinos, de la verdad fiestera nacional, y mucho más aún de la verdad política. En palabras de Roland Barthes: “Este escándalo orilló el escándalo del horror, nunca el horror mismo”.

 


 

HERNAN BERNASCONI SIGUE SIENDO JUEZ
El PJ como salvavidas

Por C.A.

t.gif (862 bytes) El 26 de diciembre sonaron las campanas para la pareja formada en los calurosos días del caso Coppola por la periodista Alicia Barrios y el juez federal de Dolores Hernán Bernasconi. Fue en una residencia del Barrio River, y no hubo pedido de juicio político que desanimara la fiesta para ochenta invitados. Entre ellos estaban Raúl Portal, que ingresó con ella del brazo, el ex dirigente de la JP setentista Dante Gullo, Moisés Ikonicoff y Jorge Asís. Entre su apacible estancia en Dolores, ya sin peces gordos entre sus manos, el juez espera la decisión del Senado sobre su futuro. Todos los pronósticos salvan la vida judicial del magistrado. Esta semana Guillermo Coppola lo acusó de presionarlo para que involucrara en el narcotráfico al secretario de la Presidencia Ramón Hernández, Diego Maradona y Marcelo Tinelli.
El juez está acusado de mal desempeño de sus funciones, asociación ilícita y media docena de delitos más. Hace dos años que en Diputados se aprobó su juicio político, pero ha conseguido sobrevivir en su puesto. El duhaldismo lo ha defendido desde siempre: el argumento es que no dejarán desbarrancarse a un juez peronista. Mucho menos en tiempo de elecciones. El del menemismo es que es inconveniente dar curso a un juicio que metería sus narices en una investigación que en su momento perjudicó la imagen oficial por la amistad entre Guillermo Coppola y el secretario presidencial Ramón Hernández.
La vida de Bernasconi es apacible. Durante la semana continúa en su despacho. Sábados y domingos se encuentra con su mujer en la casona que comparten en Núñez. Sigue yendo los domingos a misa. Cultiva las mismas amistades y su chacra de Dolores, donde suele montar su caballo Chocolate. Se relaja, convencido de su inocencia, y de que lo suyo fue de veras la lucha contra el narcotráfico. Ya no tiene contacto con los policías que entraban y salían de su despacho como de un bar público y lo llamaban “Papi”, quienes, acusados como él de asociación ilícita pero sin sus fueros, están presos.

 


 

LAS CHICAS, CON APUROS JUDICIALES
Los riesgos del show

Por C.A.

t.gif (862 bytes) El silencio de las chicas escandalosas no sólo es retirada moral. También juegan en la nueva actitud los problemas que entre tanto ajetreo se agenciaron con la Justicia. Su participación en el caso estuvo teñida de ilegalidad desde los comienzos. Samantha Farjat arrastró a sus amigas Julieta Lavalle y Natalia De Negri a Dolores, tras la detención de su novio, el nocturno Héctor “Yayo” Cozza. Saman- tha está acusada de haber colocado la cocaína encontrada en la casa de Natalia, cuando los policías adscriptos al juzgado federal detuvieron a Alberto “Conejo” Tarantini. Pero por otro lado, los abogados de los presos preparan una estrategia que incluye más escuchas que podrían complicar el destino de las muchachas.
De caracteres diferentes, las chicas, con familias que van de la clase media al apellido patricio de Julieta, fueron descriptas a este diario por el ex productor de Mauro Viale, Héctor Yemmi. En principio, para Yemmi las chicas “ganaban dinero en la clandestinidad por el trabajo sexual, pero quedaron sin clientes al hacerse públicas. Descubrieron entonces lo redituable”. Yemmi se acuerda aún de la frase “¿Me das cien para la luz?”, casi de los finales del súper rating. En su visión, de las tres, la más naïf fue siempre Natalia. Recuerda que la mantenían en un departamento cuando sus padres la echaron de su casa y no tenía dónde dormir. Una ex productora de Mauro contó que por aquellos días era difícil ubicarla en hoteles. “La rechazaban por el escándalo y una noche tuvo que dormir en un hotel alojamiento”.
De Julieta, Yemmi dice: “Era la más agresiva, la más inteligente, la más difícil de descifrar y de convencer. Lo de ella era una vida paralela y por eso no alcanzó a ser cara conocida, no quiso mostrarse”. De Samantha: “La más comercial de las tres, la más rápida, la que entendió el negocio, acostumbrada a transar. Por un lado, se hacía la tonta; por el otro, te la ponía”.

 

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